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Authors: Dan Simmons

Ilión (66 page)

BOOK: Ilión
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Harman parecía dubitativo pero concentrado. Una representación aérea de Ardis llenó el óvalo de Harman, y luego un diagrama del trazado de Ardis Hall. Una estilizada figura femenina se encontraba junto a un grupo de estilizados hombres y mujeres en el porche delantero

—Ada —dijo Daeman—. Estabas pensando en Ada.

—Increíble —dijo Harman. Contempló la imagen un instante—. Voy a visualizar a Odiseo.

La imagen se agitó, cambió de tamaño, buscó, pero no encontró nada.

—Lejonet no tiene datos sobre Odiseo, según Savi —dijo Daeman—. Pero vuelve con Ada. Mira dónde está.

Harman frunció el ceño pero se concentró. El estilizado dibujo de Ada se hallaba en un campo de unos cien metros detrás de Ardis Hall. Había docenas de figuras humanas sentadas delante y alrededor de un vacío. Ada se unió a la multitud.

Daeman miró la imagen de la palma de Harman.

—Me pregunto qué está pasando allí. Si Odiseo está en ese punto vacío, parece que el viejo bárbaro se está dirigiendo a la multitud.

—Y Ada lo está escuchando o lo está viendo actuar —dijo Harman. Apartó la mirada del óvalo de su palma—. ¿Qué tiene esto que ver con mi pregunta, Savi? ¿Quiénes son los
calibani
? ¿Por qué intentan matarnos los voynix? ¿Qué está pasando?

—Unos cuantos siglos antes del último fax —dijo ella, uniendo las manos—, los posthumanos se pasaron de listos. Su ciencia era impresionante. Huyeron de la Tierra y se fueron a sus anillos orbitales durante la terrible epidemia rubicón. Pero seguían siendo dueños de la Tierra. Creían que eran los dueños del universo.

»Los posts habían cubierto toda la Tierra con la forma limitada de transmisión y recuperación de datos que vosotros llamáis faxear, y estaban experimentando (jugando en realidad) con el viaje en el tiempo, la teleportación cuántica y otras cosas peligrosas. Muchos de sus juegos se basaban en antiguas ciencias que se remontaban al siglo XIX (la física de los agujeros negros, la teoría de los agujeros de gusano, la mecánica cuántica), pero sobre todo se basaban en el descubrimiento del siglo XX de que, en el fondo, todo es información. Datos. Consciencia, materia energía. Todo es información.

—No lo comprendo —dijo Harman. Parecía enfadado.

—Daeman, le has enseñado a Harman la función de lejonet. ¿Por qué no le muestras todonet?

—¿Todonet? —repitió Daeman, alarmado.

—Ya sabes, cuatro triángulos azules sobre tres círculos rojos sobre cuatro triángulos verdes.

—¡No! —dijo Daeman. Desconectó su propia función palmar. El brillo azul se apagó.

Savi miró a Harman.

—Si quieres empezar a comprender por qué estamos aquí esta noche, por qué los posthumanos dejaron la Tierra para siempre, y por qué los
calibani
y los voynix están aquí, visualiza cuatro triángulos azules sobre tres círculos rojos sobre cuatro triángulos verdes. Es más fácil con la práctica.

Harman miró receloso a Daeman, pero cerró los ojos y se concentró.

Daeman se concentró en no visualizar esas figuras. Se obligó a recordar a Ada desnuda cuando adolescente, a recordar la última vez que practicó el sexo con una muchacha, a recordar a su madre reprendiéndolo...

Daeman miró al otro hombre. Harman se había puesto en pie, tambaleándose, y estaba girando, sacudiendo la cabeza, mirándolo todo boquiabierto.

—¿Qué ves? —preguntó Savi en voz baja—. ¿Qué oyes?

—Dios... Dios.. —gimió Harman—. Veo... Jesucristo. Todo. Todo. Energía... las estrellas están cantando... el maíz de los campos está hablando con la Tierra y la Tierra le responde. Veo... El reptador está lleno de pequeños microbios que lo reparan, lo enfrían... Veo... ¡Dios mío, mi mano!

