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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La hechicera de Darshiva (37 page)

BOOK: La hechicera de Darshiva
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—Todo parece muy complicado.

—Lo es. Este tipo de cosas siempre lo es.

Zakath se acercó a la puerta de la tienda e intercambió unas palabras con uno de los guardias. Después regresó.

—He enviado a buscar a Atesca y a Brador —dijo con una sonrisa triste—. No me sorprendería que se opusieran violentamente a esto.

—No les des tiempo a hacer objeciones —le aconsejó Garion.

—Ambos son melcenes, Garion —señaló Zakath— y los melcenes hacen objeciones por costumbre. —Hizo una mueca de preocupación—. A propósito, ¿por qué fuisteis a Melcena? ¿No os pillaba fuera de vuestro camino?

—Seguíamos a Zandramas —respondió Garion.

—¿Y qué hacía ella allí?

—Tenía que recoger a tu primo, el archiduque Otrath.

—¿A ese imbécil? ¿Para qué?

—Zandramas lo llevó a Hemil y lo coronó emperador de Mallorea.

—¿Qué? —exclamó Zakath con los ojos desorbitados.

—Necesita tener un rey angarak junto a ella cuando llegue al Lugar que ya no Existe. Según tengo entendido, la ceremonia de coronación tiene cierta validez.

—Pero dejará de tenerla en cuanto yo pille a Otrath, te lo aseguro —dijo Zakath con la cara roja de ira.

—Hubo otra razón para nuestro viaje a Melcena, aunque en ese momento no lo sabíamos —explicó Belgarath—. Allí había una copia íntegra de Los Oráculos de Ashaba y tenía que leerla para descubrir que Kell era la siguiente etapa de nuestro viaje. En realidad, el rastro que sigo se preparó para mí hace miles de años.

En ese momento entraron Atesca y Brador.

—¿Nos has mandado llamar, Majestad? —preguntó Atesca con un saludo formal.

—Sí —respondió Zakath y miró a sus dos hombres con aire pensativo—. Os ruego que me escuchéis con atención —les dijo— y que no discutáis conmigo. —Por extraño que pareciera, Zakath no empleó su habitual tono autoritario, sino el de un hombre normal que se dirige a dos viejos amigos—. Ha habido un cambio de planes —continuó—. Gracias a cierta información que he recibido, he descubierto que es importantísimo que no interfiramos en los planes de Belgarath y sus amigos. Su misión es vital para la seguridad de Mallorea.

Los ojos de Brador cobraron un brillo de curiosidad.

—¿No debería ser informado, Majestad? —preguntó—. Después de todo, la seguridad nacional es mi responsabilidad.

—Ah, no, Brador —dijo Zakath con tristeza—, me temo que no. Esta información requeriría un cambio demasiado grande en tu forma de pensar y aún no estás preparado para recibirla. De hecho, yo tampoco estoy seguro de estarlo. El caso es que Belgarath y sus amigos deben ir a Dalasia. —Hizo una pausa—. Ah, otra cosa. Yo iré con ellos.

Atesca miró al emperador con incredulidad. Luego hizo grandes esfuerzos para recuperar la compostura.

—Avisaré al comandante de la guardia imperial, Majestad —dijo con solemnidad—. Estarán listos para partir en menos de una hora.

—No te molestes —respondió Zakath—, pues no vendrán con nosotros. Iré solo.

—¿Solo? —exclamó Atesca—. Majestad, no hay precedentes en la historia de algo así.

—¿Has visto? —le dijo Zakath a Garion con una sonrisa triste—. Te lo he dicho.

—General —le dijo Belgarath a Atesca—, Kal Zakath se limita a cumplir órdenes. Estoy seguro de que lo comprenderás. Le ordenaron que no llevara tropas, porque en el sitio a donde se dirige no le servirían de nada.

—¿Ordenes? —preguntó Atesca, atónito—. ¿Quién tiene autoridad para dar órdenes a Su Majestad?

—Es una historia muy larga, Atesca —respondió el anciano—, y tenemos poco tiempo.

