La costa más lejana del mundo (5 page)

Read La costa más lejana del mundo Online

Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: La costa más lejana del mundo
11.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

¡Ah, en ese terreno me siento más seguro! —dijo Pocock—. Creo que en Valletta no hubiera apresado a más agentes que el señor Wray pero, como Oriente es mi mundo, en Mascara…

Acercó su silla un poco más a Stephen, retorció su horrible y peluda cara para poner un gesto satisfecho y, mirándole maliciosamente, continuó:

El cónsul de Mascara, el señor Eliot, y yo hemos preparado un parricidio, y creo que dentro de poco habrá un dey más dispuesto a colaborar.

Sin duda, es más fácil que haya un parricidio cuando un hombre tiene muchas esposas, muchas concubinas y una familia numerosa.

Exactamente. Eso se suele usar en Oriente para influir en la política, y en Occidente, en cambio, su empleo todavía no está bien visto, así que le ruego que tenga la amabilidad de no mencionarlo cuando hable con el almirante. Para referirme a eso he usado la frase «cambio dinástico repentino».

Stephen aspiró profundamente y dijo:

El señor Wray dice que está muy turbado. ¿Cree usted que lo dice para ocultar que no tenía ganas de hacer un detallado informe escrito de lo ocurrido o porque realmente tiene motivos para estar así? ¿Le afectó mucho la muerte del almirante Harte en el
Pollux
?Quizás a ambos les unía un afecto mayor que el que podía advertir un observador.

Respecto a eso —respondió Pocock—, le diré que se puso de luto, como corresponde a quien pierde a su suegro, pero no creo que su muerte le afectara más de lo que afectaría a un hombre pobre que heredara tres mil o cuatro mil libras gracias a ella. Está turbado, muy turbado, pero, amigo mío, aquí entre nosotros, le diré que me parece que las causas son el nerviosismo, el desánimo y quizá también el asfixiante calor, porque no creo que sea capaz de experimentar sentimientos profundos.

Me alegro de que tenga mucho dinero ahora —dijo Stephen, sonriendo, porque Wray había perdido una gran suma jugando con él al juego de los cientos en Malta todos los días—. ¿Cree que el almirante quiere verme? Quiero subir a la cima del peñón en cuanto deje de soplar el viento del este.

Estoy seguro de que sí. Quiere hablar con usted sobre una operación norteamericana. En verdad, me extraña que no nos haya llamado ya. Su comportamiento es hoy un poco raro.

Ambos se miraron a los ojos. Aparte de conocer detalles de la operación norteamericana que sin duda era aquella a la cual se refería sir Joseph en su carta, Stephen quería conocer la opinión que tenía el almirante del comportamiento de Jack en la bahía de Zambra, mientras que Pocock quería saber qué iba a hacer Stephen en la cima del peñón de Gibraltar a mediodía. Cualquiera de las dos preguntas era inapropiada, pero la que Pocock quería hacer tenía mucha menos importancia, y después de un momento la formuló.

¿Tiene una cita en la cima del peñón?

Sí, en cierto modo —respondió Stephen—. Gran cantidad de aves cruzan el estrecho en esta época del año, excepto cuando sopla el levante. La mayoría son aves de rapiña, que, como usted seguramente sabrá, eligen una ruta en la que pasan el tramo más corto posible por encima del agua, así que en un solo día pueden verse miles y miles de halcones abejeros, milanos, buitres, pequeñas águilas, halcones, alfaneques y azores. Pero no sólo pasan aves rapaces, sino también otras. Pasan miriadas de cigüeñas blancas, desde luego, pero también, según me han dicho, alguna que otra cigüeña negra, un ave que habita en los espesos bosques del norte y que nunca he visto.

¿Cigüeñas negras? —preguntó Pocock, mirándole con recelo—. He oído hablar de ellas, pero… Ahora que tenemos tiempo, podría hablarle a grandes rasgos de la operación norteamericana.

