40 (a) (ii). Si aconteciere un conflicto en el que estuvieran implicadas las principales potencias mundiales, es muy probable que las poblaciones de África, Oriente Medio y Centroamérica (algunas de las cuales sobrepasan la población de sus vecinos occidentales en una proporción de cien a uno) acudieran en tropel a nuestras fronteras de Occidente y que las ciudades occidentales se vieran desbordadas.
—Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos
Documento de planificación Q-309. 28 de octubre, 2000
¿Quién tiene que hacer lo difícil? Aquel que pueda.
—Cita atribuida a Confucio
Costa del canal de la Mancha. Norte de Francia
26 de octubre, 17.00 horas (hora local).
11.00 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).
El Cuervo Negro aterrizó sobre un acantilado desde el que se divisaba el canal de la Mancha, azotado por una intensa lluvia.
De su cabina salió Shane Schofield. Aterrizó en el suelo embarrado y se alejó del caza, ajeno a la tormenta que estaba cayendo.
Después de que Knight hubiera terminado de contarle lo que había ocurrido en el foso de los Tiburones con Gant y Jonathan Killian y la guillotina, Schofield solo había dicho tres palabras.
—Rufus. Aterrice. Ahora.
Schofield se detuvo en el borde del acantilado y cerró los ojos con fuerza.
Las lágrimas se entremezclaban con la lluvia que golpeaba su rostro.
Gant estaba muerta
.
Muerta
.
Y él no había estado allí. No había estado allí para salvarla. En el pasado, pasara lo que pasara, siempre había podido salvarla. Pero esa vez no.
Abrió los ojos y miró a la nada.
Entonces las piernas le fallaron y cayó de rodillas al barro mientras sus hombros se convulsionaban violentamente con sus sollozos de desesperación.
Madre, Rufus y Knight lo observaban desde la cabina abierta del Cuervo Negro, a unos dieciocho metros de distancia.
—Joder… —murmuró Madre—. ¿Y ahora qué va a hacer?
La mente de Schofield era un caleidoscopio de imágenes.
Vio a Gant, sonriéndole, riendo, cogiéndolo de la mano mientras paseaban por la playa en Pearl, acurrucándose junto a él en la cama. Dios, casi podía sentir la calidez de su cuerpo.
La vio luchando en la Antártida y en Utah. Salvándole la vida con un disparo casi imposible de su Maghook en el interior del Área 7.
Y entonces vio a Killian en el castillo diciendo: «Me encanta ver el gesto de puro horror que se forma en el rostro de un hombre cuando es consciente de que va a morir».
Y vio cómo sería el mundo de ahí en adelante…
Sin ella.
Vacío.
Carente de sentido.
Y entonces miró la Desert Eagle en su funda… y la sacó.
—Eh, eh, quieto ahí —dijo una voz a sus espaldas—. ¿Qué piensas hacer con esa arma?
Era Madre. Estaba justo detrás de él.
Schofield no se giró cuando habló:
—A nadie le importa, Madre. Podemos salvar el mundo y a nadie le importará una mierda. La gente seguirá con sus vidas, totalmente ajena a soldados como nosotros. Como Gant.
Los ojos de Madre estaban fijos en la pistola que llevaba en la mano. La lluvia goteaba del arma.
—Espantapájaros. Suelta el arma.
Schofield miró la pistola como si fuese la primera vez que la veía.
—Oye —dijo Madre. Para distraerlo le hizo una pregunta cuya respuesta ya conocía—. ¿A qué se refería cuando dijo: «Dígale que habría dicho que sí»?
Schofield apartó la mirada y habló como si de un autómata se tratara.
—Para ella yo era como un libro abierto. No podía ocultarle ningún secreto. Sabía que iba a pedirle que se casara conmigo en la Toscana. A eso era a lo que iba a responder que sí.
Apretó con más fuerza la empuñadura del arma. Se mordió el labio. Otra lágrima le cayó por la mejilla.
