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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (78 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Mediante los mentrodos, Juno conectó su simulador de voz a unos amplificadores.

—¿Queréis vivir para siempre? —preguntó a la turba, e hizo una pausa, esperando grandes vítores, aunque ver cómo la gente contenía la respiración por la emoción fue recompensa suficiente. La multitud se arremolinaba. Juno sabía que aquellos infortunados no habrían tenido muchas ocasiones de sentir esperanza, que solo ahora podían permitirse empezar a soñar—. ¿Os gustaría ser inmortales y no sentir dolor, ser poderosos y poder conseguir lo que queráis? ¡Es la vida que yo tengo desde hace mil años! Y el general Agamenón. Todo neocimek fue primero un humano de confianza que demostró ser digno del mayor premio que puede conseguir un mortal. ¿Alguno de vosotros es digno de ese honor?

Los antiguos esclavos conocían demasiado bien la monotonía y la dureza de la vida bajo el control de la supermente. Al verse frente al inmenso cuerpo de Juno y escuchar sus palabras, la gente se quedó sin habla.

—Mis compañeros titanes y yo hemos roto las ataduras de Omnius y, por primera vez en vuestras vidas, podéis ser libres.

Hemos conquistado este planeta en nombre de los titanes y deseamos atraer a los mejores de vosotros a nuestra lucha.

Vio que la gente se agitaba. Aquello nunca se les habría ocurrido.

—Podemos crear una nueva época dorada para los humanos, gracias a las ventajas de los cimek. Nuestro propósito es escoger a nuestro primer grupo de tenientes entre la población de Bela Tegeuse.

Afortunadamente, la mayor parte de humanos de confianza había muerto en Comati, porque Juno y Agamenón no deseaban reclutar humanos que anteriormente hubieran sido fieles a la supermente. No, la idea era buscar voluntarios que pusieran su alma al servicio de los titanes.

Juno debía actuar con rapidez. No sabía de cuánto tiempo disponía antes de que el ejército de la Yihad se presentara para ocupar las ruinas de Bela Tegeuse. Agamenón y sus cimek tenían que reforzar su posición.

—Os pedimos que miréis en vuestros corazones y vuestras mentes. —Juno levantó aún más la voz—. ¿Tenéis la energía y la lucidez necesarias para convertiros en uno de nosotros? ¿No estáis cansados ya de vuestros frágiles cuerpos? ¿No estáis cansados de la enfermedad, de que vuestros músculos y vuestros huesos no estén a la altura de lo que necesitáis?

En ese punto hizo girar la torreta de la cabeza y examinó a la chusma.

—Si es así, con mucho gusto el titán Dante y sus ayudantes neocimek os escucharán y considerarán vuestro caso. Harán pruebas y seleccionarán a aquellos que nos causen mejor impresión. ¡Estamos en los albores de una nueva era! Aquellos que se unan a nosotros ahora conseguirán muchas más recompensas que quienes teman correr riesgos.

Agamenón esperaba que convenciera solo a unas pocas docenas de voluntarios competentes, pero Juno sabía que su amante era demasiado pesimista. En su opinión, lo mejor era dejar que unos cientos, o incluso mil humanos fueran transformados en cimek, con contenedores cerebrales provistos de mecanismos de seguridad y sistemas de autodestrucción, por si alguno les salía rebelde. Porque, en aquellos momentos, lo que necesitaban eran guerreros, ejércitos de máquinas con mentes humanas dispuestos a luchar hasta la muerte y a aceptar misiones suicidas para acabar con el dominio de Omnius, y con la desagradable Yihad de Serena Butler.

—Por tanto —siguió diciendo Juno con su voz atronadora pero seductora—, os ofrecemos la inmortalidad, la posibilidad de vivir en cuerpos mecánicos de combate, flexibles, invencibles. —Alzó sus extremidades anteriores, lisas y plateadas—. Tendréis la capacidad de estimular los centros de placer del cerebro a voluntad. Jamás volveréis a pasar hambre, a sentir fatiga. Jamás os sentiréis débiles. —Caminó arriba y abajo como un purasangre. Luces artificiales e intensas realzaban las suaves curvas y el exoesqueleto de su cuerpo—. Pensadlo bien antes de contestar —les advirtió con voz sensual—. Y ahora, decidme, ¿quiénes deseáis uniros a nosotros?

Cuando oyó resonar los vítores y el rugido ensordecedor que se levantó entre la multitud, Juno supo que tendrían muchos más voluntarios de los que necesitaban.

83

Me siento capaz de hacer cualquier cosa… excepto, tal vez, estar a la altura de lo que los otros esperan de mí.

La leyenda de Selim Montagusanos

Ahora que los zensuníes supervivientes estaban bien alimentados y volvían a tener esperanza en el futuro, Ishmael se permitió por fin sentir cierta satisfacción. A pesar de las condiciones de dureza de la supervivencia, la vida entre los habitantes del desierto de Arrakis empezaba a seguir unos ritmos naturales. Sí, quizá no era una vida cómoda, pero al menos estaban más seguros que antes.