Capitán Aubrey —dijo el señor Yarrow—, el almirante le recibirá ahora.

Lo primero que Jack pensó al entrar en la gran cabina fue que el comandante general estaba borracho, porque en vez de tener la cara pálida y los ojos sin brillo y estar encorvado como siempre, tenía la cara roja y los ojos brillantes, y estaba erguido.

Me alegro mucho de verle, Aubrey —dijo sir Francis, poniéndose de pie y extendiendo el brazo por encima del escritorio lleno de papeles.

«¡Qué amable!», pensó Jack, y mientras se sentaba en la silla que el almirante le señalaba, en su rostro impasible apareció una expresión serena.

Me alegro mucho de verle —repitió sir Francis—, y le felicito porque creo que ha conseguido una importante victoria. Sí, esa victoria es importante si se comparan las pérdidas respectivas. Aunque por lo que dice en la carta del informe oficial nadie creería que la ha conseguido. Su problema, Aubrey —añadió, mirándole afectuosamente—, es que usted no sabe alabarse a sí mismo, y, por tanto, no me anima a que le alabe yo también. En la carta —dijo, señalando con la cabeza la carta de varias páginas que Jack había escrito laboriosamente y que había dejado allí el día anterior—, parece pedir disculpas en vez de proclamar su triunfo, pues dice frases como «siento tener que decir» y «lamento tener que informar». Yarrow tendrá que rehacerla. Solía escribir los discursos del señor Addington y sabe cómo presentar los hechos de la mejor forma posible. No hay que mentir acerca de lo que ha hecho ni exagerarlo, sino contarlo de modo que
no
denote desaliento. Cuando haya acabado de rehacer su carta, no sólo los hombres de nuestra profesión, sino también los de cualquier otra, incluso cualquier vendedor de quesos que lea los periódicos, deducirán de ella que hemos conseguido una victoria. ¿Quiere beber conmigo una copa de vino de Sillery?

Jack dijo que le gustaría mucho y que ese vino era lo más adecuado para una mañana tan calurosa como ésa. Mientras iban a buscar la botella, el almirante dijo:

No crea que no me da pena lo que ocurrió al pobre Harte y al
Pollux
, pero a ningún comandante general que sea práctico le importaría perder un navío viejo y desvencijado y ganar uno nuevo con la mitad de su potencia. El navío francés de dos puentes era el
Mars
, ¿sabe? Lograron remolcarlo hasta que estuvo bajo la protección de los cañones de Zambra. Los capitanes del
Zealous
yel
Spitfree
vieron el navío allí, y también la fragata encallada en el arrecife, que estaba quemada hasta la línea de flotación. Pero, a pesar de que el
Mars
no hubiera sufrido daños graves, no podrán sacarlo de allí otra vez, porque nuestros políticos derrocaron al dey. ¡El
Mars
se fue a la mierda!

En ese momento llegó el repostero, un hombre más apacible que Killick, el repostero de Jack, que tenía en las orejas los aros de oro que solían llevar los marineros, y descorchó la botella con la gravedad de un mayordomo de Londres. Entonces sir Francis dijo:

¡Por su salud y su felicidad, Aubrey!

¡Por la suya, señor! —dijo Jack, y saboreó el vino aromático y fresco—. ¡Qué bien sienta!

Así es —dijo el almirante—. Bueno, como ve, salimos ganando por medio barco de línea y la fragata que usted destruyó, y además, el despótico dey fue derrocado. Cuando Yarrow redacte de nuevo la carta, incluso la persona menos inteligente verá eso claramente. Estoy seguro de que su carta quedará bien junto a la mía en la
Gazette
. Las cartas…

Entonces se sirvió otra copa de vino y luego, señalando el montón de correspondencia, exclamó:

¡Dios sabe que a veces quisiera que nadie hubiera descubierto el arte de escribir! El descubridor fue Tubal Caín, ¿verdad?

Eso creo, señor.

