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Authors: Ian Gibson

Tags: #Histórica, Intriga

La berlina de Prim (26 page)

BOOK: La berlina de Prim
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—¿Qué fue? —preguntó Patrick, escribiendo furiosamente en su cuaderno.

—Que unos pocos días después los agentes detuvieron en otra casa de huéspedes, en la calle de Fúcar, a dos sospechosos más. Se llamaban Tomás García y José Genovés. En la habitación de García encontraron dos trabucos. Ambos declararon ser de Valencia y haber sido traídos a Madrid, para atentar contra Prim, por dos cómplices de un tal José López. Dos cómplices de nombre Enrique Sostrada y Pedro Acevedo. Dijeron que el plan era matar al general en su berlina al salir del teatro o del Congreso y que, la noche antes de ser detenidos, tenían todo preparado para llevar a cabo el asesinato en la calle del Barquillo.

—¿Todo esto lo dijeron así, tan abiertamente?

—Sí. Y con ello el juez ya sabía que los conjurados estaban divididos en dos grupos: uno riojano y otro valenciano.

—¿Y les preguntó a García y a Genovés quién ponía el dinero?

—Sí. Contestaron que Acevedo.

—Y claro —terció Patrick—, cuando López se entera de lo que han declarado García y Genovés comprende enseguida que lo que él le ha dicho al juez ya no vale, que no encaja, y que debe cantar otra canción, ¿no?

—Exactamente. Una semana después pide ampliar su indagatoria. En su nueva declaración le dice al juez que el verano anterior él y Tomás García estuvieron recorriendo las provincias de Valencia y Alicante con el propósito de ir preparando un próximo levantamiento republicano. Que allí conoció a Sostrada y a Acevedo, y que, al darse cuenta de que planeaban un atentado contra Prim, entró en el complot para hacerlo fracasar. No le cuenta nada al juez de Solís o de Montpensier porque todavía no se siente abandonado por ellos, cree que lo van a sacar de la cárcel. Sólo lo hará seis meses después, al enterarse de la huida de Solís a Inglaterra.

Boyd decidió relatarle su entrevista en el Saladero con López. Lo hizo de manera somera y le pidió su opinión del personaje. Pérez le contestó que, sin conocerle personalmente, le parecía, por lo que había leído en el sumario, un gran embustero y enredador. Había llegado a la conclusión de que López no entró en el complot para salvar a Prim, como decía, sino todo lo contrario. A su juicio, López y sus cómplices trabajaban a favor de Montpensier y por ello montaron aquella sociedad secreta.

Patrick volvió a reflexionar un momento, luego dijo:

—López alega en
El Acusador
que, justo antes de que tuviera lugar la tentativa, Sostrada los delató a él y a sus paisanos riojanos ante las autoridades. Para que fuesen encarcelados y así ellos, los valencianos, pudiesen llevar a cabo solos el asesinato y quedarse con todo el dinero procedente de Montpensier. ¿Hay algo de esto en el sumario?

—Sí —respondió Pérez—. Hay dos declaraciones muy interesantes al respecto. La primera es del ayudante de Prim, el coronel Juan Prats, que era pariente suyo. Según Prats, un individuo que no quería dar su nombre le informó de que iba a haber un atentado contra el general pagado por un tal José Rodríguez (o sea, por López, Rodríguez era su primer apellido), y que él, el confidente, pertenecía a la confabulación pero había decidido salir de la misma ante la enormidad de lo que se tramaba. Le dijo a Prats que López se hospedaba con su cuñado, un tal Carratalá, en una casa de huéspedes de la calle del Duque de Alba, y que cada noche salían armados, Rodríguez con un revólver y el otro con una granada de mano. Y le dio más detalles. Prats, consternado, informó enseguida a un policía de alto rango (Gregorio Redondo se llamaba) para que se ocupara del asunto, y le puso en contacto con el confidente. En la declaración de Redondo ante el juez dijo que el individuo tenía acento valenciano, era rubio, bastante grueso y llevaba bigote. ¿Quién era? Sólo hay dos posibilidades: Sostrada o Acevedo.

—¿Y lo detuvieron?

—Qué va, permitieron torpemente que se fuera. Cuando luego lo buscaron no estaba. Ambos, Sostrada y Acevedo, han desaparecido del mapa. Y eso que eran tipos muy conocidos en Valencia. No creo que usted logre dar con ellos.

Boyd le preguntó si había encontrado en el sumario algún indicio de que López, como alegaba, hubiera sido amigo de Prim. Pérez le aseguró que ninguno. No creía que Prim conociera a López, y mucho menos que fuesen amigos.

—López dice que después de incomunicado lo llevaron a ver al general y que le puso al tanto de lo ocurrido y del peligro que todavía se cernía sobre su cabeza —siguió Patrick.

—No hay nada de esto en el sumario. Nada de nada. No creo que fuera a ver a Prim. Y le digo una cosa, si hubiesen sido amigos, el general habría intervenido inmediatamente para sacarlo de la cárcel, ¿no?

—Creo que sí, es evidente.

