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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (293 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Exacto —afirmó Dumbledore con tono amable.

—¿Usted organizó esto?

—Así es —confirmó Dumbledore.

—¿Reclutó a estos alumnos para…, para su ejército?

—Esta noche teníamos que celebrar la primera reunión —afirmó Dumbledore asintiendo con la cabeza—. Únicamente para preguntarles si les interesaría unirse a mí. Ahora me doy cuenta de que cometí un error al invitar a la señorita Edgecombe, por supuesto.

Marietta asintió. Fudge la miró, y luego volvió a mirar a Dumbledore inspirando profundamente.

—¡Entonces es cierto que ha estado conspirando contra mí! —chilló.

—En efecto —admitió Dumbledore con desenfado.


¡NO!
—gritó Harry. Kingsley le lanzó una mirada de advertencia y la profesora McGonagall abrió amenazadoramente los ojos, pero Harry acababa de comprender qué estaba a punto de hacer Dumbledore, y no podía permitirlo—. ¡No, profesor Dumbledore!

—Cállate, Harry, o me temo que tendré que hacerte salir de mi despacho —le advirtió el director sin alterarse.

—¡Sí, cállate, Potter! —rugió Fudge, que todavía se comía a Dumbledore con los ojos con una mezcla de deleite y horror—. Vaya, vaya, he venido a Hogwarts creyendo que iba a expulsar a Potter, y resulta que…

—Resulta que me detiene a mí —acabó la frase Dumbledore, sonriente—. Es como perder un
knut
y encontrar un galeón, ¿verdad?

—¡Weasley! —gritó Fudge temblando de placer—. Weasley, ¿lo ha apuntado todo, todo lo que Dumbledore ha dicho, su confesión? ¿Lo tiene todo?

—¡Sí, señor, creo que sí, señor! —contestó Percy con ímpetu. Tenía la nariz salpicada de tinta de lo rápido que había tomado las notas.

—¿Lo de que intentaba formar un ejército contra el Ministerio y que se proponía desestabilizarme?

—¡Sí, señor, lo tengo, sí! —confirmó Percy, y revisó sus notas con regocijo.

—Muy bien —dijo Fudge, radiante de alegría—, entonces haga una copia de sus notas, Weasley, y mándela cuanto antes a
El Profeta.
¡Si enviamos una lechuza rápida podrán publicarla en la edición de la mañana! —Percy salió a toda prisa del despacho y cerró la puerta tras él. Entonces el ministro se volvió hacia Dumbledore—. ¡Ahora lo escoltarán hasta el Ministerio, donde será formalmente acusado, y luego lo enviarán a Azkaban, donde permanecerá hasta el día del juicio!

—¡Ah, sí! —repuso el director sin alterarse—. Sí. Ya pensé que podíamos tropezamos con ese problema.

—¿Problema? —se extrañó Fudge, cuya voz todavía vibraba de alegría—. ¡Yo no veo ningún problema, Dumbledore!

—Pues bien —prosiguió éste como si se disculpara—, me temo que yo sí.

—¿Ah, sí?

—Verá, se trata únicamente de que parece engañarse usted pensando que voy a…, ¿cuál es la expresión?…, entregarme sin oponer resistencia. Eso es, me temo que no voy a entregarme sin oponer resistencia, Cornelius. No tengo ninguna intención de ser enviado a Azkaban. Podría fugarme de allí, por supuesto, pero qué pérdida de tiempo, y francamente, se me ocurren un montón de cosas que preferiría hacer en lugar de eso.

El rostro de la profesora Umbridge cada vez estaba más colorado; era como si se estuviera llenando de agua hirviendo. Fudge miró a Dumbledore con cara de tonto, como si acabaran de asestarle un porrazo y no pudiera creer del todo lo que había pasado. Emitió un ruidito ahogado y se volvió hacia Kingsley y hacia el individuo de pelo canoso, áspero y corto, que era el único de los que se hallaban en el despacho que había permanecido callado hasta entonces; este hombre le dedicó un gesto tranquilizador a Fudge y dio un paso adelante separándose de la pared. Harry vio que se llevaba disimuladamente una mano hacia un bolsillo.

—No seas necio, Dawlish —dijo Dumbledore con cordialidad—. Estoy seguro de que eres un excelente
auror
, pues creo recordar que sacaste «Extraordinario» en todos tus
ÉXTASIS
, pero si intentas… llevarme por la fuerza, tendré que hacerte daño.

El hombre que se llamaba Dawlish parpadeó como un tonto y volvió a mirar a Fudge, pero esta vez en busca de una señal sobre lo que debía hacer a continuación.

—Así que pretende enfrentarse a Dawlish, a Shacklebolt, a Dolores y a mí sin ayuda de nadie —dijo Fudge con desdén después de recuperarse—, ¿no es eso, Dumbledore?

—¡No, por las barbas de Merlín! —repuso el director, sonriente—. A menos que sea usted lo bastante estúpido para obligarme a hacerlo.

