Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
Releyó la carta, pero no consiguió captar otro significado del que había asimilado la primera vez, y se quedó examinando la caligrafía. Su madre escribía la letra ge igual que él; así que buscó con ilusión cada una de las que había en la carta, semejantes a un saludo amistoso vislumbrado detrás de un velo. La carta era un tesoro increíble, una prueba de que Lily Potter había existido —de verdad—, y que su cálida mano había rozado aquella hoja de pergamino, trazando con tinta esas letras, componiendo palabras que hablaban de él, de Harry, de su hijo.
Se enjugó con impaciencia las lágrimas y volvió a releer la carta, esta vez concentrándose en su significado. Era como escuchar una voz vagamente recordada.
Tenían un gato; quizá murió, como sus padres, en Godric's Hollow… O quizá se marchó de allí porque ya no había nadie que le diera de comer… Sirius le compró su primera escoba… Sus padres conocían a Bathilda Bagshot; ¿los habría presentado Dumbledore? «Dumbledore todavía conserva su capa invisible.» Ahí había algo raro.
Se detuvo y reflexionó sobre las palabras de su madre. ¿Por qué había cogido Dumbledore la capa invisible de James? Recordaba claramente que, años atrás, el director del colegio le había dicho: «No necesito una capa para ser invisible.» Quizá la necesitaba algún miembro de la Orden con menos talento, y Dumbledore había hecho de intermediario. Siguió leyendo.
«Gus vino el fin de semana pasado…» Pettigrew, el traidor; su madre lo había encontrado «un poco desanimado»… ¿Sería porque Pettigrew sabía que estaba viendo a James y Lily vivos por última vez?
Y por último, de nuevo Bathilda, que contaba historias asombrosas sobre el director de Hogwarts: «… parece increíble que Dumbledore…».
Que Dumbledore ¿qué? Pero había muchas cosas sobre el anciano profesor que podrían haber parecido increíbles: que en una ocasión hubiera suspendido un examen de Transformaciones, por ejemplo, o que se hubiera dedicado a encantar cabras, como su hermano Aberforth…
Se levantó y recorrió el suelo con la mirada pensando que tal vez el resto de la carta estuviera por allí. Recogió algunos papeles, y los trató, debido a sus ansias, con tan poca consideración como la persona que había registrado el dormitorio. Abrió cajones, sacudió libros, se subió a una silla para pasar la mano por lo alto del armario y se agachó para mirar debajo de la cama y una butaca.
Al final, tumbado boca abajo en el suelo, debajo de la cómoda vio algo que parecía una hoja rota. Cuando la sacó de allí, resultó ser la fotografía que Lily describía en su carta: un bebé de cabello negro entraba y salía zumbando de ella, montado en una escoba diminuta y riendo a carcajadas; lo perseguían un par de piernas que debían de ser las de James. Se metió la fotografía en el bolsillo junto con la carta y siguió buscando la segunda hoja de ésta.
Sin embargo, pasado otro cuarto de hora no tuvo más remedio que aceptar que el resto de la carta ya no estaba allí. ¿Se habría perdido durante los dieciséis años transcurridos desde que su madre la escribiera, o se la había llevado quienquiera que hubiese registrado la habitación? Harry releyó la hoja que tenía, esta vez buscando algún indicio de por qué podía ser más valiosa la hoja perdida. No creía que a los
mortífagos
les interesara mucho una escoba de juguete, pero se le ocurrió que el valor de la misiva podía radicar en cierta información sobre Dumbledore. «Parece increíble que Dumbledore…» ¿qué?
—¿Harry, dónde estás? ¡Harry! ¡Harry!
—¡Estoy aquí! ¿Qué ocurre?
Se oyeron pasos fuera, y Hermione irrumpió en la habitación.
—¡Nos hemos despertado y no sabíamos dónde estabas! —jadeó la chica. Volvió la cabeza y gritó—: ¡Ya lo he encontrado, Ron!
