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Authors: Juan Francisco Fuentes y Emilio La Parra López

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Historia universal del Siglo XX: De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas (40 page)

BOOK: Historia universal del Siglo XX: De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas
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Hitler, por su parte, estaba completamente decidido, tras el éxito en Checoslovaquia, a apoderarse de Danzig (éste era, según sus planes, el siguiente golpe de fuerza) y a invadir Polonia, para lo cual intentó asegurar su posición mediante la firma de una alianza militar con Japón y con Italia. Japón rehusó un acuerdo de esta naturaleza, pero Italia, en brazos de hecho de Alemania, no tenía otra salida y aceptó el tratado, conocido como el «pacto de acero» (mayo de 1939). El acuerdo tenía carácter ofensivo, pero Mussolini advirtió que Italia no estaría en condiciones de comprometerse en una guerra en Europa antes de 1943 pues, aparte de resolver algunos aspectos sobre el desarrollo industrial interior, necesitaba tiempo para pacificar Etiopía y Albania y para culminar la política de rearme. Hitler, que no estaba dispuesto a suplir las deficiencias italianas, transigió en que mantuviera su neutralidad en el momento preciso y completó su plan de seguridad diplomática ofreciendo a varios países la firma de un pacto de no agresión. Noruega, Suecia y Finlandia lo rechazaron, pero Dinamarca, Letonia y Estonia los firmaron en mayo-junio. La Unión Soviética lo hizo el 23 de agosto. Este último es, con mucho, el más relevante.

Todo parece indicar, anota J. B. Duroselle (1985, 248), que el acercamiento entre Alemania y la Unión Soviética, iniciado en abril de 1939, fue iniciativa de esta última. Stalin creyó que tal circunstancia garantizaría la seguridad de su país, pues aparte de evitar la agresión alemana, alentaba de esta forma a Hitler contra las potencias «imperialistas capitalistas» más fuertes (el Reino Unido y Francia) y cuanto más duradera fuera esa guerra, mayores beneficios obtendría la Unión Soviética. La neutralidad, por tanto, resultaba vital para la URSS, de ahí que al mismo tiempo los diplomáticos soviéticos mantuvieran conversaciones con Francia y el Reino Unido. Estas últimas negociaciones, sin embargo, se hallaron ante múltiples dificultades. Los occidentales descontaban tanto del régimen soviético como de la capacidad de su ejército, mientras Stalin estaba convencido de que la política franco-británica impulsaba a Hitler a dirigir sus ambiciones hacia el Este. La exigencia soviética, por otra parte, de contemplar en el acuerdo el libre paso del ejército rojo por Polonia lo hizo imposible. Los contactos con los occidentales se suspendieron en el momento en que surgió la noticia de la firma del pacto de no agresión germano-soviético. Para el Reino Unido y Francia fue un auténtico revés, pues en caso de guerra quedaba descartada la posibilidad de controlar firmemente a Alemania desde dos frentes, quedando el oriental bajo la exclusiva responsabilidad de Polonia. La decepción se hubiera incrementado considerablemente de haberse conocido entonces un protocolo secreto contenido en el pacto germano-soviético, que de hecho venía a implicar el reparto de la Europa del Este, pues aparte de aludir a la división de Polonia, establecía sendas zonas de influencia: bajo la URSS quedarían Finlandia, Letonia y Estonia y bajo Alemania, Lituania y Vilna.

En agosto de 1939, por tanto, la posición de Hitler era sumamente favorable desde el punto de vista diplomático. Esto hizo reaccionar al Reino Unido, quien, tras conocer el pacto germano-soviético, se apresuró a firmar el tratado con Polonia anunciado en abril, en el que se prometía la intervención inmediata británica en caso de agresión a este país. Todo el mundo estaba seguro de que la guerra estallaría de un momento a otro y Hitler, deseoso de emprenderla, por razones climatológicas, antes de octubre, ordenó los preparativos militares precisos para el comienzo de las operaciones. Entre el 28 y el 31 de agosto se ensayaron sendos intentos para evitar el conflicto. Por una parte, Mussolini intentó en vano la convocatoria de una conferencia internacional para dilatar el comienzo del conflicto y, por otra, el Reino Unido instó a la celebración de una reunión de los gobiernos polaco y alemán destinada a limar las diferencias mutuas y superar los incidentes fronterizos a los que continuamente aludía Hitler para justificar sus amenazas contra Polonia. Todo resultó inútil ante la firme decisión de Hitler de comenzar la guerra y en la madrugada del 1 de septiembre las tropas alemanas penetraron en territorio polaco, al mismo tiempo que se declaraba la incorporación (el Anschluss) de Danzig a Alemania. Polonia apeló a sus aliados. El día 3, el Reino Unido y Francia declararon la guerra a Alemania.

