La esquina del infierno (26 page)

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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: La esquina del infierno
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—Un agente de la ATF nos dijo lo mismo —‌añadió Stone.

—Garchik —‌dijo el director.

—Sí. ¿Han descubierto ya cuál es el componente misterioso de la bomba?

—Que yo sepa, no.

Stone abrió la boca ligeramente y se echó hacia delante.

—¿Que usted sepa, señor?

El director mostró cierto nerviosismo por primera vez desde que llegaran a la sala. Lanzó una mirada al ADIC y asintió hacia la puerta. Al hombre no pareció agradarle aquella orden velada y se mostró claramente contrariado cuando el director impidió que Ashburn se marchara con él. Después de que la puerta se cerrara, el director se inclinó hacia delante.

—Aquí está pasando algo que no había visto nunca.

—Hay un traidor entre los nuestros —‌afirmó Stone.

—Me temo que es peor que eso.

Stone se disponía a preguntarle qué podría ser peor que contar con un traidor entre ellos, pero entonces recordó lo que McElroy le había dicho.

«Todo puede empeorar.»

El director se aclaró la garganta.

—En nuestro gobierno está pasando algo que … que no encaja demasiado bien con nuestra forma de hacer las cosas.

—¿A qué se refiere exactamente, señor? —‌preguntó Stone.

El director se frotó las manos.

—Algunos de los nuestros trabajan con propósitos opuestos.

—¿Algunos? —‌preguntó Chapman sin comprender.

—El agente Garchik ha desaparecido.

—¿Qué? —‌dijo Stone abruptamente.

—Y el componente misterioso de los escombros que encontramos en el parque también ha desaparecido.

—¿Cómo es posible? —‌preguntó Chapman.

—No lo sé. Queda fuera de nuestra estructura de mando.

—Pero el FBI es la principal agencia que lleva el caso —‌señaló Stone.

—Sí, pero la ATF se hizo cargo del análisis de la bomba.

—Es muy raro que desaparezcan pruebas y un agente —‌dijo Stone.

—Sí, claro que lo es —‌replicó el director con contundencia.

—¿Alguna pista? —‌preguntó Chapman.

—No, lo cierto es que nos acabamos de enterar. Tenemos a varios equipos trabajando en la escena.

—¿De dónde se lo llevaron?

—No se sabe exactamente. Está divorciado, vive solo. Su coche ha desaparecido.

—¿Signos de violencia?

—Nada definitivo.

—¿Hay algún comunicado?

—Ni de Garchik ni de quienquiera que pudiera habérselo llevado.

—¿Pudiera habérselo llevado? —‌preguntó Chapman.

—No podemos descartar que se marchara de forma voluntaria.

—¿Quién informó de su desaparición?

—Su supervisor.

—¿Quién informó de la desaparición de las pruebas?

—Su supervisor también. Al ver que Garchik no fichaba como de costumbre, se preocupó. Lo primero que hizo fue examinar la taquilla de las pruebas.

—Garchik nos dijo que se había recurrido a la NASA para que intentaran identificar los escombros.

—No estaba al corriente de ello.

Stone se recostó en el asiento.

—¡Esto es realmente increíble! —‌exclamó Ashburn.

—Los medios no pueden enterarse de nada de esto —‌declaró el director con firmeza‌—. Todos los comunicados pasarán por mi oficina. ¿Está claro?

—No hablo con los periodistas —‌dijo Stone mientras Chapman asentía.

El director le hizo una seña a Ashburn.

—La agente Ashburn se hará cargo de la investigación. Trabajaréis directamente con ella.

Ashburn y Stone intercambiaron una mirada. A Stone le pareció que Ashburn esbozaba una sonrisa.

—De acuerdo —‌dijo Stone‌—. Será un placer.

—La agente Ashburn me dijo que te concedieron la Medalla de Honor por tu labor en Vietnam.

—Me la ofrecieron, es cierto.

—Pero la rechazaste, ¿por qué?

—No me creía merecedor de ella.

—Pero tu país sí. ¿No te bastaba?

—No, señor, no me bastaba.

49

—¿Reuben?

El hombretón abrió los ojos y alzó la vista.

Stone bajó la mirada hacia él.

—Los médicos dicen que saldrás pronto.

—Perfecto. No tengo cobertura médica, así que me declararé en quiebra ya mismo. Oh, claro. Solo se declaran en quiebra quienes tienen patrimonio.

—Ya veo que te encuentras mejor —‌dijo Annabelle, instalada en la silla desde que habían ingresado a Reuben. Se levantó y se colocó al lado de la cama.

—Ya te pagarán la factura —‌dijo Stone.

—¿Quién?

—El tío Sam.

—¿Por qué? ¿También han sacado de apuros al muelle de carga en el que trabajo?

—Descansa un poco.

—¿Encontrasteis a esos tipos?

Stone negó con la cabeza.

—Esterilizaron la zona bastante bien.

—¿O sea que sigues en esto? —‌preguntó Annabelle.

