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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

La nave fantasma (10 page)

BOOK: La nave fantasma
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—Sí, ya sé que ése es el cuento oficial —contestó Picard—. Cuando haya salvado la vida tantas veces como yo, también usted se ganará el derecho de tener alguien que lo proteja. Le agradeceré que me conceda el privilegio de cuidar de mí mismo de ahora en adelante. Retírese.

—Geordi, mire esto. Geordi, mire lo otro. Geordi, díganos de qué está hecho esto. Geordi, mire a través de las paredes como Superman. Claro, y yo miro. Lo único que soy es lo que puedo atravesar con la mirada.

—Tómeselo con calma —murmuró Beverly Crusher mientras ajustaba el diminuto filtro del compensador sensorial miniaturizado de baja potencia del visor—. Ya sabe que debería pedirle que hiciera esto a un ingeniero médico.

—No, gracias —refunfuñó el joven mientras parpadeaba con sus ojos de un gris inexpresivo y ciego dirigidos hacia ella e intentaba imaginar cómo era en realidad… de verdad.

—Y debería haber descansado después de lo sucedido en el puente —dijo ella con voz serena—. No puede exigirle a su cuerpo que se adapte a este sistema sensor hasta ese nivel sin dejarlo descansar. Por eso le duele tanto, Geordi. Se exige demasiado.

Él asintió con su cabeza en la dirección de ella.

—No me importa el dolor —aseguró—. No puedo abandonar mi puesto. Pero, de alguna manera, esperaba que me apreciaran más las personas de la
Enterprise
. Había dado por supuesto que cualquiera que consiguiera que lo destinasen a esta nave estaría más al día tecnológicamente que la tripulación media de una nave corriente, que se harían cargo… —Volvió a cerrar con fuerza los ojos a causa del palpitante dolor de cabeza, y se pasó las manos por ellos, a la espera de que la medicación le hiciera efecto—. Riker esperaba que yo se lo dijera, así de simple. No es tan fácil. Me resulta imposible mirar las cosas como ustedes. No puedo encontrar de forma instantánea las palabras para los impulsos que hacen funcionar a mi cerebro como el intérprete de una computadora. ¿Sabe que, a corta distancia, una computadora con sistema de lectura sensorial es incapaz de ponerse a mi altura? Pasaría las cosas por alto o las malinterpretaría, porque una máquina no entiende las cosas como yo.

—Eso se debe a que carece del sentido de la intuición para interpretar lo que ve —explicó Crusher—. Debería estar orgulloso de eso.

—Lo estoy —afirmó con convicción—. Pero yo ignoraba qué eran esas siluetas del puente tanto o más que cualquiera de los otros, incluido el señor Riker. Cuando la gente me mira, no me ve a mí. Sólo ven esa cosa. —Hizo un vago gesto con la mano en dirección a ella, abarcándolos tanto a Crusher como al aparato que sostenía.

—No lo entienden —dijo la doctora—, y no puede usted esperar que lo hagan. No van a entender cuánto esfuerzo requiere por su parte el hacer funcionar este visor.

—¡Lo sé! —exclamó él dándose una palmada de frustración en una rodilla—. Lo sé, pero a veces resulta difícil ser razonable, en especial cuando todo el mundo comienza con un Geordiquevés. No saben los esfuerzos que me ha costado aprender a interpretar toda la información que obtengo de cada centímetro cuadrado. No soy una máquina, ¿sabe, doctora? Mi mente no fue hecha para esto. No es como mirar una cosa y que aparezcan una docena de etiquetas pequeñas que digan de qué está hecha. Tuve que aprender qué significaba cada impulso, cada vibración, cada parpadeo, cada capa de materia espectral… la gente desconoce el esfuerzo que tengo que hacer para decir: «No sé qué es».

Crusher interrumpió los ajustes e hizo una pausa para mirarlo, conmovida de pronto por su coraje al reconocer su ignorancia. Dado que él estaba sin su prótesis, no vio cómo se le quedó contemplando. No veía… no podía ver nada. Y ella se alegró de que así fuera.