5.2. La guerra de masas

La agresión de Alemania a Polonia en septiembre de 1939 fue el inicio de un conflicto armado que se extendería por toda Europa y enlazaría con el que dos años antes se había desencadenado en china, producto asimismo de un acto de agresión por parte de Japón. Pronto quedaría de manifiesto que esta guerra era diferente a las conocidas hasta el momento. La Segunda Guerra Mundial fue, en efecto, un acontecimiento complejo de gran alcance que provocó un cambio de rumbo radical en la historia y se prolongó más allá del cese de las hostilidades en el campo de batalla. Los antagonistas de esta nueva confrontación, conocida como la «Guerra Fría», no fueron exactamente los mismos que en la anterior, pero el conflicto resultó no menos enconado y asimismo tuvo dimensiones mundiales. Stalin expresó esta realidad con toda claridad: a diferencia de lo ocurrido en otras ocasiones, el que ocupó un territorio durante las operaciones militares también implantó allí su propio sistema con el objetivo de diferenciar por completo ese territorio del «enemigo». Así pues, la Segunda Guerra Mundial tuvo una prolongación inesperada, de la misma forma que sucedió con sus efectos destructivos, quizá el rasgo más destacado por la historiografía, que resalta tanto el monto asombroso de pérdidas humanas y materiales como la forma en que se produjeron.

Desde los primeros instantes, la guerra en Euro a deparó sorpresas. La primera fue que en sólo una semana el ejército del Tercer Reich (la Wehrmacht) llegó a las puertas de Varsovia, superando por completo la resistencia militar polaca, en la que habían confiado los occidentales. Era el fruto de la táctica de «guerra relámpago» (la Blitzkrieg), consistente en combinar los bombardeos aéreos con el avance de las Panzerdivisionen, compuestas por carros de combate, tropas de asalto motorizadas y artillería. El segundo acontecimiento inesperado fue la invasión de Polonia por la Unión Soviética el 17 de septiembre, en virtud de la cláusula secreta del pacto germano-soviético de agosto anterior, desconocido por los occidentales. El 27 de septiembre, en menos de un mes, Polonia capitulaba y quedaba dividida. Alemania se anexionó un amplio territorio, poblado por más de 22 millones de habitantes, destinado a constituir una reserva de mano de obra para el Reich. La URSS, cuya zona de ocupación en Polonia abarcaba a unos 13 millones de habitantes, decidió asegurarse el control de las antiguas fronteras del imperio zarista y mediante un sistema de acuerdos de asistencia mutua sometió a su influencia a Estonia, Letonia y Lituania. Finlandia rehusó adherirse a este sistema y el 30 de noviembre fue invadida por el ejército rojo. A los tres meses de su inicio, la guerra adquiría una extensión inesperada. Hitler se había asegurado el flanco oriental y estaba en condiciones de atacar al Oeste, lo cual no realizó de inmediato debido a las condiciones meteorológicas del invierno.

El Reino Unido y Francia, mientras tanto, reaccionaron con la lentitud y vacilaciones acostumbradas y no llegaron a acordar un plan militar inmediato, al tiempo que Bélgica y Holanda se negaron a actuar en tanto no sufrieran un ataque directo de Alemania. La única medida convenida fue la de debilitar económicamente a Alemania e impedir el desarrollo de su industria bélica mediante la interrupción del suministro de hierro sueco a través de Noruega. Hitler reaccionó con la invasión de Noruega y Dinamarca en abril de 1940. La resistencia noruega prolongó la lucha durante unos meses, pero Dinamarca fue ocupada sin grandes dificultades y Hitler, convencido de su ventaja, lanzó el ataque al Oeste: sin previo aviso, el 10 de mayo las tropas alemanas invadieron con éxito arrollador Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Tras un devastador bombardeo de Rotterdam, el 14 de mayo capituló el gobierno holandés y las tropas alemanas penetraron rápidamente en Francia, dejando aisladas en Flandes a las divisiones británicas y belgas. El 26 de mayo capituló el rey Leopoldo III de Bélgica y el 10 de junio se complicó aún más la situación para los aliados al declarar Italia la guerra a Francia y al Reino Unido, al tiempo que tropas italianas penetraban en territorio francés. A estas alturas la resistencia francesa es ya prácticamente nula y la confusión militar y política total. El 16 de junio, el mariscal Philippe Pétain es nombrado jefe del gobierno y al día siguiente solicita el armisticio a los alemanes, formalizado el 22 de junio en Compiegne, escenario de un acto similar pero de signo contrario al final de la Primera Guerra Mundial. El armisticio estipuló el desarme del ejército francés y el control por parte de Alemania de las tres quintas partes del territorio de Francia.

Pétain, rodeado de políticos de derecha y extrema derecha, traslada su gobierno a Vichy. Su primera medida es la declaración del fin de la III República. El nuevo régimen, denominado «Estado Francés» (desaparece el término «República»), adopta un carácter dictatorial y proclama la fundación de un «orden nuevo» sobre la base de la «revolución nacional», una doctrina poco coherente, de inspiración cristiana y con muchos elementos de la ideología fascista. Aunque la mayor parte del territorio de la antigua República está en poder de los alemanes y el general De Gaulle constituye un Comité Nacional en Londres desde el que llama a la resistencia, el régimen de Vichy queda como única autoridad legal de Francia, y como tal es reconocido inicialmente por 32 Estados, entre ellos la URSS y Estados Unidos, aunque no por el Reino Unido, con el que rompe relaciones. Así pues, durante unos meses, el Reino Unido se queda solo frente al III Reich.

