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Authors: Fernando Trujillo

La biblia de los caidos (21 page)

BOOK: La biblia de los caidos
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—Pues a mí me parece difícil —insistió Sara.

—Si me vieras grabar otras runas, verías lo torpe que soy. Lo que pasa es que estas me las sé de memoria, está chupado. En un par de meses también las dominarás tú.

Ella lo dudaba seriamente, pero no replicó. Siguió observando muy concentrada.

La bañera era un modelo antiguo, de esas que tenían cuatro patas pequeñas y podían moverse, no como las modernas, que eran estructuras fijas, parte integral del diseño del cuarto de baño. Según le había explicado Diego, el modelo que estaban reforzando con las runas era de plomo.

Los símbolos se grababan con una estaca, una especie de palo afilado, terminado en punta, de un palmo de longitud. El nombre de estaca venía de una historia muy enrevesada que el niño le había contado acerca de un brujo que había matado un vampiro atravesándole el corazón. Luego añadió que tenía que ser mentira porque los vampiros no mueren así, hay que cortarles la cabeza, con lo que Sara se quedó bastante confusa.

Las estacas podían estar hechas de diversos materiales, apropiados para grabar en diferentes superficies. La del niño parecía de cristal, pero él insistía en que no lo era.

—Está hecha de polvo de diamante —había dicho cuando Sara le preguntó—. Es de las mejores estacas que hay. Sirve para casi todo, aunque el diseño es un poco soso, no mola mucho.

—¿La has hecho tú?

—¿Yo? —Diego dejó de dibujar, la miró como si estuviera loca—. Las estacas solo las pueden hacer los brujos. Ni siquiera sé lo que es el polvo de diamante. Así es como ellos llaman al material que han empleado. A mí también me parece cristal. La primera vez que compré una creí que querían timarme. Cuestan una pasta, ¿sabes? Pero cuando grabas algo con una de estas preciosidades se nota la diferencia. ¿Ves lo suavemente que se desliza?

Sara lo veía, claro que no podía comparar si otras estacas se arrastraban con mayor dificultad.

—Si no sabes de qué materiales está formada la estaca, ¿cómo puedes estar seguro de que su precio es justo?

—Por los resultados —contestó Diego—. Es como comprar una raqueta de tenis. ¿Tú sabes que es la fibra de carbono? ¿O cualquier otro material que indiquen en la composición? No, pero sopesas la raqueta, la mueves en el aire y la pruebas. Además, hay mucha gente con la que hablas sobre diferentes modelos y comparas resultados.

—Entiendo. —El símil con la raqueta la ayudó a verlo con más claridad—. Pero, siguiendo con tu ejemplo, las raquetas pueden ser fabricadas por diferentes empresas. Si las estacas solo las crean los brujos, pueden pedir lo que quieran.

—Y eso hacen, los tíos —rió el niño—. Tienen que ganarse la vida. De todos modos, hay varios clanes de brujos y a veces se hacen la competencia. Dicen que hace tiempo se aliaron todos para subir los precios y fue una putada. Estuvieron a punto de ocasionar una pequeña guerra contra ellos.

—¿Tan difícil es fabricar una estaca?

—A lo mejor está chupado. Nadie lo sabe. Los brujos guardan el secreto con mucho cuidado. Es la base de su poder económico. Eso y los ingredientes que utilizan para los grabados. Ha habido intentos de crear estacas por parte de otros, pero que yo sepa nadie lo ha conseguido.

Los ingredientes eran polvos a simple vista. El niño tenía dos frascos con esa extraña sustancia, de diferentes colores. Le había dejado a Sara tocarlos.

—Parece ceniza —había dicho ella.

—Sí, pero mira esto.

Diego metió la punta de la estaca en el bote. Los polvos se pegaron a la punta. Luego la deslizó sobre la superficie de la bañera y la ceniza verde se fue transformando en una estela de pintura del mismo color, antigua y gastada, como si la hubieran pintado hacía cien años.

—Impresionante —dijo la rastreadora pasando la mano por encima—. Ni siquiera se nota al tacto.

—Es porque el material es de primera. Se llama polvo de meteorito. A saber qué mierda será en realidad, pero así lo denominan los brujos. Cuesta un huevo, pero las runas duran que no veas.

—¿Y el otro frasco?

—Ese es aliento de dragón y es el más caro con diferencia. Es muy especial. Sirve para desdibujar las runas de otros. Cuesta una verdadera fortuna. Hay quienes dicen que ya no se puede fabricar más, pero yo creo que es un rumor de los brujos para inflar los precios.

—¿Hay de más tipos?

