Grotesco (72 page)

Read Grotesco Online

Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

BOOK: Grotesco
10.07Mb size Format: txt, pdf, ePub

Después de las muertes de Yuriko y Kazue, podríais pensar que he intentado contrarrestar la humillación que generaron el crimen y el subsiguiente juicio, profusamente difundido por los medios de comunicación. Pero os equivocaríais, porque nunca he albergado ni las buenas intenciones ni ese sentido de la justicia. Y ¿por qué? No tengo una razón definitiva.

Sólo se me ocurre una sugerencia: quizá tanto Yuriko como Kazue y Mitsuru, incluso Takashi y Zhang, forman parte de mí, sea quien sea ese «yo». Quizá sólo existo para quedarme aquí como sus espíritus, flotando, contando sus historias. Si se trata de eso, estoy segura de que entre vosotros habrá algunos que dirán que tengo un espíritu oscuro, y tendréis razón. Un espíritu, como debéis de saber, es una forma negra, pintada con odio, teñida de dolor, con un rostro desfigurado por las desgracias y el resentimiento. Y por eso permanece. Quizá se podría decir que mi existencia era como esa nieve mugrienta que Yuriko guardaba en el fondo de su corazón, igual que Kazue, Mitsuru o Zhang. Aunque, al decir esto, creo que he llevado la comparación demasiado lejos. Sin embargo, no encuentro otra forma de decirlo. Yo era carne y sangre, una persona corriente y ordinaria repleta de intolerancia, resentimiento y celos.

Cuando me licencié en la universidad, tomé un camino completamente diferente del de mi hermana, que pasó de modelo a prostituta. Yo elegí no llamar la atención y, en mi situación, eso significaba vivir toda la vida como una virgen, como una mujer que no iba a tener contacto con los hombres.

Una virgen perpetua. ¿Sabéis qué significa eso? Puede que os suene a algo sano y puro, pero de hecho no lo es. Kazue lo expresa muy bien en sus diarios. Ser virgen supone perder la única oportunidad que tiene una mujer para controlar a un hombre. El sexo es la única forma que tienen las mujeres de dominar el mundo. En cualquier caso, ésa es la visión retorcida de Kazue. Pero ahora no puedo evitar reflexionar sobre si tiene o no razón. Cuando un hombre me penetra (la idea es incluso más ridícula de lo que había imaginado) y eyacula dentro de mí, ¿no me abruma la satisfacción, como si al final estuviera en contacto con el mundo? Al menos, eso es lo que siento por el momento, aunque la sensación apenas sea real. El engaño llega por creer que la prostitución es la única salida, por pensar que la única forma que tiene una mujer de controlar el mundo es haciendo lo que hizo Kazue. Cualquiera que sepa eso se dará cuenta de que todo ha sido un gran error.

Me parece que ya he dicho que prefería una vida anodina, pero no era del todo cierto. Todo cuanto yo quería era que no me comparasen con Yuriko. Y, puesto que estaba condenada a perder en cualquier cosa que hiciera, preferí dejar de jugar. Era muy consciente de que vivía sólo para ser el lado opuesto de Yuriko, su imagen negativa. Alguien como yo —una imagen negativa— es muy sensible a las sombras que proyectan aquellos que viven a la luz del sol. Esas criaturas radiantes esconden sus pensamientos oscuros para que nadie los vea. Pero a mí no me engañan, porque al haber vivido tanto tiempo como un yo negativo, enseguida percibo la negrura. Lejos de la compasión, es más acertado decir que vivo de los restos de las sombras que proyectan los que viven al sol.

El documento de la vida de Kazue como prostituta era tan triste que me dio nuevas fuerzas para seguir viviendo. Cuanto más triste estaba ella, más rencor le guardaba. Disfrutaba con sus fracasos. ¿Lo podéis entender? Y, por la misma razón, el diario de Yuriko no me afectó lo más mínimo porque, bajo todo aquello, mi hermana era una mujer fuerte y astuta. Eso me parecía obvio. Era odiosa, y no había nada que yo pudiera usar en su contra.