Cuando Jafar y los otros condujeron a los refugiados hasta las cuevas donde vivían, los recién llegados miraron aquel santuario con expresión de reverencia y asombro, como si acabaran de llegar al cielo. La banda de forajidos de Selim les dio la bienvenida en el frescor de las cuevas. Algunos de los zensuníes de Poritrin aceptaron la comida o el agua tibia que les ofrecían; otros solo fueron capaces de dejarse caer al suelo con alivio.

Aquella noche, profundamente satisfecho, Ishmael los estuvo observando, sobre todo a Chamal. Tuvo ganas de llorar. Solo quedaban cincuenta y siete de los cien que habían salido de Poritrin, poco más de la mitad. Pero ahora eran libres.

A pesar de aquella dura prueba, los supervivientes lo veían como un líder seguro, cuya perspicacia y fe les había mantenido unidos y había ayudado a que la mayoría pudieran salvarse. Gracias a él, habían huido de la tiranía de sus amos, habían cruzado la galaxia en una nave que nadie había probado y habían sobrevivido durante meses… y eso era mucho en un lugar como Arrakis.

Los refugiados insistieron en que los forajidos respetaran a Ishmael. Marha, la esposa de Selim, abrazó a su hijo El’hiim, que aún no tenía un año, y miró a Ishmael haciendo un gesto de asentimiento.

—Nos alegra tener entre nosotros a un hombre tan digno de respeto.

Aquella primera noche, Ishmael, en pie ante una de las entradas de la cueva, contempló el desierto a la luz de la luna, maravillándose por la belleza de aquella claridad tenue que bañaba la arena. Allá en lo alto, las estrellas parpadeaban en medio de una atmósfera despejada y seca.

Entonces se volvió hacia su gente y les habló con voz firme y tranquilizadora.

—Esto es lo que Budalá nos prometió. Quizá no sea lo que esperábamos, aquí no tendremos una vida fácil, no es ningún paraíso, pero con el tiempo quizá las cosas mejoren.

Los supervivientes siguieron celebrando su suerte, consumiendo provisiones robadas en las caravanas de los recolectores de especia o en aldeas desprevenidas que habían acumulado su riqueza mediante el comercio con la melange. Los refugiados de Poritrin alababan a Budalá y a Ishmael mientras que los forajidos entonaban cantos a Selim Montagusanos y narraban historias acerca de Shai-Hulud.

Un día, Ishmael se encontró a solas con Jafar en el interior de las cuevas.

—¿Cómo supiste de nuestra existencia? —le preguntó a aquel hombre alto y feroz—. Llevábamos mucho tiempo buscando ayuda.

Jafar entrecerró sus ojos azules, que parecían hoyos ensombrecidos en su rostro.

—Encontramos a un hombre vagando solo por la arena, medio muerto. Lo salvamos y nos pidió que fuéramos a rescataros. —Se encogió de hombros—. No sabíamos si creerle, porque a menudo las palabras de un mercader y un negrero son falsas.

Acompañó a Ishmael a una cámara oscura en el corazón de la montaña.

—Os dejo solos para que podáis hablar. —Desde la abertura de la entrada, Ishmael vio a duras penas a un hombre delgado, sentado bajo la tenue luz de un pequeño globo de luz. Tuk Keedair.

Jafar se dio la vuelta con su túnica del desierto y se fue.

Ishmael casi no podía creerlo. Se adelantó unos pasos.

—Desde luego, los caminos de Budalá son extraños. ¡Un comerciante de carne que ha dirigido tantas incursiones para capturar esclavos ha salvado la vida de estos zensuníes!

El tlulaxa tenía un aspecto demacrado y torturado, estaba muy flaco y su pelo estaba descuidado. Cuando alzó la vista para mirar a su visitante, la expresión de Keedair no era desafiante, ni de miedo, solo cansada.

—Bueno, lord Ishmael de los esclavos, veo que contra todo pronóstico habéis sobrevivido. Vuestro dios debe de tener grandes planes para vosotros o alguna jugarreta preparada.

—No soy el único que ha seguido con vida a pesar de este planeta. —Ishmael entró en la habitación—. ¿Qué pasó con Rafel e Ingu, y con la nave de reconocimiento?

Keedair se meció adelante y atrás en el saliente de piedra que le servía de cama.

—Están en el estómago de un gusano. —Se pasó una mano que parecía una garra por su pelo desgreñado—. Rafel me amenazó con rebanarme el pescuezo, pero al final decidió abandonarme en el desierto. Aún no me había alejado mucho cuando aparecieron tres enormes gusanos enloquecidos. Destruyeron la nave, y no quedó ni rastro. —Levantó la vista y clavó sus ojos en un punto situado más allá de Ishmael—. Estuve vagando durante días antes de que Jafar y sus hombres me encontraran.

Ishmael frunció el ceño al oír que su yerno había abandonado al antiguo negrero en el desierto, donde era casi seguro que moriría. ¿Era su forma de vengarse? ¿Había castigado Budalá a Rafel por haber querido tomarse la justicia por su mano?

—No debes decírselo a mi hija —le dijo.

Keedair se encogió de hombros.

