Harry Potter. La colección completa (417 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Mientras el señor Weasley trataba de arreglar el estropicio y Hagrid se disculpaba a gritos con todo el mundo, Harry regresó a toda prisa a la entrada y encontró a Ron hablando con un mago de aspecto sumamente excéntrico: un poco bizco, de pelo cano, largo hasta los hombros y de una textura semejante al algodón de azúcar, llevaba un birrete cuya borla le colgaba delante de la nariz y una túnica de un amarillo que hería la vista; de la cadena que le colgaba del cuello pendía un extraño colgante que simbolizaba una especie de ojo triangular.

—Xenophilius Lovegood —se presentó tendiéndole la mano a Harry—; mi hija y yo vivimos al otro lado de esa colina. Los Weasley han sido muy amables invitándonos. Así, ¿dices que conoces a mi hija Luna? —preguntó a Ron.

—En efecto. ¿No ha venido con usted?

—Sí, sí, pero se ha entretenido en ese precioso jardincillo saludando a los gnomos. ¡Qué maravillosa plaga! Muy pocos magos se dan cuenta de lo mucho que podemos aprender de esas sabias criaturas, cuyo nombre correcto, por cierto, es
Gernumbli gardensi
.

—Los nuestros saben unas palabrotas excelentes —comentó Ron—, pero creo que se las han enseñado Fred y George. —A continuación acompañó a un grupo de magos a la carpa, y en ese momento llegó Luna.

—¡Hola, Harry! —saludó.

—Me llamo Barny —repuso el muchacho, desconcertado.

—Ah, ¿también te has cambiado el nombre? —preguntó ella alegremente.

—¿Cómo has sabido…?

—Bueno, por tu expresión.

Luna llevaba una túnica igual que la de su padre y, como complemento, un gran girasol en el pelo. Cuando uno lograba acostumbrarse al resplandor de su atuendo, el efecto general resultaba agradable; al menos no llevaba rábanos colgando de las orejas…

Xenophilius, enfrascado en una conversación con un conocido suyo, no oyó el diálogo entre Luna y Harry; poco después se despidió de su amigo y se volvió hacia su hija, que levantó un dedo y dijo:

—¡Mira, papá! ¡Uno de esos gnomos me ha mordido y todo!

—¡Qué maravilla! ¡La saliva de gnomo es sumamente beneficiosa, hija mía! —exclamó el señor Lovegood, cogiendo el dedo que Luna le mostraba, y examinó los pinchazos sangrantes—. Luna, querida, si hoy sintieras nacer en ti algún talento (quizá un irresistible impulso de cantar ópera o declamar en sirenio), ¡no lo reprimas! ¡Es posible que los
Gernumblis
te hayan obsequiado con un don!

En ese momento Ron pasaba por su lado en la dirección opuesta, y soltó una risotada.

—Ron quizá lo encuentre gracioso —comentó Luna con serenidad, mientras Harry los acompañaba hasta sus asientos—, pero mi padre lleva años estudiando la magia de los
Gernumblis
.

—¿En serio? —Hacía mucho tiempo que había decidido no contradecir las peculiares opiniones de Luna y su progenitor—. Oye, ¿seguro que no quieres ponerte algo en esa mordedura?

—No, no es nada, de verdad —repuso ella chupándose el dedo con aire soñador y mirando a Harry de arriba abajo—. ¡Estás muy elegante! Ya le advertí a papá que la mayoría de la gente vestiría túnica de gala, pero él cree que a las bodas hay que ir vestido de los colores del sol. Ya sabes, da buena suerte.

Luna fue a sentarse con su padre, y entonces reapareció Ron con una bruja muy anciana cogida de su brazo. La picuda nariz, los párpados de bordes rojizos y el sombrero rosa con plumas le conferían el aspecto de un flamenco enojado.

—…y tienes el pelo demasiado largo, Ronald; al principio te he confundido con Ginevra. ¡Por las barbas de Merlín! ¿Cómo se ha vestido Xenophilius Lovegood? Parece una tortilla. ¿Y tú quién eres? —le espetó a Harry.