Harman estaba estudiando su mano con expresión de total horror y revelación.

—Ya es suficiente para la primera vez —dijo Savi—. Piensa en la palabra «apagado».

—Todavía... no... —jadeó Harman. Se desplomó contra la pared de cristal de la esfera de pasajeros y la arañó débilmente como intentando abarcarla—. Es tan... tan hermoso... casi puedo...

—¡Piensa en «apagado»! —rugió Savi.

Harman parpadeó, cayó contra la pared y volvió un rostro pálido y demudado hacia ella.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó—. Lo he visto... todo. Lo he oído...
todo
.

—Y no has comprendido nada —dijo Savi—. Pero tampoco lo comprendo yo cuando estoy en todonet. Quizá ni siquiera los posthumanos lo comprendían todo.

Harman se acercó tambaleándose a su asiento y se desplomó en él.

—¿Pero de dónde procede?

—Hace milenios —dijo Savi—, los verdaderos humanos antiguos tenían una burda tecnología de información llamada Internet. Con el tiempo decidieron domar Internet y crearon una cosa llamada Oxígeno: no el gas, sino inteligencias artificiales que flotaban dentro y sobre y más allá de Internet, dirigiéndola, conectándola, marcándola, guiando a los humanos a través de ella cuando buscaban personas o información.

—¿Cercanet? —dijo Daeman. Sus manos temblaban y ni siquiera había accedido a lejonet ni todonet esa noche.

Savi asintió.

—Lo que condujo a cercanet. Con el tiempo, Oxígeno evolucionó en la noosfera, una logosfera, una esfera de datos de todo el planeta. Pero eso no fue suficiente para los posthumanos. Conectaron esta noosfera, esa superinternet, con la biosfera, los componentes vivos de la Tierra. Toda planta y animal y gota de energía del planeta conectados con la noosfera. Crearon una ecología de información completa y total que carecía sólo de consciencia de sí misma e identidad. Entonces, los posthumanos, estúpidamente, le dieron consciencia de sí misma, diseñando no sólo una inteligencia artificial abrumadora, sino permitiendo también que desarrollara su propia personalidad. Esta supernoosfera se llamó a sí misma Próspero. ¿Os suena ese nombre a alguno?

Daeman negó con la cabeza y miró a Harman, pero aunque el otro hombre sabía leer libros, también negó.

—No importa —rió Savi—. De repente los posthumanos tuvieron un... oponente que no pudieron controlar. Y la cosa no acabó aquí. Los posthumanos estaban usando programas autoevolutivos y proyectos de otro tipo también, permitiendo que sus ordenadores cuánticos persiguieran sus propios fines. Por increíble que parezca, consiguieron agujeros de gusano estables, consiguieron el viaje temporal, y transportaron a personas... a humanos antiguos, como conejillos de indias, pues nunca arriesgaron sus propias vidas inmortales, a través de puertas tempoespaciales vía teleportación cuántica.

—¿Qué tiene eso que ver con los
calibani
? —insistió Harman, todavía intentando despejar de su cabeza las imágenes de todonet.

—La entidad noosférica Próspero o bien tiene un sentido del humor muy avanzado o no tiene ninguno. A la biosfera sentiente la llamó Ariel, una especie de espíritu de la Tierra y, juntos, Ariel y Próspero crearon a los
calibani
. Hicieron evolucionar una rama de la humanidad (no antigua, ni post, ni
eloi
) para convertirla en el monstruo que visteis en la cruz esta noche.

—¿Por qué? —preguntó Daeman. Apenas fue capaz de pronunciar las sílabas.

—Para detener a los voynix —dijo la anciana—. Para expulsar a los posthumanos de la Tierra antes de que pudieran causar más daño. Para hacer cumplir cualquier capricho que las puntas de la trinidad noosférica de Próspero y Ariel quieran que se cumpla.

Daeman trató de comprender esto. No lo consiguió. Finalmente, dijo:

—¿Por qué estaba esa cosa en la cruz?

