La llamada de la venganza (5 page)

BOOK: La llamada de la venganza
11.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Lo han identificado? —preguntó a un oficial cercano.

—Se llamaba Oleg —replicó el oficial mientras tecleaba algo en su datapad.

—¿Llevaba algo encima? —preguntó Bant.

—Sólo una pistola láser. No tuvo oportunidad de usarla. Una sonda robot le mató antes.

Obi-Wan y Bant exploraron la zona mientras esperaban a Mace. Al principio no encontraron nada que indicara una lucha, ninguna pista que les enviara en una nueva dirección. Entonces llegaron a la puerta de atrás. Estaba destrozada, con un agujero lo bastante grande como para que pasase un hombre.

—Un sable láser, sin duda —dijo la voz de Mace tras ellos.

—Igual lo hizo un vibrosoplete —sugirió Obi-Wan. De pronto no quería que Mace pensara que Qui-Gon había estado allí.

Mace no contestó. Sus ojos se estrecharon, y avanzó para coger algo del extremo afilado de una bisagra rota. Se lo mostró a Obi-Wan y a Bant. Era un pedazo de túnica Jedi.

Se volvió y miró por la abertura de la puerta. Los guardias de seguridad habían dejado barras luminosas para iluminar la parte de atrás.

—Aquí tuvo lugar una batalla con sondas robot —dijo Mace —¿Veis las quemaduras del suelo? Cuatro o cinco, puede que más —Se volvió hacia Obi-Wan—. ¿No empleó Qui-Gon sondas robot para buscar a Balog?

Obi-Wan tragó saliva. No podía mentir a Mace.

—Sí.

Mace permaneció inmóvil, sosteniendo el trozo de tela. Su rostro no evidenciaba nada de lo que pensaba, pero Obi-Wan podía adivinarlo.

¿Estaba implicado Qui-Gon en la muerte de Oleg? ¿Se habría pasado al Lado Oscuro movido por su pena y su ira? ¿Qué haría si alguien se interponía en su deseo de vengar la muerte de Tahl? Obi-Wan temía las preguntas que había en la mente de Mace. Y lo que más le preocupaba es que también eran las suyas.

Capítulo 8

Qui-Gon se movió con rapidez por las calles oscuras, siguiendo la pista que encontró junto a Oleg, un colgante con su fina cadena. La cadena estaba rota. Había reconocido enseguida el colgante. Irini había estado en el almacén.

Se detuvo un momento ante la morada de Lenz, preguntándose cómo proceder. Irini no le proporcionaría libremente la información, pero su impaciencia no le concedía tiempo para persuasiones.

Entonces vio a Irini dirigiéndose hacia él, con las manos ocupadas por una bolsa de comida. Sus pasos se ralentizaron un instante al ver a Qui-Gon. Y entonces se movió con rapidez para ocultar su titubeo. En ese momento, Qui-Gon decidió que su mejor posibilidad sería soltarse un farol.

—Nos vemos otra vez esta noche —dijo.

Ella le miró temerosa.

—¿Otra vez?

—Esta noche estuviste en el almacén con Oleg. Igual que yo.

Ella tragó saliva. Sus ojos se estrecharon.

—¿Qué quieres?

—¿Conseguiste la lista?

Ella soltó aire.

—No. No la tenía. Me hice pasar por comprador esperando conseguirla. O poner a salvo a Oleg si no la tenía.

—Traicionó a los Obreros.

—Vio una forma de hacer fortuna, sí —dijo Irini con aire cansino—. Hay muchos Obreros desesperados como él. Pese a nuestras esperanzas, la riqueza de los Civilizados sigue sin llegar hasta nosotros. Pero Oleg sigue siendo un Obrero, y sabemos que van tras él. Mi trabajo era traerlo.

—¿Viste lo que sucedió?

—Lo atacaron dos sondas robot, y me marché. Estoy segura de que las envió Balog.

—Balog también estaba allí. Yo le vi.

Irini dejó caer el paquete que llevaba. Frutas y paquetes de proteínas se derramaron por el pavimento.

—¿Balog estaba allí? ¿Tiene la lista?

—Dijiste que Oleg no la tenía.

