Harry Potter. La colección completa (359 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Durante el resto de la clase no volvió a mencionarse la fiesta de Slughorn.

Harry observó con atención a sus dos amigos las semanas siguientes, pero ni Ron ni Hermione se comportaban de forma diferente, aunque sí se mostraban un poco más educados de lo habitual el uno con el otro. Harry supuso que tendría que esperar y ver qué ocurría la noche de la fiesta, cuando estuvieran bajo los efectos de la cerveza de mantequilla en la habitación en penumbra de Slughorn. Mientras tanto, él tenía problemas más urgentes que atender.

Katie Bell seguía ingresada en el Hospital San Mungo y no parecía que fueran a darle el alta pronto, y eso significaba que al prometedor equipo de Gryffindor que Harry entrenaba con tanto esmero desde septiembre le faltaba un cazador. Él aplazaba el momento de sustituir a Katie con la esperanza de que se reincorporara al equipo, pero faltaba poco para el primer partido contra Slytherin, y finalmente tuvo que aceptar que ella no volvería a tiempo para jugar.

Sin embargo, no se veía capaz de soportar otras pruebas de selección como las primeras. Así pues, con un sentimiento de desazón que tenía poco que ver con el
quidditch
, un día abordó a Dean Thomas después de la clase de Transformaciones. La mayoría de los alumnos ya se había marchado, aunque todavía quedaban algunos canarios zumbando y gorjeando por el aula, todos obra de Hermione (nadie más había conseguido hacer aparecer de la nada ni una pluma).

—¿Todavía te interesa jugar de cazador?

—¿Qué? ¡Pues claro! —exclamó Dean, emocionado.

Seamus Finnigan, que estaba detrás de Dean, metió sus libros en la mochila con cara de enfado. Una de las razones por las que Harry habría preferido no pedirle a Dean que jugara era porque sabía que a Seamus no le haría ninguna gracia. Pero su obligación era pensar en lo mejor para el equipo, y Dean había volado mejor que Seamus en las pruebas.

—Pues quedas convocado —dijo—. Esta noche hay entrenamiento a las siete en punto.

—Vale. ¡Gracias, Harry! ¡Ostras, voy a contárselo a Ginny!

Salió a toda prisa del aula y Harry y Seamus se quedaron solos; fue un momento embarazoso, y para colmo, uno de los canarios de Hermione pasó volando y soltó un excremento que cayó en la cabeza de Seamus.

Finnigan no fue el único que se sintió contrariado por la elección del sustituto de Katie. En la sala común se murmuró mucho sobre que Harry hubiera elegido a dos de sus compañeros de curso para jugar en el equipo; pero a él, que había sido blanco de murmuraciones mucho peores desde que empezara sus estudios en Hogwarts, no le importó demasiado. No obstante, se sentía muy presionado para ganar el inminente partido contra Slytherin. Si Gryffindor se alzaba con la victoria, sus compañeros de casa olvidarían que lo habían criticado y jurarían que siempre habían creído a pies juntillas en su equipo. En cambio, si perdían…

«Bueno, he soportado cosas peores», pensó con ironía.

Esa noche, después de ver volar a Dean, se le pasaron todas las dudas acerca de su elección: Dean encajaba muy bien con Ginny y Demelza, y los golpeadores, Peakes y Coote, estaban progresando mucho. El único problema era Ron. Harry sabía que su amigo era un jugador inconstante cuyo punto débil eran los nervios y la falta de confianza, y por desgracia, la cercanía del primer partido de la temporada había sacado a la superficie sus antiguas inseguridades. Acababa de encajar media docena de goles, la mayoría de ellos marcados por Ginny, y sus movimientos parecían cada vez más desesperados y torpes, hasta que al final le pegó un puñetazo en la boca a Demelza Robins cuando ésta intentaba colocarse de cara al gol.