—No estaba en la cruz —dijo Savi—. Estaba
dentro
de la cruz. Es un nicho recargador.

Harman estaba tan pálido que Daeman creyó que el otro hombre iba a vomitar.

—¿Por qué crearon los posts a los voynix?

—Oh, ellos no crearon a los voynix —dijo Savi—-. Los voynix vinieron de otro lugar, sirviendo a otra gente que tenía sus propios planes.

—Siempre he pensado que eran máquinas —dijo Daeman—. Como los otros servidores.

—No —respondió Savi.

Harman contempló la noche. La lluvia había cesado y los rayos y truenos se habían trasladado al horizonte. Se veían unas cuantas estrellas entre los jirones de nubes.

—Los
calibani
mantienen apartados a los voynix de esta Cuenca.

—Son una de las cosas que mantienen alejados a los voynix —-reconoció Savi. Parecía complacida. Hablaba como una profesora uno de cuyos alumnos hubiera resultado no ser un completo idiota.

—¿Pero por qué no nos han matado los
calibani
? —le preguntó Harman.

—Por nuestro ADN.

—¿Nuestro qué? —dijo Daeman.

—No importa, queridos. Os basta con saber que tomé un poco de vuestro pelo y que eso, junto con un rizo propio, nos ha salvado a todos. Hice un trato con Ariel. Permítenos pasar esta vez y te prometo salvar el alma de la Tierra.

—¿Has visto a la entidad terrestre Ariel? —preguntó Harman.

—Bueno, no lo he
visto
exactamente —dijo Savi—. Pero he charlado con él a través del interfaz biosfera-noosfera. Hicimos un trato.

Daeman supo entonces que la anciana estaba completamente loca. Vio la mirada de Harman y supo que éste había llegado a la misma conclusión.

—No importa —dijo Savi. Ahuecó su mochila como si fuera una almohada y cerró los ojos—. Dormid un poco, queridos. Mañana tendréis que estar descansados. Mañana, con un poco de suerte, volaremos arriba, arriba, arriba, hasta la capa orbital.

Se quedó dormida y empezó a roncar antes de que Harman y Daeman pudieran intercambiar otra mirada de preocupación.

37
Ilión y Olimpo

Al final resulta que no puedo hacerlo. No tengo las agallas ni las pelotas ni la frialdad ni, tal vez, el valor. No puedo secuestrar al hijo de Héctor, ni siquiera para salvar a Ilión. Ni siquiera para salvar al propio niño. Ni siquiera para salvar mi propia vida.

No ha amanecido todavía cuando TCeo a la enorme casa de Héctor en Ilión, Estuve aquí hace dos noches, cuando (morfeado como el ahora decapitado lancero Dolón) seguí a Héctor a casa en busca de su esposa y su hijo. Como ya conozco la distribución, TCeo directamente a la habitación del niño, no muy lejos del dormitorio de Andrómaca. El hijo de Héctor, de menos de un año de edad, está en una cuna maravillosamente tallada cubierta por una mosquitera. Cerca duerme la misma aya que estaba en las murallas de Troya con Andrómaca aquella tarde en que Héctor asustó accidentalmente a su hijo con el reflejo de su casco dorado. Ella también duerme, reclinada en un cercano diván, vestida con un fino y diáfano camisón enrollado con toda la complejidad de un diseño de Aubrey Beardsley. Incluso este camisón para dormir tiene una abertura bajo los pechos al estilo griego y troyano por la que se aprecia lo grandes y blancos que son los senos del aya, visibles a la luz de los trípodes de los guardias de la terraza. Ya había pensado antes que era ama de cría del bebé. Esto es relevante, de hecho, porque mi plan se basa en poder secuestrar al bebé con el aya, dejando a Andrómaca aquí, después de que «Afrodita» se le aparezca y le diga que el niño va a ser secuestrado por los dioses, como castigo por los innombrables fracasos de los troyanos, y que si Héctor quiere al niño, que vaya al Olimpo a rescatarlo, bla bla bla.

