La isla de los perros (39 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La isla de los perros
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—¿Trabajas mañana por la noche? —le preguntó Barbie mientras llegaban más coches y empezaban a tocar la bocina—. ¿Por qué no vienes conmigo a la carrera de la NASCAR? Me encantaría. Podrías ver a todos esos pilotos tan guapos. Pero deberías tomarte la tarde libre, porque me gusta llegar muy temprano y pasear por los boxes mientras los chicos se preparan para pilotar los coches. A veces te permiten que te hagas fotos con ellos. ¡Oh, si supieras cómo es estar allí, abrazada a un piloto guapo, con su ajustado traje ignífugo de colores…!

—Pues no, no lo sé. Jamás he ido a una carrera de la NASCAR y tampoco he visto nunca pilotos afroamericanos. —Hooter no prestaba ninguna atención a la interminable hilera de automovilistas impacientes—. ¡Quizá me tome libre el día entero! No he tenido vacaciones desde que se casó mi hermana y fui a la boda. Fui su dama de honor. —El rostro de Hooter resplandeció al recordar lo bien que se lo había pasado vestida con aquel traje largo de color rosa, con mangas transparentes y lleno de pasamanería y lazos—. Fue un día maravilloso, amiga, te lo aseguro.

—¡Venga! ¿Por qué no te dedicas a conversar con tu amiga en otro momento, joder? ¡Vamos, que esto es un nido de tortilleras! —gritó Bubba Loving desde su camión.

—¿Qué demonios es un nido de tortillas? ¿No era de golondrinas? —preguntó Barbie mientras anotaba su teléfono en un papel—. ¿Y por qué está otra vez aquí ese hombre vulgar gritando sobre cosas de comer?

—Hay que serlo para entender que otro lo es —le gritó Hooter a Bubba.

—Toma, —querida le dijo Barbie a Hooter—, llámame en las próximas horas. Estaré en el Ministerio Baptista del Campus; si me telefoneas y me dices que vendrás a la carrera, no regalaré la entrada a otra persona afortunada. ¡Ven, por favor! ¡Oh, querida, cómo me gusta tener amigas para hablar con ellas!

—Creo que sí que vendré. Sí, seguro que sí. ¡Pues claro que sí, maldita sea! —Hooter estaba cada vez más excitada con la idea—. Cuenta conmigo a menos que no logre encontrar a nadie que me haga la suplencia en la cabina. ¿Qué te parece si vienes a recogerme aquí mismo? ¿A qué hora quedamos?

—A las dos en punto.

—Bien, pues yo iré a casa a cambiarme y luego volveré aquí. Entonces tendremos todo el tiempo del mundo para hablar de tu desgraciada vida sexual.

—Eso será maravilloso.

Contenta, Barbie la saludó con la mano al tiempo que se alejaba y olvidaba pagar los setenta y cinco centavos del peaje, lo cual disparó las alarmas.

—¡Funciona! ¡El arco iris funciona! ¡Magia, esto es magia!

—¿Por qué no hablas con tu amiga cuando no haya nadie esperando? —le gritó Lamonia desde su Dodge Dart.

Lamonia estaba de mal humor, lo cual era comprensible. Primero la habían esposado por culpa de su mala visión nocturna, después se había quedado atrapada en el tráfico porque dos lesbianas de distinta raza flirteaban en la cabina del peaje de la autopista mientras un racista palurdo las insultaba. ¿Qué ocurría en el mundo para que las cosas fueran tan mal? «0h, Dios mío, ten compasión», pensó Lamonia. Todo el planeta iba camino de la autodestrucción y sólo era cuestión de tiempo que Jesús se hartase y volviera a la tierra, y Lemonia todavía no estaba preparada para el juicio final, no señor. Cada domingo, Lamonia le pedía a Jesús que esperase un poco, porque si aparecía en una nube para llevarse consigo a todos los creyentes, tenía muchos amigos y vecinos que serían condenados al fuego eterno.

