Hermoso Caos (28 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Caos
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—Ethan, ten cuidado.

Las baldas se giraron lentamente hacia delante, revelando un segundo espacio. Detrás de la despensa había una habitación secreta, con muros de ladrillo visto y suelo de tierra. La habitación se estrechaba hasta un oscuro túnel. Me interné en ella.

—¿Es éste uno de los Túneles? —Liv escrutó en la oscuridad desde detrás de mí.

—Creo que es un túnel Mortal. —Miré a Liv desde las sombras del túnel. Parecía segura y pequeña dentro de la despensa, rodeada por viejos arcoíris capturados en los tarros de Amma.

Supe dónde estaba pisando.

—He visto fotos de habitaciones ocultas y túneles como éste. Los esclavos que huían los utilizaban para salir de las casas por la noche sin ser vistos.

—¿Estás diciendo que…?

Asentí.

—Ethan Carter Wate, o alguien de su familia, fue parte del Ferrocarril Subterráneo
[5]
.

9 DE OCTUBRE
Temporis Porta

—R
epítemelo, ¿quién era exactamente Ethan Carter Wate? —pidió Liv.

—Mi trastataratío. Luchó en la Guerra Civil y desertó porque creía que no era justa.

—Ahora lo recuerdo. La doctora Ashcroft me contó la historia de Ethan y Genevieve y el guardapelo.

Durante un instante me sentí culpable porque Liv estuviera aquí en vez de Lena. Ethan y Genevieve eran algo más que una historia para ella y para mí. Habría sentido la importancia de ese momento.

Liv pasó una mano por el muro.

—¿Y crees que esto pudo formar parte del Ferrocarril Subterráneo?

—Te sorprendería saber cuántas casas antiguas del sur tienen una habitación así.

—Si eso es cierto, ¿a dónde lleva este túnel? —Ahora estaba justo a mi lado. Cogí una vieja lámpara de latón que colgaba de un clavo entre dos ladrillos medio deshechos. Giré la llave y la habitación se llenó de luz.

—¿Cómo puede quedar queroseno en ella? Este trasto debe de tener al menos ciento cincuenta años.

Un desvencijado banco de madera se alineaba contra los muros. Restos de lo que parecía ser una cantimplora del ejército, una especie de saco de lona y una manta de lana estaban apilados a un lado, recubiertos por una gruesa capa de polvo.

—Vamos. Veamos hasta dónde llega. —Levanté la lámpara frente a mí. Pero lo único que pude ver fue un recodo del túnel y un parche de ladrillo de la pared que sobresalía entre el polvo.

—¡Vosotros los Waywards creéis que podéis ir a donde queráis! —Alargó el brazo y tocó el techo sobre nuestras cabezas. Un polvillo marrón se desprendió, y se agachó tosiendo.

—¿Estás asustada? —Le di un golpe con el hombro.

Liv retrocedió y tiró del retorcido nudo de cuerda. La puerta falsa se cerró a nuestra espalda con un agudo chasquido y nos quedamos a oscuras.

—¿Y tú?

El túnel no tenía salida. Y si Liv no hubiera advertido una ranura de luz sobre nuestras cabezas, no habría encontrado la trampilla que teníamos encima. La puerta no se había abierto desde hacía mucho tiempo, porque cuando la empujamos, paladas enteras de tierra cayeron al túnel y sobre nosotros.

—¿Dónde estamos? ¿Puedes ver algo? —gritó Liv desde abajo. No pude encontrar un asidero donde apoyar el pie en el lateral del muro de tierra, pero conseguí auparme hasta la superficie.

—Estamos en un campo al otro lado de la carretera 9. Puedo ver mi casa desde aquí. Creo que esto era propiedad de mi la familia antes de que construyeran la carretera.

—Entonces Wate's Landing debió de ser una casa segura. No sería difícil pasar a escondidas comida directamente al túnel desde la despensa. —Liv me estaba mirando pero sabía que estaba a miles de kilómetros de allí.

—Y luego, por la noche, cuando no había peligro, salían por aquí. —Me dejé caer al suelo, volviendo a colocar la trampilla en su sitio—. Me pregunto si Ethan Carter Wate lo sabía. Si estaba implicado. —Después de verle en las visiones, parecía propio de él.

—Y yo me pregunto si Genevieve lo sabía —dijo Liv.

—¿Qué sabes sobre Genevieve?

—He leído los archivos. —Pues claro que los había leído.

—Tal vez lo hicieron juntos.

—Tal vez tenga algo que ver con eso. —Liv estaba mirando por encima de mí.

—¿Qué?

Señaló detrás de mí. Había unos tablones torpemente clavados en forma de equis, pero las maderas estaban tan podridas que podía distinguirse una entrada detrás de ellas.

—Ethan. ¿Lo estoy imaginando o…?

Sacudí la cabeza.

—No. Yo también lo veo.

No era una puerta Mortal. Reconocí los símbolos tallados en la vieja madera, aunque no pudiera leerlos. A través de la trampilla que llevaba al mundo Mortal había un segundo portal que llevaba al mundo Caster.

—Más vale que vayamos —dijo Liv.