Sin embargo, a veces es muy agradable recibir cartas —dijo sir Francis—. Ésta llegó esta mañana —añadió, cogiendo una—. La verdad es que no la esperaba. No se la he enseñado a nadie todavía. Quiero que las personas que admiro en la Armada sean las primeras en leerla. Después de todo, se refiere a un asunto relacionado con la Armada.

Entonces entregó la carta a Jack, quien enseguida leyó:

Estimado señor:

Su majestad ha observado con satisfacción que ha dirigido hábilmente la escuadra del Mediterráneo durante el tiempo que ha estado al mando de ella, lo que no sólo se refleja en numerosas operaciones, sino también en el mantenimiento de la disciplina en ella, y ha expresado su voluntad de concederle una distinción honorífica. Y por orden suya le comunico que le dará un título de nobleza de la Gran Bretaña tan pronto como usted le comunique cuál desea…

Antes de terminar de leer se levantó de la silla y le estrechó la mano al almirante diciendo:

Le felicito de todo corazón, señor, mejor dicho, milord. Se lo merece. Esto es una honra para toda la Armada. Me alegro mucho.

Miraba sonriente al almirante mientras le estrechaba la mano, y sir Francis notó que su alegría era sincera y le dirigió una mirada afectuosa, una mirada que desde hacía años no aparecía en su curtido rostro.

Quizá sea vanidoso, pero le confieso que me gusta mucho. Como muy bien ha dicho, es una honra para la Armada. Y usted ha contribuido a ello. Si sigue usted leyendo, verá que se menciona que expulsamos a los franceses de Marga. Dios sabe que yo no participé en esa operación y que la realizó usted solo, aunque la llevó a cabo cuando yo ya estaba al mando de la escuadra. Así que, como ve, usted me ha hecho ganar al menos una de las bolas de mi corona. ¡Ja, ja, ja!

Terminaron de beberse la botella de vino mientras hablaban de coronas, imperiales y de otros tipos, de las personas para quienes estaban reservadas las coronas, de los títulos que se heredaban por vía femenina, y de lo difícil que sería estar casado con una dama noble por derecho propio.

Eso me recuerda que no pudo comer conmigo ayer porque estaba comprometido con una dama —dijo el almirante.

Sí, señor —dijo Jack—. Estaba comprometido con la señora Fielding, a quien traje de Valletta. Su esposo acababa de venir en el
Hecla
para reunirse con ella, y yo los invité a comer.

Sir Francis le dirigió una mirada maliciosa, pero se limitó a decir:

Sí, había oído que ella estaba a bordo de la
Surprise
. Me alegro de que el viaje terminara bien, pues las mujeres, en general, causan problemas en los barcos. Es conveniente que haya una a bordo, por ejemplo, la mujer del condestable, para que se ocupe de los guardiamarinas más jóvenes, y a veces incluso una o dos esposas de suboficiales más, pero no más que ésas.

Aparte de que crean problemas morales, no puede usted imaginarse la cantidad de agua que gastan. Usan agua dulce para lavar sus prendas interiores y son capaces de cualquier cosa con tal de conseguirla: sobornan a los centinelas, los cabos de infantería de marina, los oficiales; en fin, a todos los que van a bordo de los barcos. Pero espero que pueda venir mañana. Quiero dar un banquete para festejar este acontecimiento y zarpar inmediatamente después para continuar el bloqueo a Tolón.

Jack dijo que nada le gustaría más que asistir al festejo de ese acontecimiento y el almirante continuó:

Ahora quiero hablarle de un tema totalmente distinto. Nos han informado de que los norteamericanos enviarán al Pacífico una fragata de treinta y dos cañones, la
Norfolk
, para atacar nuestros balleneros. Es una fragata muy ligera, como seguramente sabrá, y a pesar de que es mucho más potente que la
Surprise
, de todas las piezas de artillería que lleva sólo cuatro son cañones largos. Las restantes son carronadas, de modo que si luchan a cierta distancia una de otra, tendrán una potencia similar. La duda que tengo es si un capitán de tanta antigüedad como usted aceptaría realizar esta misión.

