Hijos de la mente (36 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Hijos de la mente
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—Quara no ha aprendido.

—Quara aprendió, claro que sí —dijo Miro—. En mi opinión Quara amaba a Marcáo, lo adoraba, y cuando él murió y los demás nos sentimos tan liberados ella se encontró perdida. Lo que ahora hace, esta constante provocación… está pidiendo que otra persona abuse de ella, que la golpee como Marcáo golpeaba a mi madre cada vez que lo provocaba. Creo que en cierto modo perverso Quara siempre estuvo celosa de que mi madre se quedara a solas con mi padre, aunque al final comprendió que le pegaba; cuando Quara quería que volviera la única forma que tenía de llamar su atención era… con esa boca suya. —Rió amargamente—. Eso me recuerda a mi madre, a decir verdad. Nunca la oíste en los viejos tiempos, cuando estaba atrapada en el matrimonio con Marcáo y tenía los hijos de Libo… oh, ella sí que no podía callarse. Yo me sentaba y la escuchaba provocar a Marcáo, burlarse de él, empujarle hasta que al final la golpeaba. No te atrevas a ponerle una mano encima a mi madre, pensaba yo, pero al mismo tiempo comprendía perfectamente su furia, su impotencia; porque él no era nunca, nunca, capaz de decir algo que la hiciera callar. Sólo su puño la silenciaba. Y Quara tiene esa boca, y necesita esa furia.

—Bueno, pues qué suerte para todos vosotros que yo le diera justo lo que necesitaba.

Miro se echó a reír.

—Pero no lo necesitaba de ti. Lo necesitaba de Marcáo, y él está muerto.

Entonces, de repente, Jane estalló en lágrimas de verdad. Lágrimas de pesar, y se volvió hacia Miro y se abrazó a él.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?

—Oh, Miro —le dijo ella—. Ender ha muerto. Nunca más volveré a verlo. Tengo un cuerpo por fin, tengo ojos para verlo, y no está aquí.

Miro se quedó de piedra. Naturalmente, ella echaba de menos a Ender. Ha pasado con él miles de años, y sólo unos cuantos conmigo. ¿Cómo he llegado a pensar que podía amarme? ¿Cómo pretendo compararme con Ender Wiggin? ¿Qué soy, comparado con el hombre que comandó flotas, que transformó la mentalidad de trillones de personas con sus libros, sus alocuciones, su reflexión, su capacidad para ver en los corazones de los demás y contarles sus más íntimas historias? Y aunque envidiaba a Ender porque Jane siempre lo amaría más y Miro no podía esperar competir con él ni siquiera en la muerte, a pesar de estos sentimientos finalmente comprendió que sí, Ender estaba muerto. Ender, que había transformado a su familia, que había sido un verdadero amigo para él, que, en toda su vida, había sido el único hombre que había ansiado ser con todo su corazón. Ender había muerto. Las lágrimas de pesar de Miro fluyeron junto a las de Jane.

—Lo siento —dijo ella—. No puedo controlar ninguna de mis emociones.

—Sí, bueno, en realidad es un fallo común.

Ella extendió la mano y tocó las lágrimas de su mejilla. Entonces se llevó los dedos mojados a su propio rostro. Las lágrimas se fundieron.

—¿Sabes por qué he pensado en Ender ahora mismo? —dijo—. Porque te pareces mucho a él. Quara te molesta tanto como a cualquiera, y sin embargo tú miras más allá y ves cuáles son sus necesidades, por qué dice y hace esas cosas. No, no, relájate, Miro, no espero que seas como Ender; sólo estoy diciendo que una de las cosas que más me gustaban de él también está en ti… eso no es malo, ¿no? La percepción compasiva. Puede que tenga poca experiencia como ser humano, pero estoy segura de que es una cualidad poco común.

—No sé —dijo Miro—. Por la única persona que siento compasión ahora mismo es por mí. No es una tendencia muy admirable.

—¿Por qué sientes pena de ti mismo?