—Por ahora sí.

—¿Podemos hacer algo más?

—Creo que ya habéis colaborado de sobra.

—No es que nos enteráramos de gran cosa —‌dijo ella.

—No, lo cierto es que ayudasteis a mirarlo todo desde otra perspectiva.

—¿Los rusos? —‌dijo Reuben‌—. ¿De verdad que esos cabrones están detrás de esto?

—Eso parece.

—¿Por qué? —‌preguntó Annabelle‌—. Creía que ahora eran nuestros aliados.

—Los aliados vienen y van. Y quizá no sea el gobierno ruso propiamente dicho.

—He llamado a Harry y a Caleb. Vendrán más tarde a visitar a Reuben. Bueno, Harry ha dicho que vendría si te parece bien que se tome un rato libre.

—Me parece buena idea. Díselo, por favor.

Annabelle le pasó un brazo por los hombros cuando se giraba para marcharse.

—Cuídate, hazme el favor —‌dijo con voz queda‌—. Hemos estado a punto de perder a Reuben. —‌Los ojos le brillaban y Stone le tocó la mejilla.

—Descuida, Annabelle.

Chapman esperaba a Stone en el vestíbulo del hospital. Fueron caminando hasta el coche y se marcharon.

—Lo cierto es que la reunión con el FBI me ha dejado flipada —‌reconoció ella.

—¿El que sigamos en el caso u otra cosa?

—El hecho de que tu director no parecía estar al tanto de nada.

—Me pregunto por qué.

—¿Qué crees que ha sido de Garchik y esas pruebas?

—No lo sé, pero creo que cuando demos con una cosa, daremos con la otra.

—¿Crees que es un poli malo?

Stone no respondió de inmediato.

—No, no lo creo. Creo que quizás estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado.

—Empieza a ser la norma. Fíjate en Alfredo Padilla y en el agente Gross.

—Cierto.

—Teniendo en cuenta la situación, si alguien oculta información al director del FBI, ¿quién puede tener tanta influencia?

Stone la miró.

—Hoy tengo que ver a una persona.

—¿A quién?

—A alguien.

—¿Es importante?

—Sí.

—¿Dónde está ese alguien?

—Vive justo enfrente de Lafayette Park.

50

No era fácil ver al presidente de Estados Unidos sin cita previa. De hecho, era prácticamente imposible. La agenda de trabajo del presidente avergonzaría a cualquier otra persona del mundo. A bordo del Air Force One podía cubrir distintos países el mismo día y regresar a casa a tiempo para una cena de Estado y luego ejercer presiones políticas por teléfono a altas horas de la noche con sus acólitos en el Capitolio.

Así pues, a Stone le sorprendió estar sentado en un helicóptero mientras sobrevolaba la campiña de Maryland. Aterrizó en un llano de las Catoctin Mountains, donde una caravana formada por tres coches le condujo hasta Camp David, tal vez la parcela de tierra mejor protegida del mundo.

A Stone le parecía sensato. Reunirse en Camp David era mucho más privado que caminar por los pasillos de la Casa Blanca. Cuando la caravana de coches entró en los confines de Camp David y un marine más tieso que un palo vestido de azul le saludó, Stone se planteó cómo abordaría exactamente aquel tema. Y cómo reaccionaría el presidente.

«Bueno, en breve sabré la respuesta a esas preguntas.»

Permaneció solo en una sala revestida de paneles de madera, pero no por mucho tiempo. La puerta se abrió y apareció el presidente vestido de modo informal, con pantalones de pana y camisa a cuadros y con unos mocasines. Llevaba unas gafas en una mano y una Blackberry pegada a la oreja en la otra.

Miró a Stone y le indicó que tomara asiento con un gesto. El presidente terminó la llamada en voz baja, se introdujo el teléfono en el bolsillo de la camisa, se sirvió una taza de café de una cafetera situada en una mesita auxiliar y le sirvió otra a Stone. Le tendió la taza y se sentó al tiempo que se ponía las gafas.

—He perdido una lentilla —‌dijo Brennan‌—. Tengo unas gafas de repuesto hasta que me hagan otro par. No puedo presentarme ante el público con gafas. No les gusta.

Stone caviló al respecto y lo cierto es que no recordaba haber visto a ningún presidente con gafas durante un acto público.

—Le agradezco que se tome la molestia de recibirme sin haber avisado de antemano, señor.

El presidente se recostó y lo escudriñó con la mirada.

—Estoy seguro de que sabes por qué. No hay tiempo que perder. Da la impresión de que este asunto se nos escapa de las manos. Cada día se produce una crisis nueva. ¿Le has encontrado alguna explicación a todo esto?

—En parte, pero hay muchos interrogantes nuevos.

—Ponme al día rápidamente.

Stone hizo lo que le pedía, sin pasar nada por alto, incluido el ataque a su casa y la existencia de Fuat Turkekul.

—Sé que no le estoy contando nada nuevo —‌dijo.

El presidente asintió.

—El primer ministro y yo estamos muy unidos.