—¡Ah, sí! Tía Muriel, te presento a nuestro primo Barny.

—¿Otro Weasley? Vaya, os reproducís como gnomos. ¿Y Harry Potter? ¿No ha venido? Esperaba conocerlo. Creía que era amigo tuyo, Ronald. ¿O sólo alardeabas?

—No, es que… no ha podido venir.

—Mmm. Habrá dado alguna excusa, ¿no? Eso significa que no es tan idiota como aparenta en las fotografías de los periódicos. ¡He estado enseñándole a la novia cómo tiene que llevar mi diadema! —le gritó a Harry—. Es una pieza de artesanía de los duendes, ¿sabes?, y pertenece a mi familia desde hace siglos. Esa chica es muy mona pero… francesa. Bueno, búscame un buen asiento, Ronald; tengo ciento siete años y no me conviene estar mucho rato de pie.

Ron le lanzó una elocuente mirada a Harry al pasar junto a él, y tardó un rato en reaparecer. Cuando los dos amigos volvieron a coincidir en la entrada de la carpa, Harry ya había ayudado a buscar su asiento a una docena de invitados más. La carpa estaba casi llena, y por primera vez no había cola fuera.

—Tía Muriel es una pesadilla —se quejó Ron enjugándose la frente con la manga—. Antes venía todos los años por Navidad, pero afortunadamente se ofendió porque Fred y George le pusieron una bomba fétida en la silla nada más sentarnos a cenar. Mi padre siempre dice que debe de haberlos desheredado. ¡Como si a ellos les importara eso! Al ritmo que van, se harán más ricos que cualquier otro miembro de la familia… ¡Atiza! —Parpadeó al ver a Hermione, que corría hacia ellos—. ¡Estás espectacular!

—Siempre ese tonito de sorpresa —se quejó Hermione, pero sonrió. Lucía un vaporoso vestido de color lila con zapatos de tacón a juego, y el cabello liso y reluciente—. Pues tu tía abuela Muriel no opina como tú. Me la he encontrado en la casa cuando fue a darle la diadema a Fleur, y ha dicho: «¡Cielos! ¿Ésta es la hija de
muggles
?», y añadió que tengo «mala postura y los tobillos flacuchos».

—No te lo tomes como algo personal. Es grosera con todo el mundo —dijo Ron.

—¿Estáis hablando de Muriel? —preguntó George, que en ese momento salía con Fred de la carpa—. A mí acaba de decirme que tengo las orejas asimétricas. ¡Menuda arpía! Ojalá viviera todavía el viejo tío Bilius; te tronchabas con él en las bodas.

—¿No fue vuestro tío Bilius el que vio un Grim y murió veinticuatro horas más tarde? —preguntó Hermione.

—Bueno, sí. Al final de su vida se volvió un poco raro —concedió George.

—Pero antes de que se le fuera la olla siempre era el alma de las fiestas —observó Fred—. Se bebía de un trago una botella entera de whisky de fuego, iba corriendo a la pista de baile, se recogía la túnica y se sacaba ramilletes de flores del…

—Sí, por lo que dices debió de ser un verdadero encanto —ironizó Hermione mientras Harry reía a carcajadas.

—Nunca se casó, no sé por qué —añadió Ron.

—Eres increíble —comentó Hermione.

Todos reían y ninguno se fijó en el invitado que acababa de llegar, un joven moreno de gran nariz curvada y pobladas cejas negras, hasta que entregó su invitación a Ron y dijo mirando a Hermione:

—Estás preciosa.

—¡Viktor! —exclamó ella, y soltó su bolsito bordado con cuentas, que al caer al suelo dio un fuerte golpe, desproporcionado para su tamaño. Se agachó ruborizada para recogerlo y balbuceó—: No sabía que… Vaya, me alegro de verte. ¿Cómo estás?

A Ron se le habían puesto coloradas las orejas. Tras leer la invitación de Krum como si no creyera ni una sola palabra de lo que ponía, preguntó con voz demasiado alta:

—¿Cómo es que has venido?