—Todo quedó entre Rafel y el gusano. Para mí no significa nada. —Extendió una mano nervuda—. Te doy mi palabra.

Ishmael no hizo ningún movimiento para devolverle el gesto.

—¿Esperas que acepte la palabra de un comerciante de carne? ¿La palabra del hombre que atacó mi aldea y me convirtió en esclavo?

—Lord Ishmael, un hombre de negocios que no mantiene su palabra se queda rápidamente sin negocios. —No utilizaba aquel título con sarcasmo, sino con reverencia.

Intuyendo que había alguien a su espalda, Ishmael se dio la vuelta y se encontró con la mujer de ojos grandes que había sido la esposa de Selim Montagusanos. No la había oído acercarse.

—¿Qué quieres que hagamos con él, Ishmael? Tú debes decidir.

Ishmael frunció el ceño, incómodo ante aquella responsabilidad.

—¿Por qué le dejasteis vivir?

Para Marha la respuesta era evidente.

—Para ver si era verdad lo que decía acerca de unos zensuníes que venían de un mundo lejano. Pero el agua y la comida no abundan, y lo que menos falta nos hace son más bocas en la tribu.

En su celda, Keedair puso mala cara, como si ya supiera el destino que le aguardaba.

—Sí, sí, ahora que tenéis la barriga llena y la garganta ya no os quema, podéis pensar en la venganza. Llevas mucho tiempo esperando esto, Ishmael.

Otros refugiados de Poritrin se habían ido congregando en el corredor al oír las voces. Chamal estaba allí, con expresión inquisitiva. Ishmael no sabía qué debía contestar. Jafar y Marha se apartaron para que los otros refugiados vieran lo que pasaba dentro; el tlulaxa los miró con gesto airado. Muchos gruñían, con una ira tan palpable que empequeñecía su alegría por haberse salvado.

—Mátale, Ishmael —imploró una anciana.

—Arrójalo desde lo alto de los riscos.

—Déjalo a merced de los gusanos.

Ishmael abría y cerraba los puños, cerca del cautivo. Cerró los ojos y recitó en silencio sus sutras coránicos, con la esperanza de que sus palabras de perdón y esperanza calaran en su corazón.

—Tuk Keedair, me has robado muchas cosas. Me has herido, me has separado de la mayor parte de mi familia, me has robado casi todos los años de mi vida. Ahora mi gente y yo estamos aquí, en Arrakis, y no podremos marcharnos jamás, ni volver a nuestros planetas de origen. Cuando pienso en todo lo que me has hecho, me estremezco. Pero nuestras tribulaciones aquí no son responsabilidad tuya. —Aspiró una bocanada de aire seco—. Te devuelvo tu vida, negrero.

Desde el corredor llegaron murmullos de sorpresa. Incluso Chamal le miró con expresión furiosa e incrédula.

—Sería una deshonra matarte ahora —siguió diciendo Ishmael—, puesto que has reparado tu deuda con nosotros. Sin duda mi gente habría muerto si no hubieras pedido a estos forajidos que nos buscaran. —Extendió las manos, mirando a su hija— . No te confundas, sigo ansiando una venganza, pero ya no tengo derecho a ella. Aquellos que toman lo que no les pertenece no son mejores que… un negrero.

Los refugiados estaban visiblemente descontentos, perplejos, pero aceptaron su decisión. Jafar miró a Ishmael con renovado respeto, y también Marha, como si por primera vez lo vieran como un líder. Un verdadero líder.

Mientras los refugiados volvían a sus cámaras, Marha se llevó a Ishmael aparte y salió con él al exterior, donde pudieron sentarse bajo las estrellas. Aunque muchas de las figuras que formaban las estrellas eran distintas a las que veía en Poritrin, reconoció la constelación del Escarabajo y muchas otras. Algunas cosas no cambiaban.

—Dejé a mi mujer en algún lugar, allá fuera. —En aquella bóveda cósmica, Ishmael ni siquiera era capaz de situar el planeta donde había pasado la mayor parte de su vida. Con un único movimiento, aquella nave les había hecho atravesar un paisaje entero de estrellas—. Su nombre era… es… Ozza. Rezo para que siga con vida, junto con nuestra otra hija, Falina.

Marha lo animó a hablarle de sus recuerdos, de sus buenos momentos junto a Ozza, de lo diferentes que eran al principio, aunque después se convirtieron en compañeros, hasta que lord Bludd los separó por despecho. Hacía casi tres años que no la veía.

Ishmael suspiró.

—Jamás volveré a abrazar a mi Ozza, pero no sirve de nada lamentarse. Budalá me ha traído hasta aquí por algún motivo, ha mantenido a nuestra gente con vida y nos ha mantenido unidos.

Durante un buen rato, Marha permaneció en silencio a su lado.

—Yo también tengo una historia que contarte —dijo entonces—, una historia que nuestra gente debe recordar de generación en generación. —Le sonrió, y su voz se suavizó—. Escucha y conocerás la historia de Selim Montagusanos.

166 A.C.

Año 36 de la Yihad

Ocho años después del gran levantamiento de esclavos en Poritrin. Siete años después de la Fundación de los astilleros de Kolhar

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