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Authors: Anne Helene Bubenzer

Tags: #Relato

La fabulosa historia de Henry N. Brown (23 page)

BOOK: La fabulosa historia de Henry N. Brown
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Guri se puso a hablar en tono didáctico y en un idioma extraño, y Friedrich la escuchaba divertido. No es que entendiera de qué hablaba, a diferencia de mí, pero parecía gustarle que al menos hubiera alguien en aquel país extranjero que lo tratara sin miedo ni reservas.

Solo los niños pueden sentarse confiados en el cuarto del enemigo.

Guri era como Robert. En su vida, la guerra no había desempeñado hasta entonces ningún papel, ¿de qué iba a tener miedo entonces?

Aquella niña no se anduvo con rodeos: conquistó nuestros corazones al asalto, y unió con su risa desbordante y su naturalidad lo que en la realidad tenía que ser incompatible.

Un grito la sobresaltó justo cuando nos explicaba que tenían once gallinas y veintiuna vacas, y que pronto llegaría un ternerito de la gorda Lina.

—¡Guri! ¿Dónde te has metido? ¡Guri!

Friedrich la miró. La niña se llevó el dedo índice a los labios y dijo que no con la cabeza. Las llamadas se acercaron.

Golpearon tímidamente a la puerta de entrada.

—Adelante —dijo Friedrich.

La puerta se abrió lentamente, y Torleif Haugom asomó inseguro la cabeza. Cuando vio a su hija sentada en la cama de Friedrich, cruzó precipitadamente la habitación y cogió a la niña del brazo para que se levantara.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con acritud—. ¿No te he prohibido acercarte a este nazi? Suelta ese oso. Que lo dejes, te he dicho. Desdichada.

Guri me sujetó férreamente.

Friedrich se había levantado de la silla y, conciliador, le puso la mano por detrás al furioso granjero encima del hombro.

Torleif se volvió de inmediato, la rabia y el miedo se reflejaban en su rostro.

—Disculpe —dijo en alemán—. Disculpe, por favor.

Tenía las mejillas enrojecidas, y se oyó un nuevo «Disculpe, señor Friedrich».

Friedrich esbozó una sonrisa. Torleif se quedó paralizado.

No sé qué esperaba el granjero en ese momento, pero parecía preparado para cualquier cosa. No supo interpretar la sonrisa de Friedrich. Para él, se trataba de la sonrisa gélida de los ocupantes, de los nazis, no de la sonrisa de un hombre normal y corriente.

—Me gusta que Guri venga a verme —dijo tranquilo Friedrich—. En serio. A Ole también le gusta, ¿verdad, Guri?

Guri miró con terquedad a su padre.

—Este es Ole —le explicó, y me aupó para enseñarme.

—Por cierto,
jeg heter
Fritz —dijo Friedrich, orgulloso—. Por favor, llámeme Fritz. No «señor Friedrich». Fritz.

Torleif miró titubeando a Friedrich.

—Fritz dice que puedo venir a jugar con Ole. Y, además, le enseño noruego —refunfuñó Guri.

—Ni se te ocurra, me has entendido. No molestes al señor Friedrich —la reprendió Torleif.

—Se llama Fritz. Y me ha dado permiso.

—Me da igual lo que te permita este hombre. Ya es bastante malo que esté aquí para prohibirnos todo lo posible, ¿es que no lo entiendes?

—¡A mí no me ha prohibido nada! —dijo Guri poniendo morros.

—No hay problema —dijo Friedrich, intentando mediar en la discusión, aunque no entendía palabra de lo que Guri y su padre decían—. Guri puede jugar aquí. A mí me agrada.

—Ahora, ¡vamos! —dijo Torleif un poco confundido, y se llevó a la niña a rastras—. Y deja el oso.

No toleraba réplicas y Guri se resignó. De momento.

—Adiós, Fritz —dijo, y me puso en la mano de Friedrich—. Adiós, Ole.

