La Torre fue casi destruida, rota por la mitad. Pero el Bibliotecario sobrevivió. Y finalmente quedó horriblemente claro que los últimos humanos, independientemente de su forma o construcción, independientemente de su filosofía o ambiciones, ya no podían luchar.
Bajo la extraordinaria presión de los otros Eidolones, el Astyanax cedió.
Uniendo fuerzas con las mejores mentes del Kalpa, y empleando más de la mitad de los recursos de la ciudad, el Bibliotecario construyó un anillo más pequeño y más concentrado de generadores de realidad —los Defensores— y logró hacer retroceder al Tifón una última vez.
Lo exilió más allá del límite de lo real.
La mayoría creía que Nataraja y sus rebeldes no habían sobrevivido.
Tras el peregrinaje final y la desaparición de Sangmer, el Astyanax prohibió todos los intentos de salir. Se sellaron por completo las ventanas exteriores de los tres últimos biones… en todos excepto en la Torre Rota, que era todavía el reducto del Eidolon más importante y curioso de todos.
Se reanudó el trabajo en los Niveles, con una población nueva y rediseñada de progenie antigua para ocupar el lugar de la anterior.
Un joven Restaurador sin ninguna distinción en especial, Ghentun, fue convocado a Malregard, entrevistado por angelines y escogido como Custodio de los Niveles… así de fácil. No hubo competición, ni lista de solicitantes.
Como muchos de los jóvenes Restauradores de esa era, se había convertido a masa noötica, renunciando, como era la moda, a su gens hereditaria. Pero para aceptar el puesto de Custodio, las personificaciones del Bibliotecario insistieron en que debía reconvertirse… debía ser primordial de nuevo.
En el proceso, algo salió mal. Aunque conservaba sus conocimientos de historia, había perdido todos los recuerdos personales. El viejo Ghentun desapareció; el nuevo nació. Sin embargo, ¿cómo podría lamentarse? Los simples Restauradores no ponían en duda las decisiones de los Grandes Eidolones.
En ocasiones, cuando Ghentun miraba a sus progenies mientras dormían, veía cómo se estremecían con extrañas resonancias, como si escuchasen los gritos agónicos del pasado lejano y roto… sintiendo a sus compatriotas, formados de la misma materia antigua, carne de la misma carne, arrastrarse por sus destinos revueltos y juntados, hasta llegar a los extremos cortados… para caer en las fauces adimensionales del Tifón.
Para eso precisamente se les había diseñado.
Canarios en una mina de carbón
.
Demostrando —si era cierto— que los Niveles no eran el juguete frívolo de un Gran Eidolon que se hubiese vuelto loco, sino la última y verdadera esperanza para salvar este pequeño trozo de universo.
Terminada la inspección, Ghentun siguió por ascensores seguros las gruesas paredes externas para llegar a la fuente de todos los progenies, la inclusa, muy por encima de los Niveles.
En el círculo externo de la inclusa, el Custodio ejecutó los gestos de respeto frente a los telones fluidos que absorbían la luz. Más allá se encontraban los viveros rotatorios de la Modeladora, donde cientos de progenies recién creados dormían en filas, a la espera de su natividad… si llegaba algún día. Las cortinas se apartaron y una luz dorada llegó, calentando la piel del Custodio. Siempre había disfrutado viendo donde se formaban y se educaban a lo largo de la infancia instruidas subliminalmente, para luego prepararse a que los umbríos —esbeltos guardianes pardos, bajos y rápidos— los transportasen a los Niveles.
Varios de esos umbríos se reunieron con Ghentun bajo la ancha extensión de la protección pálida de la Modeladora. Dos le escoltaron a través de la protección —avanzar sin escolta sería arriesgarse a someterse a campos y presiones impredecibles— y todavía más arriba, entre cortinas verdes de gel y alto, cilindros de hielo primordial extrañamente inmóviles… hasta llegar a la neblina titilante del vitreion, la zona privada de la Modeladora, donde las máquinas no podían entrar.
Aquí, sobre cojines natales dispuestos en esferas que rotaban una en contra de las otras, el resplandor dorado se intensificó. Fundiciones giratorias como arbustos frenéticos —todo curvas vectoriales plateadas y ramas dando vueltas— rodeaban y refinaban a una docena de infantes a medio formar, con movimientos tan rápidos que Ghentun no podía seguirlos ni siquiera empleando su frecuencia más alta.
La última Modeladora del Kalpa, la señora del nacimiento, se sostenía sobre seis piernas esbeltas junto a un cojín natal elevado. Al acercarse Ghentun, su pequeña cabeza se apartó de una emisión de brazos herramientas oscuros y rodeados de campos. Modeladores y Restauradores hacía tiempo que se habían distinguido en apariencia física. Ella reconoció su presencia para luego terminar de implantar una capa temprana de propiedades mentales en una cosita pequeña y estremecida cubierta de un fino pelaje blanco, sus grandes ojos muy cerrados, aunque movía continuamente los labios, como si fuese a despertar en cualquier momento.
