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Authors: Albert Hofmann

Tags: #Ciencia, Ensayo, Filosofía

La historial del LSD (9 page)

BOOK: La historial del LSD
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Poco después, Leary y Alpert fueron exonerados del cuerpo docente de la Universidad de Harvard, porque las investigaciones, que al comienzo se habían desarrollado dentro de un marco científico, habían perdido ese carácter. Las series de tests se habían transformado en
parties
de LSD. Cada vez más estudiantes se afanaban por ser voluntarios en estos experimentos, que se convirtieron en una juerga universitaria: el LSD como billete para un viaje emocionante a nuevos mundos de la experiencia anímica y física. El
trip
de LSD se convirtió, entre la juventud universitaria, en la moda más emocionante y novedosa, que se extendió rápidamente desde Harvard a las demás universidades del país. Sin duda contribuyó decisivamente a esta difusión la doctrina de Leary, de que el LSD no sólo sirve para hallar lo divino y descubrirse a sí mismo, sino que es además el más potente afrodisíaco que la humanidad haya conocido. En una posterior entrevista concedida a la revista mensual «Playboy», Leary declaraba que la intensificación de la vivencia sexual y del orgasmo mediante el LSD habría sido uno de los motivos principales del
boom
del LSD.

Después de su exoneración de la Universidad de Harvard, Leary se transformó por completo de profesor de psicología en mesías del movimiento psicodélico. Él y sus amigos del IFIF fundaron un centro de investigación psicodélica en medio de un paisaje hermoso en Zihuatanejo, Méjico. Yo mismo recibí una invitación personal del Dr. Leary para participar en un curso de planificación
top level
de drogas psicodélicas, que debía iniciarse allí en agosto de 1963. Me habría gustado aceptar esta generosa invitación, que incluía viáticos y alojamiento gratuito, para conocer con mis propios ojos los métodos, el funcionamiento y toda la atmósfera de un centro de investigación psicodélica de esa índole, sobre lo cual ya en aquel entonces circulaban unos informes contradictorios y en parte muy extraños. Lamentablemente mis compromisos laborales me impidieron viajar a Méjico.

El centro de investigación de Zihuatanejo no tuvo larga vida. El gobierno mejicano desterró a Leary y a sus seguidores. Sin embargo Leary, que ahora no era sólo el mesías, sino además el mártir del movimiento psicodélico, recibió pronto la ayuda del joven millonario neoyorquino William Hitchcock, quien puso a su disposición una mansión señorial en su gran propiedad rural en Millbrook, Nueva York, para que fuera el nuevo hogar y cuartel general del ex-profesor. Millbrook fue también la sede de una fundación para un modo de vida psicodélico, trascendente: la
Castalia Foundation
.

En un viaje a la India, Leary se convirtió en 1965 al hinduismo. Al año siguiente fundó una comunidad religiosa, la
League for Spiritual Discovery
, cuyas iniciales son la abreviatura LSD.

El llamamiento de Leary a la juventud, que resumió en su famoso lema:
turn on-tune in drop out!
,
[7]
se convirtió en un dogma central del movimiento hippie. Leary es uno de los padres fundadores del culto hippie. Sobre todo el último de estos tres mandamientos, el
drop out
, la incitación a abandonar la vida burguesa, volverle la espalda a la sociedad, renunciar a la escuela, al estudio, a la profesión, y dedicarse por completo al universo interior, al estudio del sistema nervioso, después de haberse entrenado con LSD… esta exhortación superaba los ámbitos psicológico y religioso, y tenía una significación social y política. Resulta, pues, comprensible que Leary no sólo se convirtiera en
enfant terrible
de las universidades y de sus colegas académicos de la psicología y psiquiatría, sino que también provocara la irritación de las autoridades políticas. Por eso lo vigiló la policía; luego se lo persiguió y finalmente se lo encarceló. Las severas penas —diez años de prisión impuestos por un tribunal tejano y otros diez por uno mejicano, por tenencia de LSD y marihuana, y la condena de treinta años (luego anulada) por contrabando de marihuana— muestran que el castigo de estas faltas era sólo un pretexto para poner a buen recaudo al seductor y amotinador de la juventud, a quien no podía perseguirse de otro modo. En la noche del 13 al 14 de setiembre de 1970 Leary logró huir de la cárcel californiana de San Luis Obispo. Pasando por Argelia, donde se contactó con Eldridge Cleaver, uno de los dirigentes del movimiento
Black Panthers
que vivía allí en el exilio, Leary llegó a Suiza; aquí solicitó asilo político.

