Hermoso Caos (35 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Caos
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—¿Papá?

Mi padre sonrió antes de volverse, que es como supe que había estado esperando que esto sucediera. Tenía la sonrisa preparada.

—¿Ethan? Siento sorprenderte así en tus dominios. Quería repasar unas cosas con Lilian. Ha tenido algunas buenas ideas sobre mi proyecto de la Decimoctava Luna.

—Apuesto a que sí. —Sonreí a la señora English, tendiendo mis papeles—. Mi borrador. Pensaba ponerlo en su buzón. Simplemente, ignóreme. —
Como yo voy a ignorarla.

Pero no iba a librarme tan fácilmente.

—¿Estás listo para mañana? —La señora English me miró expectante. Me rehíce. La respuesta automática a esa pregunta era no, pero no recordaba exactamente para qué tenía que estar preparado.

—¿Señora?

—¿Para la recreación de los juicios por brujería de Salem? Vamos a juzgar los mismos casos en los que se basó
El crisol.
¿Has estado preparando tu caso?

—Sí, señora. —Eso explicaba el sobre marcado con INGLÉS en mi mochila. Últimamente no había prestado demasiada atención en clase.

—¡Qué idea tan asombrosa, Lilian! Me encantaría asistir, si no te importa —declaró mi padre.

—En absoluto. Puedes grabar en vídeo los juicios. Y así los podremos ver después, otro día de clase.

—Genial. —Mi padre resplandecía.

Sentí el frío ojo de cristal pasar por encima de mí mientras salía de la clase.

L,
¿sabías que mañana recreábamos los juicios de Salem por brujería en la fiase de inglés?

¿No has memorizado aún tu caso? ¿Miras alguna vez los deberes de tu mochila?

¿Sabías que mi padre va a grabarlo? Yo sí. Porque acabo de irrumpir en su cita para comer con la señora English.

Mmm…

¿Qué podemos hacer?

Hubo una larga pausa.

¿Supongo que tendremos que empezar a llamarla señora de…?

No tiene gracia, L.

Tal vez deberías terminar de leer
El crisol
antes de la clase de mañana.

El problema con tener al demonio en tu vida es que los otros demonios cotidianos —secretarias que cuentan tus faltas y te castigan, el endiablado libro de texto que constituye la mayor parte de tu existencia en el instituto— empiezan a parecerte menos aterradores. Salvo que tu padre esté saliendo con la profesora de inglés con el ojo de cristal.

Pero daba igual como lo mirara, Lilian English era un demonio, un auténtico espécimen de la variedad de demonio cotidiano, que, además, comía pollo chicloso con mi padre. Y yo estaba jodido.

Resultó que
El crisol
trata más de perras que de brujas, como Lena señaló primero. Me alegré de haber esperado hasta el final para leer la obra. Me hizo odiar a la mitad del Jackson High y a todo el equipo de animadoras aún más de lo habitual.

Cuando la clase comenzó, me sentía orgulloso de haberlo leído y sabía unas cuantas cosas sobre John Proctor, el tipo que acaba totalmente jodido. Lo que no había imaginado eran los disfraces: chicas con vestidos grises y delantales blancos, y chicos con las camisas del domingo y los pantalones metidos dentro de los calcetines. No recibí el aviso, o tal vez aún seguía en mi mochila. Tampoco Lena llevaba ningún disfraz.

La señora English nos repartió las respectivas miradas de un solo ojo y cinco puntos de penalización, y traté de ignorar el hecho de que mi padre estaba sentado en la última fila con la vieja cámara de vídeo del colegio que tenía más de quince años de antigüedad.

La clase había sido organizada para que pareciera un tribunal. Las afligidas chicas estaban a un lado, con Emily Asher al mando. Aparentemente su papel era actuar como impostoras y fingir que estaban poseídas. Emily estaba en su salsa. Todos lo estaban. Los magistrados se situaban en uno de los lados y el banquillo de los testigos al otro.

La señora English volvió el Lado del Ojo Bueno hacia mí.

—Señor Wate. ¿Por qué no empieza haciendo de John Proctor y luego cambiamos durante la clase? —Yo era el tipo que iba a ver su vida destruida por un puñado de Emily Ashers—. Lena, tú puedes ser nuestra Abigail. Empezaremos con la obra y luego pasaremos el resto de la semana con los casos reales en los que está basada.

Me dirigí hasta mi silla en un rincón, y Lena fue hacia el otro.

La señora English le hizo un gesto a mi padre.

—Empecemos a grabar, Mitchell.

—Estoy listo, Lilian.

Todo el mundo en clase se dio la vuelta para mirarme.

La recreación siguió su curso sin un tropiezo, lo cual significaba que prosiguió con las dificultades de costumbre. Las pilas de la cámara se agotaron en los primeros cinco minutos. El magistrado jefe tuvo que ausentarse al baño. Las afligidas chicas fueron pilladas mandando mensajes y la confiscación de sus móviles supuso una mayor aflicción que la que se suponía que les había mandado el demonio en primer lugar.

