Harry Potter. La colección completa (159 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Cuando, después de comer, él y Hermione llegaron a la puerta de la mazmorra de Snape, se encontraron a los de Slytherin que esperaban fuera, cada uno con una insignia bien grande en la pechera de la túnica. Por un momento, Harry tuvo la absurda idea de que eran insignias de la
P.E.D.D.O.
Luego vio que todas mostraban el mismo mensaje en caracteres luminosos rojos, que brillaban en el corredor subterráneo apenas iluminado:

Apoya a
CEDRIC DIGGORY
:
¡el
AUTÉNTICO
campeón de Hogwarts!

—¿Te gustan, Potter? —preguntó Malfoy en voz muy alta, cuando Harry se aproximó—. Y eso no es todo, ¡mira!

Apretó la insignia contra el pecho, y el mensaje desapareció para ser reemplazado por otro que emitía un resplandor verde:

POTTER APESTA

Los de Slytherin berrearon de risa. Todos apretaron su insignia hasta que el mensaje
POTTER APESTA
brilló intensamente por todos lados. Harry notó que se ponía rojo de furia.

—¡Ah, muy divertido! —le dijo Hermione a Pansy Parkinson y su grupo de chicas de Slytherin, que se reían más fuerte que nadie—. Derrocháis ingenio.

Ron estaba apoyado contra el muro con Dean y Seamus. No se rió, pero tampoco defendió a Harry.

—¿Quieres una, Granger? —le dijo Malfoy, ofreciéndosela—. Tengo montones. Pero con la condición de que no me toques la mano. Me la acabo de lavar y no quiero que una sangre sucia me la manche.

La ira que Harry había acumulado durante días y días pareció a punto de reventar un dique en su pecho. Antes de que se diera cuenta de lo que hacía había cogido la varita mágica. Todos los que estaban alrededor se apartaron y retrocedieron hacia el corredor.

—¡Harry! —le advirtió Hermione.

—Vamos, Potter —lo desafió Malfoy con tranquilidad, también sacando su varita—. Ahora no tienes a Moody para que te proteja. A ver si tienes lo que hay que tener...

Se miraron a los ojos durante una fracción de segundo, y luego, exactamente al mismo tiempo, ambos atacaron:


¡Furnunculus!
—gritó Harry.


¡Densaugeo!
—gritó Malfoy.

De las varitas salieron unos chorros de luz, que chocaron en el aire y rebotaron en ángulo. El conjuro de Harry le dio a Goyle en la cara, y el de Malfoy a Hermione. Goyle chilló y se llevó las manos a la nariz, donde le brotaban en aquel momento unos forúnculos grandes y feos. Hermione se tapaba la boca con gemidos de pavor.

—¡Hermione! —Ron se acercó a ella apresuradamente, para ver qué le pasaba.

Harry se volvió y vio a Ron que le retiraba a Hermione la mano de la cara. No fue una visión agradable. Los dos incisivos superiores de Hermione, que ya de por si eran más grandes de lo normal, crecían a una velocidad alarmante. Se parecía más y más a un castor conforme los dientes alargados pasaban el labio inferior hacia la barbilla. Los notó allí, horrorizada, y lanzó un grito de terror.

—¿A qué viene todo este ruido? —dijo una voz baja y apagada. Acababa de llegar Snape.

Los de Slytherin se explicaban a gritos. Snape apuntó a Malfoy con un largo dedo amarillo y le dijo:

—Explícalo tú.

—Potter me atacó, señor...

—¡Nos atacamos el uno al otro al mismo tiempo! —gritó Harry.

—... y le dio a Goyle. Mire...

Snape examinó a Goyle, cuya cara no hubiera estado fuera de lugar en un libro de setas venenosas.

—Ve a la enfermería, Goyle —indicó Snape con calma.

—¡Malfoy le dio a Hermione! —dijo Ron—. ¡Mire!