Ella negó con la cabeza, pareciendo de pronto preocupada.

—No la vi. Pero igual se me escapó algo...

—No creo que Oleg llevara la lista encima. Estaba preocupado por su seguridad. Creo que ya la había vendido.

—Entonces, ¿por qué se reunió con otro comprador?

—Tú lo has dicho, quería hacer fortuna. Podía vender la lista varias veces y ganar lo bastante como para pasar el resto de su vida rodeado de lujo.

Irini se apretó los ojos con la mano.

—Entonces, puede haber varias personas con la lista. No se me había ocurrido.

—La cuestión es ¿quién? —dijo Qui-Gon—. Y, de tenerla Balog, ¿cuál sería su próximo movimiento?

—No puedo responder a esas preguntas. Estoy tan a oscuras como tú.

Irini se agachó y empezó a recoger la comida. Qui-Gon se agachó para ayudarla.

—Los dos buscamos lo mismo, Irini —dijo, poniendo un paquete de té en la bolsa—. Sería buena idea que me ayudaras.

Una sombra de tristeza se adueñó del rostro normalmente impasible de Irini.

—Lo haría si pudiera. Tengo que llevarle esto a Lenz.

Entonces se alejó, acunando el paquete en sus brazos.

Qui-Gon meditó su siguiente movimiento. Le costaba mantener la mente despejada. Se sentía como tanteando en la oscuridad. Había basado en conjeturas gran parte de su búsqueda de Balog.

Pero era todo lo que tenía.

La lista seguía siendo la clave. Si Balog la tenía ya, su siguiente paso sería consolidar su poder. Si Oleg la había vendido a otro, ¿quién la habría podido comprar?

La respuesta era sencilla. Las elecciones estaban a punto de celebrarse. Los más beneficiados por la lista, y los más amenazados, serían los políticos. Un Legislador con esa lista tendría un poder muy grande.

Odiaba admitirlo, pero Mace había tenido razón. Debía ir a la Legislatura Unida. Ya era de noche; no encontraría a ningún Legislador. Pero seguro que encontraba algo que hacer. Qui-Gon dio media vuelta y se dirigió hacia el sector Civilizado.

Capítulo 9

Obi-Wan y Bant estaban parados ante el Luster, un opulento café situado cerca del edificio de la Legislatura Unida. Dentro, bajo las cúpulas de las grandes lámparas, podía verse a la élite Civilizada sentada ante pulidas mesas, riendo, comiendo, hablando y acercándose las cabezas para comunicarse cotilleos gubernamentales. Se acercaban sillas a mesas ya abarrotadas, dificultando moverse por el lugar, pero eso no parecía importar a nadie.

Mace estaba dentro, en alguna parte, intentando recabar información. Les había dicho que podían esperarle en los cómodos aposentos de la residencia de Manex, pero ni Obi-Wan ni Bant quisieron irse. Tenían una sensación de urgencia, como si cada momento contase.

Bant estaba parada con los brazos cruzados y los ojos clavados en el café brillantemente iluminado. Obi-Wan se preguntaba cómo empezar una conversación con la joven.

Pronto, tras años hablando con ella de todo lo que le pasaba por la mente, no encontraba nada que decir.

Bant tenía el cuerpo rígido y una mirada tan feroz como la de Mace. La rigidez y concentración que veía en ella le dificultaba aún más romper el silencio. Entonces notó que no estaba tan contenida como parecía. Se apretaba las manos con fuerza. Se dio cuenta de que en vez de estar sumida en la concentración, luchaba por mantener la compostura.

Fijándose mejor, vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Luchaba para impedir que se derramaran.

—Bant —dijo él con suavidad. No sabía qué otra cosa decir.

—Ella debía estar aquí —dijo Bant con voz ahogada—. Me resulta imposible pensar que no está aquí. No puedo creer que no vaya a aparecer en cualquier momento por la esquina. No paro de oírla regañándonos por armar tanto jaleo y venir a salvarla —las lágrimas corrieron por su cara—. Duele mucho, Obi-Wan. No puedo encontrar paz en su muerte. Se supone que debo aceptarla. Pero no puedo.

