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Authors: Alfredo Grimaldos

La CIA en España (25 page)

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La CIA ha desarrollado también un complejo sistema de agencias de información dedicadas a intoxicar a la opinión pública desde los medios de comunicación. Una de estas agencias es la Heritage Foundation, localizada en Washington, que a finales de los ochenta se ha convertido en un reducto de los agentes de la CIA relevados de sus puestos a consecuencia de las campañas de limpieza llevadas a cabo por la Administración de Jimmy Carter, al principio de su mandato, en una cruzada para librar a la Agencia de los elementos más incontrolados. Tras la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca, estos funcionarios vuelven a contar con el respaldo expreso del Gobierno de Estados Unidos.

El director de la Heritage Foundation es Robert Moss. Anteriormente, entre 1970 y 1973, ha trabajado en Chile como corresponsal de
The Economist
y, según la revista
Cover Action,
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fue el agente encargado de controlar la «desinformación» en el convulso país andino durante ese período, que culminó con el cruento golpe militar de Pinochet contra Salvador Allende. Un informe respaldado por varios senadores norteamericanos le señala también como agente de la CIA encargado de «misiones sucias» de la organización. En cuanto a su conexión con España, el periodista José Luis Morales
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destaca su «íntima amistad con Luis María Ansón, presidente de la Agencia EFE, miembro de la Comisión Trilateral, apologista de algunos golpistas y monárquico de pro de toda la vida».

En 1981, tras el triunfo de Ronald Reagan en las elecciones presidenciales, el embajador norteamericano en Madrid continúa siendo Terence Todman, otro experto norteamericano en apoyar a dictaduras militares. Nacido en las islas Vírgenes hace cincuenta y cuatro años, se ha educado en Puerto Rico y habla perfectamente español. Su continuidad al frente de la sede diplomática, a pesar del cambio de Administración, no resulta fruto de ninguna casualidad. Con Reagan se va a sentir aún más cómodo que con Cárter. La revista
Cambio 16
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le señala directamente como agente de la CIA. Todman ha sido embajador en el Chad y, más tarde, en Costa Rica, antes de llegar a España. El ex presidente Jimmy Cárter le nombra después secretario de Estado para Asuntos Interamericanos y, desde ese cargo, realiza manifestaciones públicas alabando las dictaduras de Jorge Videla en Argentina y Augusto Pinochet en Chile. Y las apoya política y económicamente. Más tarde, es designado embajador plenipotenciario. Llega a Madrid en septiembre de 1978, un año antes que Ronald E. Estes.

Diego Carcedo le dibuja así:
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El embajador Terence Todman es un hombre con vocación de virrey, defensor indisimulado de los regímenes políticos autoritarios, anticomunista e incluso antisocialista feroz y diplomático con escasa capacidad de discreción. Con frecuencia se permitía hacer críticas y juicios de valor en público que no encajaban con el comportamiento al que, por su cargo de embajador, estaba obligado.

Continuará con sus intrigas incluso después del 23-F, hasta tal punto que el ministro de Defensa, Alberto Oliart, tendrá que llamarle la atención por sus reuniones con altos mandos militares españoles sin conocimiento del Ministerio.

El «Informe Quintero»

Uno de los militares españoles más vinculado a los norteamericanos es el coronel Federico Quintero Morente, que también interviene, desde la sombra, en la conspiración que desemboca en el golpe de Estado del 23-F. La mayor parte de su carrera la ha desarrollado en los servicios de información y es un franquista recalcitrante, educado en la lucha anticomunista permanente y en las ideas antidemocráticas. Experto en combatir la «subversión», ha viajado numerosas veces a Norteamérica para realizar cursos especiales de contrainsurgencia. También ha sido jefe superior de Policía de Madrid, con el terrible coronel Eduardo Blanco como director general de Seguridad, durante una época en la que este organismo estaba tomado por militares del ala más dura y represiva del régimen.

Quintero está destinado en la embajada de España en Turquía, como agregado militar, cuando se produce el golpe militar encabezado por el general Kenan Evren, el 12 de septiembre de 1980. A Quintero se le atribuye la redacción de un informe sobre el «golpe de Estado a la turca», que es distribuido entre militares españoles durante los meses previos al 23-F, a partir de diciembre de 1980. Antes, en 1978, ya habían consultado con él los golpistas Tejero e Ynestrillas cuando estaban planificando su frustrada Operación Galaxia. El 23-F, casualmente, Quintero no se encuentra en su destino de Ankara, sino en Madrid, «por razones de salud».

El «Informe Quintero» sobre el golpe militar en Turquía cobra toda su actualidad con la intentona de Tejero y Milans. Ese documento, que es ampliamente difundido entre los generales, jefes y oficiales del Ejército español, se redacta siguiendo las indicaciones de John H. Kenny, jefe de la estación de Ankara de la CIA, especialista en la preparación de grupos armados de extrema derecha y experto en análisis militares. El propio Kenny es quien determina y sugiere a Quintero la distribución en los medios castrenses españoles del citado informe. Ayuda a facilitar su difusión en Madrid el agente de la CIA James M. Warrick, quien, durante los años de la Transición, se ha encargado de distribuir fondos del Banco Interamericano de Desarrollo entre grupos ultraderechistas y colectivos militares golpistas. Warrick se entrevista en España con varios generales y con los miembros de la estación de la Agencia en Madrid. Poco después de su marcha, el general de la Guardia Civil Manuel Prieto López contribuye decididamente a dar a conocer el informe entre los integrantes del Ejército español.