—¡Ha sido un accidente! ¡Lo siento muchísimo, Demelza! —se excusó Ron mientras ella, con el labio sangrando, descendía en zigzag hasta el suelo—. Es que…

—¡Te has dejado dominar por el pánico! —le reprochó Ginny, furiosa. Aterrizó al lado de Demelza y le examinó el hinchado labio—. ¡Eres un idiota, Ron! ¡Mira cómo la has dejado!

—Ya se lo arreglo yo —dijo Harry, posándose junto a las dos chicas; apuntó con su varita a la boca de Demelza y exclamó—:
¡Episkeyo!
—Luego añadió—: Y no llames idiota a Ron, Ginny. Tú no eres la capitana del equipo.

—Ya, pero como tú parecías demasiado ocupado para llamarle idiota, me pareció oportuno…

Harry contuvo la risa.

—A vuestras escobas. ¡Todos arriba!

Fue uno de los peores entrenamientos del curso. No obstante, Harry pensó que decir las cosas con tanta sinceridad no era la mejor táctica, faltando tan poco para el partido.

—Buen trabajo, chicos. Creo que aplastaremos a Slytherin —los felicitó con convicción.

Los cazadores y los golpeadores salieron del vestuario bastante satisfechos consigo mismos.

—He jugado como un saco de estiércol de dragón —dijo Ron, alicaído, cuando la puerta se cerró detrás de Ginny.

—Eso no es verdad —replicó Harry—. Eres el mejor guardián de todos los que se presentaron a la prueba. Tu único problema son los nervios.

Siguió animándolo mientras regresaban al castillo, y cuando llegaron al segundo piso Ron parecía un poco más alegre. Sin embargo, cuando Harry apartó el tapiz para tomar el atajo por el que solían ir a la torre de Gryffindor, los dos amigos encontraron a Dean y Ginny abrazados y besándose apasionadamente, como si los hubieran pegado con cola.

Harry sintió que algo enorme y con escamas cobraba vida en su estómago y le arañaba las entrañas; fue como si un chorro de sangre muy caliente le inundara el cerebro, le borrara todos los pensamientos y los sustituyera por un acuciante impulso de hacerle un embrujo a Dean y convertirlo en jalea. Mientras se debatía con esa repentina locura, oyó la voz de Ron, aunque le sonó como si su amigo estuviese muy lejos de allí.

—¡Eh, eh!

Dean y Ginny se separaron y volvieron las cabezas.

—¿Qué pasa? —preguntó Ginny.

—¡No quiero volver a ver a mi hermana besuqueándose con un tío en público!

—¡Este pasillo estaba vacío antes de que vinieses a meter tus entrometidas narices! —le espetó Ginny.

Dean no sabía dónde esconderse. Le lanzó a Harry una tímida sonrisa que éste no le devolvió; el monstruo que acababa de nacer en su interior bramaba exigiendo la inmediata destitución de Dean del equipo.

—Hum… Vamos, Ginny… —dijo Dean—. Volvamos a la sala común…

—¡Ve tú! —le soltó ella—. Yo tengo que hablar con mi querido hermano.

Dean se marchó, aliviado de poder abandonar aquel escenario.

—Mira, Ron —dijo Ginny apartándose el largo y pelirrojo cabello de la cara y fulminando con la mirada a su hermano—, vamos a aclarar esto de una vez por todas. No es asunto tuyo con quién salgo ni lo que hago…

—¡Claro que es asunto mío! —replicó él, igual de furioso—. ¿Crees que me gusta que la gente diga que mi hermana es una…?

—¿Una qué? —gritó Ginny, y sacó su varita—. ¿Una qué, Ron? ¿Qué ibas a decir?

—No iba a decir nada, Ginny —terció Harry, apaciguador, pese a que el monstruo corroboraba con sus rugidos las palabras de Ron.

—¡Claro que sí! —le espetó ella con rabia—. Que él nunca se haya besado con nadie, o que el mejor beso que jamás le han dado sea de nuestra tía Muriel…

—¡Cierra el pico! —bramó Ron, su rostro virando del rojo al granate.