Era la riada de palabras más larga que había dicho desde que llegó. Obi-Wan se dio cuenta de que Bant había dicho todo lo que él había estado sintiendo. Le resultaba imposible creer que Tahl estuviera muerta. Sabía que una parte de su ser seguía sin asimilarlo. Sabía que se estaba concentrando en su preocupación por Qui-Gon para no tener que pensar en ello.

—Sé lo que quieres decir —dijo—. Cuando la encontramos, estaba muy débil, y ni por un momento imaginé que pudiera morirse. Tahl era muy fuerte. Siempre fue tan fuerte como Qui-Gon.

—¿Dijo alguna cosa? —preguntó Bant con timidez—. Algo antes de...

—Cuando yo la vi, estaba demasiado débil para hablar. Qui-Gon estaba a su lado cuando murió.

—Me alegro de que tuviera a un buen amigo a su lado.

Obi-Wan titubeó. No sabía si debía decirlo o no. Pero, ¿acaso no le debía a Bant su confianza? Igual eso ayudaba a cerrar el abismo que se había abierto entre ellos.

—Creo que Qui-Gon y Tahl se convirtieron en algo más que amigos —le dijo—. Aquí, en Nuevo Ápsolon, cambió algo entre ellos. Por eso está Qui-Gon tan afectado.

Bant se volvió, sorprendida.

—¿Quieres decir que se querían?

Obi-Wan asintió.

Bant se miró sus propias manos agarradas.

—Entonces, es aún más triste, ¿verdad?

—Sí —dijo Obi-Wan—. Es lo más triste que he visto nunca. Por eso estoy tan preocupado por Qui-Gon.

Bant alargó la mano y le apretó el brazo. Obi-Wan se sintió feliz ante la espontaneidad del gesto.

—Le ayudaremos, Obi-Wan —prometió ella.

Y, por primera vez, Obi-Wan sintió que igual podrían hacerlo.

En ese momento, Mace salió del café con la túnica revoloteando alrededor de los tobillos. Cruzó la calle y llegó hasta ellos.

—No he descubierto mucho —admitió—. Pero oí un cotilleo interesante al salir. La legisladora Pleni ha anunciado hoy que se presentará para Gobernadora Suprema. Hasta ahora no había intervenido mucho en la Legislatura, así que ha sido una sorpresa para todos. En sólo una tarde ha conseguido atraer a su lado a varios legisladores muy poderosos.

Mace vio el desconcierto en el rostro de Bant y Obi-Wan.

—Su repentino interés por el poder y el rápido apoyo que ha obtenido podría significar que ha comprado la lista de Oleg —les dijo—. En cualquier caso, vale la pena investigarlo —Mace se envolvió en la capa—. Si tiene la lista puede correr peligro. Todo el que esté en posesión de ella podría acabar como Oleg. Vamos. Su residencia no está lejos.

Su larga zancada cubría más distancia de la que Obi-Wan podía cubrir a paso normal. Bant y él tuvieron que correr para mantenerse a su altura.

La legisladora Pleni vivía sola en una pequeña y elegante morada hecha de la misma piedra gris con la que estaba construida buena parte de Nuevo Ápsolon. Todas las luces del interior estaban encendidas. Mace presionó la barra luminosa que la alertaría de que tenía visitas. Esperaron junto al panel para anunciarse, pero no obtuvieron respuesta.

—Podría haberse dejado las luces encendidas al salir —dijo Mace—. Pero explorémosla de todos modos.

Tenía una mirada preocupada. Mace tenía una profunda conexión con la Fuerza. Obi-Wan no había sentido nada, pero ahora concentró su atención en la Fuerza, buscando a su alrededor. No captó nada.

Recorrieron el perímetro de la morada. Mace se mostraba cada vez más preocupado a medida que caminaban. Cuando llegaron a la parte de atrás, también lo sintió Obi-Wan; una perturbación en la Fuerza. Miró a Mace, que le indicó señales de que una sonda robot había entrado por una ventana.

La puerta estaba cerrada, pero Mace no titubeo. Abrió un agujero en ella con el sable láser y entró. Obi-Wan y Bant le siguieron.