La irritada voz de Ron resonó varios pisos más abajo:
—¡Me alegro! ¡Dile de mi parte que es un imbécil!
—Harry, haz el favor de no desaparecer así. ¡Nos has asustado! Pero ¿por qué has subido aquí? —Paseó la mirada por la desordenada habitación—. ¿Qué estás haciendo?
—Mira qué he encontrado. —Le mostró la carta de su madre.
Hermione la cogió y la leyó mientras él la observaba. Cuando llegó al final, lo miró y dijo:
—Vaya, Harry…
—Y también he encontrado esto. —Le enseñó la fotografía arrugada.
Ella sonrió al ver al bebé que entraba y salía montado en la escoba de juguete.
—He estado buscando el resto de la carta, pero no está aquí.
—¿Todo esto lo has desordenado tú, o ya estaba así? —preguntó Hermione echando una ojeada alrededor.
—No, alguien ha registrado este dormitorio antes que yo.
—Ya lo imaginaba. Todas las habitaciones a las que me he asomado están patas arriba. ¿Qué crees que buscaban?
—Si ha sido Snape, información sobre la Orden.
—Pero si él ya debía de tener toda la información que necesitaba. Formaba parte de la Orden, ¿no?
—Bueno —dijo Harry, no muy convencido—, pues entonces información sobre Dumbledore, o la segunda página de esta carta, por ejemplo. ¿Sabes quién es esa Bathilda a la que mencionaba mi madre?
—¿Quién?
—Bathilda Bagshot, la autora de…
—
Historia de la magia
—completó Hermione, y su interés pareció reavivarse—. ¿Tus padres la conocían? Era una excelente historiadora de la magia.
—Pues todavía vive. Y precisamente en Godric's Hollow. Lo sé porque Muriel, la tía abuela de Ron, nos habló de ella en la boda. Al parecer conocía a la familia de Dumbledore. ¿No crees que sería interesante hablar con ella?
Hermione esbozó una sonrisa, y Harry supo que su amiga conocía perfectamente sus verdaderos motivos. Cogió la carta y la fotografía y se las guardó en el monedero que le colgaba del cuello, para no tener que mirarla y acabar de delatarse.
—Sé que te encantaría hablar con ella de tus padres, y también de Dumbledore —dijo Hermione—. Pero eso no nos ayudaría mucho a encontrar los
Horrocruxes
, ¿verdad? —Como Harry no dijo nada, prosiguió—: Entiendo que quieras visitar Godric's Hollow, pero me da miedo… me da miedo la facilidad con que ayer nos encontraron esos
mortífagos
. Ahora todavía tengo más claro que debemos evitar el sitio donde están enterrados tus padres; estoy convencida de que los
mortífagos
sospechan que irás ahí.
—No se trata sólo de eso —replicó Harry, que seguía evitando mirarla—. Verás, Muriel dijo ciertas cosas sobre Dumbledore en la boda, y quiero saber la verdad… —Y le explicó todo lo que le había contado tía Muriel.
Cuando hubo terminado, Hermione comentó:
—Claro, ya entiendo por qué eso te ha disgustado…
—No estoy disgustado —mintió él—. Es sólo que me gustaría enterarme de si es cierto o…
—Pero Harry, ¿crees que una anciana maliciosa como Muriel, o Rita Skeeter, te dirán la verdad? ¿Cómo puedes hacer caso de lo que ellas aseguran? ¡Tú conocías a Dumbledore!
—Creía conocerlo.
—¡Ya sabes la de mentiras que escribió Rita sobre ti! Doge tiene razón: ¿cómo vas a permitir que personas como ésas empañen tus recuerdos de Dumbledore?
Harry desvió la mirada y trató de que no se notara lo resentido que estaba. Otra vez lo mismo: decide lo que quieres creer. El deseaba saber la verdad. ¿Por qué, pues, se habían propuesto todos que no lo lograra?
