Hermana luz, hermana sombra (12 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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Por otro lado, el profesor Temple nos ofrece una teoría más convencional en el capítulo “Vanidades” de su libro Nativas de Alta. Sugiere que al estar habitadas por mujeres, las Congregaciones debían hallarse colmadas de espejos. Sin embargo, no ofrece ninguna explicación para el entierro tan peculiar de la pieza. Aunque su último trabajo ha sido disputado por las dialécticas feministas, es la misma sensatez de su tesis lo que la acredita.

Allá por la estratosfera vuelve a estar Magon, quien intenta probar (en “El Universo Gemelo”, monografía, periódico de la Universidad de Pasadena, N. 417) que el gran espejo encontrado en la excavación de Arrundale era parte de un ritual en el cual las jóvenes aprendían a convocar a sus hermanas sombra. Aunque por el momento no nos ocupemos de la fragilidad de la tesis de la hermana sombra, descubrimos que la monografía no ofrece ninguna prueba concreta de que los espejos tuviesen otro uso con excepción del más mundano. Magon cita la extraña decoración tallada en el marco, pero con excepción del hecho de que cada uno tiene una imagen simétrica en el lado opuesto (lo cual refleja su uso como marco de espejo y nada más, si se me permite la pequeña broma), no existe mucho más que respalde su extravagante tesis.

EL RELATO:

Madre Alta tocó el signo de la Diosa sobre el lado derecho del espejo y suspiró. Ahora que las cuatro niñas se habían marchado, la habitación volvía a estar en silencio. Cada vez valoraba más el profundo silencio de sus habitaciones cuando nadie más se encontraba allí. Sin embargo, esa misma noche, el lugar volvería a estar colmado... con Varsa, su madre adoptiva y el resto de las hermanas adultas. Varsa pronunciaría sus votos finales, convocando a su hermana de la oscuridad. Eso si lograba recordar todas las palabras y concentrarse el tiempo suficiente. Siempre era más difícil con las niñas más lentas, y Varsa no era nada brillante. Y, si como ya había ocurrido antes, a pesar de los años de entrenamiento y del estímulo verbal de las demás, la hermana sombra no aparecía en la Noche de Hermanad, habría lágrimas, recriminaciones y todos los sollozos de una niña decepcionada. Incluso con la certeza de que con el tiempo la hermana sombra se presentaría (y Madre Alta no conocía ningún caso en que esto no hubiese ocurrido), las esperanzas de la niña se hallaban tan ligadas a la ceremonia que siempre era un golpe terrible.

Madre Alta volvió a suspirar. Definitivamente, no estaba ansiosa por que llegase la noche. Colocando una mano a cada lado del espejo, se acercó a él hasta que su aliento empañó el vidrio. Por un momento, su imagen se vio más joven. Cerró los ojos y habló en voz alta como si su reflejo hubiese podido oírla.

—¿Es ella la Señalada? ¿Es Annuanna? ¿Jo-an-enna es la Diosa Blanca que ha regresado? ¿Cómo podría no serlo? —Madre Alta abrió los ojos y limpió el vidrio con la manga larga y ancha de su túnica. Los ojos verdes del espejo la miraron. Notó nuevas arrugas que surcaban la frente del reflejo y frunció el ceño, agregando una línea más—. La niña corre más lejos, bucea más profundo, se mueve más rápido que cualquier otra muchacha de su edad. Formula preguntas que no puedo responder. Que no me atrevo a responder. Sin embargo, no existe nadie que no la ame en la Congregación Selden. Exceptuándome a mí. Oh, Gran Alta, exceptuándome a mí. La temo. Temo lo que pueda hacernos sin proponérselo.

“Oh, Alta, háblame. Tú que danzas entre las gotas de lluvia y caminas sobre los relámpagos. —Alzó las manos ante el espejo, de tal modo que las marcas azules sobre sus palmas se duplicaron. Qué nueva se veía la señal, qué viejas sus manos—. Si ella es la Señalada, ¿cómo se lo digo? Si no lo es, ¿he hecho mal al mantenerla apartada? Ella debe permanecer apartada, de otro modo las contaminará a todas, —Su voz terminó en un susurro suplicante.

