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Authors: A. M. Dean

Tags: #Intriga, #Aventuras

La biblioteca perdida (29 page)

BOOK: La biblioteca perdida
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Athanasius abrió los ojos con desmesura mientras ataba los últimos cabos sueltos para su huésped.

—¿Y quién cree que encabeza la segunda lista? —preguntó con un hilo de voz. El Bibliotecario le concedió unos segundos para que se hiciera cargo de la dimensión de la conspiración. Sabía que para la joven profesora el mundo antiguo y el mundo moderno chocaban de modo casi incomprensible—. No somos los únicos que sabemos usar la información que tenemos a nuestra disposición —agregó al final.

—Es inconcebible —contestó ella, también con un hilo de voz. El peso de la información pareció reprimir todo intento de hablar en voz alta.

Athanasius retomó la historia sin alzar el tono:

—Nuestro Custodio juntó las piezas en cuanto recibió la lista, pero el Consejo también supo que aquella se hallaba en sus manos y a los dos días murió, igual que su Ayudante. —El egipcio hizo una pausa emotiva, y cuando volvió a hablar, lo hizo con ojos llorosos—. La única diferencia en esta ocasión era que él sabía lo que iba a ocurrir. Arno era un hombre pragmático y dio por hecho que si habían encontrado a su Ayudante, iban a localizarle a él, y que eso significaba que iba a morir. No podían dejarle vivir ejerciendo el poder de la biblioteca y conociendo la naturaleza del complot. El Consejo adoptó una decisión drástica, la de matarle, aun cuando al eliminarle acabaran con el único ser vivo capaz de indicarles la localización de la Biblioteca de Alejandría. Y Arno pasó sus últimos días perfeccionando un nuevo plan en vez de protegerse.

Las siguientes palabras confirmarían la premonición de Emily: la historia iba a encauzarse otra vez en su dirección.

—Optó por acelerar su reclutamiento, doctora Wess. No le era posible seguir nuestra práctica habitual, no disponía de cuatro años adicionales para reclutarla. Solo tenía unos pocos días para poner en marcha su entrada en la Sociedad.

—¿Y por qué no vino y me lo dijo? —preguntó Emily—. Podía haber hablado conmigo en esos últimos días. Podía haber compartido conmigo cualquier cosa. Me podía haber ayudado.

El sentido de pérdida regresó al saber que Holmstrand había pasado los últimos momentos de su vida concentrado en ella. Pero no era solo una pérdida emocional, también había perdido a un hombre que podría haberla ayudado a afrontar lo que parecía un peligro real. Athanasius esbozó una sonrisa apreciativa.

—No es así como funcionamos. Algunas cosas no pueden darse. Han de ser descubiertas. Por esa razón, Arno pasó sus últimos días preparando un plan que despistara al Consejo y a usted la pusiera en la pista para descubrir la biblioteca, nuestra Sociedad y su papel en ella.

Emily sintió de nuevo aquella brecha. Por un lado, no quería oír hablar de su papel en un drama milenario que se basaba en el engaño, la muerte y la destrucción. Y por otro, a pesar del pánico, una parte de ella deseaba hacerse cargo y ser fuerte por una causa que la superaba con claridad. Esa tensión la desgarraba. Aquella había empezado siendo una misión inspiradora, un viaje excitante hacia un posible descubrimiento sobre el que cimentar un prestigio académico, pero ahora iba a descansar sobre sus hombros el peso de un yugo imposible. No estaba segura de querer semejante carga, y mucho menos si estaba en su mano aceptarla o no.

El egipcio intuyó el derrotero de sus pensamientos y se acercó a Emily con gran seriedad.

—Esta tarea no es una opción, sino una obligación, dada la magnitud de cuanto hay en juego. Debe continuar con esto hasta el final. —Athanasius la estudió con atención—. Además, no tiene alternativa. Puede estar absolutamente segura de que el Consejo ya está al tanto de su identidad. En cuanto conozcan su conexión con la biblioteca, doctora, no pararán hasta localizarla y sacarle cuanto sepa.

—Pero ¡si no sé nada!

—Oh, sí sabe. Está aquí, conmigo —respondió el hombrecito—. Y el Custodio le ha confiado una misión que solo usted puede llevar a buen puerto. Va a tener que estar muy atenta hasta que la termine.

Emily se tranquilizó. La curiosidad aún la dominaba lo suficiente como para dejar en un segundo plano la perspectiva de una persecución.

—Si todo es tan secreto en la Sociedad, si todo está tan escondido, incluso a los ojos de ustedes —dijo ella, inclinándose hacia delante—, los Bibliotecarios, ¿cómo es que usted personalmente sabe tanto? ¿Cómo es que conoce todos los detalles que acaba de contarme?

Athanasius parecía triste y cansado.

—Me estaban entrenando para ser el nuevo Ayudante del Custodio, doctora Wess. Marlake iba a retirarse dentro de dos meses y yo ya estaba preparado para asumir su trabajo. Hubo que cambiar la agenda después de su muerte, pero ahora, en las actuales circunstancias, ha sido preciso alterarla otra vez. —La voz del egipcio era poco menos que un susurro insinuante—. El segundo en el escalafón no puede serlo si no hay un primero al mando.