La derrota de Francia marca un hito fundamental en la guerra. No cabe explicarla sólo por la superioridad alemana en soldados y equipamiento, pues aunque tal cosa existió, los aliados disponían de medios suficientes como para organizar la defensa con mejores resultados. Los alemanes ganaron gracias a la sorpresa táctica y a su mejor organización (Parker, 1998, 44-48). El ejército alemán consiguió el factor sorpresa, tanto por la fecha del ataque como porque lo lanzó por puntos no esperados por el mando aliado y, además, los alemanes conocieron la distribución y número de las fuerzas aliadas y sus movimientos tras la descodificación de los sistemas de comunicación del Ministerio de la Guerra francés, mientras que del lado contrario no sucedió lo mismo. En suma, mientras las fuerzas alemanas actuaron bien organizadas y con rapidez, las contrarias no siempre se encontraron en el lugar adecuado en el momento oportuno. A esto contribuyeron, por otra parte, los cambios en la cúspide de mando en el ejército francés y la confusión política arrastrada desde años antes, como se vio en el capítulo anterior.

El suceso fue un gran triunfo personal para Hitler y, como afirma Andreas Hillgruber (1995, 65), fortaleció considerablemente su autoridad en el interior del Reich. A partir de ahora desaparecieron las últimas reticencias a asumir su dirección mantenidas aún por algunos elementos conservadores del Estado y de la Wehrmacht. La voluntad de Hitler se impuso en todos los órdenes como jamás lo había hecho y esto resultó determinante en el orden militar durante el año decisivo para la guerra que transcurre entre junio de 1940 y julio de 1941. Como absoluto y caprichoso director de las operaciones militares, Hitler planificó una aventura militar de enorme envergadura. Su plan consistía en derrotar a la Unión Soviética en unos cuantos meses para establecer en su suelo el «Imperio alemán del Este», donde se cumpliría su sueño racista de proporcionar el «espacio vital» a la «raza superior aria» y lanzar, a continuación, un doble avance hacia el Este, más allá de los Urales, y hacia el Sudeste, atravesando el Cáucaso, en dirección a Irán-Irak. Esta última operación enlazaría con un movimiento realizado desde Libia-Egipto y desde Grecia para acabar con las posesiones británicas en Oriente Medio y amenazar a la India. En definitiva., Hitler pretendía establecer su autoridad, en colaboración con Japón, sobre «el hemisferio oriental» (Europa, Asia y África), que quedaría como una unidad frente al continente americana controlado por Estados Unidos. El cumplimiento de este proyecto supondría el exterminio de la clase dirigente judeo-bolchevique de la Unión Soviética, la erradicación biológica de los millones de judíos instalados en ese territorio y en el centro de Europa, la recuperación de un espacio colonial para asentamiento alemán, la desaparición de las masas eslavas, es decir, de una raza inferior, y el establecimiento en un gran espacio de la autarquía plena bajo dominio alemán y a salvo de cualquier bloqueo organizado por Estados Unidos (Hillgruber, 1995, 98). Por todas estas razones, la lucha en el este sería diferente a la mantenida en el oeste y debía realizarse sin temor a emplear la máxima crueldad contra la población autóctona. La campaña alemana de Rusia confirmó el cumplimiento de este deseo del Führer.

A principios de julio de 1940, Hitler ordenó el inicio de los estudios para preparar el ataque a la Unión Soviética, denominado «operación Barbarroja», con que se iniciaría todo ese proyecto, y, al mismo tiempo, en vista de que el Reino Unido mantenía la lucha, decidió aniquilarle en su propio suelo mediante la operación «León Marino», consistente en el desembarco de tropas en las costas británicas tras el bombardeo de sus defensas aéreas. El 13 de agosto de ese año comenzaron los bombardeos alemanes (es la «batalla de Inglaterra») sin obtener el éxito inmediato esperado, pues la eficacia de la operación quedó contrarrestada por la detección de los aviones alemanes gracias a los radares, innovación técnica entonces en poder sólo del Reino Unido, y a la actuación de los cazas británicos, más rápidos y mejor armados. Goring, jefe de la aviación alemana (Luftwaffe), decidió emprender una acción de terror y el 7 de septiembre ordenó el bombardeo nocturno de Londres. La operación duró 68 noches seguidas, con una sola interrupción, pero tampoco este procedimiento consiguió doblegar a los británicos, decididos a no capitular a pesar de las lágrimas, la sangre, el esfuerzo y el sudor, como dijera su jefe del gobierno, Winston Churchill. A mediados de octubre, Hitler decidió abandonar el proyecto de invasión de Inglaterra y dedicar sus esfuerzos, mientras ultimaba la campaña del Este, al bloqueo de las Islas Británicas y a reforzar el dominio alemán en los Balcanes para, por una parte, facilitar la campaña de Rusia y, por otra, evitar el traslado a la zona de tropas británicas desde sus colonias de Oriente Próximo.

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