—¡No me da la gana! —chilló Ginny fuera de sí—. Ya te he visto con
Flegggrrr
. Te mueres de ganas de que te dé un beso en la mejilla cada vez que la ves. ¡Es penoso! ¡Si salieras un poco por ahí y besaras a unas cuantas chicas, no te molestaría tanto lo que hacen los demás!

Ron también había sacado su varita y Harry se interpuso rápidamente.

—¡No sabes lo que dices! —gritó Ron intentando apuntar, para lo cual tenía que esquivar a Harry, que se había puesto delante de Ginny con los brazos abiertos—. ¡Que no lo haga en público no significa…!

Su hermana soltó una carcajada desdeñosa y trató de apartar a Harry.

—¿Con quién te has besado? ¿Con
Pigwidgeon
? ¿O tienes una fotografía de tía Muriel debajo de la almohada?

—Eres una…

Un rayo de luz anaranjada pasó bajo el brazo izquierdo de Harry y estuvo a punto de darle a Ginny; Harry empujó a Ron contra la pared.

—No seas estúpido…

—¡Harry se besaba con Cho Chang! —gritó Ginny—. ¡Y Hermione se besaba con Viktor Krum! ¡El único que se comporta como si eso fuera algo malo eres tú, Ron, y es porque tienes menos experiencia que un crío de doce años!

Y sin más se marchó hecha una furia, pero conteniendo el llanto. Harry soltó a Ron, cuya mirada despedía un brillo asesino. Los dos amigos se quedaron allí de pie, resoplando, hasta que la
Señora Norris
—la gata de Filch— apareció por una esquina, lo cual aligeró la tensión.

—¡Vámonos! —dijo Harry al oír acercarse los pasos del conserje.

Subieron a toda prisa la escalera y recorrieron el pasillo del séptimo piso.

—¡Eh, tú! ¡Aparta! —le gruñó Ron a una niña, que se sobresaltó y dejó caer una botella de huevos de sapo.

Harry apenas oyó el ruido de cristales rotos; se sentía desorientado y mareado; pensó que si te caía un rayo encima debías de notar algo parecido. «Es porque se trata de la hermana de Ron —se dijo—. No te ha gustado verla besándose con Dean porque es la hermana de Ron…»

Pero de sopetón le vino a la mente una imagen en la que él estaba besando a Ginny en ese mismo pasillo vacío. De inmediato, el monstruo que tenía dentro se puso a ronronear, pero de pronto Ron desgarraba el tapiz que tapaba la entrada y apuntaba con su varita a Harry gritando cosas como «traicionando mi confianza» y «creía que eras amigo mío».

—¿Crees que es verdad que Hermione se dio el lote con Krum? —preguntó el auténtico Ron mientras se aproximaban al retrato de la Señora Gorda.

Harry dio un respingo y, sintiéndose culpable, borró de su imaginación un nuevo pasillo donde ya no podía entrar Ron, donde Ginny y él estaban a solas…

—¿Qué? —dijo—. Ah… Hum…

La respuesta sincera habría sido «sí», pero no quiso dársela. Sin embargo, Ron interpretó su mirada de la peor manera posible.

—«Sopa de leche» —le dijo ceñudo a la Señora Gorda, y ambos entraron en la sala común por el hueco del retrato.

Ninguno de los dos volvió a mencionar a Ginny ni a Hermione; es más, esa noche apenas se hablaron y se acostaron sin decirse nada, cada uno absorto en sus pensamientos.

Harry permaneció largo rato despierto, contemplando el toldo de su cama con dosel, e intentó convencerse de que lo que sentía por Ginny era lo mismo que sentían los hermanos mayores por sus hermanas. ¿Acaso no habían convivido todo el verano como auténticos hermanos, jugando al
quidditch
, bromeando con Ron y riéndose de Bill y
Flegggrrr
? Hacía años que la conocía… Era lógico que dirigiera hacia ella su instinto protector, que quisiera vigilarla… que quisiera descuartizar a Dean por haberla besado… No, no… tendría que controlar ese sentimiento fraternal en particular.

