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Authors: Ben Kane

Tags: #Histórica

La legión olvidada (64 page)

BOOK: La legión olvidada
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—Los montes Qilian —explicó Tarquinius. Se detuvo en una loma cubierta de hierba. Se sentó y dio unas palmadas a la tierra que tenía al lado. Disfrutando de la compañía, el adivino, el guerrero y el joven soldado se tumbaron para observar las estrellas fugaces que pasaban por el cielo. A Romulus le encantaba la costumbre de pasar un rato con sus mentores a esa hora del día.

—¿Te acuerdas cuando te dije que se tardaba años en llegar a ser un guerrero excepcional? —le preguntó Brennus de repente.

Romulus sintió con la cabeza y recordó su ardiente deseo de convertirse en el mejor del
ludus
. Para poder matar a Gemellus. En Roma, hacía una eternidad.

El galo le rodeó los hombros con sus inmensos brazos.

—Te he visto luchar hoy —dijo con una sonrisa—. Un año o dos y serás mejor que yo.

Romulus estaba asombrado.

—Nunca llegaré a ser tan fuerte como tú.

—Tan fuerte puede que no. Pero sí más habilidoso. —En la mirada de Brennus se apreciaba verdadero respeto.

Romulus le miró a los ojos.

—Casi todo es gracias a ti.

Brennus le abrazó con fuerza.

—Eres como un hijo para mí —bramó.

A Romulus le embargó la emoción y abrazó al galo con fuerza.

En la oscuridad no veían el rostro de Tarquinius. Pero a Romulus no le importó. Se sentía inmensamente aliviado de que Brennus todavía estuviese vivo. De que todavía estuviese con él.

Permanecieron un rato en silencio, escuchando contentos los murciélagos que se lanzaban en picado y se zambullían en el agua. La tierra estaba en paz, librada de los sogdianos gracias al coraje de la legión olvidada.

Tras haber visto a Brennus sobrevivir contra todo pronóstico, Romulus se imaginó regresando un día a Roma y encontrando a su familia. En ese momento le parecía posible.

A Brennus le satisfizo pensar en lo similares que habían sido las predicciones de Ultan y de Tarquinius. Su culpabilidad y su dolor habían remitido porque estaba demostrado que los dioses le redimirían algún día. No allí, en los confines del mundo.

Con el recuerdo de Olenus, Tarquinius pidió que se cumpliese su necesidad de descubrir más sobre los orígenes de los etruscos. Por extraño que pareciese, su avidez de conocimientos se había aplacado desde hacía algún tiempo, y el arúspice sabía que se debía a lo que sentía por sus compañeros. Desde que perdiera a Olenus no había querido a nadie. Pero sin que Tarquinius se diese cuenta, el galo valiente y generoso y el joven deseoso de aprender se habían convertido en sus amigos. Romulus era como…, ¿qué? Un hijo. Se rió. Qué sentimiento más humano. ¡Qué… vulgar! Pero qué bien se sentía.

Los otros dos le dedicaron una mirada inquisidora, pero Tarquinius estaba absorto en sus pensamientos.

¿Cómo podía haber olvidado las palabras de Olenus? «Transmitirás muchos conocimientos.» Romulus había estado ahí, en sus narices, todo el tiempo. Era alguien a quien podía empezar a enseñar el antiguo arte. De sus labios escapó un ligerísimo suspiro de satisfacción y al fin empezó a hablar.

—Nuestro viaje continuará durante años. —Dirigió su mirada hacia el horizonte y ellos hicieron lo mismo. Hacia el este—. Habrá más batallas. Y peligro de morir.

Se les erizó el vello de la nuca, pero ni Romulus ni Brennus preguntaron más.

Estaban vivos. Por el momento, eso era suficiente.

Notas a pie de página

[1]
Los romanos dividían la duración de la luz del día en doce horas, contadas desde el amanecer hasta el crepúsculo. Se referían a ellas con el ordinal, de modo que la una era la hora prima y así sucesivamente hasta la hora duodécima. Si la una era el amanecer y las doce el atardecer, las seis, la hora sexta, sería el mediodía y la hora undécima las cinco de la tarde. (N. del T.)

