La espada de Welleran (4 page)

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Authors: Lord Dunsany

BOOK: La espada de Welleran
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Pero sobre el viajero que hablaba descendió la noche, solemne y fría, y nos envolvimos en nuestras mantas y yacimos sobre la arena a la vista de las hermanas astrales de Babbulkund. Y toda esa noche el desierto pronunció muchas cosas, quedamente y en un susurro, pero yo no supe entender lo que decía. Sólo la arena lo supo y se levantó y fue perturbada y volvió a descender, y el viento lo supo. Luego, así que iban transcurriendo las horas de la noche, estos dos descubrieron las huellas de los pies con que habíamos hollado el sagrado recinto y se afanaron sobre ellas y las cubrieron; y luego el viento amainó y la arena descansó. Después volvió a levantarse el viento y la arena bailó. Esto lo hicieron muchas veces. Y mientras tanto el desierto no dejó de musitar cosas que yo no entendía.

Me dormí entonces por un tiempo y desperté justo antes de amanecer, aterido de frío. De pronto el sol saltó a lo alto y llameó sobre nuestras cabezas; todos arrojamos las mantas a un lado y nos pusimos en pie. Tomamos luego alimento y después nos pusimos en marcha hacia el Sur, y al culminar el calor del día, descansamos y luego volvimos a andar. Y durante todo el tiempo el desierto permaneció el mismo, como un sueño que no cesa de perturbar a un durmiente fatigado.

Y a menudo se nos cruzaban viajeros en el desierto, que venían de la Ciudad de Maravilla, y había luz de gloria en sus ojos por haber visto a Babbulkund.

Esa tarde, al ponerse el sol, se nos acercó otro viajero y le saludamos diciendo:

—¿Comerás y beberás con nosotros ya que todos los hombres somos hermanos en el desierto?

Y él descendió de su camello, se sentó a nuestro lado y dijo:

—Cuando la mañana brilla sobre el coloso Neb y Neb habla, enseguida los músicos del rey Nehemoth despiertan en Babbulkund.

»En un principio sus dedos vagan por sobre las cuerdas de sus arpas de oro o acarician sus violines. Más y más clara la nota de cada instrumento va ascendiendo como las alondras del rocío, hasta que pronto todas se unen y nace una nueva melodía. Así, todas las mañanas, los músicos del rey Nehemoth crean una nueva maravilla en la Ciudad de Maravilla; porque no son éstos músicos corrientes, sino maestros de la melodía, capturados en conquistas desde mucho tiempo atrás y llevados en barcos de las Islas de la Canción. Y con el sonido de la música Nehemoth despierta en la cámara oriental de su palacio, que está tallado en la forma de una enorme media luna de cuatro millas de largo, en el extremo septentrional de la ciudad. Pleno se levanta el sol ante las ventanas de la cámara oriental, y pleno ante las ventanas de su cámara occidental el sol se pone.

»Cuando Nehemoth se despierta, convoca a sus esclavos que traen una litera con campanillas en la que entra el rey después de haberse vestido ligeramente. Entonces los esclavos se echan a correr llevándole a la Cámara del Baño, hecha de ónix, y las campanillas suenan a su paso. Y cuando Nehemoth sale de allí, bañado y ungido, los esclavos vuelven a correr con la litera sonora y le llevan a la Cámara Oriental de Banquetes, donde el rey toma la primera comida del día. De allí, por el gran pasillo blanco cuyas ventanas dan todas al sol, Nehemoth va en su litera a la Cámara de Audiencias de las Embajadas del Norte, del todo llena de artículos septentrionales.

»Por todas partes hay ornamentos de ámbar del Norte y cálices tallados del oscuro cristal pardusco septentrional y sobre los suelos se extienden pieles de las costas del Báltico.

