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Authors: Elisabeth Kübler-Ross
Morir es trasladarse a una casa más bella, «se trata sencillamente de abandonar el cuerpo físico como la mariposa abandona su capullo de seda». Estas palabras de gozo son las que pronuncia cada día la doctora Elisabeth Kübler-Ross junto a la cabecera de sus enfermos. Doctor
honoris causa
de varias universidades, es reconocida mundialmente como una autoridad en materia de tanatología. Las experiencias científicas de la doctora Kübler-Ross permiten confirmar la existencia de una vida después de la muerte. Sólo se trata del pasaje a un nuevo estado de conciencia en el que se continúa existiendo, comprendiendo, y en el que el espíritu tiene la posibilidad de proseguir su crecimiento. Ella ha comprendido que los seres que están en el umbral de la muerte no «alucinan» cuando ven a personas que ya murieron venir a buscarlos. Este libro nos demuestra que la muerte es un renacimiento, un nuevo amanecer.
Elisabeth Kübler-Ross
La muerte, un amanecer
ePUB v1.1
victordg16.05.12
Título original:
Uber den tod und das líbcndarach
Elisabeth Kübler-Ross, 1987.
Traducción: Paz Jauregui
Diseño/retoque portada: victordg
Editor original: victordg (v1.0 a v1.1)
Corrección de erratas: victordg
ePub base v2.0
Durante la visita que realizó Elisabeth Kübler-Ross a nuestro país el pasado mes de abril de 1989, contrajimos con ella el compromiso de emprender esta edición.
Existe ya editada en castellano la primera de las obras, escrita hace dieciocho años:
La muerte y los moribundos
. Nuestro trabajo consistirá en acercar al público las obras posteriores de modo que, poco a poco, todas ellas puedan leerse en castellano.
Prepararse para aceptar un hecho irreversible como es la muerte es un trabajo arduo y difícil, sin embargo, las personas que han entrado en contacto con las enseñanzas de E. Kübler-Ross, se dan cuenta de que esto es posible. Día a día, los esfuerzos que la medicina hace por salvar a la humanidad son boicoteados por los cada vez más abundantes y graves accidentes de tráfico. En ellos pierden la vida gentes que no estaban preparadas para ello, jóvenes cuya misión en esta vida queda así truncada; y quedan padres que deberán vivir con este dolor durante el resto de su vida.
En este libro podemos conocer la experiencia personal que indujo a la autora a permanecer junto a los enfermos terminales para que pudieran preparar el momento de la muerte de manera digna. No debemos olvidar que trabajaba en Estados Unidos y en una época en la que la rigidez de los horarios y la inmensidad de las ciudades hacían que estos enfermos permanecieran solos durante muchas horas. Con su compañía, Elisabeth Kübler-Ross, pudo comprender los momentos de soledad y agobio que preceden a toda muerte. Las circunstancias de nuestro país no son exactamente las mismas pero, el ser humano sí es el mismo y dichas experiencias pueden ayudarnos a preparar tanto a los nuestros como a nosotros mismos.
Cuando una médico con 28 títulos
honoris causa
en su haber y más de veinte años de experiencia, acompañando en el momento de la muerte a miles de personas en todo el mundo, comparte con nosotros sus vivencias místicas —«experiencias que me han ayudado, a saber, más que a creer, que todo lo que está más allá de nuestra comprensión científica son verdades y realidades abiertas a cada uno de nosotros»— debemos leerla atentamente y con humildad. Pero debemos, ante todo, congratularnos. Nunca antes la humanidad había tenido ocasión de saber de la muerte y de la vida después de la muerte, de la manera en que hoy, gracias a Elisabeth Kübler-Ross, nos es posible. Hasta hace muy poco los conocimientos, que la doctora Ross pone al alcance de todos los que quieran escucharla, eran un saber «oculto» accesible sólo a través de la fe a los creyentes o a los estudiosos de los textos sagrados tibetanos o la más compleja literatura esotérica occidental.
El amor y la dedicación de esta mujer excepcional permite que hoy muchos médicos, enfermeras y personas en el mundo estén científicamente preparadas para entender, acompañar y ayudar realmente a cualquier ser humano en los difíciles momentos que anteceden su muerte así como para comprender y consolar efectivamente a las personas que sufren la pérdida de seres queridos. Evidentemente, en ese
científicamente
está involucrado lo mejor del espíritu humano: su capacidad de amar. Con una actitud rigurosa y valiente Kübler-Ross ha investigado en el dolor y la conclusión a sus muchos años de desvelos al lado de sus pacientes podría resumirse así:
Busqué a mi alma — a mi alma no la pude ver.
Busqué a mi Dios — mi Dios me eludió.
Busqué a mi hermano y encontré a los tres.
Con todo, una breve advertencia. Las tres conferencias que componen este libro constituyen un material único dentro de la obra de Kübler-Ross; se leen y entienden muy fácilmente pero probablemente, para muchos, resultarán enormemente difíciles de digerir. Cuanto más aferrado esté nuestro pequeño ego a sus propios miedos y razonamientos, más difícil nos será abrirnos a lo que Elisabeth expone y aceptarlo, al menos, como posible. La doctora Ross no ignora esa dificultad; conoce bien la violencia de la que son capaces los que seguros de todo, no soportan, sin embargo, otra opinión. «[Tuve] que pasar literalmente por miles de muertes —dice—, puesto que la sociedad en la que vivo intentaría aniquilarme.» Antes de negar o rechazar lo que aquí se nos dice, recordemos que todos, en algún momento, tendremos ocasión de verificarlo.
