La Maldición de Chalion (51 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Aventuras, #Fantástico

BOOK: La Maldición de Chalion
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—Haré todo lo posible, pero no soy ningún abogado, Iselle.

La rósea se encogió de hombros.

—Si tenemos éxito, dispondré de espadas con que respaldar mis palabras. Si no, no habrá halagos legales que las sostengan. Que sean claras y concisas. Adelante…

Unos afanados tres cuartos de hora de labios mordisqueados en actitud concentrada dieron como resultado un borrador preciso, que Iselle firmó con una floritura y selló con su anillo. Betriz, en el ínterin, había terminado el inventario del montoncito de monedas y joyas.

—¿Ése es todo el dinero de que disponemos? —preguntó Iselle.

—Sí, por desgracia —suspiró Betriz.

—Bueno, pues Cazaril tendrá que empeñar las joyas cuando llegue a Valenda, o en cualquier otro lugar seguro. —Iselle envolvió sus riquezas en el pañuelo de seda y lo empujó para que resbalara por la mesa en dirección a Cazaril—. Vuestra bolsa, mi lord. Quiera la Hija que baste para llevaros y traeros de vuelta.

—Bastará de sobra, si no me engañan.

—Recordad que es para gastarlo, no para ahorrarlo. Debéis dar una buena imagen en Ibra como mi representante. Vestíos. Y el róseo Bergon tendrá que viajar como corresponde a su rango y el mío, sin avergonzar a Chalion.

—Eso será complicado. Sin el ejército, quiero decir. Pensaré en ello. Hay muchas cosas que dependerán de, en fin, un gran número de imprevistos. Lo que me recuerda… Debemos procurarnos un medio de comunicación fiable. Sin duda de Jironal o sus espías se esforzarán por interceptar todas las cartas que recibáis.

—Ah.

—Conozco un código muy sencillo y al mismo tiempo casi imposible de descifrar. Consiste en disponer de dos copias de la misma edición de algún libro. Yo me llevaré uno, vos os quedaréis con el otro. Una secuencia de tres números localiza la palabra, número de página, número de línea y número de columna, con lo que el receptor sólo tiene que realizar la operación a la inversa para encontrar la palabra de nuevo. No utilicéis siempre la misma combinación de números para las mismas palabras, intentad encontrarlas en otra página, si es posible. Existen códigos mejores, pero no tengo tiempo de enseñároslos. Yo, ah… el caso es que no tengo dos ejemplares del mismo libro.

—Encontraré los dos libros antes de que os marchéis mañana —sentenció decididamente Betriz.

—Gracias. —Cazaril se frotó la frente. Era una locura emprender el viaje, enfermo y puede que sangrando, a través de las montañas en pleno invierno. Se caería del caballo y moriría congelado en la nieve, y tanto su caballo como sus cartas de autorización y él mismo servirían de alimento a los lobos—. Iselle. Mi corazón está a vuestra disposición. Pero mi cuerpo es territorio ocupado, casi devastado. Temo flaquear durante el viaje. Mi amigo el marzo de Palliar es un buen jinete y fuerte con la espada. ¿No podría ofrecerle a él ser vuestro enviado?

Iselle arrugó el entrecejo, meditabunda.

—El duelo con el Zorro por la mano de Bergon será de ingenio, no de acero. Será mejor enviar el ingenio a Ibra y conservar el acero en Chalion.

Tentadora idea, no dejar a Iselle y Betriz desamparadas después de todo, sino con un fuerte amigo al que recurrir… un amigo con amigos, sí.

—En cualquier caso, ¿puedo llevarlo mañana a nuestro consejo?

Iselle miró a Betriz de soslayo; Cazaril no vio ningún intercambio claro de señales entre ambas, pero la rósea asintió decididamente.

—Sí. Traedlo ante mí cuanto antes.

La rósea se acercó otra hoja de papel y cogió una pluma nueva.