—Porque tú seguirás necesitando a Ender toda la vida, y lo único que encontrarás son pobres sustitutos, como yo.

Ella lo abrazó entonces con más fuerza; ahora era la que daba consuelo.

—Oh, Miro, tal vez sea cierto. Pero si lo es, lo es tanto como que Quara sigue intentando llamar la atención de su padre. Nunca se deja de necesitar a los padres, ¿verdad? Nunca dejas de reaccionar ante ellos, aunque estén muertos.

¿Padre? Eso nunca se le había pasado a Miro por la cabeza. Jane amaba a Ender, profundamente, sí, lo amaba eternamente… ¿pero como padre?

—Yo no puedo ser tu padre —dijo Miro—. No puedo ocupar su lugar.

Pero lo que realmente hacía era asegurarse de que la había comprendido. ¿Ender era su padre?

—No quiero que seas mi padre —dijo Jane—. Sigo teniendo todos estos sentimientos de Val, ya sabes. Quiero decir que tú y yo éramos amigos, ¿no? Eso fue muy importante para mí. Pero ahora tengo este cuerpo de Val, y cuando me tocas, sigue pareciendo la respuesta a una oración. —De inmediato, lamentó haberlo dicho—. Oh, lo siento, Miro, sé que la echas de menos.

—Sí. Pero es difícil hacerlo, ya que te pareces mucho a ella. Y hablas como ella. Y estoy aquí abrazándote como quise abrazarla, y si eso parece horrible porque supuestamente te estoy consolando y no debería estar pensando en deseos básicos, bueno, entonces soy un tipo horrible, ¿no?

—Horrible —dijo ella—. Estoy avergonzada de conocerte. Y lo besó, dulce, torpemente.

Él recordó su primer beso con Ouanda años atrás, cuando era joven y no sabía lo mal que podrían salir las cosas. Los dos fueron torpes entonces, inexpertos. Jóvenes. Jane, ahora… Jane era una de las criaturas más viejas del universo, pero también una de las más jóvenes. Y Val… no habría recursos en el cuerpo de Val de los que Jane pudiera servirse, pues en su corta vida, ¿qué oportunidad había tenido de encontrar el amor?

—¿Se ha parecido a lo que hacen los humanos? —preguntó Jane.

—Ha sido exactamente lo que hacen los humanos. No es sorprendente, sin embargo, ya que los dos lo somos.

—¿Estoy traicionando a Ender al llorarle un momento y luego ser feliz porque tú me abrazas al siguiente?

—¿Le estoy tracionando yo, al ser feliz sólo horas después de su muerte?

—Pero no está muerto —dijo Jane—. Sé dónde se encuentra. Lo perseguí hasta allí.

—Si es exactamente la misma persona que era, entonces es una lástima. Porque por bueno que fuese, no era feliz. Tuvo sus momentos, pero nunca fue… nunca estuvo realmente en paz. ¿No sería hermoso que Peter pudiera vivir una vida plena sin tener que cargar con la culpa del xenocidio, sin tener que sentir el peso de toda la humanidad sobre sus hombros?

—Hablando del tema, tenemos trabajo que hacer.

—También tenemos una vida que vivir —dijo Miro—. No lamento este encuentro, aunque haya hecho falta toda la maldad de Quara para que tuviera lugar.

—Hagamos lo civilizado. Casémonos. Tengamos niños. Quiero ser humana, Miro, quiero hacerlo todo. Quiero ser parte de la vida humana de principio a fin. Y quiero hacerlo todo contigo.

—¿Es eso una propuesta? —preguntó Miro.

—Morí y renací hace sólo una docena de horas. Mi… demonios, puedo llamarlo padre, ¿no? Mi padre ha muerto también. La vida es corta, siento lo corta que es: después de tres mil años, todos ellos intensos, sigue pareciendo demasiado corta. Tengo prisa. Y tú, ¿no has malgastado ya demasiado tiempo? ¿No estás preparado?