—Joder, Madre. Está muerta. Está muerta. Ya no queda nada más para mí. Que les jodan a todos. El mundo puede librar sus propias batallas.
Con un rápido movimiento, se colocó la pistola bajo la barbilla y apretó el…
Pero Madre fue más rápida.
Se abalanzó sobre él cuando la pistola se disparó y los dos cayeron rodando en el barro del borde del acantilado.
Y lucharon: Madre intentando agarrarle la mano que blandía la pistola, Schofield intentando zafarse de ella.
Más alta, fuerte y fornida que Schofield, Madre le llevó la delantera al principio. Lo inmovilizó con su cuerpo y le golpeó la muñeca. Schofield soltó la Desert Eagle. A continuación lo golpeó con fuerza en el rostro…
El golpe tuvo un extraño efecto en Schofield. Pareció centrarlo.
Con una facilidad casi turbadora, cogió a Madre de la muñeca izquierda con dos dedos y se la retorció. Madre gritó de dolor y Schofield se zafó de ella.
Los dos se pusieron de pie.
Frente a frente, en el acantilado azotado por el viento, golpeados por la lluvia.
—¡No dejaré que lo hagas, Espantapájaros! —gritó Madre.
—Lo siento, Madre. Es demasiado tarde.
Madre se movió.
Avanzó con rapidez, lanzándole un derechazo brutal, pero Schofield se agachó, esquivándolo, y la golpeó en la nariz. Madre le dio de nuevo, pero Schofield también esquivó ese golpe y volvió a atacarla.
Madre se tambaleó hasta lograr recuperar el equilibrio.
—Vas a tener que hacer más que esto para librarte de mí.
Se lanzó a por él de nuevo, golpeándolo con los hombros, placándolo al estilo de un jugador de fútbol americano, levantándolo del suelo para, a continuación, arrojarlo de nuevo contra él.
En el Cuervo Negro, Aloysius Knight y Rufus permanecían allí, bajo la lluvia, observando la pelea como estupefactos espectadores.
Rufus dio un paso adelante como si fuera a intervenir, pero Knight lo detuvo poniéndole la mano en el pecho, sin apartar en ningún momento los ojos de la batalla.
—No —dijo—. Deben resolverlo entre ellos.
Schofield y Madre rodaron por el barro mientras forcejeaban.
Madre parecía tenerlo inmovilizado cuando, de repente, Schofield le soltó un codazo en la mandíbula y, de nuevo con una fuerza sorprendente, se zafó de ella.
Se puso de pie.
Madre hizo lo mismo.
Los dos estaban chorreando barro.
Madre se tambaleaba ligeramente, exhausta, pero volvió a atacarlo, abalanzándose sobre él casi a ciegas.
Schofield esquivó todos sus golpes con facilidad. Madre gritó de frustración cuando Schofield giró sobre una rodilla y le hizo una zancadilla y Madre cayó de manera poco ceremoniosa, de culo, en el barro.
Ya había logrado la distancia que necesitaba, así que Schofield fue a por su arma y la cogió.
—¡Espantapájaros, no! —gritó Madre con lágrimas en los ojos—. Por favor, Shane, no…
Y, por alguna razón, esas palabras hicieron que se detuviera.
Schofield se paró.
Y entonces cayó en la cuenta.
Madre nunca lo había llamado por su nombre. Ni siquiera fuera de servicio.
Bajó el arma unos centímetros y la miró.
Madre tenía un aspecto de lo más lastimoso: de rodillas, en el suelo, llena de barro, con las lágrimas cayéndole por la cara.
—Shane —gritó—, puede que al mundo no le importe. El mundo puede no saber que necesita a gente como tú y como Gant. ¡Pero a mí sí me importa! ¡Y sé que te necesito! Shane, tengo un marido y unas sobrinas preciosas de trece años que se visten como esa fulana de Britney Spears y tengo una suegra que saca lo peor de mí.
