Harry Potter. La colección completa (352 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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De repente Harry notó mucho calor en el Gran Comedor, pese a que el cielo todavía se veía frío y lluvioso.

—Además, fuiste víctima de la persecución del ministerio, que intentó demostrar por todos los medios que eras un desequilibrado y un mentiroso, y aún conservas en la mano las señales que te hiciste escribiendo con tu propia sangre durante los castigos que te imponía aquella horrible mujer. Pero, pese a todo, te mantuviste firme en tu versión…

—Yo todavía tengo las marcas que me hicieron aquellos cerebros en el ministerio cuando me agarraron, mira —terció Ron arremangándose la túnica.

—Y por si fuera poco, este verano has crecido más de un palmo —concluyó Hermione haciendo caso omiso de Ron.

—Yo también soy alto —adujo Ron a la desesperada.

En ese momento llegaron las lechuzas del correo, y al entrar por las ventanas salpicaron gotas de lluvia por todas partes. La mayoría de los alumnos recibía más correo de lo habitual porque los padres, preocupados, querían saber cómo les iba a sus hijos y, asimismo, tranquilizarlos respecto a que en casa todos seguían bien. Harry no había recibido ninguna carta desde el inicio del curso; la única persona que se había carteado con él con regularidad estaba muerta. Había pensado que quizá Lupin le escribiría de vez en cuando, pero de momento no lo había hecho. Por eso se llevó una sorpresa al ver a
Hedwig
, su lechuza blanca, describir círculos entre una nube de lechuzas marrones y grises; el ave aterrizó delante de él portando un gran paquete cuadrado. Poco después, otro paquete idéntico aterrizó delante de Ron, traído por su pequeña y agotada lechuza,
Pigwidgeon
.

—¡Aja! —exclamó Harry al desenvolver el suyo y encontrar un ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
nuevecito, recién llegado de Flourish y Blotts.

—Mira qué bien —comentó Hermione, encantada—. Ahora podrás devolver ese libro garabateado.

—Ni hablar —repuso Harry—. Me lo quedaré. Ya verás, lo he estado pensando y…

Sacó el viejo ejemplar del Príncipe Mestizo de su mochila y tocó la cubierta con la varita al tiempo que murmuraba: «
¡Diffindo!
» La cubierta se separó del libro. Acto seguido repitió la operación con el libro nuevo ante la escandalizada mirada de Hermione. Luego intercambió las cubiertas, les dio unos toques y dijo: «
¡Reparo!
»

Ante ellos tenían el ejemplar del príncipe, disfrazado de libro nuevo, y el que acababa de llegar de Flourish y Blotts, convertido en un libro de segunda mano.

—A Slughorn le devolveré el nuevo con la cubierta vieja. No puede quejarse, me ha costado nueve galeones.

Hermione apretó los labios y se enfurruñó, pero la distrajo una tercera lechuza que aterrizó delante de ella con
El Profeta
de ese día. Lo extendió rápidamente y leyó la primera plana.

—¿Ha muerto alguien que conozcamos? —preguntó Ron con ligereza. Formulaba la misma pregunta con el mismo tono cada vez que Hermione abría el periódico.

—No, pero ha habido más ataques de
dementores
. Y una detención.

—Me alegro. ¿A quién han detenido? —preguntó Harry, pensando en Bellatrix Lestrange.

—A Stan Shunpike —contestó Hermione.

—¿Qué? —se extrañó el muchacho.

—«Stanley Shunpike, el cobrador del autobús noctámbulo (el popular vehículo), ha sido detenido como sospechoso de ser
mortífago
. El señor Shunpike, de veintiún años, fue detenido a última hora de anoche tras una redada en su casa de Clapham…»

—¿Que Stan Shunpike es un
mortífago
? —se asombró Harry, recordando al joven lleno de acné que había conocido tres años atrás—. ¡No puede ser!

—Quizá esté bajo una maldición
imperius
—sugirió Ron—. Nunca se sabe.

—No lo parece —discrepó Hermione, que seguía leyendo—. Aquí dice que lo detuvieron porque en un pub lo oyeron hablar acerca de los planes secretos de los
mortífagos
. —Levantó la cabeza y miró a sus amigos con ceño—. Si hubiera estado bajo una maldición
imperius
no se habría puesto a cotillear sobre esos planes, ¿no os parece?

—Quizá intentaba aparentar que sabía más cosas de las que en realidad sabía —argumentó Ron—. ¿No era él quien aseguraba que iban a nombrarlo ministro de Magia cuando pretendía ligar con aquellas
veelas
?

—Sí, era él —afirmó Harry—. No sé a qué juegan, mira que tomarse en serio a Stan…

—Supongo que pretenden demostrar a la comunidad mágica que son eficaces —discurrió Hermione—. La gente está muerta de miedo. ¿Sabíais que los padres de las gemelas Patil quieren llevárselas a casa? ¿Y que Eloise Midgeon ya se ha marchado? Su padre vino a recogerla anoche.

