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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (95 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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—Es un cimek —dijo ella, y en su voz llevaba el odio de toda una vida—. Ya sabemos qué quiere.

La forma de dragón se acercó a la nave y trató de abrir la escotilla desde fuera. Pero las cerraduras y los sistemas cortocircuitados la frenaban, así que empezó a utilizar poderosas herramientas.

Todos los sistemas de la nave estaban desactivados. No podían enviar ninguna señal de socorro, ni comunicarse con aquella máquina pensante.

—Estamos atrapados —dijo.

—Pero no indefensos. —Zufa respiraba hondo, y su piel se volvió translúcida, con un resplandor que la iluminaba desde el interior. Cogió la mano de Venport. El hombre notó que tenía los dedos muy calientes. Su pelo empezó a chisporrotear y se levantó por encima de su cabeza por la electricidad estática.

—Norma aprendió a controlarlo —dijo—. De todas mis hechiceras, solo mi hija sabe cómo sobrevivir a esto. Por desgracia, yo no tengo esa capacidad.

La energía psíquica fluía en su interior, aumentando hasta llegar a un punto crítico. Zufa había enseñado a muchas otras a hacer aquello, a dar un golpe mental contra los odiados cimek. Teniendo en cuenta el poder que tenía, aquel dragón debía de ser un importante enemigo, puede que incluso fuera uno de los titanes originales.

Alguien digno de mi sacrificio.

El captor cimek consiguió abrir la escotilla e intentó embutir parte de su cuerpo por la abertura. Un brazo y una garra metálica aparecieron. Venport apretó los dientes y esperó.

—Lo siento, no puedo controlarlo, Aurelius. Siento tantas cosas…

—Solo espero que no te equivoques.

El dragón cimek finalmente asomó la voluminosa torreta con la cabeza y anunció por su altavoz:

—Soy la titán Hécate…

Era lo único que Zufa necesitaba saber, así que desató su fuerza psíquica inestable. Como tantas otras hechiceras habían hecho antes que ella, rompió las barreras y vació sus reservas de energía mental.

La onda de choque de aquella bomba psíquica fue como una supernova. Su último pensamiento fue el orgullo callado de poder eliminar a uno de los terribles enemigos de la humanidad. Su energía purificadora se expandió y coció todos los cerebros orgánicos que había a su alrededor: el de Venport, el de Hécate y el suyo propio.

Después de acelerar para interceptar la nave, el asteroide de Hécate salió del cinturón de asteroides de Ginaz. Cuando la bomba de Zufa destruyó la mente de la titán, todos los mentrodos que la conectaban a los sofisticados sistemas de navegación y orientación quedaron cortados.

El inmenso asteroide, fuera de control, sin nadie que lo dirigiera, se salió del cinturón de asteroides y acabó penetrando como una bala de cañón en la atmósfera de Ginaz, atrapado por su gravedad.

104

Llevamos tumbas en nuestra alma, y vidas resucitadas.

M
AESTRO DE ARMAS
J
AV
B
ARRI

Una noche, muy tarde, el maestro mercenario Jool Noret se detuvo, exhausto y sudoroso, pero sintiéndose intensamente vivo tras horas de duros entrenamientos. Solo tenía treinta y dos años, pero se sentía como un anciano. Había participado en más combates y destruido más máquinas que el miembro más destacado del Consejo de Veteranos. Y aun así, sentía que le quedaban tantas cosas por hacer, tantos enemigos a los que destruir… tenía una deuda tan extensa como toda una vida.

Descalzo en la arena, Noret había luchado durante horas con el
sensei
mek Chirox, que seguía ayudándole a modificar sus técnicas de lucha. Año tras año, el robot de combate aprendía más y más de su mejor alumno, aumentando de ese modo sus propias habilidades.

En los diez años que habían pasado desde su fundación, la escuela de la isla había prosperado y había formado con éxito a muchos mercenarios que creaban sus propias técnicas siguiendo el ejemplo del estilo de combate de Jool Noret,
lucha con abandono
. Jool observaba a algunos de los mejores luchadores que se habían entrenado con el
sensei
mek. Muchos eran especialistas en la lucha contra los más temibles oponentes robóticos e incluso habían desarrollado una habilidad especial para enfrentarse a humanos protegidos con escudos personales.

Chirox había demostrado ser un gran maestro, y Noret prefería que las cosas siguieran así. Él había hecho lo que había podido. Cientos, puede que incluso miles de entusiastas seguidores suyos se habían repartido por los territorios donde se libraba la Yihad y habían destruido a incontables enemigos mecánicos.

Si sumaba todo aquello, seguramente ya había pagado más que de sobra la pérdida de su padre. Pero no sabía cómo librarse de la cárcel de sus propias expectativas.

