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Authors: David Cooper

Tags: #Capitalismo, Familia, Revolución, Siquiatría

La muerte de la familia (16 page)

BOOK: La muerte de la familia
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La tradición de tocarse y apretarse, desarrollada muy recientemente, la nueva tradición de abrazar y besar a todos en cada encuentro, no sólo en las ocasiones socialmente señaladas, me parece que tiene cosas buenas pero también encierra una maniobra esencialmente desexualizante, antierótica. Pone cierto calor, pero con disimulo se ponen las placas de la nevera para atenuarlo y limitar su alcance. Si se quiere pasar a la realidad transexual del orgasmo, que retiene dialécticamente a la sexualidad en el nuevo y presente nivel de síntesis, hay que estar siempre dispuesto a nuevos movimientos.

Una invención que es un avance es la «terapia de cama», estrictamente exterior al reino cerrado de la profesión, por supuesto, en la cual dos personas que están cogidas en un retraimiento unilateral al principio y bilateral después, son tomadas por una tercera persona lo suficientemente disciplinada para no interponerse en su relación y generar en cambio, merced al agarradero que él o ella tienen en aquéllos, con el intenso afecto que siente por ambos, su propio agarradero, que se dé en cada una de las personas hacia la otra, dejándolas luego para que desarrollen una renovada fornicación eliminadora del agarradero que han conseguido. Una de estas personas puede después hacer lo mismo por él o por ella.

Hacer el amor de manera múltiple puede venir más tarde, en el sistema de necesidades sexuales de algunas personas, a través de una mayor adquisición de disciplina que de nuevo refuerce la relación central bipersonal que la mayor parte de nosotros parece necesitar en este momento histórico.

Todo esto está muy bien para los sofisticados intelectuales de clase media del primer mundo que incluso, y a menos que sean carismáticamente guiados, tendrán sus «dificultades», pero las menos sofisticadas relaciones hombre-mujer de las clases media y obrera (las clases altas están rotunda y definitivamente dedicadas a la no-sexualidad) necesitan una actividad revolucionaria más profundamente operativa en la sociedad global. Deberán entrar en escena con huelgas, bombas y ametralladoras, guiadas por la compasión, pero a la vez de una cierta realidad totalmente objetiva, viendo y sintiendo a los agentes de la sociedad burguesa, con quienes podremos ser compasivos sólo en un segundo movimiento.

El trabajo institucionalizado, la adhesión a las drogas desintegradoras, los hábitos alcohólicos, después de todo el análisis personal, recaen en cierta especie de esfuerzo sutilmente adoctrinado para contener una dicha extática que podría no «casar» con las bombas sino unirse a ellas en una unión libre y plena. Todo lo que debemos hacer con la estructura del primer mundo, la estructura que destruye al tercer mundo y tiene una paranoide y sospechosa unión ilícita con el segundo mundo, es detenerlo. Debemos paralizar el funcionamiento de cada familia, escuela, universidad, fábrica, empresa de negocios, canal de televisión, segmento de industria fílmica y entonces, una vez detenidos, inventar estructuras móviles y no jerárquicas que distribuyan las posesiones acumuladas por todo el mundo. Esas estructuras podrían llegar a ser rígidas debido a nuestra temerosa actitud frente a nuestra libertad; pero si observamos los principios de la revolución continua —la demolición de las estructuras sociales que después de un lapso de tiempo inventan su propia muerte involuntariamente y comienzan a simular cierta vida— encontraremos un camino no sólo para sobrevivir sino para no volver a incurrir en el patrón de normalidad de mundo, que es el único sentido de «regresión» que debemos reconocer en este estadio de la historia. Quizá las únicas relaciones «verdaderas» sean las que forman el eco de la separación entre llantos de la madre y el hijo. A partir de ahí dos personas se reúnen. A partir de ahí, la revolución. A veces nos estrechamos en una verdadera simbiosis si hay siete mil millas entre una y otra persona. Y si luego sabemos comprender que en las profundidades de nosotros mismos estamos dentro de ella, en realidad estamos ya fuera y lloramos con nuestro propio llanto en nuestro propio desierto no compartido. Buenos y amables amigos tratarán de ayudarnos, pero ése será su llanto en su desierto. Pues bien, esa clase de desierto nunca será propiedad de nadie. Uno atraviesa la topografía interna del sí mismo que, como ya hemos visto, es una abstracción, llevando a una nada que está más allá sólo en la medida en que era anterior a ese sí mismo del que estamos hablando casi humorísticamente.

La principal realidad que puedo percibir en lo que la gente considera como un orgasmo es en términos de una entrada no posesiva en el orgasmo del otro. Aquello en lo que uno se convierte es lo que es.