—Hasta luego, pequeña Guri —dijo Friedrich, y luego, dirigiéndose a Torleif—: Es muy simpática. No me molesta. No hay problema.

Por un momento, los dos hombres se miraron a los ojos. En esas miradas estaban todas las preguntas y respuestas, todas las disculpas jamás pronunciadas, todo el orgullo, toda la incomprensión. Fue la mirada de dos hombres que se enfrentaban a su destino y se preguntaban qué les depararía.

Por suerte, no lo sabían.

Pasó un tiempo hasta que todos en Haugom-Gård se acostumbraron a la nueva vida con un soldado del ejército de ocupación. Y había que agradecerle a Guri que aquella extraña comunidad forzada pronto dejara de estar marcada por el recelo y el temor.

Siempre que Friedrich no estaba de servicio y se quedaba en casa, no pasaba mucho rato hasta que Guri venía a buscarnos. Entonces, cogía con la mayor naturalidad a Friedrich de una mano y a mí de la otra, y nos guiaba por los establos y el cobertizo. Señalaba cosas y las llamaba por su nombre. Le hablaba a Friedrich sin parar. Cuando él estaba callado demasiado rato, lo miraba desafiante y le decía:


Forstår du
?

Y él se veía forzado a confesar que no entendía nada.


Jeg fortstår ikke
—decía inseguro, y ella volvía a empezar sencillamente desde el principio. Era una maestra incansable, y se divertía muchísimo cuando él cometía errores. Se reía de él a grito pelado, y él también reía. Así de simple.

Friedrich iba cada día a cumplir con sus obligaciones, trepaba a postes de telégrafos, contaba fusiles y pistolas en la entrega de armas y controlaba los vehículos que cruzaban Gol yendo de paso.

Ingvild y Torleif se dedicaban a su trabajo en la granja y hasta entonces se habían mantenido alejados de Friedrich, aunque habían dejado de intentar convencer a Guri de que Friedrich no quería saber nada de ellos. La niña tenía más idea.

—Son tontos —nos explicó un día—. Creen que tú eres malo. Pero yo les he dicho que eres bueno y tienes mujer.

Friedrich se rió.

Marlene. Le escribía cada día.

—Y ahora quieren que vayas a casa a comer —prosiguió—. Mamá dice que no tiene sentido hacer ver que no estás aquí. Entonces ¿qué? ¿Irás?

—¿Hoy? —preguntó incrédulo Friedrich.

—Sí.

—Hoy estoy de servicio.

—¿También por la noche?

—No, por la noche, no.

—Entonces puedes venir.

—Pero ¿no has dicho que tus padres me invitan a comer?

—Sí.

—Pues a mediodía estoy de servicio.

—No importa. Esta noche tienes que comer con nosotros.

Friedrich miró confuso a Guri.

—¡Me parece que quieres tomarme el pelo! —dijo.

—No, no quiero tomarte el pelo —contestó ofendida Guri.

—Entonces, tengo que ir a cenar esta noche.

—¿A cenar? No, nosotros no tenemos de eso. Nosotros comemos cada día a las seis.

—Ah, si es así —dijo Friedrich—, me encantará.

Cuando Guri se fue a transmitirle la respuesta afirmativa a su madre, Friedrich se quedó un rato sentado en la cama. Meneó la cabeza.

—Quién entiende a los noruegos, Ole. Llaman comida a la cena —dijo—. Están hechos de la misma pasta que nosotros, pero luego resulta que la cuecen diferente.

Hacia las seis, se lustró otra vez rápidamente las botas.

—Bueno —dijo—. Allá vamos.

Lo noté nervioso. Nunca había estado en el comedor de Ingvild y Torleif. Parecía realmente intrigado.

—Tú también vienes —me dijo—. Por si necesito apoyo.

Ja, ja
.

Me llevó debajo del brazo hacia nuestra primera visita.

Friedrich llamó a la puerta. Abrió Guri.