Clavó los ojos en la doctora.

—¿Y encontrar al nuevo Custodio guarda alguna relación con mi reclutamiento como Bibliotecario? —quiso saber Emily—. ¿He de ayudar a encontrarle?

—Todo esto tiene que ver con su reclutamiento —afirmó Athanasius—, pero no es encontrarle, sino encontrarla. —Emily abrió los ojos tanto como el egipcio cuando este añadió—: Vamos, doctora Wess, seguramente ya lo ha entendido. Yo en ningún momento he dicho que la íbamos a contratar para ser una Bibliotecaria.

69

12.45 p.m.

La situación tenía tantas implicaciones y alcanzaba tales dimensiones que no podía desmandarse más, pero eso era lo que había ocurrido.

—¿Que el Custodio Holmstrand me estaba entrenando para ser su sustituta?

—La eligió a usted —le confirmó Athanasius—. Su entrada en el puesto no iba a ser tan dramática ni tan… rápida, pero el Custodio tuvo que acelerar sus planes cuando el Consejo inició el ataque.

Emily siguió resistiéndose a las palabras del Bibliotecario.

—Pero… ¿Y por qué no usted? —le espetó con absoluta sinceridad—. Estaba ya preparado para ser el Asistente del Custodio, y claramente está más formado. ¿Por qué no se convierte en el Custodio y forma a un nuevo Ayudante?

—Resulta difícil de comprender —convino Athanasius—, pero hay un orden y una razón para que operemos como lo hacemos. He sido entrenado y he adquirido unas habilidades concretas para desempeñar un papel específico. Es un rol importante y activo, pero también juego un papel de apoyo. El Custodio vio en usted algo diferente, algo importante y crítico a su modo de ver, algo más relacionado con el liderazgo y no con la asistencia, algo que compensa su inexperiencia, doctora. Uno siempre puede ganar experiencia y aprender lo que ignora. Pero el Custodio confió en usted. A su modo de ver, usted tenía la personalidad y el carácter adecuados para este papel.

Emily había buscado el reconocimiento durante la mayor parte de su vida académica, deseaba que le reconocieran la inteligencia, la creatividad, el rigor. Pero aquellas alabanzas en semejante contexto la llenaron de miedo. No estaba segura de poder seguir adelante con el peso de las expectativas que habían depositado en ella, máxime cuando lo que había en juego era mucho más que una mala crítica en una revista o una pobre valoración de su docencia por parte de los alumnos.

Y al mismo tiempo, tenía una veta intelectual que le hacía sentirse inquieta por los detalles sobre la historia de la biblioteca y las operaciones llevadas a cabo por la Sociedad. Tenían un enemigo poderoso, sin duda, pero eso no era óbice para que los encargados de la biblioteca no hubieran andado muy cerca de la censura y hubieran difuminado un tanto la frontera entre compartir información y la simple manipulación de los hechos de un modo que no era tan diferente de conspiraciones como la que ahora estaba llevando a cabo el Consejo. Se sentía entre una posición moral negra y otra más luminosa, pero con sombras grises.

«¿Qué es lo correcto? Exactamente, ¿para qué me han pedido que me una a ellos? ¿Para mandar?».

Sin embargo, era consciente de que no podía abandonar la tarea impuesta por Holmstrand. Se arriesgaba a perder para siempre algo de valor incalculable. La Sociedad estaba a cargo de un objeto sin parangón en la historia de la humanidad. Si tenía unas dimensiones tan enormes y completas como las indicadas por el egipcio, entonces, incluso en la actualidad, seguía siendo un recurso sin igual. No podía perderse. Iba a tener que afrontar la inquietante perspectiva de que a lo mejor la perseguía el Consejo.

La joven adoptó una firme resolución con la rapidez de siempre. Tenía un trabajo pendiente, lo hubiera pedido o no, e iba a hacer de tripas corazón para seguir adelante.

Se había hecho un silencio espeso entre ellos dos y Emily lo rompió preguntando:

—¿Cómo se supone que voy a encontrarla?

Athanasius alzó la vista. La narración de la historia de la biblioteca había entristecido su ánimo, pero la resolución de la mujer le insufló ánimos.

—Obrar como hasta ahora la ha llevado muy lejos. Siga las pistas que le ha dejado el Custodio.

Emily dudó.

—He conseguido llegar hasta aquí gracias a que Holmstrand me dejó dos cartas y una serie de pistas en Estados Unidos. Eso me condujo hasta unas inscripciones en Inglaterra y estas me han traído a Alejandría. Pero mi última pista era la que me trajo hasta aquí. Se me han acabado. No tengo nada con lo que continuar.

Athanasius se irguió.

—Ese no es el caso.

Volvió al armario archivador del que había tomado la carta de Arno donde se le ordenaba que aguardase la llegada de Emily. Cogió un sobre y se lo entregó a Emily.