—Consagra tu vida al Señor —le dijo Lamonia a Hooter mientras dejaba el billete de un dólar en la mano enguantada.

—Usted lo ha dicho, amiga —replicó Hooter, dejando caer tres cuartos de dólar en la lata y devolviéndole uno de cambio.

—¡Yo no soy amiga tuya ni de nadie! Pide perdón por tus pecados y reza a Jesús. Pídele que se haga cargo de tu vida y le dé sentido, ¿me oyes? Porque El vendrá pronto, ¿y verdad que no te gustará que te encuentre sentada en esa cabina, entregada a tus perversiones con desconocidos, ni descubrir que la mitad de los coches que pasan por tu carril van vacíos porque ya han sido transportados por El?

—Tiene toda la razón —animó Hooter a la predicadora—. Toda la razón del mundo.

Lamonia no necesitaba que la animasen.

—Dos hombres trabajan en un campo —prosiguió— y, de repente, uno de ellos desaparece. Dos mujeres hacen la colada en una lavandería pública y, de repente, una de ellas desaparece. Tú estarás cobrando los peajes y, de repente, la mitad de los conductores desaparecerán, y será mejor que no te quedes sentada en la cabina porque eso significará que no subirás con El al cielo.

—¡Yo estoy preparada para el Juicio Final! —aseguró Hooter a Lamonia mientras ambas se intercambiaban sus números de teléfono—. ¡Estoy preparada y lo espero con ganas, siempre lo he esperado! Jesús volverá, siempre lo he sabido. —Hooter miró hacia el techo de la cabina—. Ven, Jesús, ven ahora. Te estoy esperando y no te cobraré el peaje cuando bajes flotando de tu nube.

—¡No! —gritó Lamonia. ¡No le pidas que venga ahora! ¡Todavía hay mucho trabajo por hacer, estúpida! ¡Mira, todos esos son pecadores! Kilómetros y kilómetros de pecadores. ¡Primero reza por ellos, muchacha!

Hooter miró la larga cola de coches que hacían sonar las bocinas.

—Sí, amiga, tiene razón. La mayor parte de ellos no están preparados para la venida del Señor. Oh, mira que son desagradables… —Hooter sacudió la cabeza con tristeza—. Por eso, pedimos a Jesús que espere un poco más, que nos dé algo más de tiempo —rezó en voz alta mientras Lamonia salía del carril del peaje y embestía a otro coche—. Por favor, Dios de los cielos, dame fiesta el sábado por la tarde, ¿comprendes? Necesito unas pequeñas vacaciones —suplicó Hooter—. No te pido nada más, Señor.

—¡Oh, Dios santo! —rezaba el doctor Faux mientras Fonny Boy y él iban en el bote, a la deriva—. Llevamos así toda la noche y media mañana y tengo tal frío y tal hambre que creo que no sobreviviré a las próximas horas. Ayúdanos, Señor, por favor.

Fonny Boy había desistido de entrar en el compartimento cerrado y se dedicaba a tocar amargas notas con su armónica y a probar diversos métodos de técnicas de respiración. Casi deseaba que los capturaran y los devolvieran al almacén; lamentó no haberse preocupado de llevar comida y bebida para la travesía, pero había su-puesto que llegarían al continente antes de necesitar las vituallas.

—¡Señor, ten piedad! Me parece que la corriente nos lleva de vuelta a la isla —le dijo al doctor Faux.

—Yo no veo tierra por ninguna parte. Y si estuviéramos cerca de la isla, ya nos habrían localizado y tal vez obligado a pasar la plancha. A mí me parece que nos hemos desviado hacia el santuario y, de ser así, en esa zona no habrá ningún pescador y moriremos.

—No, qué va —replicó Fonny Boy—. La corriente va hacia el otro lado —señaló las ligeras olas que se movían en el agua—. Pero seguro que creen que hemos logrado escapar en el bote y si ahora no nos apresuramos, nos atraparán y tendremos que recitar la Biblia.