—Muchos. Los ingredientes afectan de diferente manera a las runas. Algunos se pueden combinar. Esta runa, por ejemplo —dijo señalando una de las que estaba dibujando en la bañera—, es un refuerzo, una protección. Si hubiera mezclado ese ingrediente con sal de azufre, además de aumentar la resistencia, haría que los objetos que lo golpeen se queden pegados, pero duraría mucho menos. Se utiliza en algunos escudos.

Sara no salía de su asombro. Le surgieron miles de preguntas.

—¿Y cómo se sabe todo esto? ¿Se hacen pruebas para ver los efectos?

—De nuevo, los brujos. Ellos conocen las combinaciones, fabrican los ingredientes, mantienen el secreto y se llevan la pasta. Algo que nadie diría porque parecen todos unos indigentes. No sé qué hace falta para ser un buen brujo, pero bañarse y usar ropas limpias seguro que no. Son gente insalubre, de tonos pálidos y enfermizos —añadió sintiendo un escalofrío.

A Sara le costó formarse una idea clara del aspecto de un brujo. Si controlaban el mercado de las estacas y sus ingredientes deberían ser ricos, o eso es lo que ella imaginaba. En su mente les veía como a Mario Tancredo, con trajes caros y rodeados de lujo. Pero el niño decía que parecían indigentes. No le veía el sentido.

—No parecen caerte muy bien —opinó.

—En realidad no me caen mal. Sus chanchullos molan. Hacen runas chulas y tal. Pero son muy cerrados. Nadie puede entrar en sus clanes. Escogen a sus miembros cuando son muy jóvenes, de menos de cinco años en la mayoría de los casos. Lo hacen para que no haya filtraciones. Están un poco paranoicos. Y nadie ha conseguido sonsacarles nunca sus secretos. Eso es algo que me pone a parir, de verdad. Es que soy muy curioso. Un grupo de vampiros violentos capturó a uno medianamente importantillo hace mucho, le torturaron durante treinta años y no consiguieron nada de él. También se sabe de un mago que trató de leerle la mente a un brujo, pero fracasó. Parecen ser inmunes a las runas de penetración mental.

—¿Y espiándoles?

—Es casi imposible. Nadie sabe dónde se ocultan en realidad. Se mueven por las cloacas, pero se desconoce su lugar de residencia y fabricación de mercancías. Es un mecanismo de defensa.

—¿Tantos enemigos tienen?

—La verdad es que sí. Ellos se definen como neutrales. Hacen tratos con todo el mundo, con los magos un poco menos, es con los que peor se llevan con diferencia. Pero todo el mundo ansía sus conocimientos, y ellos a veces se aprovechan de su posición privilegiada. Es complicado. A mí, de todos modos, esos rollos políticos no me van. Nosotros conocemos a un brujo que nos hace buenos precios porque el Gris le ayudó con un espectro que le acosaba. Tiene un puesto en el Rastro.

—¿El Rastro de Cascorro?

—Sí, ¿te extraña? Es un mercado al aire libre, un gran lugar para captar clientes.

—No he visto nunca objetos como estos en ningún puesto del Rastro.

Sara se paseaba por el Rastro con frecuencia. Le encantaba. Era el mercadillo de Madrid por excelencia. No había una sola guía de viaje de la capital que no lo incluyera y recomendara su visita. La variedad de objetos que se podían encontrar en sus cientos de puestos era prácticamente ilimitada.

—Pues claro que no lo has visto —dijo el niño—. Hay que saber mirar. De todos modos, el puesto de ese brujo es solo un punto de encuentro. Las estacas y los ingredientes los guarda en un almacén protegido. Ya le conocerás, no te preocupes.

Sara se estaba relamiendo con la idea. De haber sido domingo, que es cuando abría el Rastro, le hubiese pedido a Diego que la llevara ahora mismo.

—Hay algo que no entiendo —dijo Sara con gesto reflexivo—. Las runas, los ingredientes y todo lo que me has explicado, ¿cómo lo aprendieron los brujos? ¿Quién les enseñó a ellos?

—Eso no deja de ser un misterio —explicó Diego en tono conspirador—. Los rumores dicen que tienen una página de la Biblia de los Caídos, la más importante, tal vez más de una. Algo así como el glosario.

Sara conocía una leyenda en torno a ese libro, pero siempre creyó que no era más que un cuento.

—¿Quieres decir que ese libro existe? ¿No es una invención?

—Oh, no, qué va. Existe, te lo aseguro. Y se cree que de ahí provienen las runas.

Sara meditó sobre ello. La Biblia de los Caídos era el libro más importante de toda la existencia, según la leyenda. Dios ordenó a Satán que lo entregara, pero este se negó, y esa fue la causa de la guerra del cielo y de su expulsión. Satán se resistió hasta el último instante, se aferró al libro con todas sus fuerzas. Cuando fue arrojado al infierno, junto con sus seguidores, los ahora llamados caídos, logró conservar una parte del libro, mientras que la otra quedó en poder Dios. El libro se rasgó por la mitad y sus páginas se desperdigaron por el mundo.