—¡Qué dices! —se extrañó Ron mirándola con los ojos como platos—. ¡Pero si en Hogwarts están mucho más seguros que en sus casas! Aquí hay
aurores
y un montón de hechizos protectores nuevos. ¡Y tenernos a Dumbledore!

—Me parece que a él no lo tenemos las veinticuatro horas del día —repuso Hermione bajando la voz, y miró hacia la mesa de los profesores por encima del periódico—. ¿No os habéis fijado? La semana pasada su asiento estuvo vacío tan a menudo como el de Hagrid.

Harry y Ron miraron también y comprobaron que, en efecto, la silla del director estaba vacía. Entonces Harry reparó en que no había visto a Dumbledore desde su clase particular con él, la semana anterior.

—Creo que se ha marchado del colegio para hacer algo con la Orden —murmuró Hermione—. No sé… La situación parece grave, ¿no?

Ni Harry ni Ron contestaron, pero todos coincidían en ese punto. El día anterior habían vivido una experiencia terrible: Hannah Abbott había tenido que salir de la clase de Herbología para recibir la triste noticia de que habían encontrado muerta a su madre. Desde entonces no habían vuelto a verla.

Cinco minutos más tarde, cuando se dirigían al campo de
quidditch
, se cruzaron con Lavender Brown y Parvati Patil. Sabiendo que los padres de las gemelas Patil querían llevárselas de Hogwarts, a Harry no le extrañó que las dos íntimas amigas estuvieran diciéndose cosas al oído con cara de aflicción. Lo que sí le sorprendió fue que cuando las chicas vieron a Ron, Parvati le dio un codazo a Lavender, que volvió la cabeza y le dedicó al chico una sonrisa radiante. Ron parpadeó y luego, titubeante, le devolvió la sonrisa. De inmediato los andares del chico se volvieron presuntuosos. Harry resistió la tentación de reírse al recordar que Ron también se había aguantado la risa cuando se enteró de que Malfoy le había roto la nariz; Hermione, en cambio, se mostró indiferente y distante hasta que llegaron al estadio después de caminar bajo la fría y neblinosa llovizna. Una vez allí, fue a buscar un asiento en las gradas sin desearle buena suerte a Ron.

Como Harry preveía, las pruebas duraron toda la mañana. Se había presentado la mitad de la casa de Gryffindor: desde nerviosos alumnos de primer año aferrados a escobas viejas del colegio, hasta alumnos de séptimo mucho más altos que el resto y que mostraban una actitud intimidante. Entre éstos se hallaba un chico de elevada estatura y cabello crespo a quien Harry había visto en el expreso de Hogwarts.

—Nos conocimos en el tren, en el compartimiento del viejo Sluggy —dijo el muchacho con aplomo, apartándose del grupo para estrecharle la mano—. Cormac McLaggen, guardián.

—El año pasado no te presentaste a las pruebas, ¿verdad? —comentó Harry, fijándose en su corpulencia y pensando que, seguramente, taparía los tres aros de gol sin siquiera moverse.

—Pues no; estaba en la enfermería cuando se celebraron —explicó con cierta chulería—. Perdí una apuesta y me comí medio kilo de huevos de
doxy
.

—Ya —dijo Harry—. Bueno, si quieres esperar allí… —Señaló el borde del campo, cerca de donde estaba sentada Hermione, y le pareció detectar una pizca de irritación en la cara de McLaggen. ¿Acaso el chico esperaba un trato preferente por el hecho de que ambos eran alumnos predilectos del «viejo Sluggy»?

Decidió empezar con una prueba elemental: pidió a los aspirantes a entrar en el equipo que se repartieran en grupos de diez y dieran una vuelta al campo montados en sus escobas. Fue una decisión acertada porque los diez primeros eran alumnos de primer año, y saltaba a la vista que volaban por primera vez, o casi. Sólo uno consiguió mantenerse en el aire más de unos segundos, y se llevó una sorpresa tan grande que se estrelló contra uno de los postes de gol.

El segundo grupo lo formaban diez de las niñas más tontas que Harry había conocido jamás. Cuando él hizo sonar el silbato, se limitaron a echarse a reír abrazadas unas a otras. Romilda Vane estaba entre ellas. Harry les mandó salir del campo y ellas, muy risueñas, fueron a sentarse en las gradas, donde no hicieron otra cosa que molestar a los demás.

El tercer grupo protagonizó un choque en cadena cuando todavía no había terminado la vuelta al campo. En cuanto al cuarto grupo, la mayoría de sus integrantes se había presentado sin escoba, y los del quinto eran de Hufflepuff.

—¡Si hay aquí alguien más que no sea de Gryffindor —ordenó Harry, que empezaba a perder la paciencia—, que se vaya ahora mismo, por favor!

Tras una pausa, un par de alumnos de Ravenclaw salieron corriendo del campo, riendo a carcajadas.

Después de dos horas, muchas quejas y varios berrinches (uno de ellos relacionado con una Cometa 260 y varios dientes rotos), Harry disponía de tres cazadoras: Katie Bell, que conservaba su puesto en el equipo tras una gran exhibición; Demelza Robins, un nuevo fichaje que tenía una habilidad especial para esquivar las
bludgers
, y Ginny Weasley, que había volado mejor que nadie y, además, había marcado diecisiete tantos. A pesar de que estaba muy contento con sus nuevas cazadoras, Harry se había quedado afónico de tanto discutir con los que no estaban de acuerdo con su elección, y en ese momento libraba una batalla parecida con los golpeadores rechazados.

