Hades Nebula (28 page)

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Authors: Carlos Sisí

Tags: #terror, #Fantástico

BOOK: Hades Nebula
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Recordaba con brutal claridad las fiebres que acababa de sufrir, mientras su sistema inmunológico y su cuerpo en general acomodaban el Necrosum, y le preocupaba sufrir una recaída. Si eso ocurría, sólo esperaba que aquel esperpento de Isidro no volviera a inmiscuirse. Le provocaba náuseas. Antes de irse de Carranque se aseguró de que siguiera en el mismo sitio donde lo había visto la primera vez; sólo por si acaso, porque sus pesadillas habían sido tan reales que estaba seguro de que las revisitaría muchas más veces con el devenir del tiempo. Y sí, allí seguía, como no podía ser de otro modo, con aquel agujero en la cabeza; hecho un ovillo, expiando su culpa.

En un momento dado, divisó movimiento a cierta distancia. Lo había captado con su visión periférica y no estaba seguro de que hubiera realmente algo allí; quizá había sido un animalillo fugaz, o los bordes imprecisos de la cuerda que conformaban el saco en el que estaba preso. Empezó entonces a mover la cadera para conseguir cierto desplazamiento, y finalmente, logró otra vez girar lo suficiente como para mirar en la dirección correcta.

Por Dios bendito
, se dijo, pestañeando para asegurarse de que la vista no le engañaba.

Se trataba de un hombre, de eso no había ninguna duda, aunque aún se encontraba a cierta distancia y no podía alcanzar a distinguir más detalles; el sol, además, no le era favorable y silueteaba su contorno. Caminaba por la pradera con aspecto cansado, la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás y los brazos recogidos contra el pecho, doblados de forma poco natural, como lo haría alguien con parálisis en las extremidades. Había salido del margen más oriental de la carretera, de la zona que aún no había recorrido, por detrás del bloqueo. Por eso no lo había visto hasta ese momento.

Pero no es un hombre
, pensó Dozer con ansiedad,
es un puto caminante tetrapléjico
. Sin embargo, veía en él una pequeña posibilidad de escapar de allí, si jugaba bien sus cartas.

Si pudiera servirse de él de algún modo...

Si pudiera
atraerlo
.

Con el Necrosum o sin él, había una cosa que siempre reactivaba a los
zombis
. El ruido.

—¡Eeeeeh! —gritó, con los ojos muy abiertos—. ¡Eeeeh, hijo de puta, aquí!

El espectro se detuvo brevemente, y la cabeza pareció resbalar aún más hacia atrás, como si hubiera caído en alguna abstracción. Se meció suavemente hacia uno y otro lado, y después continuó su camino. La cabeza resbaló hacia delante y su cuello desapareció, oculto por un rostro enjuto.

—¡EH! —gritó de nuevo Dozer—. ¡Vamos, ven aquí, hijo de puta! ¡AQUÍ, MIRA!

Inesperadamente, el
caminante
giró su cuerpo hacia un lado; casi parecía que iba a caer pesadamente al suelo, cuando sus piernas giraron bruscamente y empezaron a dar zancadas para recuperar el equilibrio. Dozer lo miró con un asco repentino. Nunca había visto que ningún ser humano fuera capaz de doblar su cuerpo de aquella manera, como no fuera prescindiendo de la columna vertebral. Lo importante era que había cambiado de dirección. Empezaba a avanzar hacia él, pero con la cabeza gacha, sin siquiera mirarlo.

—¡Así, eso es! ¡MUY BIEN! ¡VAMOS, VEN A POR MÍ, CABRONAZO!

Por dentro, consumido por la inquietud y el miedo, reía nerviosamente. Si le hubieran dicho hacía unos días que estaría atrayendo a un
caminante
hacia sí, habría pensado que ese alguien estaba completamente loco.