—Pero no tengo anillo.

—Tenemos algo mucho mejor —dijo Jane. Volvió a tocarse la mejilla, donde había puesto su lágrima. Todavía estaba húmeda, y seguía estándolo cuando tocó con su dedo la mejilla de él—. He unido tus lágrimas a las mías, y tú has unido las mías a las tuyas. Creo que eso es aún más íntimo que un beso.

—Tal vez. Pero no tan divertido.

—Esta emoción que estoy sintiendo ahora… Es amor, ¿verdad?

—No lo sé. ¿Es un ansia? ¿Sientes una felicidad estúpida y mareante sólo por estar conmigo?

—Sí.

—Es gripe —dijo Miro—. Tendrás náuseas o diarrea en cuestión de horas.

Ella lo empujó, y en la ingravidez de la nave el movimiento lo envió por los aires hasta que golpeó otra superficie.

—¿Qué? —dijo, fingiendo inocencia—. ¿Qué he dicho?

Ella se apartó de la pared y se dirigió hacia la puerta. —Vamos. A trabajar.

—Mejor que no anunciemos nuestro compromiso —dijo él.

—¿Por qué no? ¿Avergonzado ya?

—No. Tal vez es mezquino por mi parte, pero cuando lo anunciemos, no quiero que esté presente Quara.

—Es muy poco digno de ti —dijo Jane—. Tienes que ser más magnánimo y paciente, como yo.

—Lo sé. Estoy tratando de aprender.

Volvieron flotando a la cámara principal de la lanzadera. Los otros preparaban el mensaje genético que emitirían en la misma frecuencia utilizada por los descoladores para desafiarles cuando aparecieron por primera vez cerca del planeta. Todos alzaron la cabeza. Ela sonrió débilmente. Apagafuegos saludó con alegría.

Quara ladeó la cabeza.

—Bueno, espero que hayamos acabado con ese arrebato emocional —dijo.

Miro notó que Jane hervía por dentro, aunque no respondió a la observación. Y cuando los dos estuvieron sentados y atados a sus asientos, se miraron, y Jane le hizo un guiño.

—Lo he visto —dijo Quara.

—Lo hemos hecho adrede —respondió Miro.

—Creced —les soltó Quara despreciativa.

Una hora más tarde enviaron el mensaje. Y de inmediato llegó una inundación de respuestas que no entendían pero que debían esforzarse por entender. No hubo entonces tiempo para discutir, ni para amar, ni para apenarse. Sólo había lenguaje: densos, anchos campos de mensajes alienígenas que tenían que descifrar de algún modo, y sin tardanza.

13. HASTA QUE LA MUERTE NOS SORPRENDA A TODOS

«No digo que haya disfrutado mucho

del trabajo que los dioses me impusieron.

Mi único placer

estuvo en mis días de instrucción,

en aquellas horas entre las acuciantes demandas

de los dioses.

Me pongo gustosa a su disposición, siempre.

Pero oh, era tan dulce

aprender lo ancho que podía ser el universo,

medirme contra mis profesores,

y equivocarme a veces, sin demasiadas consecuencias…»

de Los susurros divinos de Han Oing jao

—¿Queréis ir a la universidad y montar turnos en nuestra nueva red informática a prueba de dioses? —preguntó Grace.

Por supuesto que Peter y Wang-mu querían ir. Pero para su sorpresa, Malu se echó a reír alborozado e insistió en ir también. La deidad una vez habitó en los ordenadores, ¿no? Y si encontraba el camino de regreso, ¿no debería estar Malu allí para saludarla?

Esto complicó un poco las cosas, pues la visita de Malu a la universidad requería una notificación previa al presidente para que éste pudiera orquestar una bienvenida adecuada. No era necesario hacerlo por Malu; que no era vanidoso ni le impresionaban demasiado las ceremonias que no tenían un sentido inmediato. Pero la cuestión era demostrarle al pueblo samoano que la universidad respetaba todavía las antiguas costumbres, de las que Malu era el más reverenciado protector y seguidor.

