La Computadora Z4 de Konrad Zuse, expuesta en el Deutsches Museum, Múnich.
Volvió a su mesa de trabajo. Después iría a ver los trabajos de instalación con sus ingenieros. Le habían confirmado que en una semana, como máximo, estaría operativa. Un nuevo sonido le llamó la atención. Era el motor de un helicóptero que se iba aproximando. Era la visita que estaba esperando. Esta vez salió fuera y contempló como la pequeña aeronave describía un círculo en el aire y bajó suavemente hasta posarse sin problemas en la zona destinada para ello. Era uno de los tres helicópteros
Kolibri FI 282 V5
de que disponían en la colonia para llevar o recoger personal, adaptados con una cabina para dos pasajeros y el piloto así como una zona de carga por debajo de la cabina, al aire libre. También eran útiles en tareas de vigilancia, inspección aérea o acceso a zonas difíciles. Además les habían adaptado una ametralladora MG42 en la parte frontal de la cabina que podía ser accionada por medio de un pedal por el piloto. Los indios de la zona les tenían un respeto considerable y los consideraban carros celestiales. Mejor que fuese así.
El personal de mantenimiento se dirigió rápidamente a la zona de aterrizaje, bajo el fuerte aire que generaba el helicóptero. El rotor fue deteniéndose poco a poco y la máquina fue fijada con unos tacos en las ruedas. Helmut miró hacia la cabina, reconoció al piloto, era Noemí Nadel. Su padre era alemán y su madre brasileña. Además de una mujer entregada a la causa SS, era una excelente piloto y la que llevaba más tiempo volando con helicópteros. Los otros eran August Stukenbrok y Matthias Pfeffer. Todos ellos también SS, como Helmut.
Un rostro conocido emergió tras Noemí, era el
Oberführer
Johann Siegfried Becker y otra persona a la que no conocía. Llevaban sendos portadocumentos con ellos. Tras ajustarse los sombreros civiles, los dos hombres se dirigieron con una sonrisa hacia Helmut. El rotor ya se había detenido totalmente y los sonidos aparecían de nuevo. Era un descanso. Tras quitarse su gorro de cuero de vuelo y dejar su cabello negro a la vista, Noemí saludó militarmente a Helmut y a los pasajeros y luego se dirigió hacia el equipo que se disponía a hacer el mantenimiento del helicóptero. Ya estaban cubriendo la aeronave con una lona de camuflaje. Dos miembros del equipo de tierra llevaron sendas maletas y una saca de los visitantes hasta una cabaña junto a la de Helmut.
—¡
Heil Hitler
! amigo Helmut —dijo el
Oberführer
Siegfred Becker levantando su brazo—. Quiero presentarte al
Hauptsturmführer
doctor Horst Neustadt, de nuestro departamento científico de las SS, que trabaja en colaboración directa con el SS General doctor Hans Kammler en Praga. —Horst Neustadt alzó su brazo haciendo el saludo hitleriano.
—Es un placer conocerle
herr Hauptsturmführer
y le admiro por el excelente trabajo que está desarrollando en la selva amazónica. —Helmut saludó con el brazo en alto.
—¡Heil Hitler!
Les estaba esperando señores, creo que todo está según lo previsto.
—Déjate de formulismos Helmut —le dijo Siegfred—. ¡Hace un calor y una humedad horrorosos en este lugar! Danos algo de beber en tu guarida. El vuelo en esa máquina me ha dejado seco. —Helmut sonrió y se dirigieron hacia su cabaña a muy poca distancia del pequeño helipuerto.
—¿Qué tal el vuelo? —inquirió Helmut, sabedor de que una experiencia como aquella amilanaba al más pintado. Neustadt no podía ocultarlo.
—Sinceramente ha habido momentos en que no las tenía todas conmigo. —Helmut sabía que Noemí hacía alguna pequeña acrobacia con sus viajeros novatos.
—Tranquilos habéis volado con mi mejor piloto…
—Y muy guapa por cierto —indicó Siegfried.
Kolibri 282 standard,
sin adaptaciones tropicales.
