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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Intriga, #Policíaco

Ira Divina (19 page)

BOOK: Ira Divina
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¿Cómo podían unos verdaderos musulmanes ignorar unos mandatos tan claros de Alá?

A partir de entonces, evitó al jeque Saad y aquella mezquita. Cuando acababan las clases de la madraza se escapaba lejos de allí y deambulaba por las calles de El Cairo. Primero, caminaba sin rumbo. Sin embargo, pronto lo encontró, cuando a dos pasos del
wikala
donde actuaban los derviches sufíes, dio con la que le pareció la mezquita más hermosa del
souq
de Khan Al-Khalili.

La gran mezquita de Al-Azhar pasó a ser su destino después de las clases. A la hora de la oración se dirigía al santuario, en pleno bazar, donde recitaba con redoblado vigor las plegarias a Alá. Los mulás le parecían aún demasiado heterodoxos, pero al menos no eran sufíes. Además, concluyó que el islam heterodoxo era un defecto general en Egipto, ya que el miedo de desagradar al Gobierno parecía mayor que la fe de esos mulás cobardes. Para evitar el problema, concentraba su atención esencialmente en la recitación del Corán y obviaba la mayor parte del sermón que acompañaba a la oración.

El resto del tiempo lo pasaba entre los comerciantes del bazar. Le gustaban el bullicio, los colores, los aromas, la algarabía, y la gente diversa que pasaba por allí. Vagaba solo por el
souq
, aunque solía moverse en un tramo de la Sharia Al-Muizz Allah que a cierta hora quedaba a la sombra del minarete a cuadros rojos del complejo Al-Ghouri. Desde la calle, oía las voces del coro de niños de la madraza del complejo que recitaban el Corán y, sentado en el paseo, se entretenía acompañando la recitación. ¡Ay, qué sosiego le proporcionaba oír las palabras de Alá entonadas por aquellas voces suaves!

—¡Chis!

Ahmed volvió la cabeza para ver si lo llamaban a él. Estaba sentado en un escalón de la entrada del complejo Al-Ghouri, justo al lado de la mezquita. Hacía semanas que frecuentaba aquel trecho de la calle y los comerciantes de la zona ya lo conocían.

—¡Chis! ¡Muchacho, ven aquí!

Se refería a él el vendedor de una tienda de pipas de agua que lo llamaba con el dedo. Después de dudar un instante, fue a hablar con él.

—¿Quiere hablar conmigo?

—Sí, muchacho. ¿Cómo te llamas?

—Ahmed.

—¿Por qué no me ayudas a atraer clientes a la tienda?

El muchacho miró con curiosidad las pipas de agua esparcidas por el suelo y por los estantes.

—¿Yo, señor?

—Aunque estamos en la Al-Muizz, los turistas se acercan pocas veces a esta parte del
souq
—se quejó el comerciante—. Necesito alguien que vaya a buscarlos a Midan Hussein. —Sacó del bolsillo una moneda de cobre reluciente—. Te doy veinte piastras por cada turista que me traigas que compre una
sheesha
. —Le enseñó la moneda como si lo tentara con un dulce de
baklava
—. ¡Veinte piastras!

Desconcertado por la inesperada propuesta, Ahmed levantó la vista hacia el cartel de la puerta de entrada. En él se leía «ARIF» y el adolescente presumió que se trataba del nombre del dueño del establecimiento.

—¿Y si no compran nada?

—Bueno, en ese caso no te llevas el dinero, claro. Pero si hicieras…

—¡Padre!

La voz, suave y melodiosa, procedía del interior de la tienda y los dos dirigieron la vista en aquella dirección. En ese instante, se asomó a la puerta que había detrás del escaparate una muchacha de unos diez años, delgada y con unos ojos negros luminosos, que parecían perlas pulidas. Ahmed sintió su corazón palpitar. Aquella niña era la criatura más hermosa que había visto nunca.

—¡Adara! —exclamó el comerciante—. ¡Vuelve ahora mismo adentro!

—Pero, padre…

—¡Que vuelvas adentro inmediatamente! ¿No ves que ahora estoy ocupado? Luego te llamo.

La muchacha dio media vuelta y desapareció. Era un ángel como Ahmed nunca había visto. Adara. ¡Qué nombre tan bello y apropiado! Adara. La palabra árabe para «virgen» era perfecta para una criatura tan sublime. Adara…

Sin dudarlo, el muchacho dio la mano al comerciante.

—Acepto.

Arif lo miró y dibujó en la boca una sonrisa fea, que revelaba sus incisivos podridos.

—¡Excelente!

—Voy a llenarle la tienda de clientes.

17

—¿
D
ónde está su hotel?

Acababan de salir del Harry’s y Tomás decidió comportarse como un caballero hasta el final.

—Al pie del teatro La Fenice —dijo Rebecca—. Está aquí al lado, no se preocupe.

—La acompaño. Mi hotel tampoco queda lejos.