Obligó a Hermione a que le enseñara los dientes a Snape, porque ella hacía todo lo posible para taparlos con las manos, cosa bastante dificil dado que ya le pasaban del cuello de la camisa. Pansy Parkinson y las otras chicas de Slytherin se reían en silencio con grandes aspavientos, y señalaban a Hermione desde detrás de la espalda de Snape.

Snape miró a Hermione fríamente y luego dijo:

—No veo ninguna diferencia.

Hermione profirió un gemido y se le empañaron los ojos. Dando media vuelta, echó a correr por el corredor hasta perderse de vista.

Tal vez fue una suerte que Harry y Ron empezaran a gritar a Snape a la vez, y también que sus voces retumbaran en el corredor de piedra, porque con el alboroto le fue imposible entender lo que le decían exactamente. Pero captó la esencia.

—Muy bien —declaró con su voz más suave—. Cincuenta puntos menos para Gryffindor, y Weasley y Potter se quedarán castigados. Ahora entrad, o tendréis que quedaros castigados una semana entera.

A Harry le zumbaban los oídos. Era tal la injusticia cometida por Snape que sentía el impulso de cortarlo en mil pedazos. Pasó por delante de él, se dirigió con Ron hacia la parte de atrás de la mazmorra y arrojó violentamente la mochila en el pupitre. También Ron temblaba de cólera, y por un momento Harry creyó que todo iba a volver a ser entre ellos como antes. Pero entonces Ron se fue a sentar con Dean y Seamus, dejándolo solo en el pupitre. Al otro lado de la mazmorra, Malfoy le dio la espalda a Snape y apretó la insignia, sonriendo de satisfacción. La inscripción
POTTER APESTA
brilló en el aula.

La clase dio comienzo, y Harry clavó los ojos en Snape mientras imaginaba que le sucedían cosas horribles. Si hubiera sabido cómo hacer la maldición
cruciatus
... Snape se habría caído de espaldas al suelo y allí se habría quedado, sacudiéndose y retorciéndose como aquella araña...

—¡Antídotos! —dijo Snape, mirándolos a todos con sus fríos ojos negros de brillo desagradable—. Ahora debéis preparar vuestras recetas. Quiero que las elaboréis con mucho cuidado, y luego elegiremos a alguien en quien probarlas...

Los ojos de Snape se posaron en Harry, y éste comprendió lo que se avecinaba: Snape iba a envenenarlo. Harry se imaginó cogiendo el caldero, corriendo hasta el frente de la clase y volcándolo encima del grasiento pelo de Snape.

Pero entonces llamaron a la puerta de la mazmorra, y Harry despertó de sus ensoñaciones.

Era Colin Creevey. Entró en el aula, sonrió a Harry y fue hacia la mesa de Snape.

—¿Sí? —preguntó éste escuetamente.

—Disculpe, señor. Tengo que llevar a Harry Potter arriba.

Snape apuntó su ganchuda nariz hacia Colin y clavó los ojos en él. La sonrisa de Colin desapareció.

—A Potter le queda otra hora de Pociones —contestó Snape con frialdad—. Subirá cuando la clase haya acabado.

Colin se ruborizó.

—Señor..., el señor Bagman quiere que vaya —dijo muy nervioso—. Tienen que ir todos los campeones. Creo que les quieren hacer unas fotos...

Harry hubiera dado cualquier cosa por que Colin no hubiera dicho las últimas palabras. Se arriesgó a echar una ojeada a Ron, pero éste no quitaba la vista del techo.

—Muy bien, muy bien —replicó Snape con brusquedad—. Potter, deje aquí sus cosas. Quiero que vuelva luego para probar el antídoto.

—Disculpe, señor. Tiene que llevarse sus cosas —dijo Colin—. Todos los campeones...

—¡Muy bien! —lo cortó Snape—. ¡Potter, coja su mochila y salga de mi vista!

Harry se echó la bolsa al hombro, se levantó y se dirigió a la puerta. Al pasar por entre los pupitres de los de Slytherin, vio la inscripción
POTTER APESTA
brillando por todos lados.