En aquellos momentos, bajo el cielo despejado y salpicado de brillantes estrellas, Noret estaba en la playa, limpiándose el sudor de la frente después de una dura sesión de ejercicio. Con un total abandono, había luchado al límite de su capacidad, rayando en la perfección. Tenía la espada de impulsos sujeta por el mango liso y pulido. Tendría que recargarla dentro de poco, porque había utilizado sus descargas destructoras en repetidas ocasiones en aquella última sesión.

A lo lejos, Noret oyó un sonido retumbante, y alzó los ojos para mirar en la profunda oscuridad. Vio una estela de fuego en el cielo estrellado, la estela de un meteorito, tan brillante que iba dejando marcado un reluciente camino sobre el océano cósmico. Era el bólido más grande que había visto, y se veía cada vez más brillante, más intenso. Noret se protegió los ojos con la mano. La estela gigante iba seguida por unos atronadores estampidos sónicos, como una sucesión de percusiones en el aire.

Noret pestañeó, y se tambaleó mientras un intenso haz de color púrpura quemaba sus retinas. Aquel objeto estaba cada vez más caliente, de un blanco incandescente.

Muy lejos, más allá de las aguas interminables, la roca espacial cayó en el mar y un resplandor cegador iluminó todo el cielo. Menos de un minuto después, Noret oyó el ruido atenuado de la explosión, ondas de sonido se deslizaron como piedrecillas sobre el agua.

Chirox avanzó con pasos pesados por la arena. El
sensei
mek se detuvo junto a Noret y concentró sus sensores ópticos en el horizonte.

—¿Qué ha pasado?

—Un meteorito ha caído en el mar —dijo él, todavía pestañeando a causa de la intensidad de la explosión—. Parecía enorme.

En la oscuridad el
sensei
mek miraba al horizonte. Al sudoeste, las luces de una isla lejana titilaban como joyas. Mientras los dos miraban en silencio, de pronto una línea de luces desapareció, como si alguien las hubiera apagado de un soplido. Luego desapareció oirá línea, esta vez más cerca.

—¿Qué crees que ha sido eso? —preguntó Noret.

Unos momentos después, vislumbraron el gran muro de agua que se acercaba, la ola gigante que había provocado el impacto del asteroide. La ola avanzaba implacablemente por el mar, sin reparar en nada de cuanto encontraba a su paso. El sonido era cada vez más ensordecedor.

Noret meneó la cabeza, porque comprendió qué iba a pasar.

—Oh, no.

No había ninguna posibilidad de evacuar la isla, de poner a sus alumnos a salvo. Ya empezaban a oírse los gritos de los guerreros que salían de sus cabañas.

Noret aferró su espada de impulsos, como si deseara poder hacer algo heroico con ella. Por primera vez desde hacía años, se sintió completamente impotente. No podía hacer nada, solo esperar junto a Chirox, mientras la ola saltaba con violencia los arrecifes y se dirigía hacia ellos.

Horas más tarde, mientras las aguas marrones y espumosas se retiraban del archipiélago de Ginaz, las corrientes se calmaron y dejaron las islas completamente limpias de personas y árboles.

Subiendo dificultosamente la pendiente hacia la isla donde había entrenado a tantos guerreros, el robusto mek metálico salió de entre las olas que seguían rompiendo a su alrededor. Las aguas lo habían doblado, arañado, arrastrado, pero seguía siendo funcional. Caminó por la arena, con pasos pesados y laboriosos.

En dos de sus seis brazos, el robot de combate llevaba el cuerpo magullado de Jool Noret, el mejor de sus alumnos, aplastado por la fuerza de la ola.

Chirox, que era la única cosa que aún se movía en la isla, caminó por la playa asolada. Con mucho cuidado, casi con cariño, depositó el cuerpo de Noret sobre la arena mojada. Por lo que podía recordar, aquel era más o menos el lugar donde Zon Noret había caído. Giró su cabeza y enfocó sus sensores ópticos hacia su maestro y alumno.

Durante generaciones, el robot había pasado la mayor parte del tiempo interactuando con humanos, y había aprendido que la vida orgánica es resistente. No pasaría mucho tiempo antes de que los mercenarios que había en el exterior volvieran de sus respectivas misiones y repoblaran el archipiélago con voluntariosos alumnos. Y, como había hecho en los últimos diez años, Chirox enseñaría a nuevos mercenarios. Seguirían yendo a Ginaz para aprender las técnicas del gran maestro de armas, Jool Noret. Chirox les enseñaría todo lo que sabía, todo lo que había aprendido del maestro.

105

Tiempo. O tenemos muy poco o tenemos demasiado… pero nunca lo justo.

N
ORMA
C
ENVA
, diarios privados de laboratorio

Aunque seguía teniendo un cuerpo hermoso y escultural, Norma Cenva había recuperado su antigua costumbre de trabajar de forma obsesiva, y sola.

En el interior de las cámaras de conducción de una de las naves reconvertidas para plegar el espacio que estaba casi acabada, Norma vio su reflejo en las paredes negras y brillantes. Estaba tan enfrascada en su trabajo que no se había bañado ni cambiado de ropa desde hacía días. Su mono de trabajo y la bata verde del laboratorio, sucios y arrugados, colgaban holgadamente sobre su cuerpo.