—¿Quieres decir ahí dentro? —Dejé la lámpara en el suelo.

Liv ya había sacado su cuaderno rojo y estaba dibujando, pero todavía parecía preocupada.

—Lo que quiero decir es que volvamos a tu casa. —Parecía enfadada, pero sabía que estaba tan interesada en lo que había más allá de la puerta como yo.

—Sabes que quieres entrar allí. —Algunas cosas nunca cambian.

El primer tablón se astilló deshaciéndose en mis manos en cuanto tiré de él.

—Lo que quiero es que te mantengas lejos de los Túneles, antes de que nos volvamos a meter en problemas.

El último de los tablones cayó. Frente a mí había un cerco de madera tallada que enmarcaba unas macizas puertas dobles. La base parecía desaparecer en el suelo de tierra. Me agaché para echar un vistazo de cerca. Había raíces que conectaban las puertas a la tierra. Pasé mis manos a lo largo de ellas. Eran duras y sólidas, pero no reconocí la madera.

—Es fresno. Y serbal, creo —afirmó Liv. Escuché cómo lo anotaba en su cuaderno—. No hay un solo fresno ni un serbal en todo el condado de Gatlin. Son árboles sobrenaturales. Protegen a las criaturas de la Luz.

—¿Lo que significa…?

—Lo que significa que estas puertas probablemente provengan de algún lugar lejano. E igualmente pueden llevar a lugares lejanos.

Asentí.

—¿A dónde?

Presionó su mano contra un dibujo del tallado dintel.

—No tengo ni idea. Madrid. Praga. Londres. Tenemos serbales en Inglaterra. —Empezó a copiar los símbolos de las puertas en una hoja.

Tiré del picaporte con las dos manos. El cerrojo de hierro crujió, pero las puertas no se abrieron.

—Ésa no es la cuestión.

—¿Ah, no?

—La pregunta es qué estamos haciendo aquí. ¿Qué se supone que debemos ver? —Volví a tirar del pomo—. ¿Y cómo pasaremos al otro lado?

—Eso son tres preguntas. —Liv estudió las puertas—. Creo que es como el dintel de Ravenwood. Los relieves son una especie de código de acceso al interior.

—Descífralo. Tenemos que encontrar la forma de entrar.

—Me temo que no es tan fácil. Espera. ¿Eso de allí no es una palabra? —Apartó el polvo de la puerta. En el marco estaba tallada algún tipo de inscripción.

—No me sorprendería que fuera una puerta Caster. —Froté la madera con la mano, y se deshizo bajo mis dedos. Lo que quiera que fuera era antiguo.


Temporis Porta.
¿Puerta del Tiempo? ¿Qué significa? —preguntó Liv.

—Significa que no tenemos tiempo para esto. —Apoyé la frente contra las puertas. Pude sentir un brote de calor y energía donde la vieja puerta tocaba mi rostro. Estaba vibrando.

—¿Ethan?

—Chist.

Vamos.
Ábrete. Sé que hay algo que debo ver.

Concentré mi mente en las puertas frente a mí, igual que había hecho con el Arco de Luz la última vez que intentamos encontrar el camino a través de los Túneles.

Soy el Wayward. Sé que lo soy. Muéstrame el camino.

Escuché el inconfundible sonido de la madera comenzando a partirse y astillarse.

La madera se sacudió como si las puertas fueran a desplomarse.

Vamos. Muéstramelo.

Me eché hacia atrás en el momento en que se abrían, partidas de arriba a abajo por la luz. El polvo se desprendió de su junta como si la entrada no se hubiera utilizado en miles de años.

—¿Cómo lo has hecho? —Liv me contemplaba asombrada.

—No lo sé, pero se ha abierto. Entremos.

Nos internamos y el polvo y la luz se disolvieron a nuestro alrededor. Liv me tendió una mano y, antes de que pudiera cogerla, desaparecí…

Estaba solo en el centro de un enorme vestíbulo. Era tal y como me imaginaba que sería Europa, quizá Inglaterra o Francia o España, algún lugar antiguo e intemporal. Pero no había forma de estar seguro. Lo más lejos que me habían llevado los Túneles era hasta la Frontera. La sala era tan grande como el interior de un barco, alta y rectangular, y estaba construida por entero en piedra. No creo que fuera una iglesia, pero sí algo por el estilo, una abadía o monasterio inmenso y espiritual y lleno de misterio.

Largas vigas cruzaban el techo rodeadas por pequeños cuarterones de madera. Dentro de cada cuarterón había una rosa dorada, un círculo con pétalos.

¿Círculos Caster?

Aquello parecía fuera de lugar.

Nada en este sitio resultaba familiar. Hasta la energía del aire —que zumbaba como un cable eléctrico caído— parecía diferente.

Al otro lado de la sala, más arriba, había una alcoba con una pequeña galería. Cinco ventanas se abrían a lo largo del muro, extendiéndose aún más arriba que las casas más altas de Gatlin, enmarcando la habitación de una luz suave que trepaba por los visos de la vaporosa tela que las cubría. Gruesas cortinas doradas colgaban a los lados, y no supe distinguir si la brisa que entraba por las ventanas era Caster o Mortal.