«Gracias a la colaboración del general Prieto, pocos días después, circulaba fotocopiado por los cuarteles españoles, donde era objeto de comentarios y discusiones», escribe Diego Carcedo.
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«En numerosas unidades, el "golpe a la turca" se convirtió en tema de discusión entre oficiales y jefes, que expresaban en voz alta observaciones y cálculos sobre las posibilidades de promover algo parecido en España.» En un párrafo del informe, calcado del original elaborado por los golpistas turcos, se sustituye el nombre de Kemal Atatürk, considerado el fundador de la moderna Turquía, por el de Franco, y el problema «kurdo» se convierte en la cuestión «vasca». El documento es fotocopiado, ampliado y colocado en los tablones de órdenes de algunas salas de oficiales. El original dice:

Las Fuerzas Armadas se consideran depositarias y fieles cumplidoras del testamento nacional-político del fundador Atatürk y están atentas a la evolución de los acontecimientos en la nación, especialmente cuando creen detectar actividades que amenazan a la unidad territorial (problema kurdo), insultos y ultrajes a la bandera e Himno Nacional o intentos de desacreditar y difamar la figura del primer jefe del Ejército turco, Atatürk, así como cuando se trata de manipular los sentimientos religiosos de la población en beneficio de una política partidista dado que ello está totalmente prohibido por la actual Constitución.

El precedente de Turquía

En un estudio sobre la «Importancia del Mediterráneo y del llamado Flanco Sur de la OTAN», Louis Wolf, redactor de la revista
Cover Action
, afirma que resulta evidente la participación directa de la CIA en el golpe militar turco de 1980, fruto del prioritario interés norteamericano por tener bajo control a su aliado más oriental de la OTAN:

Los apologetas estadounidenses de la represión en Turquía utilizan a fondo la palabra clave «estabilidad» para justificar todo el asunto. El hecho de que cientos de turcos, tal vez miles, hayan sido encarcelados, torturados y, muchos de ellos, asesinados, según las propias informaciones de la prensa, demuestra que la clase de estabilidad que ofrecen al pueblo turco se basa exclusivamente en la represión y en un régimen dictatorial. Como ha ocurrido en tantas otras ocasiones en muchos países del Tercer Mundo, los Estados Unidos se están identificando de nuevo con la represión. Resulta evidente que Turquía es uno de los países esenciales en esta región y que, desde el punto de vista de los intereses estratégicos norteamericanos, posee un número importante de bases e instalaciones militares y de espionaje electrónico que hay que preservar. Sabemos también que, desde la caída del Sha en Irán, Turquía desempeña un papel muy importante en la tarea de controlar la situación en la zona.

Como en el caso de España, la situación geográfica de Turquía le otorga un papel muy relevante en la estrategia de la Guerra Fría. Los norteamericanos han seguido siempre, con permanente atención, los avatares de esa democracia formal con permanentes rasgos totalitarios y que, a pesar de las bendiciones occidentales, nunca ha conseguido consolidarse. Antes de que se llegue a producir el más mínimo peligro de desestabilización, la CIA interviene.

La situación arranca desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En 1945, y de manera definitiva en 1947, con el comienzo de la Guerra Fría, los militares norteamericanos diseñan y ejecutan el Plan Pincher para garantizar, fundamentalmente, el control del petróleo de Oriente Medio y las comunicaciones entre Europa y Asia, pero también para utilizar la zona como enclave estratégico decisivo ante un posible ataque de la Unión Soviética. Según ese plan, el Ejército de la URSS, dada su superioridad en hombres, ocuparía la mayor parte de Europa Occidental, excepto la península escandinava, España y el sur de Italia. El golfo Pérsico es la zona que hace más vulnerable a la Unión Soviética: desde allí, los bombarderos norteamericanos, todavía capaces de transportar sólo un limitado número de bombas atómicas, podrían destruir las regiones petroleras del Cáucaso, privar a la URSS de regiones básicas en cereales y minerales y, además, alcanzar el propio corazón del país.
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En 1979, el desmoronamiento en Irán del régimen del Sha—que había alcanzado el poder tras el golpe de Mossadegh, apoyado por la CIA—, y su sustitución por el régimen islámico que encabeza Jomeini, trastocan las coordenadas políticas y militares norteamericanas en la zona. Estados Unidos comienza a reforzar militarmente a las monarquías del golfo y a Irak, amplía el despliegue de tropas en la base británica de la isla de Diego García y establece acuerdos con Kenia, Somalia y Pakistán. Toda el área mediterránea, desde Turquía hasta España, e incluso más hacia el oeste, hasta las Azores, pasa a ser espacio prioritario de comunicación aérea y de intervención de la VI Flota. Se amplía la ayuda militar a Egipto, Sudán, Túnez y Marruecos, incluyendo en algunos casos el estacionamiento de tropas. España y las bases aquí instaladas, situadas a mitad de camino entre Estados Unidos e Irán, adquieren también una mayor importancia estratégica. A este panorama se une, en 1979, el establecimiento de un régimen comunista en Afganistán, la Revolución sandinista en Nicaragua y el avance de las guerrillas en El Salvador. El presidente Carter endurece brutalmente su política exterior, pero pierde las elecciones. La victoria de Ronald Reagan, en noviembre de 1980, refuerza el vuelco de la política exterior norteamericana y lo hace aún más ultraconservador.
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El golpe militar del 12 de septiembre de 1980 en Turquía es anunciado por la propia Administración norteamericana. Según el periódico británico
Daily Telegraph
, «un portavoz del Departamento de Estado dijo que un alto oficial militar turco había telefoneado al jefe del organismo de ayuda norteamericana en Ankara, a las 2.45 hora local, para comunicar que el general Evren anunciaría la toma del poder a las 4.00 a.m.». El Gobierno norteamericano y sus aliados de la OTAN reaccionan con mucha calma ante la noticia del golpe.