Las dos o tres mil personas con las cuales he hablado durante la última década me parece que no tenían una articulación de la experiencia que se aproximara a lo que yo considero como una experiencia orgásmica. El orgasmo es la experiencia total de la transexualidad. El jodedor es jodido durante la jodienda. Uno se convierte no sólo en ambos sexos sino en todas las edades haciendo el amor. Nos convertimos en un niño bendito y en un sabio anciano bisexual. Pero, por encima de todo, lo que hacemos es lanzar hacia afuera, en una evacuación masiva, totalmente, a la constelación familiar internalizada. Hacer el amor se convierte así en la trascendencia del no joder de nuestros padres y el no-amor de nuestras familias.

En el contexto del primer mundo pienso que necesitamos simultáneamente una Revolución del Amor que reinvente nuestra sexualidad, una Revolución de la Locura que nos reinvente a nosotros mismos, y luego una Revolución en términos de una parálisis más directa de las operaciones del «Estado». En el primer mundo nuestro deber revolucionario es muy simple. Todo lo que tenemos que hacer, como ya he dicho, es detenerlo y entregarnos al placer, volviendo a tener con nosotros un placer del que habíamos renegado.

Pienso que tenemos que crear, en términos del sistema de necesidades primarias, debemos crear las condiciones para unas relaciones sexuales no competitivas. Todas las vergas y todos los coños se parecen bastante, menos en las minucias de la experiencia, que son también muy importantes. Pero el «viaje del ego» de comparar experiencias sexuales no tiene importancia en este tiempo. Todo lo que debemos hacer es experimentar tan plenamente como nos sea posible un amor extático en total separación.

Muerte y Revolución
Ropas Negras

¿Por qué de ropas enlutadas estoy vestido?

Luto es por las familias que tuve

por la locura que jamás tuve

pero que ahora me permito

por el amor que se ha perdido en el mundo

por los destinos de mis padres

por el amor completo que tuve

y destruí.

Sobre todo mi luto

es por mi propia muerte

por esta muerte que vivo tenazmente.

Y de luto estoy vestido porque ha muerto el amor en el mundo.

Y porque no distinguen entre amor y muerte estoy de duelo porque no distinguen pero también porque distinguen demasiado

mi duelo es porque no soy capaz de atravesar todas las diferenciaciones en el mundo y así del cosmos hacer una sola actividad de duelo estoy por la aparente distancia de estrellas y de galaxias porque no puedo

[encontrarlas

unidas todas en un lugar que es mi corazón que es el corazón del mundo.

Estoy de luto porque los años de luz que hay entre nosotros y Andrómeda son un mito que la gente cree. Porque Andrómeda está en nosotros

[y nosotros en ella. De luto estoy porque no hay violencia verdadera que nos libere asesinando a la muerte, una violencia que amorosamente

[ponga una bomba

en el corazón de la muerte.

Pero sobre todo estoy de luto por mi propia muerte

Pero quizá también sea mentira

Quizá esté sólo de luto

Quizá sólo esté

Quizá pudiera ser un ser que puede ser

Pero tal vez es sólo que estoy de luto.

Addendum: Existe un placer secreto en el luto que reside en la casi platónica pureza de la Idea «sólo estar de luto», que en la jerarquización de las ideas se clasifica cerca del amor.

Pienso que si queremos comprender el luto tenemos que sumergimos en los reinos de la experiencia no sólo prenatales sino también de antes de nuestra concepción. También debemos considerar la experiencia de después de la muerte en la medida en que podemos entrar en ella durante nuestra vida.

Existe un luto particularizado que conocemos en gran medida gracias a los trabajos de Karl Abraham y Melanie Klein. Implica recoger en nuestros padres que hemos destruido en la fantasía mediante nuestros sádicos ataques a ellos, con la consiguiente labor de reparación. Más allá de esta forma de luto que está muy dentro de nuestras vidas, hay un luto que rebasa el lapso vital.

Pienso que la Geworfenheit de Heidegger es fenomenológicamente verdadera, como experiencia de «ser arrojados al mundo» por nadie y sin razón alguna; pero no es una verdad completa y de ninguna manera una sagrada verdad.

Yo extendería la noción de responsabilidad personal a las condiciones que preceden a nuestra concepción y a las condiciones que surgen después de nuestra muerte. El luto, pues, puede abarcar la totalidad de nuestra vida circunscrita por la experiencia responsable, la experiencia por la que debemos responder, antes y después de la vida que visiblemente vivimos. Quizás exista en realidad un puro vivir enlutado que no sea inteligible en términos de un análisis reductivo —es decir, del análisis que lleva a experiencias tempranas, posteriores al nacimiento para elaborar un modelo que sea utilizable—. Yo hablo de un luto que va tiñendo de negro la totalidad de nuestra vida —sabemos por la ciencia natural que el negro es realmente todos los colores y que todos los colores del mundo emergen de esa negrura— con la negrura del luto por nuestra experiencia personal entera.