Sea cual fuere nuestra reacción intelectual, lo cierto es que este libro, como toda la obra de Elisabeth Kübler-Ross, es un testimonio del amor incondicional que ella pregona. Un amor que se atreve más allá de lo razonable y conveniente, un amor que trasciende los límites de la propia muerte y, en aras de la Verdadera Vida, se desborda... Ojalá que entre aquellos a los que alcance, esté el lector.
Magda Catalá
Cuernavaca, 1989.
La doctora Elisabeth Kübler-Ross, originaria de Suiza, trabaja en su especialidad y ejerce la docencia en distintos hospitales y universidades estadounidenses desde hace más de veinte años.
En Estados Unidos, su patria adoptiva, goza de una gran reputación en el campo de la tanatología, al punto de que sus libros se han convertido en obras de imprescindible consulta para médicos y enfermeras.
Admirada y respetada, no hay seguramente en el mundo una personalidad científica a quien se le hayan otorgado tantos títulos de doctor
honoris causa
.
Kübler-Ross ha permanecido cientos de horas junto al lecho de enfermos moribundos, cuyos comportamientos, anotados minuciosamente, fueron bosquejados por la autora en cinco fases.
Durante un largo tiempo, mientras anotó y publicó sus observaciones acerca de la forma de vida y de los sufrimientos de sus pacientes hasta el momento de la muerte clínica de éstos, recibió la aprobación de sus colegas. Esa actitud de apoyo, sin embargo, no persistió. Desde el momento en que la doctora Kübler-Ross, tanto en sus conferencias como en sus entrevistas, hizo pública la información que a través de su practica profesional cotidiana le aportaban a menudo los enfermos moribundos sobre sus experiencias extracorporales —es decir, sus experiencias del mas allá— y que ella, comparándolas con sus propias experiencias, no estaba dispuesta a rechazar, ni a tratarlas como si fuesen alucinaciones, desde ese momento, muchos de sus colegas establecieron una línea divisoria, e incluso llegaron a declarar que estaba trastornada.
La realidad es que no pudo admitirse que de golpe la doctora Kübler-Ross se inclinase hacia un campo de investigación considerado como no-serio, el de la indagación de la cuestión de la vida después de la muerte. De acuerdo con el pensamiento materialista, no podía existir vida después de la muerte, puesto que el hombre y su cuerpo, constituido por átomos y dotado de energía, son una unidad, una misma cosa, de tal modo que al morir el cuerpo, su alma, y por consiguiente la totalidad de su existencia, debe considerarse extinguida.
El hecho de que Elisabeth Kübler-Ross prosiguiese su investigación traspasando la línea nítida de demarcación de lo que se consideraba explorable, y que, a pesar de todas las manifestaciones de hostilidad recibidas, continuase relatando con coraje los resultados obtenidos en sus observaciones, a muchos les pareció una traición a su integridad científica.
En una entrevista de las tantas de que fue objeto, ella expresó lo siguiente: «En toda investigación científica es honesto, en mi opinión, aquel que lleva un registro de sus hallazgos y es capaz de explicar el procedimiento por medio del cual ha llegado a las conclusiones que defiende. Se debería desconfiar de mi conducta científica e inclusive degradarme, si yo publicase sólo con el ánimo de complacer a la opinión general. Puedo decir con toda claridad que mis propósitos no son los de convencer o convertir a la gente. Considero que mi trabajo consiste por excelencia en salvaguardar los resultados logrados en la investigación, entregándolos al conocimiento de los demás. Aquellos que estén preparados captarán lo que digo y me creerán. Y los que no lo estén, argumentarán con sutilezas del raciocinio y con pedantería».
Aun cuando la doctora Kübler-Ross, desde hace más de una década, se ha convertido en una celebridad en los Estados Unidos, sólo en los últimos años comienza a ser conocida en Europa.
En Francia intervino con eficiencia en el programa de televisión del señor B. Martirio, titulado «Voyage au bout de la vie» [Viaje al fin de la vida], y, a la vez, los telespectadores suizos pudieron verla con ocasión de un programa donde tuvo la oportunidad de presentar sus ideas junto al teólogo católico, profesor HansKüng.
Tanto en Francia, como en Suiza y Alemania, sus publicaciones son cada vez más destacadas.
Bajo el auspicio de dos programas del Südwestfunk, reveló sus convicciones basadas en sus propias investigaciones científicas con dos temas específicos sobre el proceso por ella estudiado: «La muerte es sólo un paso más hacia la forma de vida en otra frecuencia» y «El instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora, que se vive sin temor y sin angustia».
Seguramente los telespectadores nunca habían oído, proviniendo de un médico, afirmaciones tan positivas sobre la muerte. Y cuando a la doctora se le ha preguntado cuál es suposición sobre ella misma en relación a la muerte, qué le sugiere, y si le teme, ha confesado con total espontaneidad: «No, de ningún modo me atemoriza; diría que me produce alegría de antemano». Para ella el hecho de preocuparse de la muerte no significa una evasión ante la vida, sino todo lo contrario. La integración de la idea de la muerte en el pensamiento de los hombres les permite erigir sus vidas de acuerdo con propuestas más conscientes, más meditadas, alertándolos sobre el uso que hacen de ellas, no derrochando «demasiado tiempo en cosas sin importancia».
La muerte, que hasta el presente sólo infundía en el hombre moderno un pavoroso temor, de tal modo que se prefería ignorarla, rechazarla con pleno conocimiento, como la enemiga de la vida, va dejando de provocar espanto. Una mujer dedicada a la medicina, esta positiva criatura viviente, ha descubierto en el transcurso de sus investigaciones que no tenemos nada que temer de la muerte, pues la muerte no es el fin sino mas bien un «radiante comienzo».