Se cree que la única razón de que los ángeles vinieran es recuperar las páginas perdidas de la Biblia de los Caídos, por eso no suelen prestar atención a los asuntos humanos. El libro encierra el mayor de los secretos, algo capaz de llevar a Dios a la guerra.

También se contaba que hay numerosas sectas y organizaciones buscando las páginas perdidas. Las principales guerras de la humanidad estuvieron motivadas por la recuperación de fragmentos de ese texto. Dicen que Hitler siguió una pista por toda Europa y por eso se inició la segunda guerra mundial; incluso se llegó a creer que la pista le llevó a Rusia y que eso le obligó a invadirla, rompiendo el pacto de no agresión que habían firmado.

Los rumores también relacionaban la peste que azotó Europa en la edad media con algo que unos brujos habían sacado de ese libro. Sara no había entendido esa parte de la leyenda hasta ahora. De ser cierto, imaginó que hacía referencia a los brujos probando sus conocimientos e ingredientes tal y como le había explicado Diego, lo que implicaba que la peste era el resultado de una runa mal empleada.

Otras historias contaban que las páginas de la Biblia de los Caídos habían servido como pago o intercambio entre bandos enemigos. Los licántropos estuvieron a punto de ser extinguidos, pero negociaron una tregua con los vampiros entregando algunas páginas que poseían y consiguieron sobrevivir.

La cultura alrededor de ese libro era inmensa. Fábulas, cuentos, religiones... había de todo. Los más fanáticos explicaban el curso de la humanidad y sus acontecimientos más significativos a partir de las páginas perdidas.

Desde luego no era un mal lugar para buscar el origen de las runas.

VERSÍCULO 16

—Queremos ver a nuestra hija —dijo Mario Tancredo.

La voz había recobrado su vigor característico y autoritario. Era una voz que había negociado acuerdos internacionales, segura de sí misma, una voz que ganaba millones de euros, que dirigía la vida de cientos de miles de empleados, que forjaba fortunas y aplastaba enemigos. Una voz ante la cual la gente reculaba, a la que no se oponía nadie.

—Pues no la vais a ver —replicó Álex con idéntica firmeza.

Estaba plantado ante la puerta de la habitación, con los brazos cruzados sobre el pecho, y el rostro serio e inflexible. Elena se separó de su marido, repasó a Álex con una mirada dulce, entreabriendo los labios.

—No hace falta que seas tan estricto —susurró. Se inclinó un poco hacia adelante, colocando su escote en la línea visual de Álex—. No puede haber nada de malo en que unos padres quieran ver a su hija, ¿no crees? —Pestañeó de un modo sugerente—. Solo queremos hablar con ella, ver que está bien.

—Está perfectamente —fue la seca respuesta de Álex.

Mario tiró del brazo de su mujer.

—Seamos claros —propuso—. Entiendo que te hayan ordenado custodiar la puerta, pero esto no es el ejército. Solo queremos ver a nuestra pequeña unos minutos. Nadie se enterará. Y por supuesto te compensaré por las molestias.

—Guarda tu dinero —atajó Álex. El millonario devolvió su billetera al bolsillo de la americana—. Y a tu mujer. No me interesa ninguna de las dos cosas.

Elena bufó y tembló de rabia. Mario alargó el brazo para impedir que se lanzara sobre Álex.

—¿Cómo te atreves a hablarme así? —dijo el millonario con tono amenazador.

—Para que no perdamos el tiempo —repuso Álex—, podéis ahorraros vuestros sobornos, chantajes y amenazas. No me importan en absoluto, y vuestra hija tampoco. Lo que tenéis que entender es que no vais a cruzar esta puerta. Si os supone algún problema, tendréis que apartarme a mí. Podéis intentarlo cuando queráis.

Mario se encendió, apretó los dientes.

—Tú te lo has buscado, imbécil. ¡Voy a entrar por las buenas o por las malas!

Álex ni siquiera pestañeó, le miró con los brazos aún cruzados sobre el pecho. Esa muestra de desprecio fue demasiado para Mario. El millonario se abalanzó sobre él con las manos por delante.

Hubo un movimiento brusco, muy rápido. Las manos de Mario tropezaron con algo sólido y cilíndrico. El millonario miró confundido lo que se había interpuesto en su camino.

—¿Un martillo? —rugió. Miró a un lado—. ¡Miriam! ¡Apártate! —No le importaba de dónde había salido la centinela, solo quería demostrarle a ese guaperas engreído con quién se la estaba jugando.

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