—Olvídate, es la esposa de otro de mis pilotos, August Stukenbrok. —Sonrió Helmut que conocía la fama de mujeriego de Siegfried—. Son una pareja excelente y se han aclimatado muy bien a la región. Ese es el gran problema de mi gente aquí. Este calor y la humedad son terribles. No hay estaciones anuales. —Llegaron a la cabaña de Helmut. Tras entrar, una bocanada de aire fresco del sistema de aire acondicionado les dio la bienvenida.
—¡Sensacional! —dijo inmediatamente Siegfried— El doctor Goebbels tiene un sistema igual en su palacete de verano en Lanke.
—No me sorprende —añadió Helmut con una medio sonrisa. Todos parecieron captar el mensaje y sonrieron abiertamente.
La familia del doctor Goebbels vivía en el palacio Príncipe Leopold. Como residencia de verano, las autoridades de Lanke le regalaron un palacete estilo prusiano junto al lago Bogen. Magda Goebbels, su esposa, puso orden al lugar, adecentándolo hasta convertirlo todo en un complejo de cinco edificios, uno de los cuales tenía más de veinte habitaciones dotadas de avances técnicos, algo increíble para su época, como aire acondicionado o persianas accionadas eléctricamente.
Helmut se dirigió a una nevera bien surtida en su despacho y ofreció cervezas a sus visitantes. Estos ya se estaban poniendo cómodos, a pesar de su ropa civil tropical en lino, en uno de los dos sofás ante una mesa de sobremesa.
—Ahora vendrán algunos de mis colaboradores, que sabían sobre esta visita y ya han preparado toda la información necesaria para vosotros. —Siegfried asintió—.
—Sí Helmut, sabes que vamos a estar varios días aquí, pero antes déjame entregarte algo que te has ganado merecidamente. —Helmut puso cara de sorpresa ante esta indicación. Neustadt sonrió y sacó de su portafolio un paquete envuelto con mucho esmero. Se lo pasó a Siegfried y este a Helmut. Helmut lo sopesó sin tener la menor idea de qué podría tratarse. Lo envuelto tenía una forma cilíndrica que casi cabía en la palma de su mano.
Se sentó en el sofá y comenzó a abrir el paquete, bajo la atenta mirada de sus visitantes. Tras separar el papel apareció una caja negra cilíndrica con el anagrama de las SS dentro de un doble círculo, impreso sobre lo que parecía ser la tapa de dicha caja. La abrió despacio, con cuidado y, ante él, apareció un Anillo del Honor
(Ehrenring)
o Anillo de la Calavera
(Totenkopfring),
como se le conocía más habitualmente. Sin decir palabra lo observó detenidamente, mientras la calavera de plata que presidía el anillo parecía sonreir ante su sorpresa. Lo sacó y lo miró con cuidado, casi reverencialmente. Además de la calavera, en todo el perímetro del anillo aparecían símbolos rúnicos de evidente simbología para las SS, ubicados en intervalos regulares y con hojas de roble entre cada uno. Era un anillo trabajado por un artesano excelente. Los símbolos rúnicos eran conocidos para Helmut, a ambos lados de la calavera estaba la runa Sig. Más hacia la izquierda estaba la runa Hagal, luego en posición opuesta a la calavera estaba la Doble Runa, a continuación la runa Swastika y finalmente de nuevo la runa Sig.
Luego Helmut miró la cara interior del anillo y tras las iniciales «S.lb.» (Seinem lieben), vio su nombre «Langert» escrito y tras él la fecha 9/11/42. A continuación la firma inconfundible de Himmler «H. Himmler». Luego procedió a lo que esperaban sus visitantes. Se lo probó en su dedo anular de la mano izquierda. ¡Perfecto! Curiosamente, le embargó una extraña sensación al ponérselo, parecía haber traspasado un umbral. Siegfried no lo dudó tras ver el anillo en la mano de Helmut.
—¡Felicidades, Helmut, ya perteneces a la Orden Negra por derecho propio y por tu capacidad. —Helmut se quedó mudo un instante.