—Ahora voy a escribir una carta personal al róseo Bergon, que habréis de entregarle sellada y sin abrir. Después —suspiró—, la carta a mi madre. Creo que con éstas no podéis ayudarme. Dormid un poco, ahora que todavía podéis.

Cazaril se levantó e hizo una reverencia.

Cuando llegaba a la puerta, Iselle añadió dulcemente:

—Me alegra que seas tú el que trasmita la noticia a mi madre, Cazaril, y no un mensajero cualquiera de la cancillería. Aunque sé que será difícil. —Inhaló hondo y se encorvó sobre el papel. La luz de las velas imponía a su cabello ambarino una aureola refulgente que enmarcaba su semblante abstraído. Cazaril la dejó inmersa en aquel charco de luz y se adentró en las tinieblas del frío pasillo.

Cazaril se despertó al alba debido a un insistente golpeteo en la puerta de su habitación. Cuando salió de la cama y fue a abrir no se encontró al paje con alguna orden que esperaba, sino a Palli.

Éste, tan acicalado habitualmente, parecía que se hubiera vestido a oscuras, por su aspecto; tenía el pelo apelmazado por el sueño y encrespado en todas direcciones. Tenía los ojos muy abiertos y oscuros. Los bostezantes hermanos de Gura, somnolientos pero joviales, sonrieron a Cazaril desde su puesto en el pasillo mientras Palli entraba en la habitación. Cazaril entregó la vela de su mesilla al más alto de ellos, Ferda, para que la encendiera en la antorcha de la pared; éste se la pasó a su señor y comandante Palli, que la aceptó con manos un tanto temblorosas. Palli no habló hasta que la puerta se hubo cerrado tras Cazaril y él.

—¡Demonios del Bastardo, Caz! ¿Qué está ocurriendo?

—¿Con qué? —preguntó Cazaril, algo aturdido.

Palli encendió otro puñado de velas en el lavabo de Cazaril y se giró en redondo.

—Que rezara pidiendo guía, dijiste. Mientras dormía, si no te importa. Anoche me han asesinado cinco veces en mis sueños. Quería que lo supieras. Mientras cabalgaba hacia alguna parte. Cada vez más horrible que la anterior. En la última pesadilla, mis caballos me devoraban. ¡No pienso acercarme a ningún caballo, mula ni burro por lo menos en una semana!

—Oh. —Cazaril parpadeó, asimilando la información. Parecía evidente—. En ese caso, no quiero que cabalgues a ninguna parte.

—Menudo alivio.

—Iré yo solo.

—¿Ir adónde? ¿Con este tiempo? Está nevando, por si no lo sabías.

—Ah, lo que faltaba. ¿Todavía no te has enterado? El róseo Teidez falleció ayer hacia la medianoche, a causa de una herida infectada.

Palli se serenó de inmediato; sus labios dibujaron una "O" silenciosa.

—Eso cambia las cosas en Chalion.

—Desde luego. Deja que me vista y luego sube conmigo. —Apresuradamente, Cazaril se salpicó el rostro con agua fría y se puso la ropa del día anterior.

En las cámaras de la planta de arriba, Cazaril encontró a Betriz ataviada aún con el negro y el lavanda de luto cortesano de la noche previa. Era evidente que no se había acostado todavía. Cazaril dejó a los hermanos de Gura discretamente apartados del pasillo y los encerró en su despacho. Palli y él entraron en la sala de estar.

La mano de Betriz descansaba sobre un paquete sellado encima de una mesa pequeña.

—Todas las cartas están listas para salir rumbo a —miró a Palli de soslayo y vaciló—, Valenda.

—¿Iselle está dormida? —preguntó Cazaril, en voz baja.

—Sólo descansa. Querrá veros. A los dos. —Betriz desapareció un momento en los dormitorios, de los que flotó un tenue murmullo, antes de regresar con un par de libros debajo del brazo—. Me he colado en la biblioteca del roya y he encontrado dos volúmenes idénticos. No había muchos duplicados exactos. Se me ocurrió coger los más grandes, para tener más palabras que elegir.