Las experiencias de la preconcepción se rememoran de manera constante. Nos convertimos en simios primitivos, dinosaurios, en las primitivas formas ameboideas y luego en formas inorgánicas. Esto no es imaginación sino verdadera rememoración de nuestro pasado en el presente. Lo hacemos sin verlo ni recordarlo. Simplemente está allí, como las regiones originarias de las que procedemos. Por un acto posterior de rememoración podemos remontar un poco más el origen del cosmos (que es nosotros mismos). No es necesario que el LSD nos lleve, porque con sólo saberlo estamos allí. Una importante función de la terapia estriba en la iluminación de esas presencias arcaicas. Por ejemplo, algunos movimientos que hacemos pueden distinguirse claramente como propios de simios, reptiles o peces. En determinado momento podemos ser más verdaderamente un mono que un hombre. Esto, sin embargo, está tan apartado de nuestra conciencia cotidiana que tenemos que conseguir una nueva manera de percibirlo mediante la disciplina terapéutica, porque es precisamente desde la región de ese complejo arcaico de presencias desde donde empezamos a ver la totalidad de nuestra vida. Pero para alcanzar realmente la totalidad de autovisión —que, por supuesto, no debe substancializar nuestros sí mismos pero que nos permite una visión más verdadera a través de ellos— es necesario situarse en la perspectiva del «otro fin», del fin de después de la muerte.

Dejaré entre paréntesis toda posible experiencia posterior a la muerte biológica de nuestros cuerpos y les dejaré reflexionar sobre el Libro de los Muertos tibetano, el Libro de los Muertos egipcio, el
De arte moriendi
y otros escritos medievales sobre el arte de morir.

Voy a examinar las experiencias post mortem que ocurren durante el lapso de vida biológica. Se dan en las llamadas psicosis, en la experiencia llamada mística, en los sueños y en ciertos estados provocados por las drogas. También se dan, raramente, en ciertos estados de vigilia donde la persona no participa en ninguno de los cuatro tipos de experiencia que he mencionado, utilizando un odioso lenguaje de categorías.

En ciertas formas de experiencia «psicótica» se da, en la culminación de la experiencia, una pura anoia en la cual lo «exterior» llega a ser continuo consigo mismo a través de lo «interior», y se pierde todo sentido del sí mismo. No me detendré en este tema, que ha sido exhaustivamente tratado, especialmente en la obra de R. D. Laing.

En lo que se refiere a los sueños relacionados con experiencias después de la muerte, debemos considerar que habitualmente los sueños terminan, o su contenido es suprimido, antes del momento de la muerte de uno. Por otro lado también podemos tener sueños que prolongan la experiencia posterior a la muerte dentro del sueño, pero muy pocas gentes los tienen. Un hombre, un médico que conocí, soñó que estaba enseñando anatomía de la cabeza a un grupo de estudiantes de medicina. En el sueño él cortaba la cabeza y la ponía sobre el suelo, partiéndola en dos, mientras los mocos salían por la nariz. Luego iba mostrando en detalle la configuración del cerebro (su mente) con fascinación y con la sensación de entenderlo totalmente. Finalmente, con toda tranquilidad le pegaba un puntapié a la cabeza, haciéndola a un lado, e internándose más aún en la muerte contemplaba la totalidad de su vida que había cumplido y que dejaba atrás.

En otro sueño, el soñador, que era también un doctor, «practicaba» una autopsia en un cadáver que era el suyo, envejecido por lo menos en treinta años. Lo que hacía en el sueño era destripar el cadáver trozo a trozo y disecaba cuidadosamente cada órgano y luego recomponía las partes disecadas en sus manos y las depositaba de nuevo en el espacio intraabdominal vacío, cosiendo después toscamente la amplia incisión autópsica que iba desde la garganta hasta el pubis. Y luego una joven y hermosa enfermera entraba y tocaba el reconstruido cadáver con tal cuidado que el cadáver se incorporaba, revitalizado y presto a ir hacia otra escena póstuma con una sencilla gratitud y lanzando una mirada efímera pero retrospectiva a su vida total.

Sueños como éste se parecen mucho a las experiencias que los chamanes tienen en estado de vigilia, con la desmembración de sus cuerpos seguida por la ascensión a la región de los espíritus y luego el descenso a un cuerpo reconstituido en presencia de la tribu. Todos éstos son modos de muerte real dentro de la vida biológica, y desde las posiciones de muerte se revisa la totalidad de la propia vida.

Después de los sueños, las drogas. Un hombre, durante un «viaje» con LSD, pasó por una completa experiencia de crucifixión. En cierto punto cayó atravesado sobre una silla, con los brazos abiertos, para convertirse en la cruz en la que (como todos nosotros) estaba clavado. Su cara se volvió azul, luego negra, y no se podía saber si su corazón seguía latiendo. Sostenido por los brazos de su acompañante fue reviviendo gradualmente. En la experiencia de la muerte tuvo una plena visión de la totalidad de la vida: el futuro era tan estéril como el pasado.

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