Hei
, Fritz —dijo, sonriendo radiante—. Oh, ¡has traído a Ole! Ole ha venido a verme. ¡Mamá! —gritó—. ¡Fritz y Ole están aquí!

Friedrich me entregó y gruñó con la voz de Ole:

—¿Quieres jugar conmigo, pequeña Guri?

La niña soltó un grito de alegría y nos fuimos volando a hacer lo que los niños y los osos hacen cuando están solos. Teníamos muchas cosas que contarnos.

—¡Guri! —sonó al cabo de un rato la voz de Torleif desde el comedor—. ¡A comer!

Los Haugom habían puesto la vajilla buena y un mantel. Aunque era un comedor sencillo, con muebles funcionales y sin tanto lujo como el que había, por ejemplo, en Inglaterra, tenía un aspecto ceremonioso.

Torleif y Friedrich no sabían cómo había que comportarse en aquella situación. La timidez flotaba en el aire. Friedrich deambulaba un poco torpemente por la sala; sus conocimientos del idioma no eran tan buenos como para poder charlar despreocupadamente del tiempo. Después del encuentro en la habitación de Friedrich, los dos hombres se saludaban educadamente con un gesto, y Friedrich se había esforzado por saludar en noruego, pero hasta entonces no habían intercambiado ninguna palabra.

Torleif no era hombre de muchas palabras. Se parecía a las montañas que nos rodeaban: silenciosas e inquebrantables.

Los dos levantaron la vista aliviados cuando Ingvild llevó la comida. Carnero con col. Las fuentes humeaban y vi que a Friedrich le hacía ilusión.

—Por favor —le dijo Ingvild, invitándolo a sentarse.

A diferencia de Torleif, Guri no callaba ni un minuto.

Cuando entró en la sala como un remolino, miró desafiante a Friedrich y, con su tono severo de maestra, le dijo:

—Fritz. Aquí dentro tienes que quitarte los zapatos. ¡La suciedad se queda fuera! —Y luego se puso a imitar en alemán—:
Es una orden
, dice siempre mamá.

—Guri, no seas maleducada. El señor Friedrich es nuestro invitado —la reprendió Ingvild, y miró desvalida a su marido, que daba vueltas a la cuchara que tenía en la mano con cara imperturbable.

—Lo siento, no lo sabía —dijo Friedrich.

Se miró a los pies, avergonzado.

—Órdenes son órdenes —añadió luego, y se dirigió a la entrada.

Poco después volvió en calcetines. Eran los calcetines de lana calientes que Marlene le había puesto en el equipaje.

—Bien —dijo Guri—. Ahora eres noruego.

—¿Podemos comer ya? —preguntó Torleif, sonriendo ampliamente a Friedrich.


Velbekomme
—dijo Ingvild.

El corazón me dio un vuelco. El amor que llevaba dentro me dijo que la guerra no cabía en todas partes.

—Tenemos que contárselo a Marlene —dijo Friedrich al cruzar la era en dirección a nuestro alojamiento, entrada ya la noche.

Había refrescado, las heladas nocturnas aún no se habían despedido definitivamente. Friedrich me puso encima de la mesa, prendió la lámpara e intentó encender la estufa. Luego se sentó a mi lado y le escribimos a Marlene como ya habíamos hecho en Francia: deslizando el lápiz sobre el papel mientras murmuraba en voz baja.

Mi querida Marlene, mi queridísima mujercita:

Esta noche te envío un saludo cariñoso, el correo sale mañana a las siete de la mañana y no puede irse sin un beso a mi tesoro.

Friedrich suspiró. Contempló la fotografía de Marlene, y luego continuó.

Hoy, la familia con la que me hospedo me ha invitado a comer por la tarde. ¿Te sorprende? Bueno, yo tampoco lo sabía: los noruegos comen por la tarde, Pero eso no es lo único que yo no sabía, He entrado en el comedor con las botas puestas, Craso error, Eso aquí no se hace, Ahora ya sé muchas más cosas sobre las costumbres de este país, Me gusta esta gente, son amables y ahora ya me tratan con cordialidad.