—A menos que crean que estamos en el continente, y ya sabes que allí no nos buscarán. ¿Seguro que no puedes recordar la combinación de ese maldito candado? En ese compartimento tal vez haya bengalas o un espejo para hacer señales.

Fonny Boy sabía la combinación y se sentía terriblemente frustrado por no poder recordarla. Había probado todas las fechas de cumpleaños de su familia, el código postal de Tangier y varios números de teléfono, pero todo había sido en vano. Golpeó la armónica contra el costado de la barca para sacarle el exceso de saliva. Luego tocó una melodía en clave de do, como siempre, empezando por el cuarto orificio.

—¡Piensa, Fonny Boy! —lo alentó el doctor Faux—. La gente suele utilizar trucos para recordar cosas, y supongo que tu padre recurría a alguna combinación de números que nunca olvidase. ¿Hay algún otro número que fuera importante para él? ¿Su aniversario de boda?

Fonny Boy tampoco lo recordaba. Sopló en el extremo grave de la armónica e intentó una pequeña improvisación de blues, como hacía su héroe Dan Aykroyd.

—Sé que algunos pescadores utilizan la brújula —seguía hablando el dentista—. ¿No crees que tu padre tiene una para cuando sale a controlar los cangrejos?

La palabra «cangrejo» voló desde aquel barco que apenas se movía y se posó en el agua, para hundirse después hasta el fondo. Allí un gran grupo de callinectes («nadador hermoso», en griego) sapidus («sabroso», en latín) disfrutaban de la tranquilidad y la seguridad que les proporcionaba el santuario de los cangrejos. Los fugitivos del cubo estaban apiñados todos juntos y un cangrejo azul muy hermoso, con unas grandes pinzas, decidió investigar las voces humanas y el débil sonido de la armónica. Nadó entre el lodo, dejando a sus amigos en una nube de cieno, y a unos ocho metros de la superficie espió la quilla de la barca y oyó voces.

—No, qué va. No utiliza brújula. Las brújulas ya no se necesitan —decía una voz de muchacho.

El cangrejo reconoció que era la voz de aquel chico flacucho y rubio de la isla que siempre hablaba de los tesoros de los piratas cuando él salía a desayunar a primera hora de la mañana.

—Vaya, ¿y el número de tu apartado de correos? —preguntó otra voz.

El cangrejo azul no la reconoció, aunque su acento parecía del continente.

Fonny Boy probó aquel número, pero el candado permaneció tal cual.

—¿Un número de la suerte, tal vez? ¿No tiene tu padre un número de la suerte?

El único número de la suerte que se le ocurrió a Fonny Boy fue el trece, pero el candado tampoco se movió. Volvió a concentrarse en la armónica y tocó un !Oh Susanna! casi irreconocible.

—¿Y una comida o una bebida que le gusten mucho y que lleven número? —El doctor Faux no iba a rendirse. Como la salsa Heinz 57, el Seven-Up o el chile Dos alarmas…

—A mi padre le gusta el Seven-Up —dijo Fonny Boy con un brillo de esperanza—. Le gusta beberlo con los helados Spanky. No conozco a nadie que beba tanto Seven-Up como él, pero para la combinación se necesitan cuatro números y el Seven-Up sólo tiene uno.

—Bien, «seven» es «siete», pero «up» significa «arriba», no le veo sentido…

Fonny Boy decidió seguir arrancando notas de su armónica.

—¿No hay ningún número que signifique «arriba»? Tiene que haberlo. ¡Vamos, Fonny Boy, piensa!

—La brújula tampoco tiene un «arriba». Sólo Norte, Sur, Este y Oeste —replicó Fonny Boy.

—«Up» podría ser «Norte», hacia arriba —insistió el doctor Faux—. ¿Cómo se marca el Norte en los cuadernos de náutica? Con un cero, ¿verdad? ¡Cero grados!

Pero no puede ser el cero… ¡Espera! ¡Ya lo tengo! Prueba con 360. Son tres números y también sería dirección Norte, o sea que tu padre tal vez utilizaba siete y tres-cientos sesenta como clave de Seven-Up.