»Pero los quiero, los quiero con locura y no quiero verlos viviendo en un mundo de sufrimiento y muerte gobernado por una panda de hijos de puta multimillonarios. Pero no puedo evitar que eso ocurra. No puedo. Da igual lo que haga, lo mucho que lo intente, no soy lo suficientemente inteligente, lo suficientemente rápida, lo suficientemente buena. Pero tú sí. Puedes vencerlos. Y, ¿sabes por qué? Yo sí. Siempre lo he sabido. Y mi Gant también, y por eso te quería. Es porque puedes hacer lo que otra gente no puede.
Madre estaba de rodillas en el barro con los ojos llenos de lágrimas.
—Shane, nunca he sido la más lista de la clase, pero sí sé una cosa: las personas no son más que eso. Personas. Son egoístas y egocéntricas, hacen estupideces y no tienen ni idea de que ahí fuera hay héroes como tú que velan por ellos todos los días.
Schofield no dijo una palabra.
La lluvia le golpeaba las mejillas.
Pero Madre había roto el encantamiento.
La vida estaba regresando a sus ojos.
—Nunca te llamo Shane —dijo Madre—. Probablemente lo sepas. Pero ¿sabes por qué?
Schofield estaba clavado en el sitio. Paralizado.
—No. ¿Por qué?
—Porque no eres un tipo normal y corriente. No eres un «Brad» o un «Chad» o un «Warren». Eres Espantapájaros. El puto Espantapájaros.
»Eres más que un hombre normal. Razón por la que nunca te he tratado como a un hombre normal. Eres mejor que todos ellos. Pero, si te rindes, si optas por la salida fácil, estarás tomando el mismo camino que Brad o Chad o Warren tomarían. Y ese no eres tú. Ese no es Espantapájaros. Espantapájaros está hecho de otra pasta. No estoy diciendo que la vida tras esto vaya a ser fácil, no sé si una persona normal podría recuperarse tras oír lo que acabas de oír, pero si alguien puede, ese eres tú.
Schofield permaneció en silencio un largo instante.
Entonces finalmente habló.
—Voy a matarlos a todos, Madre —aseguró—. A los cazarrecompensas que la capturaron. A todos los cazarrecompensas implicados en esta cacería. Además de a todos los miembros del M-12 que han hecho que esto ocurra. Y, cuando todo haya terminado, independientemente de cómo haya terminado, sobreviva el mundo a esta crisis o se vaya al infierno, encontraré a Jonathan Killian y le volaré la puta tapa de los sesos.
Madre sonrió entre lágrimas.
—Suena bien.
—Pero, Madre, no te garantizo lo que vaya a hacer después —añadió de manera inquietante.
—Entonces supongo que tendré que luchar contra ti de nuevo —dijo Madre.
Y, al oír eso, Schofield parpadeó.
Había vuelto en sí.
Madre asintió.
—Espantapájaros. Puede que nadie te lo diga, así que yo te lo diré. De mi parte… y de la de Ralph, de mis seis clones de Britney y de la zorra de mi suegra: gracias.
Schofield fue hacia ella y le extendió la mano. Madre se la cogió y dejó que la levantara.
Antes de ponerse en marcha, sin embargo, Madre le dio un poderoso abrazo, engulléndolo en su enorme armazón. A continuación lo besó en la frente y lo llevó de regreso al Cuervo rodeándolo con el brazo.
—Ya la echo de menos —dijo Madre mientras caminaban.
—Yo también —dijo Schofield—. Yo también.
Caminaron juntos.
—Madre, siento haberte pegado.
—No pasa nada. Yo te pegué primero.
—Gracias por pelear conmigo. Gracias por evitar que perdiera los papeles.
Bahía Upper New York (EE. UU).
26 de octubre, 11.25 horas (hora local).
Exactamente once minutos después de que su Concorde aterrizara en la pista del JFK, Libro II se hallaba en la parte trasera de un helicóptero CH-53E Super Stallion del Cuerpo de Marines, sobrevolando la estatua de la Libertad y la Bahía Upper New York mientras los rascacielos de acero y cristal de la ciudad neoyorkina se extendían ante sus ojos.