La Modeladora dejó las herramientas y se unió a Ghentun para dar un paseo por el anexo de prototipos.
—No estoy segura de que se pueda hacer más —dijo mientras se desplazaban entre los palés de historia, sobre los que estaban suspendidos la mayoría de las propuestas de segunda fase para los habitantes de los Niveles… un registro aleccionador de desarrollo extendido, indecisión y fracaso. El propio Ghentun, a principios de su ejercicio, había cometido errores importantes.
Le pasó sus notas a la Modeladora, quien las leyó con varios de sus múltiples ojos.
—No hay instrucciones. No hay
órdenes
—se quejó.
—¿Debo hacer mejoras de última hora, si
son
mejoras, siguiendo mi propio criterio? Ya les hemos concedido a unos pocos la capacidad de reproducirse… fuera de mi control. Eso ya es lo suficientemente peligroso, aunque incrementa su sensibilidad. Si los hacemos más sensibles, se estremecerán ante una brisa… y morirán de estrés. Si los hacemos más inteligentes, se morirían de aburrimiento.
Ella emitió un chirrido de irritación:
—Una apenas puede considerar que todos esos
libros
sean entretenidos.
Ghentun tocó el perfil del único libro en su bolsa.
—Son lo suficientemente inteligentes —dijo—. El Bibliotecario desea examinar a un espécimen excepcional. —Proyectó una imagen: un joven macho, rebosante de agresividad—. Lo vi por primera vez cuando estaban con la lucha deportiva en los campos en barbecho. Y en una ocasión le pillé mirando en mi dirección cuando pasaba a su lado, casi como si pudiese verme.
La Modeladora alargó dos brazos, agarró la imagen, la giró y la soltó. Salió volando y desapareció. Sentía aversión a las imágenes.
—Se llama Jebrassy. Le hice un poco excitable de más. Es un explorador de nacimiento… pronto se unirá a uno de tus grupos suicidas.
—¿Reproducción?
—Es uno de los nuevos reproductivos, si alguna hembra fértil le acepta, cosa que dudo. Resuena como una campana… incluso en el cojín natal, algo llegó a él, le tomó la voz y le cambió. Sospecho que es un soñador intenso. Los progenies lo llaman descarriarse: ojos vacíos, mirada al infinito, problemas para dormir. Pone nervioso a los otros. —La Modeladora miró a Ghentun con una inclinación de sus tres ojos de distancia media… acusadora, divertida, impaciente—.
¿Tú
descarrías, amigo Ghentun?
Ghentun no dignificó tal absurdo ofreciendo una respuesta.
—Este parece adecuado. Me comunicaré con Grayne, dispondremos algo.
—¿Grayne? ¿Sigue con nosotros? Ella sí que es una buena obra. Una de mis mejores… no para nunca…
—Ahora es sama, una líder de marcha.
—Era tan buena en su juventud. Una vergüenza para todos nosotros, enviar a nuestros hermosos hijos al erial. Nunca me he sentido orgullosa de mi labor aquí, Custodio.
—Nadie más requiere de tus talentos, Modeladora.
Lo admitió.
—El Bibliotecario debe de estar encantado. Estos progenies vibran ante el más ligero estremecimiento de las líneas. Mientras los Eidolones cabalgan en sus interminables tiovivos de diversión, intentando pasar de lo evidente… aquí abajo los progenies se han vuelto exquisitamente sensibles a algo que yo no puedo percibir… aunque me hago preguntas. Quizá sea el pasado… retorciéndose, anudándose, por la agonía. ¿Tengo razón, Custodio?
Ghentun tampoco respondió a esa pregunta. Los dos sabían que era probable… y también la razón principal para la existencia de los Niveles.
—Pero vigilia tras vigilia los generadores se debilitan… y el Caos no es paciente —dijo ella—. ¿Cuánto falta para que obtengas la atención del Bibliotecario?
—Pronto —dijo Ghentun.
—No hay forma de satisfacer a los Eidolones. Lo he sabido durante toda mi vida. Si el Bibliotecario sigue sin estar satisfecho… —La Modeladora metió la mano en la bolsa de Ghentun, más rápido de lo que él podía pensar, y levantó el libro verde con dedos tan fuertes que amenazaban con aplastarlo—. Un tesoro arcaico. Se lo has robado a tu sama —le acusó.
—En realidad, a su predecesora.
—¿Iluminador?
—Está en texto progenie. Cambia cuando lo leo, así que asumo que no está destinado a nuestros ojos.
—Entonces, ¿a qué molestarse?
—Curiosidad. Culpabilidad. —Ghentun rezongó—: Vergüenza de Restaurador, humor de Restaurador. ¿No sientes curiosidad por lo que el Bibliotecario tiene previsto para ellos?
La Modeladora se limitó a bufar.
—Podríamos empezar de nuevo. Todavía es posible hacer mejoras. —No parecía dispuesta a renunciar a su trabajo, por mucho que sus resultados, o su necesidad cruel, incordiasen a su compasión—. ¿Cuánto crees que tenemos, algunos miles de años?