Los muros estaban panelados y se curvaban formando bancos bajos cerca del suelo. Había visto fotos parecidas en los libros de mi madre. Monjes y acólitos sentados en bancos semejantes para rezar.

¿Por qué estaba aquí?

Cuando levanté de nuevo la vista, la sala se había llenado de gente. Estaban apiñados a lo largo del banco de la sillería, llenando el espacio frente a mí, abarrotándolo y empujando desde todos los lados. No podía ver sus rostros; la mitad de ellos iban cubiertos. Pero todos ellos se revolvían con expectación.

—¿Qué sucede? ¿A qué estamos esperando?

Nadie respondió. Era como si no pudieran verme, lo que no tenía sentido. Esto no era un sueño. Era un lugar real.

La multitud se echó hacia delante, murmurando, y oí el sonido del golpe de un martillo.
«Silentium».

Entonces vi unos rostros familiares, y comprendí dónde me encontraba. Donde tenía que estar.

El Custodio Lejano.

Al final del vestíbulo, vi a Marian vestida con una túnica con capucha, sus manos atadas con una cuerda dorada. Estaba en la galería encima de la sala, junto al hombre alto que se había presentado en el archivo de la biblioteca. «Es el Guardián del Consejo», oí susurrar a la gente de mi alrededor. La Guardiana albina estaba de pie detrás de él.

Hablaba en latín y no pude entender lo que decía. Pero los que tenía a mi alrededor sí, y empezaron a comportarse de forma extraña.
«Ulterioris Arcis Concilium, quod nulli rei

sive homini, sive animali, sive Numini Atro, sive Numini Albo

nisi Rationi Rerum paret, Marianam ex Arce Occidentali Perfidiae condemnat».

El Guardián del Consejo tradujo las palabras y entendí por qué la gente había reaccionado así.

—El Consejo del Custodio Lejano, que sólo responde al Orden de las Cosas, y no a hombres, criaturas o poderes, Oscuros o Luminosos, considera a Marian Guardiana del Oeste culpable de Traición.

Sentí un dolor terrible atravesarme el estómago, como si todo mi cuerpo hubiera sido rajado por una cuchilla gigante.

—Éstas son las Consecuencias de su pasividad. Las Consecuencias que debe pagar. La Guardiana, aunque Mortal, regresará al Fuego Oscuro del que procede todo poder.

El Guardián del Consejo retiró la capucha a Marian, y pude ver sus ojos rodeados por círculos oscuros. Su cabeza estaba afeitada y parecía una prisionera de guerra.

—El Orden está roto. Hasta que se restaure un Nuevo Orden, debe mantenerse la Vieja Ley, y atenerse a las Consecuencias.

—¡Marian! No les permitas… —traté de abrirme paso entre la multitud, pero cuanto más lo intentaba, más rápido se cerraba la gente delante de mí, y más me alejaba de ella.

Hasta que choqué con algo, con alguien inmóvil e inamovible. Levanté la vista hacia la vítrea mirada de Lilian English.

¿La señora English? ¿Qué estaría haciendo aquí?

—¿Ethan?

—Señora English. Debe ayudarme. Tienen a Marian Ashcroft. Van a hacerla daño, y no es culpa suya. ¡No ha hecho nada!

—¿Y ahora qué opinas del juicio?

—¿Qué? —Estaba diciendo incongruencias.

—Tu trabajo. Lo espero mañana en mi mesa.

—Ya lo sé. Pero no estoy hablando de mi trabajo. —¿Acaso no entendía lo que estaba ocurriendo?

—Yo creo que sí. —Su voz sonaba diferente, desconocida.

—El juez se equivoca. Todos se equivocan.

—Alguien tiene que tener la culpa. El Orden se ha roto. Si no es culpa de Marian Ashcroft, ¿entonces de quién es?

No tenía la respuesta.

—No lo sé. Mi madre decía…

—Las madres mienten —repuso la señora English, su voz carente de emoción— para permitir que sus hijos vivan la gran mentira que es la existencia Mortal.

Sentí que mi rabia crecía.

—No hable así de mi madre. Usted no la conocía.

—La Rueda de la Fortuna. Tu madre lo sabe bien. El futuro no está predeterminado. Sólo tú puedes impedir que la Rueda aplaste a Marian Ashcroft. Que nos aplaste a todos.

La señora English desapareció, la habitación se quedó vacía. Había una delicada puerta de madera de serbal frente a mí, remetida en un muro como si siempre hubiera estado allí. La
Temporis Porta.

Estiré la mano para agarrar el picaporte. En cuanto lo toqué, estuve al otro lado de nuevo, de pie en el túnel Mortal, mirando a Liv.

—¡Ethan! ¿Qué ha pasado? —Me abrazó, y sentí un chispazo de la conexión que siempre existiría entre nosotros.

—Estoy bien, no te preocupes. —Retrocedí. Su sonrisa se esfumó, y sus mejillas se tornaron de un rosa brillante cuando comprendió lo que había hecho. Dejó que sus brazos cayeran por detrás de la espalda, retorciéndolos de forma extraña, como si quisiera hacerlos desaparecer.

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