—¡No se enfrentará a ustedes sin ayuda de nadie! —intervino la profesora McGonagall en voz alta, y metió una mano dentro de su túnica.

—¡Ya lo creo, Minerva! —exclamó Dumbledore con vehemencia—. ¡Hogwarts la necesita!

—¡Basta de tonterías! —gritó Fudge, y sacó también su varita—. ¡Dawlish! ¡Shacklebolt! ¡Aprésenlo!

Un rayo de luz plateada recorrió la sala; se oyó una explosión, parecida a un disparo, y el suelo tembló; una mano cogió a Harry por el pescuezo y lo obligó a tumbarse en el suelo al mismo tiempo que estallaba un segundo destello de luz plateada; varios retratos gritaron,
Fawkes
chilló y una nube de polvo llenó el despacho. Harry, que estaba tosiendo, vio una oscura figura que caía al suelo con un fuerte estrépito ante él; se oyó un chillido y un topetazo, y alguien gritó «¡No!»; entonces se oyeron también otros sonidos: ruido de cristales rotos, un frenético correteo, un gruñido… y silencio.

Harry giró la cabeza con dificultad para saber quién era el que lo estaba estrangulando, y vio a la profesora McGonagall agachada a su lado; los había tirado al suelo a él y a Marietta para que no se hicieran daño. Todavía había polvo flotando en el aire, y les caía suavemente sobre la cabeza. Harry, que jadeaba un poco, distinguió una figura muy alta que avanzaba hacia ellos.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Dumbledore.

—¡Sí! —contestó la profesora McGonagall, que se puso en pie y levantó a Harry y a Marietta.

El polvo se estaba dispersando y entonces empezaron a observar el caos que se había producido en el despacho: la mesa de Dumbledore estaba volcada, así como las mesitas de patas delgadas, y los instrumentos plateados habían quedado hechos añicos. Fudge, Umbridge, Kingsley y Dawlish estaban tumbados, inmóviles, en el suelo.
Fawkes
, el fénix, volaba describiendo círculos sobre ellos y cantaba débilmente.

—Por desgracia, he tenido que alcanzar a Kingsley con el maleficio, porque de otro modo habría resultado sospechoso —dijo Dumbledore en voz baja—. Ha sido muy hábil al modificar la memoria de la señorita Edgecombe cuando todos miraban hacia otro lado. ¿Querrá darle las gracias de mi parte, Minerva? Bueno, no tardarán en despertar, y será mejor que no sepan que hemos podido comunicarnos. Debéis comportaros como si no hubiera pasado el tiempo, como si sólo hubieran caído al suelo un momento; ellos no recordarán…

—¿Adónde va a ir, Dumbledore? —le preguntó en un susurro la profesora McGonagall—. ¿A Grimmauld Place?

—No, no —respondió Dumbledore con una amarga sonrisa en los labios—. No me marcho para esconderme. Fudge pronto lamentará haberme echado de Hogwarts, se lo prometo.

—Profesor Dumbledore… —dijo Harry.

No sabía por dónde empezar: si por decirle cuánto sentía haber organizado el
ED
y haber causado tantos problemas, o por cómo lamentaba que tuviera que marcharse para evitar que lo expulsaran a él. Pero Dumbledore se le adelantó antes de que pudiera decirle nada.

—Escúchame bien, Harry —dijo con urgencia—. Debes estudiar Oclumancia con todo tu empeño, ¿entendido? Haz lo que te diga el profesor Snape, y practica todas las noches antes de dormir para que puedas cerrar tu mente a esos malos sueños. Pronto entenderás por qué, pero debes prometerme… —Dawlish empezaba a moverse. Entonces Dumbledore agarró a Harry por una muñeca—. Recuerda, cierra tu mente… —Pero cuando los dedos del director sujetaron la muñeca de Harry, éste notó una punzada de dolor en la cicatriz de la frente y volvió a sentir aquel terrible deseo de atacarlo, de morderlo, de herirlo—. Pronto lo entenderás —susurró Dumbledore.

En ese momento
Fawkes
trazó un último círculo por el despacho y descendió sobre el director. Dumbledore soltó a Harry, levantó una mano y asió la larga y dorada cola del fénix. Se produjo un fogonazo y ambos desaparecieron.

—¿Dónde está? —bramó Fudge incorporándose—. ¡¿Dónde está?!

—¡No lo sé! —gritó Kingsley, y se levantó del suelo.

—¡No puede haberse desaparecido! —gritó la profesora Umbridge—. ¡Nadie puede aparecerse ni desaparecerse dentro del recinto del colegio!

—¡La escalera! —gritó Dawlish, y se precipitó hacia la puerta; la abrió y salió por ella, seguido de cerca por Kingsley y la profesora Umbridge.

Fudge titubeó, aunque luego se puso lentamente en pie y se quitó el polvo de la ropa. Hubo un largo y tenso silencio.

