Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
Puso el libro ante los reticentes ojos de Harry, y éste contempló una fotografía de la carta original que Dumbledore le había escrito a Grindelwald, con su inconfundible caligrafía pulcra y estilizada. Le sentó fatal ver una prueba tan evidente de que el profesor era el autor de esa misiva y no se trataba de una invención de Rita.
—Y ahora mira la firma —añadió Hermione—. ¡Mira la firma, Harry!
El chico obedeció, al principio sin saber a qué se refería su amiga, pero cuando acercó la varita iluminada y miró más de cerca, vio que Dumbledore había sustituido la «A» de Albus por una diminuta versión del símbolo triangular que aparecía en
Los Cuentos de Beedle el Bardo
.
—Oye, ¿qué…? —dijo Ron con timidez, pero Hermione lo hizo callar con una mirada y siguió hablando con Harry.
—Se repite continuamente —planteó ella—. Ya sé que Viktor dijo que era la marca de Grindelwald, pero la vimos grabada en esa vieja tumba de Godric's Hollow, y las fechas de la lápida eran mucho más antiguas que Grindelwald. ¡Y ahora esto! Bueno, no podemos preguntar a Dumbledore o Grindelwald qué significa (ni siquiera sé si éste todavía vive), pero podemos preguntárselo al señor Lovegood; a fin de cuentas, él lucía ese símbolo en la boda. ¡Estoy segura de que es importante, Harry!
Él tardó un poco en contestar. Escudriñó el ansioso y expectante rostro de su amiga y luego la oscuridad que los rodeaba, pensativo. Tras una larga pausa, replicó:
—No quiero que vuelva a pasarnos lo de Godric's Hollow, Hermione. Los dos estábamos seguros de que teníamos que ir allí y…
—¡Es que aparece por todas partes, Harry! Dumbledore me legó
Los Cuentos de Beedle el Bardo
: tal vez quería que averiguáramos lo que significa ese símbolo.
—¡Ya empezamos otra vez! —replicó Harry—. No cesamos de intentar convencernos de que Dumbledore nos dejó señales secretas y pistas…
—El desiluminador ha resultado muy útil —intervino Ron—. Creo que Hermione tiene razón; deberíamos ir a ver a Lovegood.
Harry le lanzó una mirada asesina. La súbita postura de su amigo no tenía nada que ver con su deseo de averiguar el significado de la runa triangular, estaba clarísimo.
—No pasará lo mismo que en Godric's Hollow —insistió Ron—. Lovegood está de tu parte, Harry. ¡
El Quisquilloso
siempre ha apostado por ti y no cesa de dar consignas a sus lectores para que te ayuden!
—Ese símbolo es importante, estoy segura —dijo Hermione con seriedad.
—Pero ¿no creéis que, si lo fuera, Dumbledore me habría hablado de él antes de morir?
—Quizá… quizá sea algo que tienes que averiguar por ti mismo —aventuró Hermione, y dio la impresión de quedarse sin argumentos.
—Eso es —coincidió Ron, adulador—. Tiene sentido.
—No, no lo tiene —le espetó Hermione—, pero sigo pensando que debemos hablar con el señor Lovegood. Ese símbolo tiene relación con Dumbledore, Grindelwald y Godric's Hollow. ¡Debemos averiguar qué significa!
—Lo decidiremos por votación —propuso Ron—. Los que estén a favor de ir a ver a Lovegood…
Levantó una mano antes que Hermione, y a ella le temblaron sospechosamente los labios cuando hizo otro tanto.
—Lo siento, Harry —dijo Ron, y le dio una palmada en la espalda.
—Está bien —concedió Harry, entre divertido y enojado—. Pero después de hablar con Xenophilius intentaremos encontrar algún otro
Horrocrux
, ¿de acuerdo? Y por cierto, ¿dónde viven los Lovegood? ¿Alguien lo sabe?