—Eh..., Majestad Imperial —dijo Brador con timidez—, si os dirigís a Dalasia, tendréis que cruzar todo Darshiva. ¿Me permites recordarte que en estos momentos Darshiva es un territorio hostil? ¿Es razonable arriesgar la vida del emperador en tales circunstancias? ¿No sería prudente que al menos os escoltáramos hasta la frontera?

Zakath miró a Belgarath, pero el anciano negó con la cabeza.

—Hagamos lo que nos han dicho —declaró.

—Lo siento, Brador —se disculpó Zakath—. No podemos llevar escolta. Sin embargo, creo que necesitaré una armadura y una espada.

—Hace años que no empuñas una espada, Majestad —objetó Atesca.

—Belgarion podrá darme algunas clases —respondió Zakath encogiéndose de hombros—, estoy seguro de que recuperaré mi habilidad. Ahora bien, Urvon va a cruzar el Magan y, según me han informado, no habrá forma de detenerlo. Además, supongo que el ejército darshivano vendrá pegado a sus talones con sus elefantes. Quiero que mantengáis a toda esa gente alejada de mí. Entretened a Urvon el tiempo suficiente para que los darshivanos lo alcancen. Después, me da igual que se aniquilen unos a otros. Una vez que los dos ejércitos se hayan enfrentado, replegad vuestras tropas. No quiero que muera un solo soldado si no es absolutamente imprescindible.

—¿Entonces debemos olvidar el plan que discutimos en Maga Renn? —preguntó.

—Los planes cambian de vez en cuando —dijo—. En este momento, me es totalmente indiferente quién gane una batalla sin importancia en este confín del mundo. Eso debería daros una idea de la importancia de mi misión con Belgarion. —Se volvió hacia Garion—. ¿Me he dejado algo?

—Sí, lo de los demonios —respondió Garion—. También están en Darshiva.

—Lo había olvidado —dijo Zakath con una mueca de preocupación—. Vendrán en ayuda de Urvon, ¿verdad?

—Lo hará Nahaz —le dijo Belgarath—. Mordja ayudará a los darshivanos.

—Esto es demasiado complicado para mí.

—Cuando Urvon llegó con Nahaz, Zandramas convocó a su propio Señor de los Demonios —explicó el anciano—. Sin embargo, ella llegó demasiado lejos. Mordja es el Señor de los Demonios de la tierra de los morinds. El y Nahaz tienen poderes similares y se odian desde hace una eternidad.

—Entonces parece que se trata de un empate. Ambos bandos tienen un ejército y demonios.

—Los demonios son poco selectivos con sus víctimas, Zakath —dijo Polgara—. Matan a cualquier ser que se mueva, y tu ejército está aquí, en Darshiva.

—No lo había pensado —admitió mirando alrededor—. ¿Alguna sugerencia?

Belgarath y Polgara intercambiaron una larga mirada.

—Supongo que vale la pena probar —dijo el hechicero encogiéndose de hombros—. Él no siente mucha simpatía por los angaraks, pero detesta a los demonios. Creo que tendremos más suerte con él si salimos fuera del campamento.

—¿De quién habláis? —preguntó Zakath.

—De Aldur —respondió Belgarath mientras se rascaba la mejilla—. Podríamos decirle que te muestras reacio a venir con nosotros mientras tu ejército esté en peligro.

—Sí, eso es bastante cierto. —De repente Zakath abrió mucho los ojos—. ¿Quieres decir que sois capaces de convocar a un dios? —preguntó con incredulidad.

—No sé si convocar es la palabra correcta, pero podemos hablar con él y ver lo que responde.

—No intentarás engañarlo, ¿verdad, padre?

—Aldur sabe lo que hago y no podría engañarlo aunque lo intentara. La renuencia de Zakath a acompañarnos servirá como punto de partida de la conversación. Aldur es razonable, pero le gusta oír argumentos de peso. Ya deberías saberlo, Polgara. Después de todo, él colaboró en tu educación. Veamos si podemos comunicarnos con él.

