Raych tuvo que sonreír.
–Es una chica muy afable.
–Sí, lo es, y también es muy
buena
amiga mía. No pude evitar oír lo que le dijiste.
–No creo que dijera nada que no debiera haber dicho.
–Desde luego que no, pero dijiste que eras joranumita.
Raych sintió que el corazón le daba un vuelco. Bien, así que la revelación que le había hecho a Manella había dado en el blanco, después de todo… Para ella no había significado nada, pero para su «amigo» sí parecía tener algún significado.
¿Estaría en el buen camino…, o solamente se había metido en un lío?
Raych hizo cuanto pudo para evaluar a su nuevo acompañante sin permitir que su rostro perdiera la expresión de ingenuidad. El recién llegado tenía los ojos verdes, la mirada penetrante y despierta, y la mano derecha que había apoyado sobre la mesa estaba apretada amenazadoramente en forma de puño.
Raych le observó en silencio con los ojos muy abiertos y esperó.
–Dijiste que eras joranumita -repitió el hombre.
Raych intentó parecer inquieto. No le resultó demasiado difícil.
–Oiga, señor, ¿por qué le interesa tanto?
–Porque creo que no eres lo bastante mayor.
–Soy lo bastante mayor. Vi casi todos los discursos de Joranum en la holovisión.
–¿Puedes repetirlos?
Raych se encogió de hombros.
–No, pero capté la idea básica.
–No todo el mundo sería capaz de confesar que es joranumita tan abiertamente. Tienes que ser un joven muy valiente… A algunas personas no les gustan mucho los joranumitas, ¿sabes?
–Me han dicho que en Wye hay montones de ellos.
–Es posible. ¿Viniste aquí por eso?
–Estoy buscando trabajo. Pensé que otro joranumita quizá me ayudaría a encontrarlo.
–En Dahl también hay joranumitas. ¿De dónde eres?
Sin duda alguna había reconocido el acento de Raych. No había forma de ocultarlo.
–Nací en Millimaru -dijo Raych-, pero crecí en Dahl.
–¿Y qué hiciste allí?
–No gran cosa. Fui algún tiempo a la escuela.
–¿Y por qué eres joranumita?
Raych decidió que había llegado el momento de mostrar un poco de pasión. No podía haber vivido en un sector tan pobre e injustamente discriminado como Dahl sin tener razones obvias para ser joranumita.
–Porque creo que el gobierno imperial debería ser más representativo, con mayor participación popular y más igualdad entre los sectores y los mundos -dijo-. ¿Acaso hay alguien con cerebro y agallas que no piense así?
–¿Quieres que desaparezca la figura del Emperador?
Raych tardó un poco en contestar. Lanzar discursos subversivos no le traería problemas, pero cualquier afirmación obviamente anti-imperial significaba ir más allá de lo permitido.
–No he dicho eso -murmuró por fin-. No estoy en contra del Emperador, pero gobernar todo un Imperio es excesivo para un hombre solo.
–No se trata de un hombre solo. Existe toda una burocracia imperial. ¿Qué opinas de Hari Seldon, el Primer Ministro?
–No tengo ninguna opinión. No sé nada de él.
–Lo único que sabes es que la gente tendría que estar más representada en el gobierno, ¿verdad?
Raych permitió que sus rasgos adoptaran una expresión confusa.
–Eso es lo que decía Jo-Jo Joranum. No sé cómo se llama… En una ocasión oí que alguien lo llamaba «democracia», pero no sé qué significa esa palabra.
–La democracia se ha intentado poner en práctica en algunos mundos. Algunos lo siguen intentando, pero que yo sepa esos mundos no están mejor gobernados que los demás. Así que eres un demócrata, ¿eh?
–¿Es así como lo llama? – Raych dejó que su cabeza se inclinara sobre su pecho como si estuviera sumido en una profunda meditación-. Me siento mejor diciendo que soy joranumita.
–Claro, como dahlita…
–Viví allí un tiempo, nada más.
–…estás a favor de la igualdad y ese tipo de cosas. Los dahlitas son un grupo oprimido, y es natural que piensen así.
–He oído comentar que en Wye hay mucha gente que piensa como Joranum, y ellos no están oprimidos.
–La razón es distinta. Los antiguos alcaldes de Wye siempre quisieron ser Emperadores. ¿Lo sabías?
Raych meneó la cabeza.
–Hace dieciocho años la alcaldesa Rashelle estuvo a punto de conseguirlo -dijo el hombre-. Los habitantes de Wye son rebeldes, cierto, pero están más en contra de Cleon que a favor de Joranum.
–No sé nada de todo eso -dijo Raych-. No estoy en contra del Emperador.
–Pero estás a favor de la representación popular, ¿verdad? ¿Crees que alguna clase de asamblea democrática podría gobernar el Imperio Galáctico sin quedar paralizada por el politiqueo y las continuas disputas entre las distintas facciones?
–Perdone, pero… -murmuró Raych-. No le he entendido.