—Lo dudo —dijo Ghentun. Le hizo un gesto para que le devolviese el libro. Renuente, lo hizo, dejando las marcas de los dedos en la encuadernación. Lentamente, resentido, el libro empezó a sanarse.
—Ésta es nuestra última cosecha —dijo—. O estos progenies o nada.
First Isle
—¿Crees que le contaría tu secreto a una
fulgente
? —preguntó Khren, y al observar su expresión de conmoción, Jebrassy supo instantáneamente que su amigo era culpable.
Los dos descansaban todo lo despreocupadamente que permitía el actual estado de ánimo en el nicho de Khren, rodeados de premios variados y sinsentido de distintos enfrentamientos —banderas capturadas, dos estavies acolchados pero pesados, marcados con hojas dobladas donde se habían grabado deseos de buena suerte y fortaleza— y un esplendido jarro de torco que Khren había ganado en una apuesta con los nauvarquia.
—¿Qué más le contaste? —preguntó Jebrassy. Él y Khren se conocían desde que los umbríos los habían entregado, recién salidos de la inclusa.
—Ella sentía curiosidad. Me hizo preguntas. Yo respondí. Tiene sus tácticas, ya lo sabes.
Jebrassy entrecerró los ojos y sonrió.
—¿Te gusta?
Khren se recostó y miró al techo, irritado de que se considerase un emparejamiento improbable.
—No, claro que no. Me he fijado en otra.
Jebrassy todavía no conocía a esa otra. Ni siquiera sabía su nombre.
—Si para mí significase algo —dijo Khren—, le habría dicho que una marcha joven es una tontería y además peligrosa. A
ti
ya te ha desheredado.
—¿Qué podría heredarse
aquí
? —preguntó Jebrassy.
—
Aquí
no tiene nada de malo —dijo Khren—. Ganamos mucho en el enfrentamiento. ¿Para qué luchar si no hay nada
por
lo que luchar? Y parece que llamaste la atención de un fulgente elegante, enseñando tus músculos y dando unos buenos golpes. Estoy seguro de que fue muy intelectual y rebelde.
—No podemos protegernos contra nada que los Alzados quieran hacernos. Somos juguetes, no más.
—Prefiero pensar que somos
experimentos
—dijo Khren, y luego se encogió de hombros, habiendo alcanzado el cénit de sus habilidades filosóficas.
—¿Cuál es la diferencia?
—Progenie antigua, calidad antigua. Si somos experimentos, superaremos a todos los demás y recompensarán nuestro coraje liberándonos de los Niveles. Luego, podremos ir a donde queramos… incluso al Caos, si vale la pena visitarlo. Y nadie sabe si es así.
—Lo es —dijo Jebrassy—. Estoy seguro. Tengo mis fuentes…
Khren elevó sus pequeñas orejas, manifestando algo de diversión.
—Con tantos conocimientos.
—Bien, así es. —Jebrassy había llegado a alcanzar el segundo punto de la discusión—. ¿Por qué tuviste que contarle lo de mi descarrío?
—No se lo dije voluntariamente. Me preguntó… como si ya lo supiese. Es muy persuasiva. —Redujo el volumen de la voz y le dedicó a Jebrassy una mirada tan libidinosa y sugerente como le permitía su rostro ancho y marcado.
—Al contrario que yo, ella todavía tiene patrocinadores —dijo Jebrassy—. Dudo que vuelva a hablarnos.
—Ah. —Khren se puso en pie y se sirvió, para luego tirarse otra vez a los cojines, sin dejar caer ni una gota, y examinar el color de la bebida bajo la cálida luz del techo.
—No me hace falta un compañero —dijo Jebrassy—. Necesito salir de aquí y ver cómo están realmente las cosas allá fuera, más allá de las puertas.
—No has
visto
las puertas —dijo Khren—. Ni siquiera puedes describirlas; todo lo de ahí fuera no es más que palabras y nombres vacíos. Incluso si crees las historias, nadie ha llegado tan lejos y ha regresado para contarlo, y eso es muy significativo.
—¿Qué? —dijo Jebrassy—. ¿Si avergonzamos a los guardianes, y ellos hablan con los administradores, los que escapan de los Niveles pero son apresados pasan directamente al Guardián Negro? ¿O acaban en jaulas para disfrute de los Alzados?
—Eso suena muy cruel, incluso tratándose de los Alzados —dijo Khren.
—
¡Odio
ser un ignorante! Quiero ver cosas, cosas
nuevas
. Odio que
cuiden de mí
.
Tras ese estallido, la atmósfera se tranquilizó un poco y Khren volvió a su papel habitual: ser una caja de resonancia. En realidad, a Khren los planes de Jebrassy le resultaban interesantes… lo consideraba con un falso horror fascinado, como si, tras haberlos ejecutado en su propia mente, hubiese llegado a un punto muerto, un muro tras el que no podía verse tomando una decisión personal. En ocasiones Khren parecía no estar dispuesto a creer que para Jebrassy significasen más que para él: interesantes, pero vacíos.