»En las cámaras adyacentes se almacenan los alimentos que acostumbran tomar los duros hombres norteños y el fuerte vino del Norte, pálido pero terrible. Allí recibe el rey a los príncipes bárbaros de las tierras frígidas. De allí los esclavos le llevan velozmente a la Cámara de Audiencias de las Embajadas del Oriente, donde las paredes son de turquesa y hay en ellas incrustados rubíes de Ceilán, donde los dioses son los dioses del Oriente, donde todas las colgaduras fueron pergeñadas en el espléndido corazón de la India y donde todas las tallas se ejecutan con la habilidad de las islas. Allí, si se da el caso que una caravana haya venido de la India o de Catay, es costumbre del rey conversar un rato con los mongoles o los mandarines, porque del Oriente llegan las artes y el comercio del mundo, y la conversación de su gente es cultivada. De ese modo Nehemoth recorre las otras Cámaras de Audiencia y recibe, quizás, a algunos jeques del pueblo árabe que hayan cruzado el gran desierto desde el Occidente, o recibe una embajada que le haya enviado en su homenaje el tímido pueblo de las junglas del Sur. Y todo el tiempo los esclavos con la litera sonora corren hacia el Occidente, en pos del sol, y siempre el sol da directamente sobre la cámara en que se encuentra Nehemoth, y todo el tiempo a los oídos del rey llegan tintineantes las notas de una u otra de sus bandas de músicos. Pero cuando la mitad del día se acerca, los esclavos corren hacia los frescos bosquecillos que se extienden junto a las galerías de la parte septentrional del palacio abandonando el sol, y cuando el calor se sobrepone al genio de los músicos, éstos, uno por uno, dejan que sus manos caigan de sus instrumentos hasta cesar la última nota de la melodía. En este momento Nehemoth se duerme y los esclavos dejan la litera en tierra y se tienden a su lado. A esta hora la ciudad se vuelve perfectamente silenciosa, y el palacio de Nehemoth y las tumbas de los Faraones de antaño dan cara al sol iguales en silencio. Aun los joyeros del mercado, que venden gemas a los príncipes, cesan el regateo y el canto; porque en Babbulkund el vendedor de rubíes canta el canto del rubí, y el vendedor de zafiros entona el canto del zafiro, y cada piedra tiene su canción, de modo que el comerciante, con su canto, da a conocer lo que vende.

»Pero todos estos sonidos cesan a la hora meridiana, los joyeros del mercado yacen en la sombra que encuentren y los príncipes vuelven al frescor de sus palacios y un gran silencio pende desde el aire resplandeciente sobre Babbulkund. Pero en el frescor de la tarde avanzada, uno de los músicos del rey despierta abandonando el sueño en que veía a su tierra natal y pasa los dedos quizá por las cuerdas de su arpa y puede que con la música evoque algún recuerdo del viento de los valles de las montañas que se elevan en las Islas de la Canción. Entonces el músico arranca grandes gritos del alma del arpa por causa del viejo recuerdo y sus compañeros despiertan y hacen todos un canto consagrado a la tierra natal, tejido con lo que se decía en el puerto cuando los barcos llegaban y con los cuentos que se contaban en las cabañas sobre las gentes de antaño. Una por una las otras bandas de músicos se unen a la canción de Babbulkund, Ciudad de Maravilla, palpita de nuevo con esta maravilla. En este momento Nehemoth se despierta, los esclavos se ponen en pie de un salto y llevan la litera fuera del gran palacio en forma de medialuna, entre el Sur y el Oeste, para que vuelva a contemplarse el sol. La litera, con sus campanillas sonoras, gira una vez más; las voces de los joyeros vuelven a entonar en el mercado la canción de la esmeralda y la del zafiro; los hombres conversan en los techos, los mendigos gimen en las calles, los músicos se afanan en su tarea, todos los sonidos se mezclan para formar un murmullo, la voz de Babbulkund que habla en la tarde. Cada vez más desciende el sol, hasta que Nehemoth, a su zaga, llega con esclavos jadeantes al gran jardín púrpura al que seguramente vuestro propio país le ha consagrado canciones, no importa de dónde vengáis.

»Allí baja de la litera y asciende al trono de marfil situado en medio del jardín de cara al Occidente, y se queda sentado solo, contemplando largo tiempo la luz del sol hasta que ésta desaparece por completo. A esta hora la pesadumbre invade el rostro de Nehemoth. Hay quien le ha oído musitar al ponerse el sol:

»—Aun yo, aun yo también.

—Aún yo, aún yo también.

»De ese modo el rey Nehemoth y el sol completan su glorioso circuito en torno a Babbulkund.