–¿Crees que un gran número de personas podría tomar decisiones urgentes cuando se presentara una emergencia? ¿O crees que se limitarían a discutir sentados?
–No lo sé, pero no me parece justo que unas pocas personas decidan el destino de todos los mundos.
–¿Estás dispuesto a luchar por tus creencias o te conformas con hablar de ellas?
–Nadie me ha pedido que luche por ellas -dijo Raych.
–Imagínate que alguien lo hiciera. ¿Qué importancia le das a tus creencias democráticas…, o a tu filosofía joranumita?
–Lucharía por ellas…, si creyera que eso iba a servir de algo.
–Un chico valiente… Así que has venido a Wye para luchar por tus creencias, ¿eh?
–No -dijo Raych, como si se sintiera muy incomodo-. No puedo decir que haya venido aquí por eso… He venido a buscar trabajo, señor. Encontrar trabajo en estos tiempos resulta muy difícil, y apenas me quedan créditos. Hay que vivir, ¿no?
–Estoy de acuerdo. ¿Cómo te llamas?
La pregunta fue formulada de forma muy brusca, pero Raych estaba preparado para responder.
–Planchet, señor.
–¿Nombre o apellido?
–Que yo sepa es mi único nombre, señor.
–No tienes dinero y supongo que apenas tendrás educación, ¿no?
–Me temo que no.
–¿Tienes experiencia en alguna clase de trabajo especializado?
–No he trabajado mucho, pero estoy dispuesto a hacerlo.
–De acuerdo, Planchet, te explicaré lo que vamos a hacer… -El hombre sacó un pequeño triángulo blanco de su bolsillo y lo presionó para editar un mensaje en él. Después lo frotó con el pulgar congelando el mensaje-. Te diré adónde has de ir. Lleva esto contigo y quizá te conseguirá un trabajo.
Raych aceptó la tarjeta y la observó. Las señales parecían despedir un brillo fluorescente, pero no consiguió descifrarlas.
–¿Y si creen que la he robado? – preguntó lanzando una mirada recelosa al hombre.
–No se puede robar. Está marcada con mi signo, y ahora contiene tu nombre.
–¿Y si me preguntan quién es usted?
–No lo harán. Les dirás que andas buscando trabajo. Es una oportunidad, ¿eh? ¿Qué te parece? No te garantizo que salga bien, pero te ofrezco una oportunidad. – Le entregó otra tarjeta-. Éste es el sitio al que tienes que ir.
Raych sí pudo leer la segunda tarjeta.
–Gracias -farfulló.
El hombre movió la mano indicándole que ya podía marcharse.
Raych se puso en pie y se fue…, y se preguntó en qué lío se estaría metiendo.
Arriba y abajo. Arriba y abajo. Arriba y abajo.
Gleb Andorin observaba a Gambol Deen Namarti, quien no paraba de recorrer la habitación. Sus emociones eran tan terriblemente intensas que le impedían permanecer sentado.
«No es el hombre más inteligente del Imperio y ni siquiera del movimiento -pensó Andorin-, no es el más astuto y, desde luego, no es el que piensa de forma más racional. Siempre hay que frenarle para que no vaya demasiado lejos, pero posee un ímpetu que los demás no tenemos. Nosotros seríamos capaces de abandonar y rendirnos, pero él jamás. Es de los que harían cualquier cosa por conseguir su objetivo… Bueno, puede que necesitemos a alguien así.
Debemos
contar con alguien así o nunca triunfaremos».
De pronto, Namarti se detuvo como si hubiera sentido la presión de los ojos de Andorin clavados en su espalda.
–Si estás pensando en soltarme otro sermón sobre Kaspalov olvídalo -dijo girando sobre sí mismo.
Andorin se encogió levemente de hombros.
–¿Por qué he de molestarme en soltarte sermones? Ya está hecho. El daño, si es que lo hubo, también está hecho.
–¿Qué daño, Andorin? ¿De qué daño estás hablando? Si no lo hubiese hecho sí que habríamos sufrido un grave daño. Ese hombre estaba a punto de convertirse en un traidor. Un mes más y habría ido corriendo a…
–Lo sé. Estaba allí y escuché lo que dijo.
–Entonces comprenderás que no había alternativa. No había otra alternativa… No pensarás que disfruté matando a un viejo camarada, ¿verdad? No tuve elección.
–Muy bien. No tuviste elección.
Namarti reanudó su ir y venir por la habitación, pero se volvió de nuevo hacia Andorin pasados unos momentos.
–Andorin, ¿crees en los dioses?
Andorin le miró fijamente.
–¿En qué?
–En los dioses.
–No había oído nunca esa palabra. ¿Qué son?
–No es una palabra del idioma galáctico -dijo Namarti- Influencias sobrenaturales… ¿Qué me dices de eso?
–Oh, influencias sobrenaturales… ¿Por qué no usaste esas palabras desde el principio? Por definición, algo es sobrenatural si existe fuera de las leyes de la Naturaleza y no hay nada que pueda existir fuera de esas leyes. ¿Te estás convirtiendo en un místico?