El
zombi
se acercaba lentamente, arrastrando el pie derecho, hasta que estuvo a suficiente distancia para distinguir sus rasgos. Era un muchacho joven, de facciones hermosas y cabello negro y rizado, que vestía unos sencillos vaqueros y un suéter de un verde sucio, apagado. En el pecho, de una manera discreta, tenía bordada la palabra «MARQVS». Su piel había adquirido un tono ligeramente ocre, como el cerumen viejo y reseco. Seguía avanzando sin mirar hacia delante, con la barbilla pegada al pecho. En ese instante, la cabeza se deslizó suavemente hacia la izquierda y se quedó allí, apoyada sobre el hombro.

Tiene el cuello roto. Ese cabrón tiene el cuello roto
.

—Eso es... —iba a añadir algo más, pero ahora que le había visto la cara, era incapaz de añadir los calificativos que había venido empleando. De alguna forma, casi podía imaginárselo con un tono de piel normal, cuando aún estaba vivo—. ¡Adelante, ven aquí!

El espectro recorrió los últimos metros y se detuvo. Había abierto la boca, lo que le confería una expresión de sorpresa bastante humana. Hacía un esfuerzo por mirar la bolsa donde Dozer estaba prisionero, que tenía la forma colgante de un testículo, y mientras lo hacía, los músculos de la frente subían y bajaban a intervalos irregulares, como una luz que hace mal contacto.

—¡Oye! ¡Eh, eh amigo! ¡Aquí, aquí arriba!

El
zombi
abrió la boca con un sonido húmedo, como un gorgoteo. Dozer lo miraba con cierta fascinación. Tenía la entrepierna oscurecida por una mancha húmeda. ¿No fue el doctor Rodríguez quien le explicó que, al morir, los líquidos tienden a irse al nivel más bajo?
Por eso suelen hincharse cuando se les deja tumbados mucho tiempo
, le dijo en alguna ocasión. Pensó en bilis sanguinolenta, escapando en finos hilachos, por el ano.

—Oye, ¡escúchame! Mira... ¿ves esto? Vamos... ¿puedes... puedes romperla?, ¿puedes romper esta cuerda?

Se sentía algo estúpido, pero en alguna parte de su interior pensaba que quizá podría conseguir introducir alguna idea básica en el cerebro muerto de aquella cáscara humana. Sabía que, en condiciones normales, aquel espectro sería capaz de roer la cuerda con sus dientes si con eso pudiera conseguir la presa. Lo haría durante días, si fuera necesario. Invertiría semanas, todo el tiempo del mundo, hasta que la cuerda cediera o sus dientes se desgastasen tanto que ya no fueran útiles. Y cuando eso hubiera fallado, arañaría los hilos uno por uno durante el doble de tiempo. Lo sabía con tanta certeza como que el sol sale por el este.

—¡Escucha, por Dios! MORDER... ¿vale? ¿Puedes morder, puedes ROMPER?

Pero el
zombi
no reaccionaba. Seguía allí, de pie, como un espectador mudo, hipnotizado por el vaivén de la bolsa.

Dozer resopló largamente. Se sacudió como había hecho ya muchas otras veces, presa de la impotencia, gritó y repitió las mismas palabras varias veces, pero no consiguió arrancar ninguna reacción de aquel pobre diablo. Era como si se hubiera desconectado, con la excepción de su hipnótica concentración en el movimiento de la jaula.

—Vale... ¡gracias por nada, Marcus de los cojones! —exclamó al fin, y dejó caer el peso de la cabeza contra el manillar. Le dolía mucho más cuando hacía eso, pero tenía el cuello agarrotado del esfuerzo y, a esas alturas, además, le importaba todo una mierda.

El frío empezó a arreciar tan pronto el sol se ocultó tras las montañas lejanas, una hora después. La oscuridad cayó entonces sobre el valle con una rapidez inesperada; difuminando los detalles y ocultándolos bajo una capa de un tono gris oscuro. Dozer canturreaba de nuevo, con un tono de voz suave, mientras el cable que sujetaba su jaula chirriaba agónicamente. Para entonces, tenía el cuerpo tan entumecido que hacer cualquier movimiento le traía oleadas de dolor.