—¡Es mi última palabra, y si no os apartáis ahora mismo para que pasen los guardianes, os echo un maleficio! —les advirtió.

Ninguno de los golpeadores elegidos tenía el estilo de Fred ni George, pero aun así estaba bastante satisfecho con ellos: Jimmy Peakes, un alumno de tercero, bajito pero ancho de hombros, que le había hecho un enorme chichón en la cabeza a Harry con una
bludger
golpeada con muy mala uva, y Ritchie Coote, que parecía enclenque pero tenía buena puntería. Los dos golpeadores se unieron a Katie, Demelza y Ginny en las gradas para ver la selección del último miembro del equipo.

Harry había dejado la elección del guardián para el final porque creía que el estadio se habría vaciado y así los aspirantes no se sentirían tan presionados. Pero, por desgracia, todos los jugadores rechazados y los numerosos curiosos que acudían después de un prolongado desayuno se habían unido al público, de modo que había más gente que antes. Cada vez que un guardián volaba delante de los aros de gol, una parte de los espectadores lo aplaudía y la otra lo abucheaba. Harry buscó con la mirada a Ron, a quien siempre lo habían traicionado los nervios; confiaba en que tras haber ganado el último partido del curso pasado se habría curado, pero por lo visto no era el caso, porque Ron se había puesto verde.

Ninguno de los cinco primeros aspirantes paró más de dos lanzamientos. Para desesperación de Harry, Cormac McLaggen detuvo cuatro de los cinco penaltis. Sin embargo, en el último se lanzó en la dirección equivocada; el público rió y lo abucheó, y él bajó a tierra haciendo rechinar los dientes.

Cuando se montó en su Barredora 11, Ron parecía al borde del desmayo.

—¡Buena suerte! —le gritó alguien desde las gradas.

Harry miró esperando ver a Hermione, pero se trataba de Lavender Brown. A él también le habría gustado taparse la cara con las manos como hizo ella un momento después, pero pensó que, como capitán, debía demostrar temple, así que se volvió, dispuesto a ver la actuación de Ron.

Pero su aprensión no estaba justificada: Ron paró cinco penaltis seguidos. Harry, tan contento como sorprendido, tuvo que esforzarse por no unirse a los gritos de júbilo del público. Se volvió hacia McLaggen para decirle que lo sentía pero que Ron le había ganado, y se encontró con la enrojecida cara de McLaggen a escasos centímetros de la suya. Harry retrocedió un paso.

—La hermana de Ron ha hecho trampa —espetó McLaggen; en la sien le palpitaba una vena como la que Harry había visto latir tantas veces en la sien de tío Vernon—. Se lo ha puesto facilísimo.

—Te equivocas —replicó Harry con frialdad—. Tuvo que esforzarse a tope.

McLaggen dio un paso hacia Harry, que esta vez no se arredró.

—Déjame intentarlo otra vez.

—Ni hablar —se plantó Harry—. Ya has tenido tu oportunidad. Has parado cuatro y Ron ha parado cinco. Así que él se queda de guardián: se lo ha ganado a pulso. Apártate.

Por un instante creyó que McLaggen iba a darle un puñetazo, pero éste se contentó con hacer una desagradable mueca y se marchó hecho un basilisco, murmurando vagas amenazas.

Harry se dio la vuelta. Su nuevo equipo lo miraba sonriente.

—Os felicito —dijo con voz ronca—. Habéis volado muy bien…

—¡Has estado fenomenal, Ron!

Esa vez sí era Hermione, que bajaba corriendo de las gradas; Harry vio que Lavender se marchaba del campo cogida del brazo de Parvati, con cara de mal humor. Ron parecía muy satisfecho consigo mismo, e incluso más alto de lo normal, y sonreía de oreja a oreja.

Concretaron el primer entrenamiento para el siguiente jueves, y a continuación Harry, Ron y Hermione se despidieron de todos y se dirigieron a la cabaña de Hagrid. Por fin había dejado de lloviznar, y un sol tenue intentaba atravesar las nubes. Harry estaba hambriento, pero confiaba en que hubiera algo para comer en casa de Hagrid.

—Creí que no podría parar el cuarto penalti —iba diciendo Ron alegremente—. El lanzamiento de Demelza fue peliagudo, ¿os habéis fijado? Llevaba un efecto…

—Sí, sí, has estado sensacional —repuso Hermione, risueña.

—Al menos lo he hecho mejor que McLaggen —se ufanó el chico—. ¿Habéis visto cómo se lanzó en la dirección opuesta en el quinto penalti? Parecía presa de un encantamiento
confundus

Harry advirtió que Hermione se sonrojaba al oír esas palabras. Ron no se dio cuenta de nada: estaba demasiado entusiasmado describiendo con todo detalle cada uno de los penaltis que había detenido.

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