Jack, tratando de reprimir la sonrisa que pugnaba por aparecer en su rostro e intentando que su corazón latiera menos deprisa, dijo:

Como usted sabe, señor, me habían prometido el mando de la
Blackwater
, una de las fragatas de la base naval de Norteamérica, pero mientras sus señorías buscan un barco similar para dármelo, en vez de quedarme sentado en casa sin hacer nada prefiero dar protección a nuestros balleneros.

Bien, muy bien, Aubrey. Imaginaba que diría eso. Detesto a los hombres que se niegan a llevar a cabo una misión en tiempo de guerra. Bien —repitió, cogiendo un fajo de papeles del escritorio—. La
Norfolk
zarpó de Boston el día 12 del mes pasado, pero tenía que escoltar a varios mercantes hasta San Martín, Oropesa, Salvador y Buenos Aires, por lo que tenemos la esperanza de que usted pueda interceptarla antes de que llegue al cabo de Hornos, pero si no puede hacerlo, deberá seguirla, así que tendrá que llevar provisiones para seis meses. En estos momentos las relaciones con las autoridades españolas no son muy buenas, pero, afortunadamente, tendrá la ayuda del doctor Maturin. Le preguntaremos su opinión acerca de la entrada en puertos españoles, pero antes de que venga quiero que usted me diga si hay algunos tripulantes de la
Surprise
que merezcan ser promovidos, pues estoy dispuesto a dar ascensos porque tengo deseos de repartir felicidad. No puedo ascender a nadie de categoría, pero sí puedo dar a muchos un cargo más importante.

Es usted muy amable, señor, y muy generoso —dijo Jack, que estaba en un conflicto porque debía hacer justicia a sus compañeros de tripulación y no quería perder buenos tripulantes—. El oficial de derrota y el condestable son dignos de ocupar un puesto en los navíos de línea, y dos o tres suboficiales están preparados para desempeñar el cargo de contramaestre en cualquier barco.

Muy bien —dijo el almirante—. Entonces dé sus nombres al primer oficial del buque insignia esta tarde. Veré lo que puedo hacer.

¡Ah, señor! —exclamó Jack—. Aunque no pueda promover a nadie de categoría ahora, con su permiso, quiero recomendar a William Honey, un ayudante de oficial de derrota que fue a Mahón en la lancha para dar la noticia de lo ocurrido en Zambra, y también al señor Rowan, el segundo oficial, que fue a Malta en el cúter.

No les olvidaré —afirmó el almirante, tocando la campanilla, y cuando entraron Pocock y Stephen, dijo—: Buenos días, doctor Maturin. Supongo que usted y el señor Pocock habrán analizado el plan de la operación norteamericana.

En parte, señor. Hemos determinado la ruta que seguirá la
Norfolk
para costear Suramérica por el Atlántico, pero no la que tomará en el Pacífico para ir a Chile y Perú.

No disponemos de información para determinar la ruta más lejana —dijo el almirante—. Conocemos bastantes detalles sobre el viaje hasta el cabo de Hornos, pero no sabemos cómo continuará desde allí. Por eso es importante interceptar la fragata, como máximo, a la altura de las islas Malvinas. No hay ni un momento que perder. Pero antes que se vaya, quisiera que me dijera cuál es la situación política en los diversos puertos donde la fragata hará escala, y si cree que podemos entrar en ellos para solicitar información o nos pondrán impedimentos para hacerlo o incluso tendremos un recibimiento hostil.

Other books

Grk Undercover by Joshua Doder
Breaking Danger by Lisa Marie Rice
His Until Midnight by Nikki Logan
Hawk (Stag) by Ann B Harrison
After the End: Survival by Stebbins, Dave
Weapon of Blood by Chris A. Jackson
City of the Lost by Will Adams
The Man Who Lost the Sea by Theodore Sturgeon