—Sí, yo; no muy lejos de mi casa —respondió Ron—. No sé dónde exactamente, pero mis padres siempre señalan hacia las montañas cuando los mencionan. No nos costará mucho encontrarlos.
Cuando Hermione hubo vuelto a su litera, Harry bajó la voz y dijo:
—Sólo le has dado la razón para que te perdone.
—En el amor y la guerra todo vale —replicó Ron alegremente—, y aquí hay un poco de las dos cosas. ¡Anímate, Luna estará pasando las vacaciones de Navidad en su casa!
A la mañana siguiente se aparecieron en una ventosa ladera, y desde esa estratégica posición disfrutaron de un excelente panorama de Ottery St. Catchpole. El pueblo ofrecía el aspecto de una colección de casas de juguete bañadas por los anchos y sesgados rayos de sol que se filtraban entre las nubes. Haciéndose visera con la mano, estuvieron un par de minutos contemplando La Madriguera, pero sólo lograron distinguir los altos setos y los árboles frutales del huerto, que protegían la torcida y desvencijada casa de las miradas de los
muggles
.
—Qué raro resulta estar tan cerca y no poder visitarlos —comentó Ron.
—Bueno, no será porque haga mucho tiempo que no estás con ellos. Al fin y al cabo, has pasado la Navidad ahí —repuso Hermione con frialdad.
—¡No la he pasado en La Madriguera! —replicó Ron casi riendo—. ¿Me crees capaz de volver a mi casa y decirle a mi familia que os había dejado tirados? Claro, a Fred y George les habría encantado, y Ginny se habría mostrado muy comprensiva conmigo, sin duda.
—Entonces, ¿dónde has estado? —preguntó Hermione, sorprendida.
—En El Refugio, la casa nueva de Bill y Fleur. Bill siempre se ha portado bien conmigo. La verdad es que no se enorgulleció de mí cuando se enteró de lo que había hecho, pero como se dio cuenta de que estaba arrepentido, no quiso agobiarme. El resto de mi familia no sabe que estuve en su casa, porque Bill tuvo el detalle de decirle a nuestra madre que Fleur y él no irían a La Madriguera por Navidad, porque eran sus primeras vacaciones de casados y querían celebrar la fiesta en la intimidad. Creo que a Fleur no le importó. Ya sabes cómo detesta los conciertos radiofónicos de Celestina Warbeck.
Al fin Ron le dio la espalda a La Madriguera y, echando a andar hacia la cumbre de la colina, dijo:
—Probemos ahí arriba.
Caminaron varias horas; Harry, ante la insistencia de Hermione, lo hizo oculto bajo la capa invisible. El macizo de colinas parecía deshabitado, pues tan sólo encontraron una casita donde daba la impresión de que no vivía nadie.
—¿Crees que esta casa podría ser la suya? A lo mejor se han ido a pasar la Navidad fuera y todavía no han vuelto —comentó Hermione mientras atisbaba una pulcra y pequeña cocina por una ventana con geranios en el alféizar. Ron dio un resoplido.
—¡Qué va! Si miraras por la ventana de la casa de los Lovegood sabrías enseguida quién vive ahí. Probemos en el siguiente macizo.
Y se aparecieron unos kilómetros más al norte.
—¡Aja!
—
gritó Ron con el cabello y la ropa a los cuatro vientos. Señalaba hacia la cima de la colina en que se habían aparecido, donde un enorme cilindro negro se erigía en vertical destacándose contra el cielo crepuscular; detrás de ese extraño edificio estaba suspendida la luna, fantasmagórica—. Ésa tiene que ser la casa de Luna. ¿Quién más podría vivir en un sitio así? ¡Parece una torre de ajedrez gigantesca!
Desconcertada, Hermione arrugó el entrecejo y contempló la construcción.
Ron tenía las piernas más largas y fue el primero en llegar a la cima de la colina. Cuando Harry y Hermione lo alcanzaron, jadeando y con flato, estaba sonriendo de oreja a oreja.
—Es su casa. ¡Mirad!