Levantó otra vez el cuello (lo poco que las cuerdas trenzadas le permitían) para mirar a su compañero.

—Oye, colega... ¿qué se siente al estar muerto?

Como todas las otras veces, el espectro no se inmutó.

—¿Conoces algún buen restaurante por aquí?

Se pasó la lengua por los labios. La verdad es que el estómago empezaba a protestar otra vez, porque no había probado bocado desde por la mañana. Ojalá hubiera comido un poco más, pero nunca había sido de desayunar temprano; a esas horas tenía el estómago cerrado. Pensó en las provisiones que llevaba en la mochila, apretada contra su espalda, tan cerca y tan inalcanzable.

—¿Qué te pasó, Marcus? Diría que te rompiste el cuello, ¿eh? Eso sí que es mala pata. ¿Fue al huir de los
zombis
?

Crrrk. Crrrk
. La cuerda crujía con el suave, casi imperceptible vaivén.

—Pues es una suerte que no sean como en las películas. Allí siempre devoran a sus víctimas. Te habrían dejado listo. Claro que no sé para qué coño querría comer un
zombi
.

Su estómago protestó con un sonido quejumbroso.

—Si quisieras romper la cuerda —continuó Dozer—, podría darte un masaje, coño. Seguro que te alivia. Pero no quieres... pues que te den por el culo.

Lo miró de reojo mientras la figura, con los brazos crispados, desaparecía bajo un manto de oscuridad.

—Eres una puta decepción, socio —comentó mientras cerraba los ojos—. Te mandaría al sofá. Yo dormiré sobre mi moto, gracias.

Despertó a las dos y media, con un dolor lacerante en la cara. Al mover el cuello, pensó que iba a quebrársele, como el de su silencioso amigo. Había, no obstante, algo diferente. Algo que le había sacado de su sopor.

Era un sonido que lo llenaba todo, un sonido que al principio le pareció extraño y aberrante, pero luego identificó con rapidez. El ruido de un motor que crecía en intensidad.

Intentó enfocar, pese a la somnolencia, pero todo estaba bañado por la oscuridad. El cielo, cuajado de nubes, ocultaba la luz de la luna que perdía ya la forma redondeada y perfecta.

Dozer no podía decidir qué hacer, aunque sabía que tenía que decidirse rápidamente. Si una de sus teorías era cierta y se trataba de un cazador de seres humanos, tendría un problema. Pero si seguía allí colgado, abrazado a una moto de doscientos kilos con un
zombi
como única compañía, el problema tendría la misma resolución.

Pero si por el contrario el ruido del motor lo producía alguien que no tenía nada que ver con la trampa, entonces tenía una oportunidad.

—¡Eh!... —exclamó, aunque estaba congelado de frío y la voz se le quebró en la garganta. Carraspeó fuertemente y lo intentó de nuevo—. ¡Eh! ¡A... Aquí! ¡Ayuda!

Marcus dejó escapar un ruido escalofriante, aunque apenas podía verlo.

—¡Eh! ¡AYUDA!

De pronto, un fogonazo de luz amarillenta iluminó al espectro. Éste estaba (ahora lo veía) mirando hacia la fuente de la luz, ligeramente acuclillado y con los brazos extendidos, como un portero esperando un tiro de gol. La cabeza colgaba a un lado como de costumbre, pero había girado los ojos para concentrarse en lo que se le venía encima.

Eran dos focos, los focos delanteros de algún vehículo que rugía como una bestia mitológica.

Por fin, con un poderoso crujido de frenos, el misterioso vehículo se detuvo. Dozer no acertaba a ver de qué se trataba: sólo veía dos luceros, radiantes como dos soles en mitad de la noche, que le cegaban.

—¡Eh! —exclamó, aunque el miedo atenazaba su pecho y apenas si se oyó a sí mismo.