El cuerpo fusiforme del cangrejo se propulsó de nuevo hacia abajo, hasta el fondo, donde avisó a sus aterrorizados amigos.

—¡Hay siete de ellos ahí arriba! —exclamó—. Y están desobedeciendo la ley porque pescan en el santuario. ¡Voy a hacer que los arresten!

El cangrejo supuso que los siete pescadores del bote eran una banda armada que buscaba a los cangrejos y la trucha, aunque los cangrejos no la habían visto desde hacía bastante tiempo. 0 tal vez la banda de los siete, como el cangrejo empezó a llamarlos, eran unos piratas a quienes el gobernador había prometido inmunidad si encontraban los cangrejos y la trucha y los devolvían en un cubo a la mansión. Los cangrejos azules conocían bien a los piratas; ni los impresionaban ni les tenían miedo. Los piratas estaban siempre demasiado enfadados y borrachos como para dedicarse a perseguir cangrejos, y eso había sido así desde hacía cientos de años. La vida de los cangrejos tampoco había mejorado en lo más mínimo por los viejos cañones, monedas y joyas que encontraban en el fondo de la bahía. A decir verdad, a los cangrejos les importaban un pito los tesoros.

Pero a aquel isleño rubio llamado Fonny Boy sí que le importaban, pensó el cangrejo mientras avanzaba entre la nube de lodo hasta llegar a una plataforma en el lecho de la bahía en el que había el pecio de un balandro cubierto por el cieno. El viejo pecio había sido alcanzado por balas de cañón y se había hundido en un bajío, y con el paso de los siglos la corriente lo había arrastrado hasta su presente ubicación. El cangrejo escarbó alrededor de una oxidada ancla y agarró un trozo pequeño de hierro. Se impulsó furiosamente con sus patas nadadoras hasta llegar al bote, se encaramó en el motor fuera borda y lanzó el trozo de hierro al aire. Cayó justo sobre el regazo de Fonny Boy, que ensayaba una cara de pez chupándose las mejillas a fin de conseguir notas más limpias con la armónica.

—Qué demonios es esto? —gritó Fonny Boy, sorprendido—. ¡Mira!

Estudió el trozo de hierro y supo que era muy antiguo y que, probablemente, pertenecía a un barco hundido.

—¡Un trozo de tesoro que cae del cielo y nos dice que ahí abajo hay un barco malandrín! —exclamó, presa de una excitación incontrolable al darse cuenta de que por fin, después de una vida tan dura, su sueño se hacía realidad—. ¡Tenemos que marcar este sitio, porque si no lo perderemos!

La única manera de marcar un sitio era tirar al agua una nasa de cangrejos y, unos minutos más tarde, los cangrejos fugitivos vieron descender una nasa metálica que quedaba colgando unos metros por encima del fondo porque la cuerda era demasiado corta.

El cangrejo frunció su curiosa boca en una sonrisa, seguro de lo que ocurriría a continuación; los isleños eran muy previsibles. La codicia haría enloquecer al chico isleño y la banda de los siete pronto caería presa.

El plan de Possum también iba bien. Había cortado camisetas de distintos colores, y había cosido y pegado los trozos dándoles una forma que empezaba a parecer la de una bandera.

—¿Ves lo que hago, niña? —le susurró a Popeye.

Alisó la bandera sobre la cama y la perrita quedó sorprendida al ver una calavera que fumaba un cigarrillo.

—Ya tenemos una bandera para las carreras de la NASCAR —Possum murmuró orgulloso—. La colgaremos en los boxes, donde fingiremos ser unos mecánicos, y me aseguraré de que alguien busque la bandera y venga a salvarnos. 0 si eso no funciona, tal vez a Smoke le guste tanto la bandera que se muestre más agradable con nosotros y cuando escapemos a la isla Tangier, encontraré la manera de escabullirme contigo y correremos a la casa del pescador más cercano.

Possum clavaba la aguja en la bandera y volvía a sacarla para coser la calavera pirata.

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