Pero para ella había cosas mucho más importantes. Hasta el momento, ella y sus equipos de construcción habían transformado dieciocho de aquellas inmensas naves en naves de guerra, y estaban a punto de entrar en servicio por el bien de la Yihad… si conseguía que fueran más seguras y no hubiera tantos errores desastrosos. También se estaban construyendo más de cuarenta nuevas jabalinas.

Nadie podía ayudarla, ni siquiera los más brillantes ingenieros de la Liga. Solo ella comprendía los complicadísimos aspectos matemáticos de la tecnología para plegar el espacio.

Su madre y Aurelius habían ido a Salusa Secundus, y había hechiceras que se encargaban de cuidar a su hijo, así que Norma se entregó de lleno a los problemas de navegación que planteaban sus naves para que fueran más seguras. Ahora que las tropas de la Yihad estaban allí, en los astilleros, el problema había llegado a un punto decisivo. Tenía que lograr que todo funcionara. Dependía de ella.

Curiosamente, aunque no había comido bien ni ingería las cantidades necesarias de líquidos, no se apreciaba en su cuerpo pérdida de peso ni señales de fatiga. Pero aun así, Norma tenía sus límites.

Después de trabajar durante tres días sin tomarse ni un pequeño descanso, finalmente Norma fue al dormitorio que compartía ocasionalmente con su marido, cuando no pasaba la noche en los laboratorios y las salas de pruebas. A los pocos momentos se quedó profundamente dormida; cuando despertó, se sentía triste y agotada.

Por casualidad, mientras se vestía, encontró un suministro de melange que Aurelius guardaba para su consumo personal en su escritorio. VenKee Enterprises aún tenía un próspero negocio con el transporte de la especia de Arrakis, y Aurelius siempre tenía un poco a mano, porque consumía regularmente. Decía que le ayudaba a mantener la agilidad mental, a conservar el cuerpo joven y a tener imaginación.

Quizá eso era lo que necesitaba en aquellos momentos. Aunque no tenía ni idea de cuál era la dosis adecuada, sobre todo con aquel cuerpo metamorfoseado, Norma comió una oblea. Cuando llegó a las salas donde se hacían las pruebas de vuelo, ya notaba los efectos de la especia en su interior, como el contenido de una olla que empieza a hervir. En su cabeza aparecían destellos de luz, ideas de escala galáctica.

Activó el sistema de navegación computarizado y realizó unas secuencias para comprobar cómo sería viajar de Kolhar a una zona ficticia y lejana de guerra. Sistemas estelares aparecieron y cambiaron mientras una luz naranja intermitente destellaba, en representación del proceso de plegar el espacio. Pantallas holográficas mostraban informaciones esenciales, incluidas las coordenadas astronómicas y los movimientos históricos de los cuerpos cósmicos.

Ahora que la melange corría por sus venas, todo parecía distinto. Sus dedos se movían con mayor rapidez y precisión. Norma aceleraba y reducía la velocidad de los diferentes sistemas, buscando problemas, contemplando la hipnótica danza universal de las nebulosas plegándose unas sobre otras.

Es todo tan bonito aquí fuera.

De pronto, se dio cuenta de que había perdido la perspectiva, de que se sentía como si estuviera en un vuelo real, pero a cámara lenta. Había participado en muchas simulaciones, pero había evitado los viajes de verdad por el riesgo de que no sobreviviera. La pérdida de Norma Cenva habría sido desastrosa para el programa de desarrollo.

Ahora se sentía como si estuviera flotando, como si estuviera en el mar, a la deriva. La solución a los problemas se había disuelto en el agua etérea y ella solo tenía que destilarla.

Porque seguía habiendo graves problemas de navegación. Hacía tan solo una semana, una nave había emergido en el sector equivocado, pero afortunadamente no colisionó con nada y se pudo salvar sin perder ninguna vida humana. Otra había pasado rozando un meteorito, y sufrió daños superficiales en el casco y un incendio que fue rápidamente sofocado. Y una pequeña nave de reconocimiento que salió en busca del primero Atreides desapareció.

Norma miró las relucientes pantallas holográficas, con su despliegue de datos, pero sus ojos se desenfocaron y se concentraron en otra imagen. De nuevo parecía estar en espacio abierto, y había soles que parpadeaban a su alrededor cuando ella pasaba a toda velocidad. Una infinidad de sistemas solares, uno detrás de otro. Galaxias que giraban, nebulosas que resplandecían con todos los colores, luz intensa, y el negro más negro de toda la creación.

Y entonces, como aquella primera y tortuosa visión que tuvo de su línea materna, cuando las figuras de todas sus antepasadas se fusionaron en una, los soles se consolidaron y brillaron con una fiera incandescencia. Norma parecía dirigirse hacia ellos, hacia una luz muy brillante.

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