—Me ha invitado Fleur —respondió Krum arqueando las cejas.

Harry, que no le guardaba ningún rencor, le estrechó la mano; luego, creyendo que sería prudente apartarlo de Ron, se ofreció para indicarle cuál era su asiento.

—Tu amigo no se ha alegrado mucho de verme —comentó Viktor cuando entró con Harry en la carpa, ya abarrotada—. ¿O sois parientes? —preguntó fijándose en el cabello rojizo y rizado de Harry.

—Somos primos —masculló Harry, pero Krum ya no le prestaba atención. Su aparición estaba causando un gran revuelo, sobre todo entre las primas
veelas
; al fin y al cabo, era un famoso jugador de
quidditch
.

Mientras la gente todavía estiraba el cuello para verlo mejor, Ron. Hermione, Fred y George avanzaron apresuradamente por el pasillo.

—Tenemos que sentarnos —le dijo Fred a Harry—, o nos atropellará la novia.

Harry, Ron y Hermione ocuparon sus asientos en la segunda fila, detrás de Fred y George. Hermione tenía las mejillas sonrosadas, y Ron, las orejas escarlatas. Pasados unos momentos, éste le murmuró a Harry:

—¿Has visto qué barbita tan ridícula se ha dejado?

Harry emitió un gruñido evasivo.

En la carpa, muy caldeada, reinaba una atmósfera de expectación y de vez en cuando una risotada nerviosa rompía el murmullo general. Los Weasley aparecieron por el pasillo, desfilando sonrientes y saludando con la mano a sus parientes; Molly llevaba una túnica nueva de color amatista con el sombrero a juego.

Unos instantes después, Bill y Charlie se pusieron en pie en la parte delantera de la carpa; ambos vestían túnicas de gala, con sendas rosas blancas en el ojal; Fred soltó un silbido de admiración y se oyeron unas risitas ahogadas de las primas
veelas
. Entonces sonó una música que al parecer salía de los globos dorados, y todos callaron.

—¡Ooooh! —exclamó Hermione al volverse en el asiento para mirar hacia la entrada.

Los magos y las brujas emitieron un gran suspiro colectivo cuando monsieur Delacour y su hija enfilaron el pasillo; ella caminaba como si se deslizara y él iba brincando, muy sonriente. Fleur llevaba un sencillo vestido blanco que irradiaba un resplandor plateado. Normalmente, su hermosura eclipsaba a cuantos la rodeaban, pero ese día, en cambio, su belleza contagiaba. Ginny y Gabrielle, ataviadas con sendos vestidos dorados, parecían incluso más hermosas de lo habitual, y cuando Fleur llegó junto a Bill, dejó de parecer que en el pasado éste se las hubiera visto con Fenrir Greyback.

—Damas y caballeros… —dijo una voz cantarina, y Harry se llevó una ligera impresión al ver al mismo mago bajito y de cabello ralo que había presidido el funeral de Dumbledore, de pie frente a Bill y Fleur—. Hoy nos hemos reunido para celebrar la unión de dos almas nobles…

—Sí, mi diadema le da realce a la escena —observó tía Muriel con un susurro que se oyó perfectamente—. Sin embargo, he de decir que el vestido de Ginevra es demasiado escotado.

Ginny volvió la cabeza, sonriente, le guiñó un ojo a Harry y volvió a mirar al frente. Él se sintió transportado hasta aquellas tardes vividas con Ginny en rincones solitarios de los jardines del colegio, que se le antojaban muy lejanas; siempre le habían parecido demasiado maravillosas para ser ciertas, como si hubiera estado robándole horas de una felicidad insólita a la vida de una persona normal, una persona sin una cicatriz con forma de rayo en la frente…

—William Arthur, ¿aceptas a Fleur Isabelle…?