—¿Puedo ir yo también? —preguntó Eriond—. Necesito hablar con él.

Belgarath estaba sorprendido y por un instante dio la impresión de que iba a rechazar el ruego del joven, pero luego pareció cambiar de opinión.

—Haz lo que quieras —dijo encogiéndose de hombros—. Atesca, ¿podrías pedirle a tus guardias que nos escoltaran hasta la zanja que rodea el campamento? A partir de ahí, iremos solos.

Atesca habló con los guardias apostados en la puerta de la tienda y los tres salieron sin interferencias.

—Daría cualquier cosa por presenciar ese encuentro... —murmuró Brador—. ¿Alguna vez has visto a Aldur, príncipe Kheldar?

—Un par de veces —respondió Seda con naturalidad—. La primera en el Valle y la segunda en Cthol Mishrak, cuando él y los demás dioses vinieron a recuperar el cuerpo de Torak.

—Me imagino que se habrá alegrado de que lo mataran —dijo Zakath—. Aldur y Torak eran enemigos acérrimos.

—No —respondió Garion con tristeza—, nadie se alegró de la muerte de Torak. El y Aldur eran hermanos. Aunque creo que el que más sufrió fue Ul. Después de todo, Torak era su hijo.

—Me parece que en la teología angarak hay grandes lagunas —murmuró Zakath—. Los grolims ni siquiera admiten la existencia de Ul.

—Lo harían si lo vieran —afirmó Seda.

—¿Es tan impresionante como dicen? —preguntó Brador, intrigado.

—Sí —respondió Seda encogiéndose de hombros—, aunque no tanto por su aspecto como por su presencia, que resulta abrumadora.

—Conmigo fue muy agradable —observó Ce'Nedra.

—Todo el mundo es agradable contigo, Ce'Nedra —le dijo Seda—. Despiertas la ternura de la gente.

—Casi siempre —puntualizó Garion.

—Será mejor que comencemos a preparar el equipaje —sugirió Durnik—. Supongo que Belgarath querrá marcharse en cuanto regrese. —Miró a Atesca—. ¿Podrías traernos algunas cosas de tus reservas? El viaje a Kell es muy largo y no creo que podamos conseguir provisiones en Darshiva.

—Por supuesto, Durnik —respondió el general.

—Entonces te haré una lista de lo que necesitamos.

Mientras Durnik escribía la lista sentado a la mesa, Atesca miró a Seda con expresión inquisitiva.

—No hemos tenido oportunidad de hablar sobre tu reciente incursión en el mercado de productos agrícolas, ¿verdad, Alteza?

—¿Piensas cambiar de trabajo, Atesca? —le preguntó Zakath.

—No lo creo, Majestad. Me gusta la carrera militar. Sin embargo, en el último año el príncipe Kheldar ha estado especulando en el mercado de legumbres y el Departamento de Aprovisionamiento Militar está muy preocupado por los precios desorbitados que pide por sus productos.

—¡Muy bien, Kheldar! —rió Brador.

—Tu actitud no es muy apropiada, Brador —lo riñó Zakath—. ¿Te gustaría que descontara los beneficios abusivos del príncipe Kheldar de tu presupuesto?

—En realidad, Majestad, el negocio de Kheldar no ha costado nada a tu tesoro. Los funcionarios del Departamento de Aprovisionamiento Militar son los mayores bribones del imperio. Hace unos años, cuando tú estabas ocupado en Cthol Murgos, te enviaron un documento de aspecto inocente rogándote que pusieras un precio fijo a todos los artículos destinados al ejército.

—Lo recuerdo vagamente. Sostenían que de ese modo podrían planificar las compras a largo plazo.

—Eso parecía, Majestad, pero en realidad el control de precios les permitió llenarse los bolsillos. Compraban por debajo del precio fijado, vendían al ejército por la cantidad convenida y se guardaban la diferencia.

—¿Cuál es el precio convenido para las alubias?