»Algo más tarde, cuando las estrellas salen a envidiar la belleza de la Ciudad de Maravilla, el rey se dirige a otra parte del jardín y se sienta en una alcoba de ópalo, solo, a la margen del lago sagrado. Éste es el lago de orillas y fondo de cristal, iluminado desde abajo por esclavos que portan luces púrpuras y verdes entremezcladas, y es una de las siete maravillas de Babbulkund. Tres de las maravillas se encuentran en medio de la ciudad y cuatro en sus portales. Hay el lago, del cual os hablo, y hay el jardín púrpura del cual os hablé, y que es una maravilla aun para las estrellas, y hay Ong Zwarba de la cual os hablaré también. Y las maravillas de los portales son éstas. En el portal oriental, Neb. Y en el portal septentrional, la maravilla del río y los arcos, porque el Río del Mito que se aúna con las Aguas de la Fábula en el desierto fuera de la ciudad, fluye bajo un puente de oro puro, regocijado, y bajo múltiples arcos fantásticamente tallados que forman una unidad con cada una de las orillas. La maravilla del portal occidental es la maravilla de Annolith y el perro Voth. Annolith se levanta fuera del portal occidental de cara a la ciudad. Es más alto que cualquiera de las torres o los palacios, porque su cabeza se talló de la cumbre de la vieja colina; tiene dos ojos de zafiro con los que contempla Babbulkund, y lo asombroso de los ojos es que se encuentran hoy en las mismas órbitas donde brillaban cuando comenzó el mundo, sólo el mármol que los cubría se eliminó con la talla para dar paso a la luz del día y a la envidia de las estrellas. Más grande que un león es el perro Voth que está junto a él; cada uno de sus pelos se talló sobre el lomo de Voth; los pelos de su cuello están erectos en actitud guerrera y sus dientes están desnudados. Todos los Nehemoth han venerado al dios Annolith, pero todos sus pueblos le rezaron al perro Voth, porque según la ley de la tierra, sólo un Nehemoth puede venerar al dios Annolith. La maravilla del portal austral es la maravilla de la jungla porque ésta llega con todo su salvaje mar intransitado de oscuridad y árboles y tigres y orquídeas que aspiran al sol, y penetran por un portal de mármol a la ciudad y allí en medio de ella, se ensancha y abarca un espacio de muchas millas de extensión. Además, es más vieja que la Ciudad de Maravilla, pues desde hacía mucho moraba en uno de los valles de la montaña que Nehemoth, primero de los Faraones, convirtió con su talla en Babbulkund.

La luz de Ong Zwarba.

»Ahora bien, la alcoba de ópalo en la que el rey se reclina al atardecer junto al lago, se encuentra en el borde de la jungla y las orquídeas trepadoras hace ya tiempo que se han deslizado dentro de ella por sus grietas, seducidas por las luces del lago, y ahora florecen allí exultantes. Cerca de esta alcoba se encuentran los serrallos de Nehemoth.

»El rey tiene cuatro serrallos: uno para las vigorosas mujeres de las montañas del Norte, otro para las oscuras y furtivas mujeres de la jungla, un tercero para las mujeres del desierto, que tienen almas errantes y languidecen en Babbulkund, y un cuarto para las princesas de su propia casta, cuyas mejillas pardas se ruborizan con la sangre de los antiguos Faraones y que se regocijan con Babbulkund en su sobrecogedora belleza y que nada saben del desierto ni de la jungla ni de las lúgubres colinas del Norte. Sin adorno alguno y vestidas del modo más sencillo van las de la raza de Nehemoth, porque saben que a él le fatiga la pompa. Sin adornos, salvo una, la princesa Linderith, que lleva la Ong Zwarba y las tres gemas menores del mar. Una piedra tal es Ong Zwarba que no hay la que se le asemeje en el turbante de Nehemoth ni en todos los santuarios del mar. El mismo dios que hizo a Linderith, hizo mucho tiempo atrás a Ong Zwarba; ella y Ong Zwarba resplandecen con una única luz y junto a esta maravillosa piedra brillan las otras tres menores del mar.

»Ahora bien, cuando el rey se aposenta en su alcoba de ópalo junto al lago sagrado con las orquídeas que florecen alrededor de él, todos los sonidos se acallan. El sonido de los pesos de los fatigados esclavos que giran una y otra vez jamás llega a la superficie. Los músicos hace ya mucho que duermen y sus manos han caído mudas sobre sus instrumentos y las voces de la ciudad se han sumido en el silencio. Quizás el suspiro de una de las mujeres del desierto se ha convertido a medias en una canción, o en una cálida noche de verano alguna de las mujeres de las colinas musita queda un canto con mención de la nieve; toda la noche en medio del jardín púrpura canta un ruiseñor; todo el resto está acallado; las estrellas que contemplan Babbulkund se elevan y se ponen, la fría luna desdichada se traslada solitaria entre ellas, la noche se desgasta; por fin la oscura figura de Nehemoth, el octogésimo segundo de su linaje, se pone en pie y se retira furtivo.

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