Mi padre no dijo una palabra, pero sabía que estaba allí. Su presencia me impedía hablar, moverme o respirar cuando podía evitarlo. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué hacía tonteando con la señora English? No había una explicación lógica.

¡Ethan! Se supone que tienes que pronunciar tu defensa.

¿Qué?

Miré a la cámara. Todo el mundo en la clase me observaba.

Empieza a hablar o tendré que fingir un ataque de asma, igual que hizo Link en el examen final de biología.

—Me llamo John Proctor.

Me detuve. Mi nombre era John.

Igual que el John de la Residencia del Condado. Y el John sentado en la gruesa alfombra rosa de Ridley. Una vez más, ahí estaba yo, y ahí estaba John.

¿Qué trataba de decirme ahora el universo?

—¿Ethan? —La señora English parecía enfadada.

Bajé la vista a mi hoja.

—Mi nombre es John Proctor y estas acusaciones son falsas. —No sabía si era la frase correcta. Volví a mirar a la cámara, pero no vi a mi padre detrás de ella.

Vi otra cosa. Mi reflejo en la lente empezó a ondear, como una ola en el lago. Luego lentamente volvió a enfocarse. Durante un segundo, estaba mirándome de nuevo.

Observé mi imagen mientras las comisuras de mis labios se arqueaban en una sonrisa torcida.

Sentí como si alguien me hubiera dado un puñetazo.

No podía respirar.

Porque no estaba sonriendo.

—¿Qué demonios? —Mi voz estaba temblando. Las afligidas chicas se echaron a reír.

Ethan,
¿estás bien?

—¿Tiene algo más que añadir a esa incisiva defensa, señor Proctor? —La señora English estaba más que enfadada. Convencida de que trataba de fastidiarlo todo.

Rebusqué en mis notas con manos temblorosas, y encontré una cita.

—«¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? Os he entregado mi alma, dejadme mi nombre».

Podía sentir su ojo de cristal sobre mí.

¡Ethan! ¡Di algo!

—Dejadme mi alma. Dejadme mi nombre. —Era la frase equivocada, pero había algo en ella que me pareció adecuado.

Algo me estaba siguiendo. No sabía lo que era, o lo que quería.

Pero sabía quién era.

Ethan Wate. Hijo de Lila Jane Evers Wate y Mitchell Wate. Hijo de una Guardiana y un Mortal, amante del baloncesto y los batidos de chocolate, de los cómics y las novelas que escondía bajo mi cama. Criado por mis padres y Amma y Marian, en este pueblo y todo lo que había en él, lo bueno y lo malo.

Y quería a una chica. Su nombre era Lena.

La pregunta es, ¿quién eres? ¿Y qué quieres de mí?

No esperé una respuesta. Tenía que salir de esa habitación. Me abrí paso entre las sillas. No lograba llegar a la puerta con la suficiente rapidez. La empujé con todas mis fuerzas y corrí por el pasillo sin mirar atrás.

Porque ya sabía las palabras. Las había escuchado una docena de veces, y cada vez tenían menos sentido.

Y cada vez hacían que mi estómago se revolviera. ESTOY ESPERANDO.

1 DE NOVIEMBRE
La Reina Demonio

U
na de las desventajas de vivir en un pueblo pequeño es que no puedes largarte de una clase en medio de un recreación histórica que tu profesora de inglés lleva semanas organizando. No sin pagar las consecuencias. En la mayoría de los sitios, eso supondría la suspensión o al menos un arresto. En Gatlin significaba que Amma me obligaría a presentarme en casa de la profesora con una bandeja llena de galletas de mantequilla de cacahuete.

Que es exactamente donde me encontraba.

Llamé a la puerta confiando en que la señora English no estuviera en casa. Contemplé la hoja roja, cambiando el peso de una pierna a otra, incómodo. A Lena le gustaban las puertas rojas. Decía que el rojo era un color alegre, y los Caster no tenían puertas rojas. Para los Caster las puertas eran peligrosas —todos los umbrales lo eran—. Sólo los Mortales tenían puertas rojas.

Mi madre odiaba las puertas rojas. Y tampoco le gustaba la gente que las tenía. Decía que tener una puerta roja en Gatlin significaba que eras la clase de persona a la que no le asustaba ser diferente. Pero si pensabas que tener una puerta roja lo haría por ti, entonces simplemente eras como el resto de la gente.

No tuve tiempo para abordar mi propia teoría sobre puertas rojas porque justo en ese momento la que tenía delante se abrió. La señora English se asomó con un vestido floreado y unas zapatillas de pelo.

—¿Ethan? ¿Qué estás haciendo aquí?

—He venido a disculparme, señora. —Le tendí la bandeja—. Le he traído unas galletas.

—Entonces supongo que debes pasar. —Se apartó, abriendo la puerta del todo.