Andorin formuló la pregunta en el tono de quien está bromeando, pero la repentina preocupación que se apoderó de él hizo que entrecerrara los ojos.
Namarti le obligó a bajar la vista. Aquel par de ojos llameantes eran capaces de hacer bajar la vista a cualquiera.
–No digas estupideces. He estado leyendo algunas cosas sobre ellas. Trillones de personas creen en las influencias sobrenaturales.
–Ya lo sé -dijo Andorin-. Es algo que siempre ha ocurrido.
–La gente ha creído en ellas desde el comienzo de la historia. La palabra «dioses» es de origen desconocido. Al parecer es un residuo de algún lenguaje primigenio del que ya no queda otro rastro. ¿Sabes cuántas variedades de creencias en dioses existen?
–Yo diría que aproximadamente tantas como variedades de idiotas existen entre la población galáctica.
Namarti ignoró su observación.
–Algunas personas creen que la palabra se remonta a una época en la que toda la Humanidad vivía en un solo planeta.
–Lo cual ya es un concepto mitológico. Es una idea tan irracional y fantasiosa como la de las influencias sobrenaturales… Ese planeta en el que se originó la Humanidad no ha existido nunca.
–Tuvo que existir, Andorin -dijo Namarti con cierta irritación-. Los seres humanos no pueden haber evolucionado en distintos mundos para acabar formando una sola especie.
–Aun así, a efectos prácticos ese mundo original no existe. No se lo puede localizar ni tampoco definir, por lo que no se puede hablar de él de forma racional y lógica. A efectos prácticos no existe.
–Se supone que esos dioses protegen a la Humanidad y cuidan de ella o, por lo menos, que cuidan de esas partes de la Humanidad que saben cómo utilizarlos -dijo Namarti siguiendo con su línea de razonamiento-. Cuando existía un solo mundo tiene sentido suponer que los dioses estuvieran especialmente interesados en proteger ese planeta minúsculo con tan poca población, ¿no? Cuidarían de su mundo como si fuera un niño pequeño y ellos fuesen sus hermanos mayores…, o sus padres.
–Qué detalle por su parte… Me gustaría ver cómo se las arreglarían con todo el Imperio.
–¿Y si pudieran hacerlo? ¿Y si fuesen infinitos?
–¿Y si el Sol se helara? ¿De qué sirve recurrir a los «y si»?
–Me limito a especular, ¿entiendes? ¿Nunca has dejado que tu mente vagara libremente? ¿Es que necesitas atarlo todo con una correa?
–Creo que la correa sirve para evitar riesgos. Bien, jefe, ¿qué ha dicho tu mente después de vagabundear un rato?
Namarti fulminó con la mirada a su interlocutor como si sospechara que estaba siendo sarcástico, pero el rostro de Andorin seguía mostrándose tan afable y jovial como de costumbre.
–Lo que dice mi mente es que si los dioses existen deben de estar de nuestro lado -dijo Namarti.
–Maravilloso…, si fuese verdad. ¿Dónde están las pruebas?
–¿Las pruebas? Sin los dioses no sería más que una coincidencia, supongo, pero seguiría siendo una coincidencia muy útil.
Namarti bostezó y se sentó. Parecía exhausto.
«Bien -pensó Andorin-. Su mente por fin se ha agotado y puede que empiece a decir algo con un poco de sentido…»
–Todo el asunto del deterioro interno de la infraestructura… -dijo Namarti en un tono de voz mucho más bajo que el que había utilizado hasta entonces.
–Jefe, creo que Kaspalov tenía parte de razón en eso -le interrumpió Andorin-. Cuanto más tiempo sigamos provocando averías, más posibilidades habrá de que las fuerzas imperiales descubran qué las está causando. Tarde o temprano, el programa acabará por estallarnos en la cara.
–Todavía no. De momento las explosiones sólo afectan al rostro imperial. Hay tanta inquietud en Trantor que puedo sentirla… -Alzó las manos y movió los dedos frotándolos unos con otros-. Sí, puedo sentirla, y casi hemos terminado con esta fase… Estamos listos para dar el próximo paso.
Los labios de Andorin formaron una sonrisa carente de alegría.
–No pido detalles, jefe. Kaspalov lo hizo y sabemos lo que le costó. No soy Kaspalov.
–Justamente el que no seas Kaspalov me permite revelártelos…, eso y el hecho de conocer algo que ignoraba entonces.
–Supongo que planeas una incursión en el mismísimo recinto imperial -dijo Andorin, sin creer del todo en lo que había dicho.
Namarti levantó la mirada.
–Por supuesto. ¿Qué otra cosa queda por hacer? Pero el problema es cómo lograr una penetración realmente efectiva… Tengo fuentes de información, pero no son más que espías. Necesitaré disponer de hombres de acción.
–Introducir hombres de acción en el lugar mejor protegido y vigilado de toda la galaxia no resultará fácil.
–Claro que no. Es lo que me ha causado un insoportable dolor de cabeza hasta ahora…, hasta que los dioses decidieron intervenir.