Encuentro con Timothy Leary

Leary vivía con su esposa Rosemary en Villars-sur-Ollon, un lugar de veraneo en el Valais. Por mediación del Dr. Mastronardi, el abogado del Dr. Leary, se arregló un encuentro conmigo. El 3 de setiembre de 1971 me encontré con él en el bar de la estación ferroviaria de Lausanne. El saludo, bajo el signo de la comunidad de destino debida al LSD, fue cordial. De mediana estatura, delgado, flexible, movedizo, la cara enmarcada por cabello castaño, entrecano, levemente ondulado, de aspecto juvenil, con ojos claros y sonrientes… Leary parecía más bien un campeón de tenis que un antiguo docente de Harvard. Viajamos en coche a Buchillons, donde en el cenador del restaurante
A la Grande Forêt
, con pescado y una botella de vino blanco, se inició el diálogo entre el padre y el apóstol del LSD.

Le dije que lamentaba que las promisorias investigaciones con LSD y psilocybina en la Universidad de Harvard hubieran tomado un rumbo que hacía imposible su prosecución en el marco académico.

El reproche más serio que le formulé a Leary se refirió, sin embargo, a la propagación de LSD entre los jóvenes. Leary no intentó refutar mis opiniones acerca de los peligros especiales de LSD para la juventud. Con todo, opinó que mi reproche de haber seducido a personas inmaduras al consumo de drogas no estaba justificado, porque los
teenager
estadounidenses se podrían equiparar a europeos adultos en lo que respecta a información y experiencia vital exterior. Alcanzarían muy tempranamente un estado de madurez, pero también un simultáneo estado de saturación y de estancamiento espiritual. Por eso consideraba que la experiencia de LSD también tenía sentido y era útil y enriquecedora para esas personas relativamente jóvenes.

Luego le critiqué a Leary en esta conversación la gran publicidad que les daba a sus experimentos con LSD y psilocybina, al invitar a periodistas de diarios y revistas, movilizar a la radio y la televisión y hacerles informar al gran público. Lo que allí importaba no era la información objetiva sino el éxito publicitario. Leary defendió esta exagerada actividad publicitaria argumentando que era su papel providencial hacer conocer el LSD en todo el mundo. Ello habría tenido efectos tan positivos sobre todo en la generación joven de la sociedad norteamericana, que no debían entrar en cuenta los pequeños perjuicios y los lamentables incidentes causados por un empleo equivocado del LSD.

En esta conversación pude comprobar que se es injusto si se califica a Leary sin más ni más como apóstol de las drogas. Leary distinguía severamente las drogas psicodélicas —LSD, psilocybina, mescalina, hashish—, de cuyos efectos beneficiosos estaba convencido, de los estupefacientes conducentes a la toxicomanía: morfina, heroína, etc., y alertaba repetidamente contra el uso de estos últimos.

Este encuentro personal con Leary me dejó la impresión de una personalidad afable, convencida de su misión, que defiende sus opiniones a veces bromeando, pero sin transigir y que, trasuntado por la fe en los efectos mágicos de las drogas psicodélicas y del optimismo resultante, navega entre nubes y tiende a subestimar o incluso a no ver las dificultades prácticas, los hechos desagradables y los peligros. Esta despreocupación Leary también la evidenciaba frente a las acusaciones y peligros que afectaban a su propia persona, como lo muestra patentemente su vida en los años siguientes.