—Bien. —Cazaril cogió uno de los libros. Lo miró, y contuvo una risa sombría.
Ordol
, anunciaban las letras doradas del lomo.
Las cinco sendas
—. Perfecto. Tengo que poner mis conocimientos de teología al día. —Lo dejó junto al fajo de cartas.

Iselle salió envuelta en una pesada bata de terciopelo azul de la que sobresalía el encaje blanco de su camisón. Su melena de ámbar se derramaba sobre sus hombros. Tenía el rostro pálido e hinchado a causa de la falta de sueño, igual que Betriz. Asintió en dirección a Cazaril y Palli.

—Mi lord de Palliar. Gracias por acudir en mi ayuda.

—Yo, eh… —Palli lanzó una desesperada mirada de reojo a Cazaril.
¿Dónde me estoy metiendo?

—¿Va a montar él en tu lugar? —preguntó Betriz a Cazaril, ansiosa—. No deberíais intentarlo, sabéis que no deberíais.

—Ah… no. Palli, voy a pedirte que jures servir y proteger a la rósea Iselle, personalmente, en el nombre de los dioses, y sobre todo en el de la Dama de la Primavera. En esto no hay traición alguna; es la legítima heredera de Chalion. Por consiguiente, tendrás el honor de ser el primero de sus súbditos en hacerlo.

—Yo, yo, yo… Puedo juraros lealtad además de la que ya he jurado a vuestro hermano Orico, mi dama. No puedo jurárosla a vos en vez de a él.

—No os pido que antepongáis vuestra lealtad hacia mí a la que profesáis a Orico. Sólo os pido que la antepongáis a la que profesáis al canciller de Orico.

—Bien, eso sí puedo hacerlo —dijo Palli, más animado—. Y gustoso. —Besó la frente de Iselle, sus manos y sus zapatillas, y, arrodillado todavía ante sus faldas, pronunció los juramentos de un lord de Chalion, con Betriz y Cazaril de testigos. Añadió, aún de rodillas—: ¿Qué pensaríais, rósea, de lord de Yarrin como próximo santo general de la Orden de la Hija?

—Creo… aún no me corresponde otorgar tan grandes preferencias. Pero sin duda me parecería más aceptable que cualquier candidato propuesto por el clan de Jironal.

Palli asintió lentamente en aprobación de sus bien medidas palabras y se puso de pie.

—Se lo haré saber.

—Iselle va a necesitar todo el apoyo práctico que puedas proporcionarle, mientras duren los funerales de Teidez —dijo Cazaril a Palli—. Va a ser enterrado en Valenda. ¿Podría sugerir que elija a tu tropa de Palliar para formar parte del cortejo del róseo? Eso os dará una buena excusa para conferenciar a menudo, y garantizará que estés junto a ella cuando salga de Cardegoss.

—Oh, bien pensado —aprobó Iselle.

Cazaril no se sentía especialmente ingenioso, sino más bien como si su mente se arrastrara detrás de la de Iselle con las botas cargadas de diez kilos de barro. La autoridad de que había sido investida la noche anterior parecía haber desencadenado una energía agazapada en su interior; ardía con esa energía dentro de su vaina de oscuridad. Le daba miedo cerrar los ojos y ver aún ese fulgor.

—Pero ¿vas a cabalgar solo, Cazaril? —preguntó Betriz, descontenta—. Eso no me hace gracia.

Iselle frunció los labios.

—Por lo menos hasta Valenda, creo que es necesario. No hay nadie en Cardegoss en quien confíe para enviarlo con él. —Estudió a Cazaril, cavilosa—. En Valenda, quizá mi abuela pueda proporcionarte hombres. A decir verdad, no deberías llegar solo y desatendido a la corte del Zorro. No quiero darle la impresión de que estamos desesperados. —No sin amargura, añadió—: Aunque lo estemos.

Betriz jugueteó con sus terciopelos negros.

—Pero ¿y si caes enfermo en la carretera? Imagínate que el tumor empeora. ¿Quién incineraría tu cuerpo si murieras?

Palli giró la cabeza en redondo.