Los suelos de piedra estaban relucientes. Nada parecía estar fuera de lugar. Caminaron por las salas vacías en un silencio tenebroso, y subieron las escaleras.

Arriba vieron al fin señales de lucha. Había muebles tirados. Jarrones de cristal rotos.

Mace miró al techo. Señaló varias marcas borrosas.

—Sondas robot.

La perturbación en la Fuerza era ahora para Obi-Wan algo más que una onda en el agua. Era una enorme oleada. Avanzó con la mano en el pomo del sable láser. Dobló una esquina y entró en el dormitorio de la legisladora pleni. La puerta medio abierta estaba acribillada por disparos láser.

Obi-Wan avanzó despacio, temiendo lo que podría encontrar tras la puerta. La abrió, empujándola con la punta del pie.

La legisladora Pleni yacía encogida en un rincón, aferrando una pistola láser con las manos. A sus pies había una sonda robot. La mujer estaba muerta.

Mace apareció tras él sin hacer ruido. Obi-Wan oyó su profundo suspiro.

—En Nuevo Ápsolon siempre vamos un paso demasiado tarde —dijo Mace.

Obi-Wan pudo identificar en su voz la determinación de que dejaría de suceder así.

Oyeron ruido abajo, y el sonido de pies en las escaleras. Una escuadra de seguridad apareció segundos después.

—Está aquí dentro —dijo Mace.

Condujo a Obi-Wan y a Bant hasta abajo, donde no tendrían ante ellos la evidencia de la horrible muerte de la legisladora Pleni. Fueron interrogados por la escuadra de seguridad, y después les dijeron que eran libres de irse. Aun así, Mace se demoró allí.

Cuando por fin bajó la escuadra de seguridad, una vez completada su investigación, Mace detuvo al oficial en jefe.

—¿Alguna conclusión?

—Sí —dijo el oficial, pasando ante ellos.

Mace se paró ante él, bloqueándole el camino.

—Sabe que Manex ha ordenado a las escuadras de seguridad que cooperen con los Jedi.

El oficial titubeó. Un brillo de malicia iluminó sus ojos.

—Muy bien. Entonces, deje que le diga lo que hemos descubierto. La legisladora Pleni fue asesinada por una sonda robot. Hemos podido rastrear a su propietario.

—¿Tienen un nombre? —preguntó Mace Windu.

—Desde luego —el oficial de seguridad enseñó los dientes con una sonrisa—. Su amigo Jedi, Qui-Gon Jinn.

Capítulo 10

La mañana siguiente, Qui-Gon empezó a actuar muy temprano. Había pasado la mayor parte de la noche de café en café, intentando recabar información. Cuanto más tardía era la hora, más sueltas se tornaban las lenguas, pero no pudo descubrir nada que lo pusiera tras la pista de Balog. Se cotilleaba mucho sobre el hecho de que Alani se presentara al puesto de Gobernador Supremo, y Manex cada vez tenía más partidarios. Ninguna de ambas cosas le ayudaba.

Pasó el resto de la noche en el banco de un parque de hierba, esperando impaciente la llegada del alba. Podía sentir a Balog moviéndose en alguna parte, maniobrando, intrigando, planeando su siguiente movimiento. Sentía la ausencia de Tahl con un dolor tan profundo que no podía afrontarlo de forma directa. Pensar en sus últimos días, en todo lo que la había hecho sufrir Balog, le forzaba a moverse, a levantarse y caminar por el parque hasta alcanzar un agotamiento que le impidiera pensar en la oscura venganza que ardía en su interior. Tendría que dominarla... de algún modo. Y acabó embotando su mente con el cansancio, como única forma de seguir adelante. No tardó mucho en recorrer todos los caminos del gran parque urbano. Podría haber dibujado un mapa del lugar con los ojos vendados.

BOOK: La llamada de la venganza
11.91Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

In the Lord's Embrace by Killian McRae
Never Lost by Riley Moreno
Cry for the Strangers by Saul, John
A Surgical Affair by Shirley Summerskill
La Danza Del Cementerio by Lincoln Child Douglas Preston
Guardian of Lies by Steve Martini
The Emerald City of Oz by L. Frank Baum
Played (Elite PR) by Clare James