—Es alucinante, ¿no, Harry? —comentó Colin en cuanto Harry cerró tras él la puerta de la mazmorra—. ¿No te parece? ¿Tú, campeón?

—Sí, realmente alucinante —repuso Harry con pesadumbre, encaminándose hacia la escalinata del vestíbulo—. ¿Para qué quieren las fotos, Colin?

—¡Creo que para
El Profeta
!

—Genial —dijo Harry con tristeza—. Justo lo que necesito. Más publicidad.

—¡Buena suerte! —le deseó Colin cuando llegaron.

Harry llamó a la puerta y entró.

Era un aula bastante pequeña. Habían retirado hacia el fondo la mayoría de los pupitres para dejar un amplio espacio en el medio, pero habían juntado tres de ellos delante de la pizarra, y los habían cubierto con terciopelo. Detrás de los pupitres habían colocado cinco sillas, y Ludo Bagman se hallaba sentado en una de ellas hablando con una bruja a quien Harry no conocía, que llevaba una túnica de color fucsia.

Como de costumbre, Viktor Krum estaba de pie en un rincón, sin hablar con nadie. Cedric y Fleur conversaban. Fleur parecía mucho más contenta de lo que la había visto Harry hasta el momento, y repetía su habitual gesto de sacudir la cabeza para que la luz arrancara reflejos a su largo pelo plateado. Un hombre barrigudo con una enorme cámara de fotos negra que echaba un poco de humo observaba a Fleur por el rabillo del ojo.

Bagman vio de pronto a Harry, se levantó rápidamente y avanzó como a saltos.

—¡Ah, aquí está! ¡El campeón número cuatro! Entra, Harry, entra... No hay de qué preocuparse: no es más que la ceremonia de comprobación de la varita. Los demás miembros del tribunal llegarán enseguida...

—¿Comprobación de la varita? —repitió Harry nervioso.

—Tenemos que comprobar que vuestras varitas se hallan en perfectas condiciones, que no dan ningún problema. Como sabes, son las herramientas más importantes con que vais a contar en las pruebas que tenéis por delante —explicó Bagman—. El experto está arriba en estos momentos, con Dumbledore. Luego habrá una pequeña sesión fotográfica. Esta es Rita Skeeter —añadió, señalando con un gesto a la bruja de la túnica de color fucsia—. Va a escribir para
El Profeta
un pequeño artículo sobre el Torneo.

—A lo mejor no tan pequeño, Ludo —apuntó Rita Skeeter mirando a Harry.

Tenía peinado el cabello en unos rizos muy elaborados y curiosamente rígidos que ofrecían un extraño contraste con su rostro de fuertes mandíbulas; llevaba unas gafas adornadas con piedras preciosas, y los gruesos dedos —que agarraban un bolso de piel de cocodrilo— terminaban en unas uñas de varios centímetros de longitud, pintadas de carmesí.

—Me pregunto si podría hablar un ratito con Harry antes de que empiece la ceremonia —le dijo a Bagman sin apartar los ojos de Harry—. El más joven de los campeones, ya sabes... Por darle un poco de gracia a la cosa.

—¡Por supuesto! —aceptó Bagman—. Es decir, si Harry no tiene inconveniente...

—Eh... —vaciló Harry.

—Divinamente —exclamó Rita Skeeter.

Sin perder un instante, sus dedos como garras cogieron a Harry por el brazo con sorprendente fuerza, lo volvieron a sacar del aula y abrieron una puerta cercana.

—Es mejor no quedarse ahí con todo ese ruido —explicó—. Veamos... ¡Ah, sí, este sitio es bonito y acogedor!

Era el armario de la limpieza. Harry la miró.

—Entra, cielo, está muy bien. Divinamente —repitió Rita Skeeter sentándose a duras penas en un cubo vuelto boca abajo. Empujó a Harry para que se sentara sobre una caja de cartón y cerró la puerta, con lo que quedaron a oscuras—. Veamos...