De
luaus
de fruta y pescado en la playa, de hogueras al descubierto, esteras de palma y chozas de techo de paja, a un hovercar, una autopista y los edificios de colores vivos de la universidad moderna… a Wang-mu le pareció un viaje a través de la historia de la raza humana. Y sin embargo ya había hecho ese viaje en otra ocasión, desde Sendero; formaba parte de su vida pasar de lo antiguo a lo moderno, una y otra vez. Sentía lástima por aquellos que sólo conocían una cosa y no la otra. Era mejor poder seleccionar de todo el menú de logros humanos que estar limitada a una estrecha gama.

Peter y Wang-mu bajaron discretamente del hovercar antes de que el vehículo llevara a Malu a la recepción oficial. El hijo de Grace los guió en un breve recorrido por las nuevas instalaciones informáticas.

—Estos nuevos ordenadores siguen todos los protocolos enviados por el Congreso Estelar. No habrá más conexiones directas entre redes informáticas y ansibles, sino un desfase temporal; cada infopaquete será inspeccionado por software de seguridad que detectará todo acto no autorizado.

—En otras palabras —dijo Peter—: Jane nunca volverá a entrar.

—Ése es el plan. —El muchacho (pues, a pesar de su tamaño, eso parecía ser) sonrió de oreja a oreja—. Todo perfecto, todo nuevo, en total armonía.

Wang-mu se sintió asqueada. Así sería en los Cien Mundos: Jane bloqueada del todo. Y sin acceso a la enorme capacidad informática de las redes combinadas de toda la civilización humana, ¿cómo recuperaría el poder para lanzar una nave al Exterior y devolverla al Interior? Wang-mu se había alegrado de abandonar Sendero, pero no estaba segura de que quisiera pasar el resto de su vida en Pacífica. Sobre todo si tenía que quedarse con Peter, pues no había ninguna posibilidad de que él se contentara con la forma más lenta y relajada de vivir la vida que tenían en las islas. En realidad, era también demasiado lenta para ella. Le encantaba estar con los samoanos, pero la impaciencia por hacer algo crecía en su interior. Quizá quienes se educaban entre esta gente sublimaban de algún modo su ambición, o quizás había algo en el genotipo racial que la suprimía o la reemplazaba; pero el incesante impulso de Wang-mu por reforzar y expandir su papel en la vida no iba a desaparecer por un
luau
en la playa, por mucho que lo hubiera disfrutado y preciara su recuerdo.

El recorrido no había terminado aún, por supuesto, y Wang-mu siguió diligentemente al hijo de Grace. Sin embargo, prestaba la atención estrictamente necesaria para responder con amabilidad. Peter parecía aún más distraído, y Wang-mu imaginaba por qué. No sólo tendría los mismos sentimientos que ella, sino que también lamentaría la pérdida de conexión con Jane a través de la joya en su oído. Si ella no recuperaba su habilidad para controlar el flujo de datos a través de las comunicaciones de los satélites que orbitaban este mundo, él no volvería a oír su voz jamás.

Llegaron a una sección más antigua del campus, a unos edificios ajados de estilo arquitectónico más funcional.

—A nadie le gusta venir aquí, porque les recuerda lo recientemente que nuestra universidad ha dejado de ser sólo una escuela para formar ingenieros y maestros. Este edificio tiene trescientos años. Entremos.

—¿Tenemos que hacerlo? —preguntó Wang-mu—. Quiero decir, ¿es necesario? Creo que desde fuera nos hacemos una idea.

—Oh, pero creo que querréis ver este lugar. Es muy interesante porque en él se conservan algunas de las viejas maneras de hacer las cosas.

Wang-mu por supuesto accedió a seguirlo, como requería la cortesía, y Peter hizo lo mismo, en silencio. Entraron y oyeron el rumor de los antiguos sistemas de aire acondicionado y notaron el ambiente refrigerado.

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