Estaba atrapada en Yuriko, y no me quedaba más remedio que seguirla durante toda mi vida como si fuera su sombra. La declaración de Zhang, por tanto, no me sorprendió en absoluto. Fue algo aburrido. Por este motivo, Zhang, un tipo malvado hasta los tuétanos, no tenía ni una mota de sombra. Hay malvados, como veis, que viven a la luz del sol.

Los diarios de Kazue, en cambio, eran diferentes. La deposición de Zhang era predecible, pero la de Kazue no. La soledad disoluta que describía era terrible. Tras leer sus palabras sentí un cambio en mí, algo que nunca antes había sentido. Sin darme cuenta, empecé a llorar de pena. ¡Yo! No podía reprimir las lágrimas mientras pensaba en lo sola que estaba Kazue: con su aspecto grotesco, parecido al del Increíble
Hulk
. Los ecos que emitía su corazón vacío hicieron temblar el mío y me paralizaron hasta dejarme sin palabras. Nunca he tenido un orgasmo, pero me preguntaba si esa sensación no debía de ser parecida.

Los diarios están escritos en dos cuadernos grandes, uno de piel marrón y el otro de piel negra. Ambos están redactados con una caligrafía limpia y precisa, lo que me recuerda a las libretas que usaba en el instituto. Kazue anotaba la cantidad de dinero que recibía de sus clientes con una minuciosidad absurda. Tenía una personalidad tan honrada, tan meticulosa, que no podía evitar escribir sobre sus clientes. Kazue, la estudiante sobresaliente que únicamente quería ser valorada por su inteligencia, la chica dulce que deseaba que la admiraran por su educación, la profesional que luchaba por llegar a lo más alto. Incluso en el mejor de los casos, a Kazue siempre le faltaba algo, y en las páginas de su diario reveló inconscientemente su alma.

De repente me acordé de las palabras de Mitsuru: «Tú y yo somos iguales, y Kazue también lo era. Nuestro corazón era esclavo de una ilusión. Me pregunto cómo debían de vernos los demás.» No, estaba equivocada. «¡Estás equivocada! —grité en mi interior—. ¿Acaso no lo ves?» «Odio y confusión.» Eso era lo que había dicho Yurio al tocar los diarios de Kazue, y eso era lo que yo pensaba en el fondo. No podía ser de otra manera. Yo era una mujer sensible a las sombras que proyectaban los demás. Así que, ¿dónde estaba mi odio y mi confusión? Los desechos de los que vivía los recogía de otras personas, su odio y su confusión. Yo no era como Kazue, yo no era un monstruo grotesco.

Aparté los diarios de la mesa y, tratando de calmarme, toqué el anillo que llevaba en la mano izquierda, aquel del que se reía Mitsuru. Es el origen de todos mis sentimientos. ¿Cómo? Sí, me estoy contradiciendo. Está claro que me burlaba de la estupidez clasista en el Instituto Q para Chicas pero, al mismo tiempo, me gustaba esa sociedad. ¿No creéis que todos vivimos en contradicción de una forma u otra?

—¿Hay algún problema?

Yurio, sentado a mi lado, percibió que temblaba. Me puso las manos sobre los hombros. Qué chico tan sensible. Me cubrió los hombros con sus manos fuertes y jóvenes. Sentí el calor de sus palmas atravesándome la piel y me pregunté si el sexo era como eso. Inquieta, apoyé mi mejilla en esas manos. Yurio sintió la humedad de las lágrimas.

—Tía, ¿estás llorando? —preguntó, alarmado—. ¿Había algo en esos diarios que te haya entristecido?

Aparté sus manos de mi cara.

—Son tristes. Contienen también algunas cosas sobre tu madre, pero no quiero decirte qué.

—Eso es porque describen el odio y la confusión, ¿verdad? Pero ¿qué más da? Dímelo, quiero saberlo. Quiero saber todo lo que está escrito en esos cuadernos, desde el principio hasta el final.