Ésa no era la respuesta que esperaba. Me había imaginado disculpándome y entregándole las famosas galletas de mantequilla de cacahuete de Amma, que ella aceptaría, y me iría de allí. Pero no teniendo que seguirla dentro de su pequeña casa. Con puerta roja o sin ella, no me sentía precisamente contento.

—¿Por qué no nos sentamos en la salita?

La seguí hasta una pequeña habitación que no se parecía a ninguna salita que hubiera visto antes. Era la casa más pequeña en la que había estado nunca. Las paredes estaban cubiertas de fotografías de su familia en blanco y negro. Eran tan viejas y las caras tan pequeñas que hubiera tenido que detenerme y contemplarlas fijamente para poder distinguirlas, lo cual hacía que todas resultaran extrañamente íntimas. Al menos, extraño para Gatlin, donde nuestras familias estaban expuestas por todas partes, los muertos y los vivos.

Vale, la señora English era rara.

—Por favor, toma asiento. Te traeré un vaso de agua. —No era una sugerencia, sino más bien una orden. Entró en la cocina, que debía tener el tamaño de dos armarios y pude escuchar el sonido del agua correr.

—Gracias, señora.

Había una colección de figuritas de cerámica sobre la repisa de la chimenea: una esfera, un libro, un gato, una luna, una estrella. La versión Lilian English de toda la chatarra habitual que las Hermanas habían coleccionado y no dejaban que nadie tocase hasta que quedó reducida a escombros en su jardín delantero. En el hueco de la chimenea había una pequeña televisión, con antenas de oreja de conejo que debía de llevar más de veinte años sin funcionar. Una planta con aspecto de telaraña estaba colocada encima, haciendo que el conjunto recordara a una enorme maceta, si no fuese porque la planta parecía estar muriendo, lo que convertía a la maceta que no era maceta, sobre la televisión que no era televisión, en medio de la chimenea que no era chimenea, en un sinsentido.

Una pequeña librería se encastraba a un lado de la chimenea. De hecho, parecía ser lo que aparentaba, pues había libros en ella. Me agaché para leer los títulos:
Matar a un ruiseñor. El hombre invisible. Frankenstein. El doctor Jekyll y mister Hyde. Grandes esperanzas.

La puerta principal se cerró de golpe, y escuché una voz que nunca hubiera esperado escuchar en casa de mi profesora de inglés.


Grandes esperanzas.
Uno de mis favoritos. Es tan… trágico. —Sarafine estaba detrás del umbral, sus ojos amarillos observándome. Abraham se había materializado en un raído sillón de flores en un rincón de la habitación. Parecía cómodo, como si fuera un invitado más. El
Libro de las Lunas
descansaba en su regazo.

—¿Ethan? Has abierto la puerta… —A la señora English sólo le llevó un minuto regresar de la cocina. No sé si fue por los extraños en su salita o por los ojos amarillos de Sarafine, pero se le cayó el vaso de agua y los cristales rotos salpicaron la floreada alfombra—. ¿Quiénes son ustedes?

Miré a Abraham.

—Están aquí por mí.

Él se rio.

—Esta vez no, chico. Hemos venido por otra cosa.

La señora English estaba temblando.

—No tengo nada de valor. Soy sólo una maestra.

Sarafine sonrió, lo que la hizo parecer aún más desquiciada.

—En realidad, tiene algo que es muy valioso para nosotros,
Lilian.

La señora English dio un paso atrás.

—No sé quiénes son ustedes, pero deberían marcharse. Mis vecinos probablemente hayan avisado a la policía. Ésta es una calle muy tranquila. —Su voz se elevó. Podía advertir que la señora English estaba a punto de desmayarse.

—¡Dejadla en paz! —Di un paso hacia Sarafine, que extendió los dedos abiertos hacia mí.

Sentí la fuerza, diez veces más potente que cualquier mano, golpear contra mi pecho. Me precipité contra la librería, haciendo que los polvorientos libros cayeran a mi alrededor.

—Siéntate, Ethan. Creo que te conviene ver el final del mundo tal y como lo conoces.

No podía levantarme. Aún sentía el peso del poder de Sarafine en mi pecho.

—Están ustedes locos —susurró la señora English, con ojos desorbitados.

Sarafine fijó sus terroríficos ojos sobre la señora English.

—No sabe ni la mitad.

Abraham apagó su puro en la mesita lateral de la señora English y se levantó de su sillón. Abrió el
Libro de las Lunas
como si estuviera marcado por una página concreta.

—¿Qué está haciendo? ¿Llamando a otros Vex? —grité.

Esta vez ambos se rieron.

—Lo que estoy convocando hace que un Vex parezca un gato domesticado. —Empezó a leer en un idioma que no reconocí. Tenía que ser el idioma Caster, el Niádico, tal vez. Las palabras eran casi melódicas hasta que las tradujo y comprendí lo que significaban.

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