La habitación permaneció en silencio y Madre Alta apoyó ambas manos contra el espejo. Entonces se apartó. El contorno húmedo de cada mano se marcó sobre la superficie.

—No respondes a tu sierva, Gran Alta. ¿No me quieres? Si tan sólo me dieras una señal. Cualquier señal. Sin ella, las decisiones son sólo mías.

Se volvió abruptamente del espejo y abandonó la habitación justo cuando las huellas de sus manos se desvanecían del vidrio.

La habitación de Madre Alta se hallaba atestada de hermanas, luz y sombra. La única que se encontraba sola era Varsa, ya que Kadreen, como Solitaria que era, no podía participar en la ceremonia y, por supuesto, las niñas más jóvenes no estaban presentes.

Los pequeños fuegos de los faroles ardían alegremente, y el hogar estaba encendido. Las sombras bailaban profusamente por el cielo raso y el suelo. Este estaba cubierto de juncos frescos mezclados con pétalos secos de rosas, y en todo el ambiente se percibía el aroma dulce de primaveras pasadas.

Con el cabello coronado de flores del bosque, Varsa se hallaba de espaldas al hogar como si el fuego pudiese calentarla. Pero Madre Alta sabía que tenía frío y miedo, a pesar de que el rubor de la excitación teñía sus mejillas. Estaba desnuda, tan desnuda como por primera vez llegaría su hermana desde la oscuridad. Si es que viene, pensó la sacerdotisa.

Madre Alta y su hermana oscura se acercaron a Varsa, alzando sus manos derechas en señal de bendición. Varsa inclinó la cabeza. Cuando terminaron con la bendición, quitaron la corona de flores que llevaba la joven en la cabeza y la arrojaron al fuego. Éste la consumió con avidez, produciendo otro dulce aroma. En días pasados, las prendas de las muchachas también eran arrojadas a las llamas. Pero eso había sido en épocas de gran prosperidad. En una Congregación pequeña y pobre había que hacer economías, incluso en el momento de una ceremonia. Madre Alta había realizado ese cambio hacía unos diez años, y las hermanas sólo habían protestado un poco.

La sacerdotisa y su hermana sombra extendieron sus manos derechas y Varsa las tomó con ansiedad, sus propias manos húmedas y frías. Luego la condujeron hasta el espejo pasando entre las dos hileras de hermanas.

Todas ellas estaban vestidas de blanco y portaban un capullo rojo. En el silencio, sus pasos sobre los juncos crujientes sonaron como truenos.

Varsa no pudo evitar estremecerse.

Lentamente, Madre Alta y su hermana la hicieron girar tres veces ante el espejo, y con cada vuelta las mujeres murmuraban:

—Por tu nacimiento. Por tu sangre. Por tu muerte.

Entonces la sacerdotisa detuvo a la niña y dejó las manos sobre sus hombros para impedir que cayese. Solía ocurrir que las jóvenes comiesen poco en los días previos a la ceremonia, y los desvanecimientos eran frecuentes. Pero a pesar de que temblaba, Varsa no se desmayó. Observó su imagen en el espejo y alzó las manos. El temor teñía sus pequeños senos y el rubor bajaba por sus mejillas enrojeciéndole el cuello. Cerró los ojos, aminoró el ritmo de su respiración y volvió a abrir los ojos.

A sus espaldas, Madre Alta y su gemela recitaron:

La oscuridad ante la luz

El día ante la noche

Escucha mi ruego,

Preséntate ante mí.

Varsa giró las palmas hacia dentro y movió las manos lentamente hacia sí, recitando el cántico junto con las dos sacerdotisas. Una y otra vez convocó a su hermana hasta que, primero la sacerdotisa sombra y luego Madre Alta, se apartaron y sólo pudieron oírse los suaves apremios de Varsa.