¿Por qué quería saberlo? Miré sus ojos hermosos, sus iris castaños con motas verdes, el color más exquisito que había visto nunca. Eran como estanques perfectamente cristalinos que no reflejaban nada. Y, aun así, Yurio era como yo. Él también podía percibir las sombras que los demás proyectaban. Si hubiera sido capaz de percibir al momento la oscuridad de los demás y transformarla en algo que él mismo pudiera disfrutar, entonces sin duda habría querido compartir los diarios con él. Me sentía tan llena de los restos de los demás que mi corazón empezó a palpitar con fuerza. Quería desprestigiar a Yuriko y a Kazue con el veneno de las palabras y decírselas a Yurio para que pudiera crecer con la verdad. Quería que heredara mis genes. Era lo mismo que dar a luz, porque si podía colmar a Yurio con la verdad envenenada, entonces, ¿no podría ser que él —ese chico bello— se convirtiera en lo mismo que yo?

—Los diarios de Kazue describen una lucha sublime entre el individuo y el resto del mundo. Kazue perdió la batalla y acabó completamente sola. Murió mendigando un poco de amabilidad. ¿No crees que es una historia triste?

El rostro de Yurio mostró asombro.

—Para mi madre, ¿fue igual?

—Sí, así fue. Naciste de una mujer que era igual que ella.

Mentí. Yuriko no se parecía en nada a Kazue. Desde el principio, mi hermana nunca había creído en el mundo, en las personas. Yurio bajó la vista, apartó las manos de mis hombros y las juntó como si fuera a rezar.

—Tu madre era débil, despreciable.

—Es tan triste. Si hubiera estado con ella, podría haberla ayudado.

—¿Cómo?

«Nadie podría haber hecho nada —pensé—. Además, tú sólo eras un niño y no habrías entendido nada.» Quería desafiar el idealismo de Yurio, pero siguió hablando.

—No sé lo que podría haber hecho, pero habría hecho algo. Si se sentía sola, habría vivido con ella y le habría puesto música para que la escuchara. Y le habría compuesto música incluso más bella. De esa forma, podría haberla ayudado para que al menos fuera un poco más feliz.

La cara de Yurio resplandeció como si hubiera pensado en una solución mágica. No podía dejar de pensar en lo guapo que era, en lo tierno que era. Sus ideas eran infantiles, pero ¿acaso no eran particularmente dulces? ¿Era ésa la forma verdadera de un hombre? Antes de que pudiera darme cuenta, empecé a sentir algo nuevo: amor. Pero eso era imposible. ¡Yurio era mi sobrino! ¿Y? ¿Qué problema había? Sentí cómo luchaban el ángel y el demonio dentro de mí.

—Tienes toda la razón, Yurio-chan. Tu tía se desanima con demasiada facilidad. Me pregunto por qué Yuriko no vivió contigo. No consigo imaginar por qué.

—De todos modos, soy un chico fuerte, no he necesitado estar con mi madre.

—¿Estás sugiriendo que yo soy débil?

Yurio palpó mis hombros y mi espalda con las manos, como si me estuviera haciendo un examen médico. Me estremeció. Era una sensación por completo nueva. Otra persona me estaba evaluando. No, evaluando no. Otra persona me estaba sintiendo.

—Tía, no creo que seas débil. Creo que eres pobre.

—¿Pobre, dices? Más bien empobrecida. No hay duda de que estoy empobrecida.

—No, lo que quiero decir es que tu corazón se ha hecho muy pequeño. Es tan triste… Es lo mismo que ha dicho antes esa mujer. Pero aún no es tarde, en eso estoy de acuerdo con ella.

Pensaba que Yurio había estado escuchando música rap por los auriculares, pero en realidad había oído todo lo que había dicho Mitsuru. Pensé que Mitsuru y él estaban confabulados y sentí una punzada de resentimiento.

—Eso es porque tú eres muy fuerte, Yurio-chan.

—Es verdad. Siempre he vivido solo.

—Pues para mí es lo mismo, yo también he vivido siempre sola.

—¿De veras? —Yurio ladeó la cabeza—. Pensaba que dependías de mi madre.