Durante su estancia en Suiza volví a ver a Leary casualmente en febrero de 1972 en Basilea, con motivo de una visita a la casa de Michael Horowitz, el curador de la
Fitz Hugh Ludlow Memorial Library
, una biblioteca de Chicago especializada en literatura sobre drogas. Viajamos juntos a mi casa en el campo, donde proseguimos nuestra conversación de setiembre. Leary parecía haber cambiado. Se mostraba inquieto y distraído, de modo que en esta oportunidad no se dio un diálogo productivo. Éste fue mi último encuentro con el Dr. Leary.

Abandonó Suiza a fin de año con su nuevo amor Joanna Harcourt-Smith, tras haberse separado de su esposa Rosemary. Después de una breve estancia en Austria, donde Leary participó en una película esclarecedora sobre la heroína, Leary siguió viaje con su amiga a Afganistán. En el aeropuerto de Kabul fue detenido por agentes del servicio secreto norteamericano y llevado de nuevo a California a la cárcel de San Luis Obispo.

Después que ya no se hablaba de Leary, reapareció su nombre en los diarios en el verano de 1975. Leary habría conseguido que lo pusieran en libertad antes de tiempo. Pero fue liberado sólo en la primavera de 1976. Sus amigos me contaron que estaba ocupándose ahora en problemas psicológicos de la navegación espacial y en la investigación de las correspondencias cósmicas del sistema nervioso humano en el espacio interestelar, es decir, en problemas cuyo estudio seguramente ya no le acarreará problemas con las autoridades.

8
Viajes al cosmos del alma

De este modo tituló el estudioso del Islam Dr. Rudolf Gelpke su informe sobre sus autoensayos con LSD y psilocybina, publicado en la revista «Antaios» (cuaderno de enero de 1962), y así también podrían designarse las siguientes descripciones de experiencias con LSD. La expresión está bien elegida, porque el espacio interior del alma es igual de infinito y enigmático que el espacio cósmico exterior, y porque tanto los cosmonautas del espacio exterior cuanto los del interior no pueden permanecer allí, sino que tienen que regresar a la tierra, a la conciencia cotidiana. Además, ambos viajes exigen una buena preparación, para que puedan desarrollarse con un mínimo de peligro y convertirse en una empresa realmente enriquecedora.

Los informes siguientes pretenden mostrar cuan distintas pueden ser las experiencias de la embriaguez provocada por el LSD. La selección de los informes también estuvo determinada por la motivación que guiaba los ensayos. Se trata en todos los casos de informes de personas que no probaron el LSD simplemente por curiosidad o como estimulante extraño, sino que experimentaron con LSD porque buscaban posibilidades de ensanchar las vivencias del mundo interior y exterior, de abrir con esta droga/llave nuevas «puertas de percepción» (William Blake,
Doors of perception
), o, si conservamos el símil de Gelpke, de superar el espacio y el tiempo y llegar así a nuevas perspectivas y conocimientos en el cosmos del alma.

Los dos primeros protocolos de experimentos que se publican a continuación están extraídos del informe de Rudolf Gelpke citado al comienzo del capítulo.

Danza de las almas al viento (0,075 mg de LSD, 23 de junio de 1961, 13’00 horas)

Después de haber ingerido esta dosis, que puede considerarse una dosis media, charlé muy animadamente hasta las 14 horas con un colega. Después me dirigí solo a la librería Werthmüller (de Basilea), donde la droga comenzó a actuar con toda claridad. Lo percibí sobre todo porque dejaba de interesarme el contenido de los libros que revolvía tranquilamente en el fondo de la tienda, mientras que se ponían de relieve detalles casuales que parecían adquirir especial significación… Después de apenas diez minutos me descubrió una pareja amiga, y tuve que dejarme arrastrar a una conversación, lo cual no me resultaba nada agradable, pero tampoco verdaderamente molesto. Escuchaba la conversación (y también a mí mismo) «como de lejos». Las cosas de las que se hablaba (se trataba de cuentos persas que había traducido) «pertenecían a otro mundo»: a un mundo sobre el que podía opinar (puesto que hasta poco tiempo antes lo había habitado yo mismo y recordaba sus «reglas de juego»!), pero con el que ya no estaba relacionado en el terreno de los sentimientos.