De noche, Venecia tenía algo de irreal, parecía un escenario fantasmagórico. La luz desmayada de los quinqués acariciaba tímidamente las fachadas pintadas de blanco, de amarillo y de rosa. Había por todas partes tiendas elegantes, restaurantes acogedores y edificios históricos exquisitamente conservados. La multitud deambulaba distraída, posando la vista en los escaparates ricamente decorados. Sus pasos la llevaban sin rumbo concreto por el entramado de calles.

—Es curioso que los musulmanes fundamentalistas usen imágenes pornográficas para ocultar mensajes cifrados, ¿no le parece? —observó la americana.

—Eso tiene relación con una orden dada por Alá en el Corán.

—¿En serio? ¿Alá mandó ocultar los mensajes detrás de mujeres desnudas?

Tomás se rio.

—Claro que no —dijo—. Pero hay un pasaje del Corán, creo que en el capítulo 57, que dice: «Hemos hecho descender el hierro (en él hay grandes daños y gran utilidad para los hombres) para que Dios, en secreto, conozca a quienes les socorren a Él y a sus enviados». Este versículo se interpreta como una autorización divina para que los musulmanes usen tecnologías modernas para difundir el islam. De ahí que los fundamentalistas no duden en recurrir a armas sofisticadas y a ordenadores, incluidos esos
sites
pornográficos. En tiempos de guerra, todo vale. Es la filosofía de esos tipos. Supongo que han detectado mucha actividad en Internet…

—Mucha, es verdad —confirmó Rebecca—. Hoy en día, Internet es un elemento clave para Al-Qaeda para muchas cosas: propaganda, entrenamiento, planificación, logística… ¡Todo! Lo usan para comunicarse entre ellos, para mostrar vídeos de atentados, para transmitir información, órdenes y planes secretos, y para atacar ordenadores occidentales. Ya hemos detectado unos cinco mil
sites
fundamentalistas, en algunos de los cuales hay instrucciones detalladas para fabricar bombas sencillas. Hay otros con
chat-rooms
donde las personas preguntan lo que quieren y, al otro lado, hay un especialista en ley islámica que les responde. Una vez, en uno de esos
chat-rooms
, un internauta fundamentalista, que decía pertenecer a un grupo que tenía un rehén, quería saber si según el islam era permisible decapitarlo con una sierra o si tenían que usar un cuchillo o una espada, conforme al ejemplo del Profeta…

—¿Y qué respondió el especialista?

—Dijo que se debía seguir el ejemplo del Profeta, como ordena el Corán, y le aconsejó usar un cuchillo o una espada.

Sin conseguir quitarse la escena de la cabeza, Tomás hizo un gesto de rechazo y respiró hondo.

—¿Qué hacen con esos
sites
?

—Clausuramos unos y vigilamos otros. Tenemos incluso una táctica que consiste en abrir
sites
fundamentalistas para ver quién viene a hablar con nosotros. Así, pescamos bastante…

—Peces pequeños, me imagino.

—Claro. Los tiburones tienen sus propios
sites
y sólo frecuentan aquellos en los que pueden confiar.

—¿Como Bin Laden?

—Ése ya no usa Internet.

—Tiene miedo de que lo cojan.

—Sí. Hoy en día, todo el núcleo duro de Al-Qaeda evita Internet. Saben que es un riesgo demasiado grande. Nuestra tecnología de intercepción es tan sofisticada que los podríamos localizar en cualquier momento. Por lo que sabemos, Bin Laden recurre a mensajeros para transmitir sus órdenes. Cuando usa un ordenador, sólo ve información que otros graban en un CD o en un DVD. Ni se le ocurre conectarse a Internet.

La note xe bela,

fa presto Nineta,

andemo in barcheta

i freschi a chiapar.

La voz, que cantaba una melodía melancólica, procedía del estrecho canal de enfrente. Atraídos por la promesa de romanticismo que el sonido encerraba, Tomás y Rebecca se callaron y subieron a un puente que unía las dos manzanas que el canal separaba. El puente era pequeño y pintoresco, y dibujaba un arco sobre las aguas oscuras.

De la penumbra líquida emergió entonces una góndola furtiva. De pie, el gondolero empujaba suavemente el remo, mientras su voz seducía a los turistas que lo oían. Parados en medio del puente, el portugués y la norteamericana no podían despegar los ojos de la embarcación, mientras disfrutaban del momento. La góndola pasó por debajo del puente, deslizándose suavemente por el canal, a lo largo del cual resonaba la melodía.

E Toni el so remo

l’è atento a menar.

nol varda, nol sente

l’è un omo de stuco.

El bulto negro desapareció tras una curva y la voz del gondolero se diluyó en la distancia. Tenía una apariencia tan irreal que su paso parecía sólo una ilusión.

—¿Sabe una cosa? —preguntó Tomás, volviendo al problema que más le preocupaba—. Aún me cuesta creer que haya fundamentalistas en Portugal.

Rebecca tardó unos instantes en liberarse del efecto embriagante de la
barcarolle
, la canción de los gondoleros venecianos, y en regresar al presente.

—No sé por qué —dijo al fin.