—¿Tumor? ¡Cazaril! ¿De qué está hablando?


Cazaril
, ¿no se lo habías contado? ¡Pensaba que era tu amigo! —Betriz se volvió hacia Palli—. Pretende saltar a lomos de un caballo y cabalgar, ¡cabalgar!, hasta Ibra con un enorme tumor maligno y sobrenatural en la tripa, sin nadie que lo asista por el camino. Eso no me parece valeroso, me parece
estúpido
. A Ibra tiene que ir, a falta de otra persona que esté a la altura de la misión, ¡pero no así, solo!

Palli apoyó la espalda, con el pulgar en los labios, y estudió a Cazaril con los ojos entornados. Al cabo, dijo:

—Ya me parecía a mí que tenías mal aspecto.

—Sí, bueno, no se puede hacer nada al respecto.

—Um… y cómo… O sea, um, vas…

—¿Que si me voy a morir? Sí. ¿Cuándo? Nadie lo sabe. Lo que, como me hizo ver el docto Umegat, no distingue en nada mi vida de la tuya. En fin, ¿quién quiere morir en la cama?

—Tú, o eso decías. De avanzada edad, en la cama, con la esposa de alguien.

—Con la mía, puestos a elegir. —Cazaril suspiró—. Ah, vaya. —Consiguió no mirar a Betriz—. Mi muerte es asunto de los dioses. Por mi parte, saldré en cuanto haya un caballo ensillado. —Se puso de pie con un gruñido y recogió el libro y el paquete.

Palli miró de reojo a Betriz, que tenía las manos firmemente enlazadas y lo miraba desconsolada. Masculló una blasfemia entre dientes, se puso de pie y se acercó abruptamente a la puerta de la antecámara, que abrió de golpe. Foix de Gura, con la oreja pegada al otro lado, se enderezó haciendo aspavientos, parpadeó y sonrió a su comandante. Su hermano Ferda, apoyado en la pared del fondo, soltó un bufido.

—Hola, muchachos —dijo suavemente Palli—. Tengo un trabajito para vosotros.

Cazaril, con Palli pisándole los talones, cruzó las puertas del Zangre abrigado con ropas de invierno, la alforja colgada del hombro y llena con una muda limpia, una pequeña fortuna, un manual de teología y una discutible traición.

Encontró a los hermanos de Gura ya en el patio del establo, esperándolo. Enviados raudos de regreso al Palacio de Yarrin por las urgentes órdenes de Palli, también ellos habían cambiado su atuendo cortesano azul y blanco por ropas más adecuadas para montar a caballo, con botas altas y desgastadas por el uso.

Betriz estaba con ellos, embozada en una capa de lana blanca. Todos tenían las cabezas muy juntas y Betriz gesticulaba enfáticamente. Foix alzó la vista ante la llegada de Cazaril; su amplio rostro exhibía una expresión sobria e intimidada. Hizo un gesto, dijo algo; Betriz miró por encima del hombro y la conversación se interrumpió de inmediato. Los hermanos se dieron la vuelta y dedicaron sendas reverencias a Cazaril. Betriz lo observaba fijamente, como si su cara fuera una lección que él le hubiera pedido que se aprendiera de memoria.

—¡Ferda! —llamó Palli. El caballerizo se puso firme ante él. Palli sacó dos cartas de su capa chaleco, una sellada, la otra simplemente doblada—. Esto —entregó el pliego a Ferda—, es una carta de mi parte, como dedicado de la Orden de la Hija, en la que os autorizo a solicitar toda la ayuda que podáis necesitar de nuestras capillas hermanas mientras dure vuestro viaje. Los costes habrán de serme remitidos a Palliar. Esta otra —tendió la carta lacrada—, no la abráis hasta llegar a Valenda.

Ferda asintió y guardó ambas misivas. La segunda carta de autorización ponía a los hermanos de Gura a las órdenes de Cazaril en nombre de la Hija, sin dar más detalles. Su viaje a Ibra les iba a suponer una interesante sorpresa.

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