—Reconozco que no esperaba este anillo. Lo agradezco profundamente y lo llevaré con orgullo el resto de mi vida. —La satisfacción embargaba los rostros de Siegfried y de Neustadt. Siempre era emocionante la entrega del Anillo de la Calavera. Helmut continuó—. Había visto este anillo en algunas personas de la Orden, pero no imaginaba que pudiera recibir uno. August, lo tiene también. Me he fijado en varias ocasiones y lo ganó en acciones militares, según sé. —Siegfried le entregó un sobre con una carta firmada por el mismo Heinrich Himmler, donde le oficializaba la entrega del anillo que, en caso de muerte del poseedor, debería ser devuelto a las SS para su almacenamiento en el castillo de Wewelsburg.
Las runas del
Totenkopfring
SS.
Dándole una palmada en la espalda, Siegfred le animó.
—Tú te lo mereces más que otros, Helmut, no tengas dudas. No se gana sólo en el campo de batalla, sino en la retaguardia o en lugares remotos, haciendo un gran trabajo como el tuyo y ayudando de forma efectiva a la victoria. La victoria no sólo está en frente, también está aquí. —Siegfried señalaba las paredes de la cabaña, la ventana y el exterior, etc., haciendo hincapié en su afirmación—. Observarás que el anillo está preparado hace tiempo, el año pasado concretamente, pero siempre queremos entregarlo personalmente para que el poseedor sea consciente de la importancia del mismo, lo que debe significar para él a partir de ese momento y su entrada en la parte más profunda de la Orden Negra. Llegar hasta aquí desde Alemania no es fácil. Puedes imaginarte lo complicado y los varios medios que hemos utilizado para estar ante ti hoy aquí. Pero ha merecido la pena, Helmut, créeme. Llévalo con orgullo. —Neustadt afirmaba las palabras de Siegfried. También sus dos visitantes lucían sendos Anillos de la Calavera en sus manos. Era la única identificación militar en su completo atuendo civil.
—Repito lo orgulloso que me siento y podéis estar seguros de que seguiré mi trabajo con todo el ímpetu del que sea capaz. Reconozco que es dura la estancia prolongada aquí, lejos de la familia y con un trabajo intenso. Pero creo que vale la pena el sacrificio por Alemania. Trabajo con los mejores y ellos se sacrifican como yo. —Helmut inevitablemente siempre pensaba en su familia que se hallaba en Río de Janeiro, lejos de la jungla y con todas las comodidades posibles. Así se lo aseguró Heydrich en su primera entrevista en 1938 y así se había cumplido. No les faltaba de nada y eso le tranquilizaba, pero la presencia física era complicada. Sólo dos veces al año podía ir a Río y estar unos pocos días con ellos. Veía crecer a sus hijos a distancia y no quería ser para ellos alguien que aparecía de vez en cuando, alguien como una sombra únicamente.
También era consciente que la Kolonie Waldner 555 no era el mejor lugar para unos niños. Helmut ya era el padre de dos pequeños, Sepp y Wilhelm. También creía que no era lugar para mujeres a pesar de que había varias, ya que eran las esposas de algunos científicos y soldados y participaban en los trabajos comunales con energía y decisión. Desde luego no impedía la presencia de mujeres allí, aunque siempre les dejaba muy claro dónde se metían. Cuando quedaban embarazadas se las enviaba a Río de Janeiro a la colonia alemana que cuidaba de ellas y de los pequeños con el máximo cuidado.
—Bien Helmut —siguió Siegfried—, después de esta pequeña entrega, nos gustaría continuar con tus progresos en las áreas técnicas en las que estás involucrado. Recibo puntualmente tus informes por valija diplomática a través de España y la verdad es que estamos impresionados por tus logros. El doctor Neustadt aquí presente desea hacer unas cuantas pruebas con tu gente sobre los avances en los discos volantes y en el proyecto espacial. Aunque como te he dicho antes estaremos una semana aquí, nos interesa ganar el máximo de tiempo posible y ayudarte y avanzar contigo en aquellas áreas en las que tengas más dificultades, dudas o necesites más apoyo desde Berlín.