Primero tengo que hacerme con el bebé y luego con el aya (sospecho que puede que ella sea más fuerte que yo, y casi con toda certeza más ducha en la pelea, así que tendré que usar el táser, aunque no quiera), y luego los TCearé a los dos a la colina en rápida expansión demográfica de la antigua Indiana, buscaré a Nightenhelser (todavía no he decidido qué hacer con Patroclo) y convenceré al escólico de que vigile al niño y su ama hasta que yo vuelva a por ellos.

¿Estará Nightenhelser preparado para la tarea de mantener a raya a esta aya troyana durante días, semanas o meses hasta que todo esto se acabe? Si se produjera una pelea entre un profesor de clásicas del siglo XX y un ama de cría troyana del 1200 antes de Cristo, me parece que apostaría por el ama. Y le daría a mi oponente una buena ventaja. Bueno, eso es problema de Nightenhelser. Mi trabajo es buscar un medio de manipular a Héctor, una manera de convencerlo de que tiene que luchar contra los dioses, igual que la «muerte» de Patroclo fue mi mejor recurso para alistar a Aquiles en esta cruzada suicida, y ese medio duerme delante de mí ahora mismo.

El pequeño Escamandrio, a quien la gente de Ilión llama amorosamente Astianacte, «señor de la ciudad», se agita levemente en su sueño y se frota los puños diminutos contra sus rojizas mejillas. Invisible bajo el Casco de Hades, me detengo y miro al ama. Ella sigue durmiendo, aunque sé que un grito del bebé la despertará con toda certeza.

No sé por qué me quito la capucha-malla del Casco de Hades, pero lo hago, volviéndome visible. No hay nadie aquí excepto mis dos víctimas, y estarán a quince mil kilómetros dentro de unos segundos, incapaces de hacer ninguna descripción a ningún artista troyano para que haga un retrato robot de mi persona.

Me acerco de puntillas y aparto la mosquitera. Una brisa llega soplando del lejano mar y agita las cortinas de la terraza y el imperceptible tejido que rodea la cuna. Sin emitir un sonido, el bebé abre sus ojos azules y me mira directamente. Entonces me sonríe, a mí, su secuestrador, aunque yo creía que los bebes tenían miedo de los extraños, sobre todo de los extraños que aparecen en su dormitorio en plena noche. Pero, ¿qué sé yo de niños? Mi esposa y yo no tuvimos ninguno, y todos los estudiantes a los que enseñé a lo largo de los años eran adultos parcial o pobremente formados, todos larguiruchos y granujientos y peludos y socialmente torpes y de aspecto atontolinado. Yo ni siquiera habría sido capaz de decir si un bebé de menos de un año sabía sonreír.

Pero Escamandrio me está sonriendo. En un segundo empezará a hacer ruiditos y tendré que tomarlo en brazos, agarrar al ama, TCearnos de aquí pitando... ¿puedo TCear a otras dos personas conmigo? Lo descubriremos dentro de un segundo. Luego tengo que regresar y usar mis tres últimos minutos de tiempo morfeador para robar la forma de Afrodita y darle mi ultimátum a Andrómaca.

¿Se pondrá histérica la esposa de Héctor? ¿Chillará y sollozará? Lo dudo. Después de todo, en los últimos años ha visto a Aquiles matar a su padre y sus siete hermanos, ha visto a su madre convertirse en el botín de guerra de Aquiles y luego morir de enfermedad inmediatamente después de ser liberada, ha visto su hogar ocupado y destruido, y todavía ha sido capaz de engendrar... no sólo de engendrar, sino de parir un hijo sano para su marido, Héctor. Y ahora tiene que ver cómo Héctor parte a la batalla cada día, sabiendo en el fondo de su corazón que el destino de su amado ya ha sido sellado por la cruel voluntad de los dioses. No, no es una mujer débil. Incluso morfeado como Afrodita, será mejor que no aparte los ojos de las mangas de Andrómaca para asegurarme de que no tiene ninguna daga con la que recibir la noticia del secuestro de su hijo.

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