Patrick suscitó luego el aspecto económico de su relación con Pérez. Como era natural, dijo, no le iba a pedir que colaborara con él sin recibir nada a cambio. No bastaba su compartida pasión republicana. Además, aunque le había dado su palabra de no comprometerle, y la cumpliría a rajatabla, siempre existía el peligro de que alguien se enterara de lo que hacían, por muchas precauciones que tomasen. Tenía que haber una compensación. Pérez cedió por fin y acordaron unas condiciones aceptables.

Cerrado el trato Boyd le rogó que buscara entre sus apuntes, o en su caso en el sumario, para ver qué declararon exactamente ante el juez los ayudantes de Prim —Moya y Nandín—, así como el antiguo gobernador civil de Madrid, Juan Moreno Benítez, en relación con la posible presencia de Paul Angulo en la calle del Turco. Aclarar esto primero le ayudaría mucho.

Pérez le dijo que no le costaría mucho trabajo conseguir los datos y que lo haría enseguida.

Boyd le explicó luego que lo que necesitaba sobre todo, aunque ello llevaría más tiempo, era un resumen de la información que contenía el sumario sobre Felipe Solís Campuzano y José María Pastor, a su juicio los personajes clave de la trama. No se trataba de sacar copias literales de sus declaraciones, obviamente, sino de extraer de éstas los datos esenciales que le permitiesen avanzar en su investigación.

Pérez le dijo que haría todo lo posible por complacerle.

—Será preferible que no nos vean juntos, para no infundir sospechas —dijo Patrick, despidiéndose—. Mejor encontrarnos en algún lugar apartado u otra casa, ¿no le parece? Lo podemos decidir por escrito.

Otra vez en la calle tuvo la seguridad de que, gracias a Paul, ya estaba en el buen camino. No iba a poder leer personalmente el sumario, eso no, pero Horacio Pérez sería allí sus ojos. Era toda una suerte.

Capítulo 4

Diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, miércoles, 22 de octubre de 1873.

La entrevista con Pérez me ha producido un enorme alivio. ¡Gracias a él ya tengo acceso al sumario! Y creo que casi casi me puedo olvidar ya de la tentativa de noviembre, menos su vinculación con el asesinato.

¿Me contestará Solís? Acabo de comprobar que le escribí hace dieciocho días, más que suficiente. ¿O no habrá llegado todavía a Castilleja de la Cuesta?

Y Pastor, el otro personaje clave, ¿cómo diablos llegar hasta él?

Capítulo 5

Telegrama de Patrick Boyd a Edward McKinley, jueves, 23 de octubre de 1873.

OTRA VEZ MADRID. TENGO ACCESO A DONDE SABES. CONFIO AVANZAR DEPRISA. TE ESCRIBIRE. SALUDOS P.
Capítulo 6

Diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, jueves, 23 de octubre de 1873.

Nota hoy de Araceli en que me anuncia que ella y Benito vienen en el tren del miércoles próximo, que a lo mejor los acompañará Machado Álvarez —que tiene un compromiso en Madrid—, y que se alegra de que nos vayamos a ver pronto.

Me confirma que Solís no tardará en volver a Castilleja.

Estoy todo confuso. Araceli ha dejado caer lo de «Mr. Boyd» y me llama directamente Patrick. ¿Realmente siente algún interés por mí o sólo quiere ser simpática y ayudarme en mi investigación, como amiga de los Machado? Desde que la conocí su imagen me persigue constantemente, despierto o entre sueños, el perfume ambarino que llevaba la noche de Silverio se me ha metido dentro…

También hoy una buena aportación de Pérez, que me ha preparado una sinopsis de las declaraciones de Moya y de Juan Moreno Benítez ante el juez (de Nandín no ha encontrado nada por el momento).

Hay dos de Moya. En la primera dice que vio en la calle del Turco a un hombre de mediana estatura, con una blusa azul, apuntar con un arma de fuego —al parecer una carabina recortada— a la berlina. No menciona a Paul. Pero en su ampliación añade que quien dirigía el atentado gritó «¡fuego, puñeta, fuego!» y que él, Moya, «creyó» reconocer la voz de Paul Angulo. Recomienda al juez que pregunte al respecto a Juan Moreno Benítez. Y el juez lo hace.

Según la declaración de Moreno —Pérez ha transcrito las palabras exactas—, Prim le contó que en la calle del Turco «oyó una voz que decía “fuego, puñeta, fuego” y le parecía ser la de don José Paul y Angulo, en pos de la cual, obedeciéndole, le habían hecho tres o cuatro disparos».

No estamos, pues, ante aseveraciones contundentes, sino en el dominio del «parecer». Da la impresión de que Moreno conoce las declaraciones de Moya, o ha hablado con él. Las versiones coinciden demasiado. De todas maneras no bastan para inculpar a Paul. En toda la declaración de Moreno que ha copiado Horacio se aprecia el despecho del personaje hacia el jerezano, a quien achaca abiertamente el asesinato del general.

No, no, nada de esto prueba la presencia en Turco de Paul. Tampoco es concluyente al respecto lo que me dijo Ricardo Muñiz. Si éste hubiera apuntado las palabras exactas de Prim nada más oírlas, tal vez sí. Pero no lo hizo. Y ha podido influir en su «recuerdo» de las mismas lo que iban diciendo por ahí Moreno, Moya y quizás otros.