—¿Quieres que bajemos a la cocina? —sugirió Hermione tras una breve pausa—. Podríamos buscar algo para desayunar.
Harry cedió a regañadientes, y siguió a su amiga hasta el rellano pasando por delante de la segunda puerta de ese piso, en la que se apreciaban unos profundos arañazos debajo de un letrerito en el que no había reparado; se detuvo para leerlo. Era una nota pomposa, escrita con letra muy pulcra; la clase de aviso que Percy Weasley habría colgado en la puerta de su dormitorio:
Prohibido pasar
sin el permiso expreso de
Regulus Arcturus Black
Harry sintió un cosquilleo de emoción, pero al principio no se dio cuenta del motivo. Entonces volvió a leer el letrero. Su amiga ya bajaba por la escalera.
—Hermione —la llamó, y le sorprendió la serenidad de su propia voz—. Sube un momento.
—¿Qué ocurre?
—«R.A.B.» ¿Recuerdas? Creo que lo he encontrado.
Hermione sofocó un grito y subió a toda prisa.
—¿Están esas iniciales en la carta de tu madre? Pero si yo no las he vis…
Harry negó con la cabeza y señaló el letrero de Regulus. Hermione leyó y le estrujó el brazo a su amigo, que hizo una mueca de dolor.
—Es el hermano de Sirius, ¿verdad? —susurró.
—Sí, y era
mortífago
—confirmó Harry—. Sirius me habló de él. Por lo visto se unió a los seguidores de Voldemort cuando todavía era muy joven; luego tuvo miedo e intentó echarse atrás, y lo mataron.
—¡Eso encaja! —exclamó Hermione, impresionada—. ¡Si Regulus era
mortífago
, debía de conocer algunos secretos de Voldemort, pero si éste lo decepcionó, es lógico que quisiera destruirlo! —Y le soltó el brazo, se inclinó sobre la barandilla y llamó—: ¡Ron! ¡Ron! ¡Corre, ven aquí!
El muchacho apareció resoplando un minuto después, empuñando su varita mágica.
—¿Qué sucede? Si se trata otra vez de esas arañas gigantes, quiero desayunar antes de… —Arrugó la frente al ver el letrero de la puerta que Hermione le señalaba—. ¿Quién…? Ése era el hermano de Sirius, ¿no? Regulus Arcturus… Regulus… ¡R.A.B.! ¡El guardapelo! ¿Creéis que…?
—Vamos a averiguarlo —decidió Harry. Empujó la puerta, pero estaba cerrada con llave.
Hermione apuntó la manija con la varita y dijo:
«¡Alohomora!»
Se oyó un chasquido y la puerta se abrió.
Cruzaron el umbral, mirando a diestro y siniestro. El dormitorio de Regulus era más pequeño que el de Sirius, aunque en él reinaba la misma atmósfera de antiguo esplendor. Y si bien Sirius había querido subrayar que él era diferente del resto de la familia, su hermano se había esforzado en demostrar todo lo contrario. Los colores esmeralda y plateado de Slytherin se veían por todas partes, tanto en el cubrecama y las cortinas de las ventanas como en la tela que forraba las paredes; el emblema de la familia Black estaba esmeradamente pintado encima de la cama, junto con su lema
«Toujours pur»
, y debajo había una serie de recortes de periódico amarillentos que componían un irregular collage. Hermione cruzó la habitación para examinarlos.
—Todos hablan sobre Voldemort —dijo—. Por lo visto, Regulus ya era admirador suyo unos años antes de unirse a los
mortífagos
.
Hermione se sentó en la cama para leer los recortes y la colcha desprendió una nube de polvo. Harry, entretanto, había reparado en otra fotografía de un equipo de
quidditch
de Hogwarts que sonreía a la cámara y saludaba con la mano. Se acercó más y vio las serpientes de Slytherin estampadas en el pecho de los jugadores. A Regulus lo reconoció al instante: era el chico sentado en medio de la fila delantera; tenía el mismo pelo castaño oscuro y el mismo aire ligeramente altivo que su hermano, aunque era más bajo, más delgado y bastante menos atractivo que Sirius.