En la habitación se percibía una gran tensión mientras todas las hermanas respiraban siguiendo el ritmo de la joven.

Un ligero vaho comenzó a formarse sobre el espejo, nublando la imagen de Varsa, cubriéndola con un manto de humedad. Al verlo, la muchacha contuvo el aliento, tragó saliva y perdió el ritmo del cántico. Cuando ella se detuvo, el vapor comenzó a desaparecer lentamente, primero por los bordes, hasta convertirse en un punto blanco.

Varsa continuó con el cántico durante varios minutos más, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas y, al igual que las demás, sabía que no le serviría para nada. Una vez que la imagen comenzaba a disolverse, desaparecía toda esperanza de que la hermana emergiese esa noche.

Madre Alta y su hermana posaron las manos sobre la espalda de Varsa y murmuraron:

—Es todo por esta noche, niña.

Varsa bajó los brazos lentamente y entonces, de pronto, se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar. Sus hombros se sacudían y aunque las sacerdotisas le susurraban que se detuviese, no podía hacerlo.

Su madre y la hermana sombra de ésta se acercaron cubriéndola con una capa verde y la alejaron de allí.

Madre Alta se volvió hacia las demás.

—Suele ocurrir —les dijo—. No importa. Convocará a una hermana otra noche, sin la presión de la ceremonia. El resultado será el mismo.

Mientras comentaban lo ocurrido, las mujeres abandonaron la habitación para dirigirse hacia la cocina, donde les aguardaba un buen banquete. A pesar del resultado de la noche, comerían bien.

Pero Catrona y su hermana sombra Katri aguardaron.

—Ya no es como antes —le contestó Catrona con furia a Madre Alta.

Katri asintió con la cabeza.

—El vínculo no es el mismo.

Catrona la tocó en el brazo.

—Recuerda a Selna...

—Tú, Catrona, tú, Katri... nunca le diréis esto a Varsa. Nunca. —Madre Alta tenía los puños apretados—. La niña tiene derecho a creer en su hermana. No le diréis lo contrario.

Catrona y Katri se volvieron y abandonaron la habitación en silencio.

Varsa todavía lloraba por la mañana. Sus ojos estaban enrojecidos y se había mordido las uñas hasta lastimarse.

Jenna y Pynt se hallaban a cada lado de ella ante la mesa, acariciándole las manos.

—Pero con el tiempo lograrás convocarla —murmuró Pynt—. Ella vendrá. Nadie que haya convocado a una hermana se ha quedado sin ella.

Varsa se limpió la nariz con el dorso de la mano.

—Es lo peor que podía haberme ocurrido. Todas esas personas mirando y mi hermana no se presentó. Nada peor podía haberme ocurrido en toda mi vida.

—Por supuesto que podría ocurrirte algo peor —dijo Pynt alegremente—. Díselo, Jenna. Claro que debe haber algo peor.

Jenna le hizo una mueca.

—Vaya ayuda que eres —masculló.

—Bueno, díselo —insistió Pynt. Jenna lo pensó un minuto.

—Podrías carecer de una madre. O de amigas —le dijo—. O no estar en la Congregación. Pues... podrías vivir en un pueblo y jamás haber oído hablar de las hermanas. Eso sería peor.

Varsa se levantó y retiró sus manos con ira.

—¿Qué sabéis vosotras? Aún no lo habéis intentado. Nada podría ser peor. —Se alejó pasando bajo la arcada.

—Déjala marchar —dijo Pynt al ver que Jenna se disponía a seguirla—. Tiene razón, sabes. Nada podría ser peor.

—Oh, no seas estúpida, Pynt. Hay muchas cosas peores. Pero ella tiene razón en algo. No podemos saber lo que siente. Aún no.

—Bueno, yo estoy segura de una cosa —dijo Pynt—. No pienso cometer un error. Traeré a mi hermana la primera vez.