—Este es mi consejo: siga el rumbo marcado por el Custodio.

Emily contempló el sobre.

—Venía dentro del sobre enviado a mi atención —aclaró Athanasius. El Custodio siempre iba un par de pasos por delante.

Emily encontró en el sobre la misma caligrafía y la misma tinta marrón que en las primeras misivas de Arno. El mensaje consistía en una sola frase escrita con extrema pulcritud: «Para la doctora Emily Wess. Entrega a su llegada». Era obvio que Holmstrand tenía más confianza que ella misma en que iba a llegar tan lejos.

Dio la vuelta al sobre y lo rasgó. Dentro solo había una cuartilla plegada donde estaba escrita una única línea, que leyó en voz alta.

Entre dos continentes: la casa del rey, tocando el agua.

—Nuestro Custodio era único para hacerte pensar —comentó el Bibliotecario, y dejó que una sonrisa le curvara los pliegues de los labios.

Emily le sonrió con complicidad por vez primera en la conversación.

—Tal vez sí, pero esta vez no va a ser el caso. Arno debía de saber que la respuesta iba a ser evidente para mí, y más aún después de nuestra conversación.

El Bibliotecario permaneció a la espera. Emily se puso de pie y empezó a pasear por la pequeña oficina en estado de creciente entusiasmo a medida que desentrañaba el significado del críptico mensaje de Arno.

—Solo hay una ciudad cuyos palacios reales están entre dos continentes. Y una parte del pasado de la biblioteca figura allí, según acaba de decirme. Se trata de Constantinopla, la actual Estambul. La ciudad descansa en una pequeña prominencia de tierra en el Bósforo, entre los continentes de Europa y Asia. Ha sufrido muchos terremotos a lo largo de la historia. —Emily había visitado Estambul dos veces en su época de estudiante, y la recordaba muy bien.

De pronto, dejó de pasear y se dio media vuelta para encararse con Athanasius.

—Ya sé a qué se refiere exactamente con eso de «la casa del rey».

70

Sesenta minutos después, 1.45 p.m., hora local, Alejandría

Jason se sentaba con aire despreocupado en la mesita redonda de un quiosco de la cafetería del aeropuerto. Era un día normal. Los viajeros iban de aquí para allá en todas las direcciones. El otro Amigo se había instalado lejos de su compañero y pasaba desapercibido al otro lado del patio.

Sin embargo, bajo esa apariencia de calma y normalidad, Jason era un hervidero de emociones enfrentadas. Por un lado, acababa de enterarse de que todo estaba preparado para que la doctora se convirtiera en el nuevo Custodio y, por tanto, de que estaría en condiciones de llevarles hasta la biblioteca. Pero por otra parte había una posibilidad teórica, y en aquel momento nueva, de una amenaza real e inmediata contra la misión en Washington DC. Demasiada gente sabía demasiado y el Consejo había ido demasiado lejos como para echarse atrás ahora. Todo estaba en peligro si Wess o Antoun hablaban.

Encendió el móvil y llamó al primer número de la lista de «Favoritos», señalado con el nombre de «Secretario». Al cabo de unos segundos obtuvo línea con las oficinas neoyorquinas de Ewan Westerberg y, sin malgastar el tiempo en preámbulos, soltó:

—¿Has oído la conversación?

Solo un número muy reducido de personas tenían el teléfono privado del Secretario y los dos ya sabían la razón de la llamada.

—Hasta la última palabra —respondió Westerberg con tono tenso pero profesional. Su capacidad para guardar la compostura en cualquier circunstancia, ya fuera saludar a un colega u ordenar una ejecución, era lo que le había granjeado una reputación—. Estábamos en lo cierto. Holmstrand ha guiado a Emily Wess directamente hasta el Bibliotecario de Alejandría.

—No es un simple Bibliotecario, se trata del futuro Ayudante del Custodio. Ni en sueños hubiéramos esperado encontrar algo así.

—Sabíamos que Alejandría iba a ser importante —replicó el Secretario, aunque también él se había llevado una sorpresa al enterarse del alto rango de Athanasius Antoun en la Sociedad—. Ahora tenemos un enlace capital.

Aquellas nuevas eran magníficas, cierto, pero ambos eran conscientes de que esa conversación había revelado otros hechos turbadores, y no solo con respecto a la misión en Washington.

—Saben mucho sobre nosotros —observó Jason con voz tensa.

—Saben más sobre nuestra organización de lo que creíamos —admitió Ewan. Tampoco había previsto que la Sociedad estuviera al tanto de las actividades del Consejo con el grado de detalle revelado en la descripción de Antoun—. Aun así, lo que saben no es nada en comparación con lo que ignoran.

La ansiedad de Jason no remitió.

—Pero saben quién eres, padre. —Jason se quedó helado cuando se le escapó aquella última palabra. Era un desliz excesivo. Las reglas para dirigirse al Secretario eran firmes, inflexibles; nunca antes las había vulnerado.

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