—James McElroy también respeta las reglas del juego.

—Un hombre excepcional. Siempre da la impresión de que sabe más que nadie, incluyéndome a mí y a su primer ministro, creo yo.

—La característica inequívoca de un buen oficial de inteligencia —‌comentó Stone‌—, pero no informarme al respecto nos hizo perder tiempo.

—Soy consciente de ello, pero no pudo evitarse —‌dijo con brusquedad.

—Lo entiendo.

—Algo bueno ha salido de esto —‌declaró Brennan.

—¿Señor? —‌preguntó Stone con una mirada inquisidora.

A modo de respuesta, el presidente cogió un mando a distancia y pulsó un botón. Una parte de la pared se abrió y apareció un televisor de pantalla plana. El presidente pulsó otro botón y puso en marcha el aparato.

—Han grabado esto hace un rato —‌explicó.

Stone vio a Carmen Escalante en la pantalla. Se la veía incluso más menuda y las muletas incluso mayores que en persona. La entrevistaban sobre la muerte de su querido tío y acerca de su calvario personal por sus problemas médicos.

—Se ha corrido la voz al respecto y han pasado dos cosas. Vamos a celebrar un funeral conjunto por el señor Padilla y el agente Gross. El presidente de México va a acudir a la ceremonia. Y, en segundo lugar, han aparecido donantes privados que pagarán las operaciones que la señorita Escalante necesita para las piernas.

—Eso está muy bien.

—Como bien sabes, las relaciones con México están un poco tensas debido al tema de la inmigración, entre otros motivos. Sin embargo, la situación se ha distendido un poco por lo que le ocurrió a Padilla. Sé que es un héroe accidental, pero de todos modos perdió la vida. Necesitamos héroes a toda costa. Lo sucedido ha beneficiado a ambos países. Los ciudadanos se sienten más unidos. Es positivo, o al menos es lo que dicen mis asesores. Algo que siente las bases del futuro. Es uno de los principales motivos por los que celebramos un funeral conjunto.

Pulsó más botones, apagó el televisor y la pared volvió a ocultarlo. Dejó el mando a distancia y se recostó en el asiento, sorbiendo el café.

—Lo cual nos lleva hasta el presente inmediato.

—Sí, señor.

—Bueno, creo que ha llegado el momento de preguntarte por qué querías que nos reuniésemos.

—Sé que es usted un hombre ocupado, así que iré al grano. —‌Stone hizo una pausa breve‌—. ¿Podría decirme dónde está el agente Garchik? ¿Y qué ha sido de las pruebas que han desaparecido? Estoy seguro de que sabe la respuesta a ambas preguntas.

51

El presidente Brennan y Oliver Stone se miraron de hito en hito durante tanto rato que cualquier otra persona se habría incomodado. Stone había practicado tales batallas de resistencia con anterioridad con sus superiores. La clave consistía en no renunciar nunca al contacto visual, porque eso se interpretaba como signo de debilidad, momento idóneo para atacar. Todos contaban con esa capacidad, por eso ocupaban cargos de liderazgo.

—¿Cómo dices? —‌preguntó el presidente con un tono ligeramente contrariado que revelaba lo que pensaba de veras.

Stone no respondió. No apartó la mirada, como si fuera capaz de ver el contenido de cada sinapsis lanzando descargas. Stone tenía que valerse del silencio para transmitir que lo sabía todo, aunque ciertas cosas no fueran más que pura especulación.

Esperó.

Brennan no dijo nada más, su mirada se tornó más intensa por momentos, pero luego se aplacó. Se levantó.

—Vayamos a dar un paseo, Stone. Creo que debemos llegar a un acuerdo y necesito estirar las piernas.

Stone le siguió al exterior después de que el presidente se pusiera una chaqueta. Los guardaespaldas les acompañaron, manteniendo a ambos hombres en un círculo en el centro de un diamante duro formado por los agentes del Servicio Secreto. Los hombres y mujeres del cuerpo de seguridad vestían de modo informal como deferencia hacia el atuendo de su jefe y el entorno campestre.

El presidente hablaba en voz baja mientras caminaban por un sendero del bosque que muchos otros presidentes habían transitado.

—Me encanta estar aquí. Recargo las pilas. Me olvido de los problemas, por así decirlo, al menos durante un rato.

Stone dirigió la mirada a derecha e izquierda y hacia arriba mientras los agentes se mantenían en sus puestos con precisión. Camp David estaba incluso mejor protegido que la Casa Blanca. Se encontraba en medio de un terreno accidentado y los defensores del perímetro, un gran destacamento de marines con una preparación de elite, serían capaces de atisbar a cualquier adversario mucho antes de su llegada.

El presidente se acercó tanto a Stone que sus codos se tocaban. Stone miró a su alrededor de forma automática para ver si eso suponía un problema para los agentes del Servicio Secreto. Sin embargo, como era su jefe quien había realizado aquel movimiento, los agentes de seguridad siguieron caminando fatigosamente.

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