—Diez medias coronas por cien kilos, Majestad.

—Parece razonable.

—¿Cuando las compran a tres? —Zakath lo miró fijamente, pero Brador alzó una mano para evitar que lo interrumpiera—. Sin embargo —añadió—, están obligados por ley a vender al ejército a diez, cualquiera sea el precio que paguen, de modo que ahora tienen que sacar la diferencia de sus propios bolsillos. Eso explica la preocupación que ha mencionado antes el general Atesca.

De repente, Zakath esbozó una sonrisa astuta.

—¿Qué precio pides, Kheldar? —preguntó.

—Vendí al consorcio melcene a quince —respondió el hombrecillo y se encogió de hombros mientras se pulía las uñas sobre su túnica—. Me imagino que ellos habrán añadido algo... Un beneficio razonable, supongo.

—¿Y tú controlas todo el mercado de legumbres?

—Al menos lo intento.

—Estoy seguro de que recibirás varias cartas de renuncia de los miembros del departamento, Majestad —dijo Brador—, pero te aconsejo que no las aceptes hasta aclarar las cuentas.

—Lo recordaré, Brador —respondió Zakath y luego se volvió hacia Seda con una mirada inquisitiva—. Dime, Kheldar, ¿cuánto dinero pedirías para suspender tus operaciones en Mallorea?

—No creo que tu tesoro tenga tanto dinero, Majestad —respondió Seda con delicadeza—. Además, se ha convertido en una especie de necesidad. La economía malloreana estaba estancada hasta que yo llegué aquí. Casi podrías decir que trabajo para ti.

—¿Crees que lo que dice tiene algún sentido? —le preguntó Zakath a Brador.

—Sí, Majestad —suspiró Brador—, en cierto modo lo tiene. Desde que Kheldar y su desaliñado socio comenzaron a hacer negocios en el imperio, nuestros ingresos fiscales se han elevado. Si tuviéramos que expulsarlo, nuestra economía se desestabilizaría.

—¿Entonces me encuentro a su merced?

—En cierta forma sí, Majestad.

—Ojalá esta mañana no me hubiera levantado de la cama —dijo.

Cuando Polgara y Belgarath regresaron, ambos parecían preocupados. Sin embargo, el joven Eriond estaba tan tranquilo como de costumbre.

—¿Qué dijo? —preguntó Garion.

—No le gustó mucho —respondió Belgarath—, pero al final accedió. ¿Cuántos hombres tienes en Darshiva, Atesca?

—Varios centenares de miles. Hay enclaves como éste en diversos puntos de la orilla este del Magan, pero el grueso de nuestras fuerzas permanece en Peldane, al otro lado del río. Sin embargo, acudirán enseguida si las llamamos.

—Por el momento, déjalas donde están, pero una vez que el ejército darshivano alcance a Urvon, repliega todas las tropas en este campamento.

—No es lo bastante grande para tanta gente, venerable anciano —señaló Atesca.

—Entonces deberás agrandarlo, pues Aldur ha accedido a proteger este campamento, pero no ha dicho nada de los demás. Trae a tus hombres aquí que él se ocupará de ahuyentar a los demonios.

—¿Cómo? —preguntó Brador con curiosidad.

—Los demonios no pueden soportar la presencia de un dios. Ni Nahaz ni Mordja se acercarán a más de cincuenta kilómetros de este lugar.

—¿Aldur estará realmente aquí?

—Sólo en cierto sentido. Una vez que hayáis extendido el campamento, la zanja que lo rodea se llenará de una luz azul. Dile a tus hombres que se mantengan apartados de ella. Aldur no siente especial simpatía por los angaraks, y si algún soldado se sumergiera en la luz podrían ocurrirle cosas extrañas. —De repente, el anciano le sonrió a Zakath—. Tal vez te interese saber que todas tus tropas destinadas a Darshiva estarán sometidas a la voluntad de Aldur, al menos por un tiempo —dijo—. Nunca ha tenido un ejército, así que es difícil saber qué decidirá hacer con él.

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