Ron soltó un sonoro ronquido.

«Es la hermana de Ron —se dijo Harry con firmeza—. La hermana de mi amigo. Está descartada.» El no pondría en peligro su amistad con Ron por nada del mundo. Golpeó la almohada para moldearla mejor y esperó a que llegara el sueño, tratando de impedir que sus pensamientos divagaran hacia Ginny.

Por la mañana despertó un poco aturdido tras una serie de sueños en los que Ron lo perseguía con un bate de golpeador, pero al mediodía habría cambiado de buen grado al Ron de aquellos sueños por el verdadero, puesto que éste no sólo les hacía el vacío a Ginny y Dean, sino que también trataba a la dolida y perpleja Hermione con una indiferencia gélida y desdeñosa. Y además, de la noche a la mañana se había vuelto susceptible y agresivo como un
escreguto
de cola explosiva. Harry pasó todo el día intentando mantener la paz entre su amigo y Hermione, pero sin éxito; finalmente, ella fue a acostarse, muy indignada, y Ron se marchó al dormitorio de los chicos tras insultar con rabia a unos asustados alumnos de primer año tan sólo porque lo habían mirado.

La desesperación de Harry fue en aumento porque a Ron no se le pasó la agresividad en los días siguientes. Peor aún, coincidió con una caída en picado de sus habilidades como guardián, lo que provocó que se pusiera todavía más agresivo, de modo que, durante el último entrenamiento antes del partido del sábado, no paró ni un solo lanzamiento, pero les gritó tanto a todos que Demelza Robins acabó hecha un mar de lágrimas.

—¡Cállate y déjala en paz! —lo increpó Peakes, que era bastante más bajo que Ron pero llevaba un pesado bate en las manos…

—¡Basta! —bramó Harry al ver cómo Ginny miraba desde lejos a su hermano con los ojos entornados. Y, recordando su fama de experta en el maleficio de los
mocomurciélagos
, salió disparado para intervenir antes de que la situación se le fuera de las manos—. Peakes, ve y guarda las
bludgers
. Demelza, tranquilízate, hoy has jugado muy bien. Ron… —Esperó a que el resto del equipo no pudiera oírlos, y entonces le dijo—: Eres mi mejor amigo, pero si sigues tratando así a los demás tendré que echarte del equipo.

Por un instante Harry temió una reacción violenta, pero pasó algo mucho peor: Ron se desplomó sobre su escoba.

—Renuncio a mi puesto —murmuró, ya sin ganas de pelea—. Lo hago fatal.

—¡No lo haces fatal! ¡Y no acepto tu renuncia! —exclamó Harry, agarrándolo por la pechera de la túnica—. Cuando estás en forma lo paras todo; lo que tienes es un problema mental.

—¿Me estás llamando loco?

—¡A lo mejor sí!

Se miraron un momento y Ron movió la cabeza con desazón.

—Ya sé que no tienes tiempo de conseguir otro guardián, así que mañana jugaré. Pero si perdemos, y seguro que perderemos, dejo el equipo.

De nada sirvieron las palabras de Harry en ese momento, así que durante la cena lo intentó de nuevo, pero Ron estaba tan ocupado cultivando su malhumor y su antipatía hacia Hermione que no se dio por enterado. Harry no cejó y volvió a empeñarse por la noche en la sala común, pero su afirmación de que el equipo se hundiría si Ron lo abandonaba quedó un tanto debilitada por el hecho de que los otros miembros del equipo, sentados en grupo en un rincón de la sala, criticaban a Ron y le lanzaban miradas ceñudas. Por último, Harry probó a enfadarse otra vez con la esperanza de provocarlo y hacerle adoptar una actitud desafiante, pues quizá de esa manera sería capaz de parar algún lanzamiento. Pero su estrategia no funcionó mejor que la de darle ánimos, porque cuando fue a acostarse Ron parecía más abatido y deprimido que nunca.

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