En la primera fila, la señora Weasley y madame Delacour sollozaban en silencio y se enjugaban las lágrimas con pañuelos de encaje. Unos trompetazos provenientes del fondo de la carpa hicieron comprender a todos que Hagrid había utilizado también uno de sus pañuelos tamaño mantel. Hermione se giró y, sonriendo, miró a Harry; ella también tenía lágrimas en los ojos.

—… Así pues, os declaro unidos de por vida.

El mago del cabello ralo alzó la varita por encima de las cabezas de los novios y, acto seguido, una lluvia de estrellas plateadas descendió sobre ellos trazando una espiral alrededor de sus entrelazadas figuras. Fred y George empezaron a aplaudir y, entonces, los globos dorados explotaron, dejando escapar aves del paraíso y diminutas campanillas doradas que, volando y flotando, añadieron sus cantos y repiques respectivos al barullo. A continuación, el mago dijo:

—¡Damas y caballeros, pónganse en pie, por favor!

Todos obedecieron, aunque tía Muriel rezongó sin miramientos. Entonces el hombrecillo agitó su varita mágica: los asientos de los invitados ascendieron con suavidad al mismo tiempo que se desvanecían las paredes de la carpa. De pronto se hallaron bajo un toldo sostenido por postes dorados, gozando de una espléndida vista del patio de árboles frutales y los campos bañados por el sol. Luego, un charco de oro fundido se extendió desde el centro de la carpa y formó una brillante pista de baile; las sillas, suspendidas en el aire, se agruparon alrededor de unas mesitas con manteles blancos y, con la misma suavidad con que habían subido, descendieron hasta el suelo, mientras los músicos de las chaquetas doradas se aproximaban a una tarima.

—¡Qué pasada! —dijo Ron, admirado.

Entonces aparecieron camareros por todas partes; algunos llevaban bandejas de plata con zumo de calabaza, cerveza de mantequilla y whisky de fuego; y otros, tambaleantes montañas de tartas y bocadillos.

—¡Tenemos que ir a felicitarlos! —dijo Hermione poniéndose de puntillas para ver a Bill y Fleur, que habían desaparecido en medio de una multitud de invitados que se habían acercado a darles la enhorabuena.

—Ya habrá tiempo para eso —replicó Ron y cogió tres vasos de cerveza de mantequilla de la bandeja de un camarero que pasaba cerca; le dio uno a Harry—. Coge esto, Hermione. Vamos a buscar una mesa. ¡No, ahí no! ¡Lo más lejos posible de tía Muriel!

Ron guió a sus amigos por la vacía pista de baile, sin dejar de mirar a derecha e izquierda, y Harry tuvo la seguridad de que vigilaba por si veía a Krum. Cuando consiguieron llegar al otro extremo de la carpa, casi todas las mesas estaban llenas; la más vacía era la que ocupaba Luna, sola.

—¿Te importa que nos sentemos contigo? —le preguntó Ron.

—No, qué va. Mi padre ha ido a darles su regalo a los novios.

—¿Qué es? ¿Una provisión inagotable de
gurdirraíces
? —quiso saber Ron.

Hermione le lanzó un puntapié por debajo de la mesa, pero no le dio a Ron sino a Harry, quien, lagrimeando de dolor, perdió momentáneamente el hilo de la conversación.

La orquesta había atacado un vals. Los novios fueron los primeros en dirigirse a la pista de baile, secundados por un fuerte aplauso. Al cabo de un rato, el señor Weasley guió hasta allí a madame Delacour, y los siguieron la señora Weasley y el padre de Fleur.

—Me gusta esa canción —comentó Luna meciéndose, y segundos más tarde se levantó y fue a la pista de baile, donde se puso a evolucionar con los ojos cerrados y agitando los brazos al compás de la música.

—¿Verdad que esa chica es genial? —comentó Ron sonriendo con admiración—. Siempre tan lanzada.

Pero la sonrisa se le borró rápidamente, porque Viktor Krum acababa de sentarse en la silla de Luna. Hermione se aturulló un poco, aunque esta vez Krum no había ido a dedicarle halagos. Con el entrecejo fruncido, el muchacho preguntó:

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