Abrió el bolso de piel de cocodrilo y sacó unas cuantas velas que encendió con un toque de la varita, y por arte de magia las dejó colgando en medio del aire para que iluminaran el armario.

—¿No te importa que use una pluma a vuelapluma, Harry? Me dejará más libre para hablar...

—¿Una qué? —preguntó Harry.

Rita Skeeter sonrió más pronunciadamente, y Harry contó tres dientes de oro. Volvió a coger el bolso de piel de cocodrilo y sacó de él una pluma de color verde amarillento y un rollo de pergamino que extendió entre ellos, sobre una caja de
Quitamanchas mágico multiusos de la señora Skower
. Se metió en la boca el plumín de la pluma verde amarillenta, la chupó por un momento con aparente fruición y luego la puso sobre el pergamino, donde se quedó balanceándose sobre la punta, temblando ligeramente.

—Probando: mi nombre es Rita Skeeter, periodista de
El Profeta
.

Harry bajó de inmediato la vista a la pluma. En cuanto Rita Skeeter empezó a hablar, la pluma se puso a escribir, deslizándose por la superficie del pergamino:

La atractiva rubia Rita Skeeter, de cuarenta y tres años, cuya despiadada pluma ha pinchado tantas reputaciones demasiado infladas...

—Divinamente —dijo Rita Skeeter una vez más.

Rasgó la parte superior del pergamino, la estrujó y se la metió en el bolso. Entonces se inclinó hacia Harry.

—Bien, Harry, ¿qué te decidió a entrar en el Torneo?

—Eh... —volvió a vacilar Harry, pero la pluma lo distraía. Aunque él no hablara, se deslizaba por el pergamino a toda velocidad, y en su recorrido Harry pudo distinguir una nueva frase:

Una terrible cicatriz, recuerdo del trágico pasado, desfigura el rostro por lo demás muy agradable de Harry Potter, cuyos ojos...

—No mires a la pluma, Harry —le dijo con firmeza Rita Skeeter. De mala gana, Harry la miró a ella—. Bien, ¿qué te decidió a participar en el Torneo?

—Yo no decidí participar —repuso Harry—. No sé cómo llegó mi nombre al cáliz de fuego. Yo no lo puse.

Rita Skeeter alzó una ceja muy perfilada.

—Vamos, Harry, no tengas miedo de verte metido en problemas. Ya sabemos todos que tú no deberías participar. Pero no te preocupes por eso: a nuestros lectores les gustan los rebeldes.

—Pero es que no fui yo —repitió Harry—. No sé quién...

—¿Qué te parecen las pruebas que tienes por delante? —lo interrumpió Rita Skeeter—. ¿Estás emocionado? ¿Nervioso?

—No he pensado realmente... Sí, supongo que estoy nervioso —reconoció Harry. La verdad es que mientras hablaba se le revolvían las tripas.

—En el pasado murieron algunos de los campeones, ¿no? —dijo Rita Skeeter—. ¿Has pensado en eso?

—Bueno, dicen que este año habrá mucha más seguridad —contestó Harry.

Entre ellos, la pluma recorría el pergamino a tal velocidad que parecía que estuviera patinando.

—Desde luego, tú te has enfrentado en otras ocasiones a la muerte, ¿no? —prosiguió Rita Skeeter, mirándolo atentamente—. ¿Cómo dirías que te ha afectado?

—Eh...

—¿Piensas que el trauma de tu pasado puede haberte empujado a probarte a ti mismo, a intentar estar a la altura de tu nombre? ¿Crees que tal vez te sentiste tentado de presentarte al Torneo de los tres magos porque...?

—Yo no me presenté —la cortó Harry, empezando a enfadarse.

—¿Recuerdas algo de tus padres?

—No.

—¿Cómo crees que se sentirían ellos si supieran que vas a competir en el Torneo de los tres magos? ¿Orgullosos?, ¿preocupados?, ¿enfadados?

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