Mi interés por ese mundo se había extinguido… pero no podía dejar traslucirlo.

Después de que hube logrado despedirme seguí callejeando hasta la plaza del mercado. No tenía «visiones»; veía y oía todo como de costumbre, y sin embargo todo había cambiado de un modo inexplicable; había «paredes invisibles de vidrio» por todas partes. A cada paso que daba me comportaba más como un autómata. Sobre todo me llamaba la atención el hecho de que parecía estar perdiendo más y más el dominio de mis músculos faciales; estaba convencido de que mi rostro carecía de toda expresión y de que estaba vacío, laxo y rígido como una máscara. Sólo podía seguir caminando y moviéndome porque recordaba qué y cómo lo había hecho «en otros tiempos». Pero a medida que el recuerdo se alejaba, me volvía cada vez más inseguro. Recuerdo que de algún modo me estorbaban mis propias manos: las metía en los bolsillos, las dejaba bambolearse, las cruzaba en la espalda… como objetos molestos que uno tiene que llevar consigo y no sabe bien dónde colocarlos. Así me sucedía con todo mi cuerpo. Ya no sabía para qué servía ni qué hacer con él. Había perdido toda capacidad de decisión; tenía que reconstruir las decisiones trabajosamente por el rodeo del «recuerdo de cómo lo hacía antes»; así me sucedió también con el breve camino desde la plaza del mercado hasta mi casa, adonde llegué a las 15’10 horas.

Hasta ese momento no había tenido la sensación de estar embriagado ni mucho menos. Lo que experimentaba era más bien una paulatina extinción espiritual. No tiene nada de terrible; pero puedo imaginarme que en la fase de transición de ciertas enfermedades mentales —claro que distribuido a lo largo de períodos más prolongados— ocurre un proceso parecido: mientras siga habiendo un recuerdo a la anterior existencia propia en el mundo humano, el enfermo que ha perdido los puntos de contacto con ese mundo aún puede orientarse (mal o bien) en el mismo; pero luego, cuando los recuerdos van evanesciendo y finalmente desaparecen, pierde esa capacidad por completo.

Poco después de haber entrado a mi habitación, la «insensibilidad vidriosa» desapareció. Me senté mirando una ventana y quedé fascinado de inmediato: las hojas de la ventana estaban abiertas de par en par, mientras que las cortinas de tul transparentes estaban cerradas, y ahora una suave brisa jugueteaba con estos velos y con las siluetas de las plantas de las macetas y las enredaderas en la cornisa; la luz del sol dibujaba estas figuras en las cortinas ondulantes. Este espectáculo me cautivó por entero. Me «hundí» en él, y ya no veía más que este suave e incesante ondear y mecerse de las sombras de las plantas en el sol y el viento. Sabía «de qué» se trataba, pero le busqué un nombre, una fórmula, la «palabra mágica» que yo conocía —y la encontré: DANZA DE LA MUERTE, DANZA DE LAS ALMAS… Esto era lo que me mostraban el viento y la luz en el velo de tul. ¿Era terrible? ¿Tenía yo miedo? Quizás… al comienzo. Pero luego me invadió una gran placidez, y oí la música del silencio, y también mi alma bailaba con las sombras redimidas al son de la flauta del viento. Sí, ya comprendía: ésta es la cortina y ella misma, esta cortina, ES este arcano, eso «último» que esconde. ¿Por qué, entonces, desgarrarla? Quien lo hace, sólo se desgarra a sí mismo. Porque «detrás», detrás de la cortina, no hay «nada»…

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