La pequeña Guri es una ricura de niña, Nos ha cogido cariño, a mí y a Ole, y es fenomenal enseñándome noruego.

Aquí, en Gol, nos va de fábula, He ido a parar a un buen sitio, en esta naturaleza imponente, con esta gente amable, Esto es como el paraíso, de la guerra te enteras poco, Estamos aquí como tropa de reparaciones y, a la vez, para descansar, De momento, dos meses, Solo tenemos trabajo cuando hay averías en la línea, y eso ocurre pocas veces porque el invierno parece haber acabado definitivamente, Hemos encontrado un tiempo espléndido, en las montañas todavía hay nieve, pero el sol ya calienta.

Esta tarde he ido a localizar una avería; con este buen tiempo da gusto trepar a los postes, Pero no había ninguna avería en la línea, alguien había conectado mal el aparato en el acuartelamiento.

El domingo, aquí era el Día del Ejército, y nuestra compañía ofreció de todo, Por la tarde hubo café de verdad, a 25 Øre la taza, en dinero alemán puedes calcular más o menos la mitad, y también pastel por poco dinero; y por la noche llegó la cocina de campaña con una sopa de guisantes estupenda por 50 Øre el plato, Me zampé dos raciones, Luego se animó con el concierto de peticiones; los noruegos también estuvieron presentes, con unas cien personas, Los compañeros de Bielefeld pedimos mi canción favorita por 28 coronas, Chica, yo soy tu hombre, Naturalmente, pensé en ti cuando la tocaron, Ojalá estuviera contigo, Por favor, no creas que mi corazón está fuera de sí y que tengo nostalgia; en absoluto, es solo que, ahora que la patria está tan cerca, solo existe una cosa, tú, mi dulce esposa, tú eres mi patria, donde espero con ilusión regresar cuando esta guerra llegué a su fin.

Ahora tengo que acabar, los ojos se me cierran, Solo otra cosa: envíame pronto tabaco de liar y cigarrillos, por favor, Pero procura comprar lo mejor, lo otro no se puede fumar.

Los bombones de Stollwerk estaban todavía muy bien, los dulces siempre son bienvenidos, seguro que también le harían ilusión a la pequeña Guri, Pero el chocolate y los bombones también soy muy importantes para ti, son reconstituyentes y tienen mucha grasa, que te hace falta en esta época magra.

Mantente firme, valiente mujercita de soldado, siempre pienso en ti y te llevo conmigo y te doy un beso de todo corazón en tu boca roja.

Tu Friedrich con amor.

PD: ¡Ole te manda saludos cariñosos!

Friedrich dejó el lápiz y se tumbó en la cama. Y mientras él soñaba sus sueños de soldado, yo intenté imaginar cómo serían las cosas si todos pertenecieran a un mismo pueblo y no tuvieran que combatir.

La primavera llegó con toda su fuerza, y en la granja siempre había mucho que hacer. Cada vez era más frecuente que Friedrich no pasara el tiempo libre en el cuartel de Gol, sino que se quedaba «en casa». Ayudaba en pequeñas tareas y, a cambio, Ingvild le daba un vaso de leche extra o un huevo fresco. Yo notaba que, a pesar de toda la amabilidad, la mujer mantenía siempre la distancia necesaria, y Friedrich lo aceptaba serenamente. Armisticio con unión familiar.

Guri jugaba conmigo también cuando Friedrich estaba de servicio. ¿Quién se sorprendería si le dijera que disfruté de aquellos días? La pequeña Guri me llevaba al establo y al granero. Me paseaba hasta el prado y me cantaba canciones mientras confeccionaba pequeñas coronas de margaritas silvestres, que después me ponía entre las orejas. Pero lo que más me gustaba era sentarme con ella en el cálido comedor de la casa principal cuando Ingvild y Torleif también estaban. A veces, en los momentos más cotidianos, era casi como antes en casa de los Bouvier.

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