[2]
Los romanos se referían a los habitantes de la zona como etruscii o tuscii y, los griegos los llamaban tirrenoi; ellos se autodenominaban rasenna. (N. del T.)

[3]
El emperador aseguraba congiaria, frumentationes y munera, es decir, el reparto de víveres, trigo y dinero gratuitamente a los ciudadanos. (N. del T.)

[4]
Entre los romanos, capataz de una granja. (N. del T.)

[5]
Ciudadano romano perteneciente a una clase intermedia entre los patricios y los plebeyos, y que servía en el ejército a caballo. (N. del T.)

[6]
Magistrado romano que, en la ciudad y en los ejércitos, tenía funciones de carácter fiscal principalmente.

[7]
También llamada en tortuga, esta formación era un orden de batalla utilizado por las legiones romanas, particularmente en los asedios. Los soldados se cubrían con sus scutum, solapándolos a modo de escamas de caparazón, y los de la primera fila protegían el frente de la formación levantando los suyos hasta el centro de su cara. (N. del T.)

[8]
En latín, retiarius, literalmente «hombre de la red». Era uno de los distintos tipos de gladiadores de la antigua Roma que combatían con un equipamiento parecido al utilizado por los pescadores: una red lastrada, un tridente y una daga. Luchaba con un armamento ligero, protegiéndose con un brazalete llamado lorica manica y un protector del hombro que recibía el nombre de galerus o spongia. Su vestimenta estaba generalmente compuesta ya por unos ropajes de algodón llamados subligaculum, que se sujetaban con un cinturón ancho, o bien por una túnica corta. No llevaba protecciones en el calzado. El enfrentamiento más habitual del reciario era en combate contra un secular, un «perseguidor», equipado con armamento y armadura pesados. El reciario subsanaba su falta de protección con velocidad y agilidad. (N. del T.)

[9]
La principal característica que distinguía al mirmidón o murmillo de otros gladiadores era la cresta de su casco, que tenía forma de pez. Además llevaba cinturón, greba en la pierna izquierda y un brazalete en el brazo derecho. Iba armado con el gladius romano y el escudo rectangular típico de los legionarios. En ocasiones luchaba con armadura completa, lo cual hacía de él un oponente formidable. (TV. del T.)

[10]
Cuarto de baño tibio (de tepidus) de los baños romanos calentado por el hipocausto, un sistema de calefacción del suelo. (N. del T.)

[11]
En el caldarium había un baño (alveus, piscina cálida o solium) de agua caliente hundido en el suelo, a veces incluso un laconicum o zona caliente y seca para sudar. (N. del T.)

[12]
El más preciado honor que podía obtener un gladiador era el ruáis, el sable de madera símbolo de su liberación. (N. del T.)

[13]
Trompeta militar. (N. del T.)

[14]
Disco de oro, plata o bronce que los soldados lucían en los desfiles. Estas medallas se concedían a los hombres que se destacaban en combate. (N. del T.)

[15]
Una de las antiguas tribus itálicas del Samnio, una región montañosa de Italia central. (N. del T.)

[16]
De menor categoría que los gladiadores, su especialidad era la caza de animales. (N. del T.)

[17]
Túnica de color oscuro. (. del T.)

[18]
Los dados. (N. del T.)

[19]
Ajedrez griego. (N. del T.)

[20]
Condecoraciones militares a los soldados de caballería y de infantería en tiempos de Cayo Mario. Los concedidos por actos de valor iban en juegos de nueve (tres filas de tres) sobre un arnés de correas de cuero con adorno preparado para llevarlo sobre la cota de malla o la coraza. (N, del T.)

[21]
Suboficial que servía de lugarteniente al centurión de cada centuria. (N. del T.)

[22]
Medida romana para áridos equivalente a unos ocho litros. (N. del T.)

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