Sentada al otro lado de la mesa, Selinda sacudió la cabeza.

—¿Por qué tanto escándalo? En otra ocasión su hermana vendrá. —Se metió en la boca otra cucharada de avena con leche. Pero era Alna quien comprendía mejor la situación.

—En este momento le duele más que ninguna otra cosa y, por supuesto, no puede pensar de forma diferente. Nada que digamos la consolará. Yo me sentía igual cuando tuve que escoger la cocina. Y ahora... bueno... no se me ocurre un sitio mejor en el que estar. —Sonrió satisfecha y comenzó a limpiar la mesa.

En cuanto Alna hubo abandonado la habitación, Selinda continuó.

—¿Cómo puede decir eso? Ella sabe que estar en los campos y en los jardines es lo mejor. Ella más que nadie... ¿cómo puede decir eso?

Pynt colocó una mano sobre la de Selinda, pero Jenna se echó a reír.

—¿Cómo es el dicho? Las palabras no son más que la interrupción del aliento. Así es como ella lo dice. Interrumpiendo su aliento. Es muy sencillo, Selinda.

Selinda se levantó y abandonó la habitación sin hablar. Pynt se acercó a Jenna y susurró rápidamente:

—¿Crees que habremos sido nosotras la causa de su fracaso?

—¿Porque espiamos desde detrás de la puerta? —preguntó Jenna—. Nadie nos vio. Nadie nos escuchó. Y ya conocemos la ceremonia para cuando llegue nuestro momento. No hemos hecho ningún daño.

—Pero supón... —Pynt no terminó la frase.

—Varsa es lenta y tiene miedo cuando hay demasiada gente a su alrededor. Eso fue lo que lo causó. No dos pares de ojos y oídos de más. Tú la viste; oíste cómo vaciló en el momento en que vio la imagen. —Jenna sacudió la cabeza—. Encontrará a su hermana. Y pronto.

—Sé que lo ocurrido anoche con Varsa nos ha afectado a todas. Algunas veces sucede que una niña no logra convocar a su hermana durante la Noche de Hermandad. No sucede con frecuencia, pero sucede.

Jenna codeó a Pynt en forma significativa.

—Pero ya lo veréis —dijo Madre Alta—. Todo será para mejor—. Alzó las manos sobre las niñas y las sostuvo en la bendición de Alta.

Ellas inclinaron sus cabezas y cerraron los ojos.

—Algunas veces, Gran Alta, que corre sobre la superficie de los ríos y oculta su gloria en una sola hoja, algunas veces ella nos prueba y nosotras somos demasiado pequeñas para comprender el sentido. Sólo sentimos dolor. Pero existe un sentido y vosotras debéis creer en él.

Selinda emitió un pequeño sonido de satisfacción y Alna asintió con la cabeza, como si recordase su Noche de Elección. Pynt clavó un dedo en la pierna de Jenna, pero ésta la ignoró. Hay algo más, pensaba. Lo siento. Está diciendo algo más. Por alguna razón, sintió un frío y un extraño vacío en el estómago, a pesar de que acababan de comer.

La sacerdotisa pronunció la bendición de Alta y las niñas la siguieron.

—Gran Alta, tú que nos abrigas...

—Con tu protección —respondieron las niñas.

—Gran Alta, tú que nos envuelves...

—En tu abundante cabellera.

—Gran Alta, tú que nos reconoces...

—Como única familia.

—Gran Alta, tú que nos enseñas...

—Cómo llamar a la hermana.

—Gran Alta, danos la gracia.

Las niñas repitieron:

—Gran Alta, danos la gracia.

Entonces observaron a Madre Alta y comenzaron a respirar siguiendo su ritmo. Después de haber cantado las cien plegarias de la respiración y trabajado durante una hora cada una por turno, frente al gran espejo, Madre Alta volvió a hacer que se sentaran en el suelo frente a ella. Tomó el Libro de su atril de madera y lo abrió en la página marcada con una cinta dorada.

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