—Porque conozco a nuestra comunidad islámica. Me encuentro con ellos muchas veces, mantenemos discusiones, hablamos mucho. Son todos buena gente, ya se lo he dicho.

—¡Y yo le he dicho que en todas las comunidades hay ovejas descarriadas!

—Pero en este caso no hay precedentes. No ha habido ningún musulmán portugués implicado en actos de… terrorismo islámico. ¡Es algo impensable!

Rebecca volvió a caminar cruzando el puente hasta llegar a la manzana que ocupaba el otro lado.

—Se equivoca.

El comentario despertó la curiosidad de Tomás, que lanzó una mirada interrogativa a Rebecca desde el centro del puente.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Ha habido fundamentalistas islámicos oriundos de Portugal implicados en atentados.

El historiador cruzó por fin el puente, siguiendo los pasos de su acompañante.

—¿Habla en serio?

—Claro.

—¡Dígame quién!

Rebecca siguió caminando, imperturbable, pero volvió la cabeza hacia atrás.

—¿Sabe cuál fue el primer atentado perpetrado por Al-Qaeda en suelo europeo?

Tomás aligeró el paso y se puso a la altura de ella.

—¿No fue el de Madrid?

—Debe de estar bromeando…

—¿Al-Qaeda cometió atentados antes de los de 2004?

—Claro que sí. El primer ataque de la organización de Bin Laden en suelo europeo ocurrió en 1991. Fue en Roma. El antiguo rey de Afganistán, Mohammad Zahir Shah, por aquella época planeaba regresar a su país, lo que obviamente suponía una amenaza para los muyahidines fundamentalistas y, por extensión, para Al-Qaeda. Fue en ese momento cuando un miembro de Al-Qaeda se hizo pasar por periodista y consiguió acercarse al rey. Cuando lo tuvo delante, el terrorista sacó un cuchillo y se lo clavó en el corazón al ex monarca. Lo que salvó al rey fue una pitillera de plata que llevaba en el bolsillo y que impidió que la hoja penetrase en el corazón.

—No lo sabía.

—¿Sabe cómo se llamaba ese miembro de Al-Qaeda?

La norteamericana se paró, sacó una fotografía del maletín y se la enseñó a Tomás. La imagen mostraba a un hombre barbudo y bien nutrido, de aspecto europeo mediterráneo, sentado en una celda. Una leyenda bajo la foto indicaba: «
Carcere di Rebibbia, Roma
».

El historiador se encogió de hombros.

—No lo sé.

—Paul Almida Santous.

—¡Ah…! —exclamó—. Paulo Almeida Santos.

—Eso.

Le llevó aún un momento ver la conexión entre el nombre, aquella fotografía y la historia del atentado de Roma.

—¿Quiere decir que… aquel terrorista de Al-Qaeda era portugués?


You bet
—confirmó ella—. Los italianos lo detuvieron, claro. Primero se cerró en banda y sólo años más tarde accedió a hablar, pero se limitó a decir cosas que ya sabíamos. Aun así, nos enteramos de que el señor Santos se había entrenado en los campos de la organización de Afganistán y que tuvo tres reuniones con el propio Bin Laden para preparar el atentado.

—No tenía la más mínima idea de ese caso.

—Le cuento esto para que vea que el trabajo que esperamos de usted no es necesariamente un juego de niños —añadió Rebecca, mientras guardaba la fotografía en el maletín—. Es cierto que la comunidad islámica de Portugal es tranquila y que está formada por buena gente. Pero, como entre los cristianos portugueses, también es posible encontrar entre los musulmanes portugueses a quien opta por caminos diferentes. ¿O puede usted poner la mano en el fuego por toda la gente de su país?

—Claro que no.

—Nuestros sistemas de vigilancia indican que el mensaje que le he enseñado en el Harry’s se abrió hace dos meses en un cibercafé de Lisboa. Se envió desde una dirección que vigilamos desde hace años y que sabemos que sólo se usa para enviar órdenes operativas de gran magnitud. Eso demuestra que…

—Si es así —la interrumpió Tomás—, ¿por qué no clausuraron esa dirección?

—Porque ya la tenemos localizada y no la queremos quemar. Si la cerráramos, Al-Qaeda abriría otra, probablemente con más cautelas aún, y enviaría órdenes operativas sin que supiéramos nada. Teniendo identificada esta dirección, podemos al menos observar el tráfico, interceptar mensajes y enterarnos de si va a pasar algo.

—Ahora lo entiendo.

Rebecca se calló por un momento intentando recuperar la idea que exponía cuando Tomás la había interrumpido.

—Como le decía, el hecho de que se hayan enviado órdenes desde esa dirección nos indica que va a pasar algo. Y el hecho de que ese correo se haya abierto en un ordenador cuyo IP está en un cibercafé de Lisboa nos muestra que los miembros a los que se dirigían las órdenes estaban en Portugal.

—Entonces, cree que habrá un atentado en suelo portugués…

—Eso no lo sé —replicó ella—. Sólo hay una manera de responder a esa pregunta, ¿no le parece?

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