Marcus sonaba como un perro rabioso. Inesperadamente, se lanzó hacia las luces, saltando sobre sus pies como si los tuviera atados por los tobillos. Y casi al instante, sonó un disparo atronador, reverberante, y Marcus salió volando hacia atrás, recorrió un metro y cayó pesadamente al suelo. Allí se revolvió como si estuviera sacudido por espasmos incontrolables, el pecho convertido en un pavoroso charco de sangre y el suéter, con la palabra «MARQVS», destrozado y reducido a jirones.

Dozer pegó un grito, espoleado por la sorpresa.

Los siguientes segundos se le antojaron eternos. Una silueta grande y oscura se deslizó por delante del foco derecho, eclipsando toda la luz.

Y entonces escuchó una voz.

—¡Hijo de la gran chingada! —dijo ésta—. ¡No manches, tres en un mismo día!, pues qué hongo, ¿no?

Y Dozer, desconocedor de lo que se le venía encima, esbozó un burdo sucedáneo de sonrisa.

16. YO SÉ

—Por el amor de Dios... —dijo Abraham bajando la voz y mirando nerviosamente alrededor, como si temiera que alguien pudiera oírles—, ¿para qué quieren ustedes armas?

—Para ir a Granada —contestó Susana, ceñuda. Tenía los puños cerrados y los brazos extendidos hacia abajo. Estaban de pie junto a la línea amarilla que indicaba el fin de la zona civil, a pocos metros del lugar donde los soldados habían disparado a Jukkar.

—¿A... a Granada? —preguntó Abraham, balbuceante.

—Si no podemos hablar con ellos, si no podemos llegar a Aranda, tendremos que ir nosotros. Necesitamos esas medicinas, ¡o el finlandés morirá!

Abraham negó con la cabeza. Tenía la expresión de quien descubre que alguien en quien confiaba se ha vuelto loco, o peor, que siempre estuvo como un cencerro y no se había dado cuenta.

—¿Quieren ir a Granada a por medicamentos? —de pronto, un destello de luz cruzó su mente—. Oh... no me diga que... ¿ustedes también pueden caminar entre los muertos?

—¿Qué? —preguntó Susana—. ¡No, joder, no! ¿No ha entendido nada? Si pudiésemos hacer eso no estaríamos aquí intentando hablar con los soldados; ¡habría saltado el muro yo misma hace un buen rato!

—Escuche... —intervino José—, creo que podremos hacerlo. Creo. No sé cuántos
zombis
hay ahí fuera, pero con las armas adecuadas, podemos
intentarlo
al menos. No nos quedaremos aquí de brazos cruzados mientras la herida del finlandés empieza a oler a queso.

Abraham los miró, incapaz de decidir si estaba ante dos lunáticos o algún tipo de héroe que creía desaparecido de la faz de la tierra.

—¿Se han enfrentado a ellos alguna vez, acaso?, ¿los han visto actuar en grupo?, ¿saben de lo que son capaces?

—Amigo... —dijo Susana con voz cansada—, podríamos escribir un libro sobre eso.

José esbozó una amarga sonrisa.

Alba corría por el pequeño jardín que estaba situado enfrente del antiguo Parador, aunque ya no tuviera mucho aspecto de jardín. Los estanques rectangulares ya no contenían agua y los setos se habían secado; aparecían raquíticos y carentes de hojas en su mayor parte.

Isabel caminaba junto a Gabriel, viéndola correr con los brazos extendidos. Era lo que había estado esperando. La niña era demasiado pequeña para abordar ciertos temas, pero él parecía suficientemente mayor, y estaba segura de que había visto cosas, de todos modos, que hubieran hecho palidecer a cualquier adulto.

—No te preocupes por ese hombre —dijo Isabel sonriendo—. Se pondrá bien. Ha sido un accidente.

Gaby asintió, aunque sabía que «accidente» era un eufemismo para referirse a «intento de asesinato premeditado». Sabía que estaban en un sitio donde, por debajo de la realidad de las cosas, se entretejían las intrigas del complicado mundo de los adultos. Lo notaba en la base del cuello y en los poros de la piel.

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