Vivir a la sombra de Yuriko: ¿era eso una dependencia? Era una forma de debilidad y pobreza, sin duda. Darme cuenta de eso me hizo daño. Miré los labios carnosos de Yurio. ¡Dime más! Muéstrame más cosas sobre mí misma, guíame.

—Por cierto, tía, respecto al ordenador, ¿cuándo lo voy a tener? Si lo tuviera, podría hacerte la vida mucho más fácil.

—Pero es que no tengo el dinero.

Yurio palideció. Verlo mirar a lo lejos —una lejanía que no podía ver— mientras pensaba era adorable.

—¿No tienes ahorros?

—Tengo unos trescientos mil yenes, pero nada más, y los guardo para casos de emergencia.

Yurio se volvió de golpe.

—El teléfono está sonando.

Yo aún no había oído nada, pero en ese instante el teléfono empezó a sonar. Sabía que tenía un buen oído, pero aquello era impresionante. Descolgué el auricular con miedo.

La llamada era de la residencia de ancianos. Era por el abuelo: había muerto hacía unos minutos, a la edad de noventa y un años. ¿Qué necesidad tenía yo de conocer sus últimos momentos? En su senilidad, había vuelto cincuenta o sesenta años atrás, a la época en que era joven. Mi abuelo estafador, un enfermo de los bonsáis, había olvidado que su hija se había suicidado, y nunca supo que habían asesinado a su nieta. Había encontrado la muerte eufórico y senil. Pero ¡qué oportuno! Justo cuando estábamos hablando de dinero. Estaba claro que ahora iba a tener que gastar mis ahorros en el funeral. Y eso no era lo peor. Con su muerte, me vería obligada a dejar el apartamento, porque el contrato de alquiler estaba a su nombre. Habría también los gastos de la mudanza. Y además tenía que comprar un ordenador.

—Yurio, el abuelo ha muerto. No podré prestarte mis ahorros y, además, tendremos que dejar el apartamento. ¿Por qué no le pides a Johnson que te compre el ordenador?

—Y, ¿por qué no sales a ganar dinero?

—¿Ganar dinero?

—En la calle. Como hacía mi madre. ¿Qué diablos estaba diciendo? Le di una bofetada, floja, por supuesto. Pero cuando mi palma golpeó su suave mejilla pude sentir su dentadura. Su juventud me hizo estremecer. Yurio no dijo nada; sólo se llevó la mano a la mejilla y bajó la vista. Qué belleza tan serena. Igual que Yuriko. Sentí que mi pecho se inflamaba de amor, y en el fondo de mi corazón supe que quería ese dinero. Pero no, no era sólo el dinero lo que quería, ni tampoco el ordenador, sino al chico que quería el ordenador. Quería a Yurio. Quería vivir junto a él, porque sólo así conseguiría ser feliz.

En sus diarios, Yuriko hizo algunas observaciones interesantes sobre la prostitución. Si me permitís, las citaré aquí:

Sospecho que hay muchísimas mujeres que desearían ser prostitutas. Algunas se ven a sí mismas como objetos valiosos y creen que deberían venderse mientras el precio es alto. Otras piensan que el sexo no tiene un significado intrínseco por sí mismo, pero que permite a las personas sentir la realidad de sus cuerpos. Algunas mujeres desprecian sus insignificantes vidas y anhelan reafirmarse mediante el sexo tanto como lo haría un hombre. Hay otras que lo hacen por un impulso violento y autodestructivo. Y, por último, están aquellas que tan sólo desean ofrecer placer. Supongo que hay muchas mujeres que buscan un sentido a su existencia de un modo parecido. Para mí, en cambio, era diferente.

Yuriko era diferente. Luego explica que ella se hizo prostituta porque hasta la última célula de su cuerpo era lasciva.

Other books

My Babies and Me by Tara Taylor Quinn
The Problem With Crazy by Lauren McKellar
So Vile a Sin by Ben Aaronovitch, Kate Orman
Spirited 1 by Mary Behre
Dragon's Teeth by Mercedes Lackey
Margaret the Queen by Nigel Tranter