Sigo convencido de que Paul no estuvo en la calle del Turco aquella noche.

Capítulo 7

Diario de Patrick Boyd. Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones, sábado, 25 de octubre de 1873.

Gran día, estupendo día. Pérez, el ya imprescindible Pérez, me hizo llegar un sobre al hotel esta mañana. Al abrirlo me encontré con un resumen de las hojas del sumario donde se trata de la indagatoria llevada a cabo en Sevilla en busca de papeles comprometedores de Solís (folios 5.635-5.647).

Yo creía que, para llevar a cabo el requisitorio en el palacio de Montpensier, había ido a Sevilla desde Madrid, en persona, el juez Servando Fernández Victorio, instructor entonces de la causa. Es lo que me dijo Araceli, pero se equivocaba. Lo que hizo el juez fue mandar un exhorto a las autoridades sevillanas, fechado el 1 de julio de 1871, para que se encargasen
ellas
del mismo. En él explica que Solís Campuzano es «uno de los presuntos culpables de la muerte violenta» de Prim y que, además, son «graves y concluyentes los indicios de su culpabilidad respecto a la tentativa de asesinato del mismo».

Es decir que para el juez existía, por lo que le tocaba a Solís, una relación muy probable, casi segura, entre la tentativa del 14 de noviembre y el asesinato del 27 de diciembre.

El exhorto encomienda a las autoridades de Sevilla la busca y captura del coronel, así como un minucioso registro de su casa o casas. Procediendo «con toda urgencia y a mayor reserva», deben recoger cuanta documentación encuentren en ella o ellas, sobre todo cartas, papeles relacionados con pagos (máxime a través del Banco de Barcelona) y armas de fuego.

Un juez sevillano se encargó de cumplir escrupulosamente lo ordenado desde Madrid y se presentó sin perder tiempo en San Telmo con sus hombres (alguaciles, escribanos…). Allí le informó el contador y encargado de la vasta propiedad de que Montpensier estaba en Francia y que Solís nunca vivió en el palacio, ya que tenía su propio domicilio en la ciudad (dirección no especificada). Además, según el encargado, a finales de 1870 o principios de 1871 el coronel se había trasladado con su madre a Villafranca de los Barros, y a partir de entonces apenas se le veía por la capital andaluza. Eso sí, las pocas veces que volvía solía quedarse unas noches en San Telmo, en el pequeño cuarto que a tales efectos ya se le tenía destinado como ayudante del duque.

El juez inspeccionó enseguida dicha dependencia, donde no encontró nada incriminador. Ello no encaja con lo que me dijo Araceli, que según el conocido suyo que trabajaba en San Telmo sí hallaron allí algunos documentos quizás comprometedores. A ver si aclaramos esto.

Pérez ha estado releyendo también la declaración que, ordenada por Madrid, le tomó el juez francés a Montpensier. Me ha pasado los detalles esenciales. Daría mucho por ver con mis propios ojos el documento original (folios 6.799-6.808).

Resulta que Montpensier compareció ante el juez de Riom (Puy-de-Dôme) el 28 de agosto de 1871. No le fue difícil rechazar todas las alegaciones y acusaciones, relativas a su persona y la de Solís, procedentes mayormente de José López. Declaró que sólo vio a éste una vez, en su casa de la calle madrileña de Fuencarral, y que, después, dicho individuo —de quien habla con el más absoluto desprecio— trató únicamente con su ayudante Solís.

Preguntado si era cierto el rumor que corrió por Sevilla en noviembre de 1870, recogido de labios de varios testigos por el juzgado, según el cual había visitado con uno de su séquito una taberna situada cerca de la Puerta del Arenal para verse con «personas de muy mala reputación», el duque contestó airado que él no iba nunca a tabernas ni trataba con gentuza.

El dato del «rumor» es fascinante y confirma lo que me dijeron al respecto los Machado. Montpensier era muy conocido en Sevilla, con un físico y una presencia inconfundibles (empezando con su imponente nariz, a juzgar por las caricaturas de
La Flaca
). Parece difícil que aquellos testigos se equivocasen.

La última pregunta de la comisión rogatoria tenía que ver con el paradero actual de Solís. ¿Sabía el duque dónde estaba? No, no lo sabía. Sí tenía una dirección anterior, pero no creía necesario indicarla. Dijo que tampoco conocía la razón de la huida de su ayudante.

Montpensier se revela mucho duque en su declaración y absolutamente
au dessus de la mêlée
. ¡A él no le van a pillar con las manos en la masa, desde luego! ¡Y mucho menos manchadas de sangre!

Capítulo 8

Diario de Patrick Boyd. Madrid, Café Imperial, domingo, 26 de octubre de 1873.

Esta mañana, al darme cuenta de que hoy es día de visitas en el Saladero, decidí probar suerte y presentarme en la cárcel con la esperanza de que, llevando mi permiso previo con todos los datos, me dejasen ver otra vez a López.

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