Había tres letreros pintados a mano, clavados con chinchetas en una desvencijada verja. El primero rezaba: «
El Quisquilloso
. Director: X. Lovegood»; el segundo, «Permitido coger muérdago»; y el tercero, «Cuidado con las ciruelas dirigibles».
La verja chirrió cuando la abrieron. En el zigzagueante sendero que conducía hasta la puerta principal había una gran variedad de plantas extrañas, entre ellas un arbusto cargado de esos frutos de color naranja, con forma de rábano, que a veces Luna usaba como pendientes. Harry creyó reconocer un
snargaluff
y se apartó cuanto pudo de la marchita cepa. Retorcidos a causa del viento, dos viejos manzanos silvestres, desprovistos de hojas pero cargados de frutos rojos del tamaño de bayas y de espesas coronas de muérdago salpicadas de bolitas blancas, montaban guardia a ambos lados de la puerta. Una pequeña lechuza, de cabeza achatada semejante a la de un halcón, los observaba desde una rama.
—Será mejor que te quites la capa invisible, Harry —sugirió Hermione—. Es a ti a quien quiere ayudar el señor Lovegood, no a nosotros.
Harry lo hizo y le dio la capa para que la guardara en el bolsito de cuentas. Entonces ella dio tres golpes en la gruesa puerta negra, tachonada con clavos de hierro y cuya aldaba tenía forma de águila.
Al cabo de unos diez segundos, la puerta se abrió de par en par y apareció Xenophilius Lovegood en persona, descalzo, en camisa de dormir —manchada— y con el largo, blanco y esponjoso cabello, sucio y despeinado. La verdad es que Xenophilius iba mucho más pulcro y arreglado el día de la boda de Bill y Fleur.
—¿Qué ocurre? ¿Quiénes sois y qué queréis? —gritó con voz aguda y quejumbrosa mirando primero a Hermione, luego a Ron y, por último, a Harry, pero entonces abrió la boca formando una «o» perfecta, casi cómica.
—¡Hola, señor Lovegood! —lo saludó el muchacho, y le tendió la mano—. Soy Harry, Harry Potter.
Xenophilius no se la estrechó, aunque enfocó rápidamente el ojo que no bizqueaba en la cicatriz de la frente de Harry.
—¿Le importa que entremos? Queremos preguntarle una cosa.
—No sé… no sé si será conveniente —susurró Xenophilius. Tragó saliva y echó un rápido vistazo al jardín—. Qué sorpresa, madre mía… Me temo que no debería…
—No lo entretendremos mucho —aseguró Harry, un tanto cortado por aquella bienvenida tan poco entusiasta.
—Bueno, está bien. Pasad, deprisa. ¡Deprisa!
Apenas hubieron traspuesto el umbral, Xenophilius cerró de golpe la puerta. Se hallaban en la cocina más rara que Harry había visto jamás: completamente circular, daba la impresión de estar dentro de un enorme pimentero; los fogones, el fregadero y los armarios tenían forma curvada, para adaptarse a la forma de las paredes, y en todas partes había flores, insectos y pájaros pintados con intensos colores primarios. A Harry le pareció reconocer el estilo de Luna; el efecto, en un espacio tan cerrado, era ligeramente abrumador.
En medio de la cocina había una escalera de caracol de hierro forjado que conducía a los pisos superiores, de donde provenían fuertes ruidos, y Harry se preguntó qué estaría haciendo Luna.
—Será mejor que subamos —propuso Xenophilius, aún incómodo, y los guió por la escalera.
La habitación del piso superior era una combinación de salón y taller, todavía más atestada de cosas que la cocina. Aunque era mucho más pequeña, y también circular, recordaba la Sala de los Menesteres en aquella inolvidable ocasión en que se había transformado en un gigantesco laberinto compuesto de objetos escondidos a lo largo de siglos. Había montañas y montañas de libros y papeles en todas las superficies. Del techo colgaban diversos modelos de criaturas —realizados con primor— que agitaban las alas o batían las mandíbulas y que Harry no supo identificar.