—Era buscador —comentó Harry.
—¿Qué dices? —preguntó Hermione, todavía enfrascada en la lectura de los recortes de prensa referentes a Voldemort.
—Está sentado en medio de la fila delantera; ahí es donde se coloca el… Nada, da lo mismo —dijo Harry al percatarse de que nadie lo escuchaba, puesto que Ron estaba a cuatro patas buscando bajo el armario.
Echó un vistazo a la habitación en busca de escondrijos y se acercó a la mesa. Una vez más, comprobó que alguien la había registrado antes que él. Habían revuelto los cajones recientemente, porque el polvo no estaba repartido de manera uniforme. Tampoco encontró nada de valor en ellos, pues sólo quedaban plumas viejas, antiguos libros de texto maltratados y un tintero roto hacía poco tiempo, cuyo pegajoso residuo manchaba el contenido del cajón.
—Hay otra manera más fácil de buscarlo… —sugirió Hermione mientras Harry se limpiaba los dedos pringosos de tinta en los vaqueros. Levantó la varita y exclamó—:
¡Accio guardapelo!
Pero no pasó nada. Ron, que rebuscaba entre los pliegues de las descoloridas cortinas, pareció decepcionado.
—Bueno, entonces, ¿está aquí o no está?
—Podría estar, pero bajo contrasortilegios —repuso Hermione—, o sea, encantamientos para impedir que se lo convoque mediante magia.
—Como los que Voldemort puso en la vasija de piedra de la cueva —observó Harry al recordar que no había logrado convocar el guardapelo falso.
—Entonces, ¿cómo vamos a encontrarlo? —preguntó Ron.
—Tendremos que buscar a mano —respondió Hermione.
—Buena idea —dijo Ron poniendo los ojos en blanco, y siguió examinando las cortinas.
Rastrearon cada centímetro de la habitación más de una hora, pero al final se vieron obligados a admitir que el guardapelo no estaba allí.
Ya había salido un sol que deslumbraba incluso a través de las sucias ventanas del rellano.
—Sin embargo, tal vez esté en otro sitio de la casa —insistió Hermione cuando volvían a bajar por la escalera. Harry y Ron se habían desanimado, pero ella parecía más decidida que nunca a seguir buscando—. Tanto si Regulus logró destruirlo como si no, seguro que no quería que Voldemort lo encontrara, ¿verdad? ¿No os acordáis de todas las cosas horribles de las que tuvimos que deshacernos la última vez que estuvimos aquí, como aquel reloj de pie que le arreaba puñetazos a todo el mundo, o aquellas túnicas viejas que intentaron estrangular a Ron? Quizá Regulus los dejó aquí para proteger el escondrijo del guardapelo, aunque entonces nosotros no… no nos diéramos…
Harry y Ron la miraron. Hermione se había quedado inmóvil con un pie en el aire, con el gesto de estupefacción de alguien a quien acaban de practicar un hechizo desmemorizador; hasta se le notaba la mirada desenfocada.
—… cuenta —terminó con un hilo de voz.
—¿Te encuentras mal? —preguntó Ron.
—Había un guardapelo.
—¿Quéeee? —saltaron al unísono Harry y Ron.
—Sí, sí, en el armario del salón. Nadie consiguió abrirlo. Y nosotros… nosotros…
Harry tuvo la sensación de que un ladrillo le bajaba hasta el estómago. Y entonces se acordó: incluso lo había tenido en las manos cuando se lo pasaban unos a otros y todos intentaban abrirlo. Finalmente lo arrojaron a una bolsa de basura, junto con la caja de rapé de polvos verrugosos y la caja de música que les daba somnolencia…