El general Kenan Evren encabeza un pronunciamiento inicialmente incruento, que no encuentra especial resistencia. El golpe derriba al Gobierno constitucional del veterano Süleyman Demirel para reemplazarlo por otro de las Fuerzas Armadas. La operación les resulta bastante fácil a los hombres de la Agencia y a sus aliados golpistas: el pueblo turco vuelve a vivir bajo la dictadura y la opinión pública internacional permanece mayoritariamente impasible. Los norteamericanos sólo ven Turquía como un bastión de la defensa europea contra el avance del comunismo y los militares les garantizan mejor que nadie que todo permanezca bajo control.

Desde el final del mandato de Carter, una serie de acontecimientos sacuden la cuenca del Mediterráneo: en septiembre de 1980, el golpe militar en Turquía, sin objeciones de la OTAN; en enero de 1981 se pone en marcha una campaña de rearme en Marruecos, que se mantendrá, pese a su participación en un fallido golpe de Estado en Mauritania dos meses después; el 23-F en España y serios rumores de golpe en Portugal, ligados a los acontecimientos españoles; algo similar ocurre en Italia, donde se descubre una trama golpista en torno a la logia masónica P-2, en la que está implicada la red «Gladio»; también se realizan provocativas maniobras navales de la VI Flota norteamericana en el golfo de Sirte, en aguas territoriales de Libia, durante las cuales varios aparatos estadounidenses derriban dos aviones de este país. En este clima de tensión, se produce también el derribo de una nave comercial italiana sobre Ustica por fuerzas de la OTAN.

El nuevo secretario de Estado norteamericano del primer Gobierno Reagan, el general Alexander Haig, ha sido comandante en jefe de la OTAN desde 1974 hasta 1979. Y en España, la última renovación del alquiler de las bases se ha producido en enero de 1976, dos meses después de la muerte de Franco. En el marco de la nueva situación que se está creando en el Mediterráneo, Estados Unidos aprieta a España en 1980 para que ingrese en la Alianza Atlántica. Adolfo Suárez no lo tiene claro y las presiones se van endureciendo paulatinamente. Un rápido viaje —al parecer, forzado— del presidente de Gobierno español a Washington ese año tiene relación con esas presiones estadounidenses. Lo cierto es que siete días después de la toma de posesión de Reagan, Adolfo Suárez dimite sin dar una explicación clara de las razones de su renuncia. Su sucesor en el cargo, Leopoldo Calvo Sotelo, escribe: «En cuanto a la Alianza, apuntaba en Suárez un cierto antiamericanismo. Corregir y precisar ese rumbo fue uno de mis primeros propósitos como Presidente de Gobierno».
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La operación golpista que ha triunfado en Turquía se convierte en un nítido modelo para Milans, Tejero y los demás militares ultras. Saben que los norteamericanos han estado detrás del general Kenan Evren y que no aguantan a Adolfo Suárez. El secretario de Estado, Alexander Haig, mira con ojos críticos la evolución política de España y el embajador Todman y el jefe de la estación de la CIA, Ronald Edward Estes, son sus brazos ejecutores. Los norteamericanos consideran que Suárez ha perdido el rumbo y está patrocinando una ambigua política exterior que no les beneficia. Han visto con desagrado sus viajes a Cuba y Argelia. Los consideran veleidades tercermundistas. Además, el presidente de Gobierno español es un hombre de la época de Carter y la elección de un nuevo emperador siempre genera cambios. En esa misma época mueren, en extraños accidentes aéreos, el primer ministro portugués, Francisco Sa Carneiro (4 de diciembre de 1980) y el general panameño Omar Torrijos (31 de julio de 1981). Al final, Suárez dimite, aunque con ese gesto no puede parar la inercia del golpe.

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