—Bueno, Minerva —dijo el ministro con crueldad, alisándose la manga de la camisa que se le había roto—, me temo que éste es el fin de su amigo Dumbledore.

—¿Eso cree? —replicó con desprecio la profesora McGonagall.

Fudge fingió no haberla oído y echó un vistazo al destrozado despacho. Unos cuantos retratos lo abuchearon; uno o dos hasta le hicieron gestos groseros.

—Será mejor que lleve a esos dos a la cama —aconsejó Fudge dirigiéndose de nuevo a la profesora McGonagall, y señaló con la cabeza a Harry y Marietta.

La profesora no respondió nada, pero los guió hacia la puerta. Cuando ésta se cerró tras ellos, Harry oyó la voz de Phineas Nigellus, que decía:

—¿Sabe qué le digo, señor ministro? Discrepo de Dumbledore en muchos aspectos, pero no podrá negar que tiene clase…

28
El peor recuerdo de Snape

POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA

Dolores Jane Umbridge (Suma Inquisidora) sustituye a Albus Dumbledore como director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Esta orden se ajusta al Decreto de Enseñanza n.°28.

Firmado:

Cornelius Oswald Fudge
ministro de Magia

Los carteles habían aparecido en el colegio durante la noche, pero eso no explicaba cómo era posible que todo el mundo, sin exceptuar a nadie en el castillo, supiera que Dumbledore había burlado a dos
aurores
, a la Suma Inquisidora, al ministro de Magia y a su asistente júnior, y había escapado. Fuera a donde fuese, Harry comprobaba que el único tema de conversación era la huida de Dumbledore, y pese a que algunos de los detalles se habían modificado al volverlos a contar (Harry oyó cómo una alumna de segundo le aseguraba a otra que Fudge estaba ingresado en el Hospital San Mungo con una calabaza por cabeza), resultaba sorprendente lo preciso que era el resto de la información que tenían. Todos sabían, por ejemplo, que Harry y Marietta habían sido los únicos estudiantes que habían presenciado la escena en el despacho de Dumbledore, pero como Marietta estaba en la enfermería, Harry se vio asediado por sus compañeros, que le pedían un relato de primera mano.

—Dumbledore no tardará en volver —aseguró Ernie Macmillan con aplomo cuando regresaban de Herbología, tras escuchar atentamente la historia de Harry—. Cuando estábamos en segundo, no consiguieron alejarlo de aquí mucho tiempo, y esta vez tampoco lo conseguirán. El Fraile Gordo me ha dicho —adoptó un tono confidencial y bajó la voz, de modo que Harry, Ron y Hermione tuvieron que acercarse más a él para oírlo— que anoche la profesora Umbridge trató de entrar en el despacho del director después de buscar a Dumbledore por todos los rincones del castillo y los jardines. Pero la gárgola no se apartó de la puerta. El despacho se había cerrado para impedirle la entrada. —Ernie sonrió con suficiencia—. Por lo visto, le dio un berrinche de miedo.

—Seguro que le habría encantado sentarse en el despacho del director —dijo Hermione con rabia mientras subían la escalera de piedra hacia el vestíbulo—. No soporto la prepotencia con que trata a los demás profesores, la muy estúpida, engreída y arrogante…

—A ver, Granger, ¿cómo termina esa frase? —Draco Malfoy salió deslizándose por detrás de la puerta, seguido de Crabbe y Goyle. La malicia iluminaba su pálido y anguloso rostro—. Me temo que tendré que descontar unos cuantos puntos a Gryffindor y a Hufflepuff —sentenció arrastrando las palabras.

—Los prefectos no pueden quitarles puntos a sus colegas, Malfoy —saltó Ernie de inmediato.

—Ya sé que los prefectos no pueden descontarse puntos unos a otros —dijo Malfoy desdeñosamente. Crabbe y Goyle rieron por lo bajo—. Pero los miembros de la Brigada Inquisitorial…

—¡¿La qué?! —exclamó Hermione con aspereza.

—La Brigada Inquisitorial, Granger —repitió Malfoy, y señaló una «B» y una «I» diminutas y plateadas que llevaba en la túnica, debajo de la insignia de prefecto—. Un selecto grupo de estudiantes que apoyan al Ministerio de Magia, cuidadosamente seleccionados por la profesora Umbridge. Los miembros de la Brigada Inquisitorial tienen autoridad para descontar puntos. Así que, Granger, a ti te voy a quitar cinco por hacer comentarios groseros sobre nuestra nueva directora. Macmillan, cinco puntos menos por llevarme la contraria. Y a ti otros cinco porque me caes mal, Potter. Weasley, llevas la camisa fuera de los pantalones, tendré que quitarte cinco puntos por eso. Ah, sí, se me olvidaba, eres una sangre sucia, Granger: diez puntos menos.

Ron sacó su varita mágica, pero Hermione lo apartó y susurró:

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