Luna no estaba allí y lo que hacía tanto ruido era un artilugio de madera repleto de engranajes y ruedas que giraban mediante magia; parecía el extraño resultado del cruce de un banco de trabajo y una estantería vieja, pero Harry dedujo que debía de ser una anticuada prensa, porque no paraba de escupir ejemplares de
El Quisquilloso
.
—Disculpadme —dijo Xenophilius y, dando un par de zancadas, se acercó a la máquina, sacó un mugriento mantel de entre una montaña de libros y papeles, que cayeron al suelo, y cubrió la prensa, con lo que los fuertes golpes y traqueteos se amortiguaron un poco. Entonces miró a Harry y preguntó—: ¿A qué habéis venido?
Pero, antes de que el chico contestara, Hermione dio un gritito de asombro e inquirió:
—¿Qué es eso, señor Lovegood?
Señalaba un enorme cuerno gris en forma de espiral, similar a un cuerno de unicornio, que estaba colgado en la pared y sobresalía varios palmos hacia el centro de la habitación.
—Es un cuerno de
snorkack
de cuernos arrugados —contestó Xenophilius.
—¡No puede ser! —exclamó Hermione.
—Hermione —masculló Harry—, creo que no es momento de…
—¡Es que es un cuerno de
erumpent
, Harry! ¡Es Material Comerciable de Clase B, y resulta muy peligroso tenerlo en la casa!
—¿Cómo sabes que es eso? —preguntó Ron, apartándose del cuerno tan deprisa como le permitió el desmedido revoltijo de cosas que había en la habitación.
—¡Está descrito en
Animales fantásticos y dónde encontrarlos
! Señor Lovegood, tiene que deshacerse de ese cuerno enseguida, ¿no sabe que puede explotar al menor roce?
—El
snorkack
de cuernos arrugados —dijo Xenophilius con claridad y testarudez— es una criatura tímida y sumamente mágica, y sus cuernos…
—Señor Lovegood, esos surcos que hay alrededor de la base son inconfundibles. Eso es un cuerno de
erumpent
, y es increíblemente peligroso. No sé de dónde lo habrá sacado, pero…
—Se lo compré hace dos semanas a un joven mago encantador que conocía mi interés por los exquisitos
snorkacks
—explicó Xenophilius, inflexible—. Es una sorpresa de Navidad para mi Luna. —Y dirigiéndose a Harry, le preguntó—: Bueno, ¿qué has venido a hacer aquí, Potter?
—Necesitamos ayuda —repuso el chico antes de que Hermione siguiera protestando.
—Ah, conque ayuda… Hum. —Volvió a enfocar el ojo sano en la cicatriz de Harry. Daba la impresión de que estaba aterrado y fascinado a la vez—. Ya, ya. El caso es que ayudar a Harry Potter es… muy peligroso.
—¿No es usted el que divulga en esa revista suya la consigna de que el primer deber de los magos es ayudar a Harry? —terció Ron.
Xenophilius miró la prensa, tapada con el mantel, que seguía traqueteando y martilleando.
—Bueno… sí, he expresado esa opinión…
—¡Ah, ya entiendo! Lo dice para que lo hagan los demás, pero no usted —replicó Ron.
Lovegood se limitó a tragar saliva y mirarlos uno a uno. A Harry le pareció que el pobre hombre estaba librando una dolorosa lucha interior.
—¿Dónde está Luna? —preguntó Hermione—. Veamos qué opina ella.
Xenophilius tragó saliva una vez más, como si estuviera armándose de valor. Por fin, con una voz temblorosa que apenas se oyó (ahogada por el ruido de la prensa), dijo:
—Luna está en el arroyo pescando
plimpys
de agua dulce. Seguro… seguro que se alegrará de veros. Voy a llamarla, y entonces… Sí, muy bien. Intentaré ayudarte.