—No es fácil, ¿sabe? —continuó él—. Me llevó años de adaptación… de dolorosa adaptación… para conseguir que mi cerebro hiciera esto. Es como volver a aprenderlo todo. Un cerebro humano no está destinado a hacer lo que lleva a cabo el mío, y cada vez que tengo que decir «no lo sé» o «nunca he visto nada como esto», es como si se me clavara una flecha de acero. Significa que soy verdaderamente ciego.

—Oh, Geordi… —murmuró Crusher.

—A veces —dijo él—, paso por veinte o treinta análisis parciales, y cada uno requiere una parte de mí. Cuando no puedo decir qué estoy viendo, no es como en el caso de una persona vidente que mira una caja y no puede ver qué hay dentro. Es como contener la respiración y bucear más y más profundamente, por mucho que duela, y cuando uno no puede tocar fondo aún tiene que regresar a la superficie antes de que le estallen los pulmones… Oh, no puedo explicarlo; no puedo hacer que usted lo vea.

Tendió una mano ciega y sólo mediante el instinto encontró el visor que ella, de pie, cerca de él, sujetaba entre las manos; y, con el visor en su poder, LaForge bajó de la camilla y de alguna forma encontró la puerta. Al abrirse la puerta ante él, Geordi pasó por ella de manera impecable, guiándose por el sonido y el suave soplo de aire proveniente del corredor, como si quisiera demostrarle a la doctora que podía ser una persona completa sin la carga de su muleta de alta tecnología.

—Geordi —le llamó Crusher, pero lo hizo sin mucho ánimo porque no tenía palabras para ayudarle. Compuso una mueca de dolor cuando Riker apareció de la nada y Geordi chocó contra él. Habría sido una salida tan perfecta en caso contrario…

—Teniente… —comenzó Riker a saludar, y luego se quedó boquiabierto cuando LaForge le pasó por al lado como una bala sin ni siquiera un «lo siento, señor». Después de que Geordi hubo girado en un recodo del pasillo, Riker señaló con un pulgar en su dirección mientras entraba en la enfermería—. ¿Qué mosca le ha picado?

—Usted le ha picado. —Crusher se cruzó de brazos y suspiró.

—¿Yo? ¿Qué tengo que ver yo en esto?

—Resulta curioso que lo pregunte. —Ella lo cogió por un brazo y lo condujo al interior de la enfermería, luego lo instaló en el asiento más cercano y adoptó la actitud de quien va a comenzar una charla. Tras auparse y quedar incorporada sobre una mesa de examen, abordó el tema con una inveterada expresión de seriedad—. Está un poco molesto por el episodio del puente.

—Le ha hablado de eso… de acuerdo, lo reconozco —dijo Riker—. ¿Por qué le ha molestado?

Las adorables facciones de Beverly Crusher, que recordaban el canon de belleza del
art déco
, estaban afectadas por la situación.

—¿Está seguro de que quiere saberlo?

Frustrado, Riker abrió las manos ante sí.

—Me gustaría saber cuándo he comenzado a parecerle tan altivo a todo el mundo.

—No es para eso por lo que ha venido usted aquí abajo.

—No —admitió él—. Acudí porque sabía que LaForge estaba aquí, y quería un análisis de la composición física de esas imágenes. Supongo que él es el mejor para hacerlo.

—Creo que será mejor que se lo pida a Data.

—¿Por qué? De repente, me encuentro con que todo el mundo está funcionando a media potencia. ¿No es Geordi LaForge el experto en espectroscópica?

—Sólo por necesidad —le replicó Crusher—, no por elección.

Riker la miró, sólo eso. Luego sacudió la cabeza.

—Usted está enfadada conmigo. ¿Ha estado confabulando con el capitán?

De pronto, un nexo de unión se estableció entre ellos, y los labios de Crusher se curvaron en una sonrisa de comprensión.

—Oh… ya veo. No, no estoy enfadada con usted. Pero déjeme darle un consejo.

—¡Por favor!

—Escuche al teniente LaForge. Tan sólo escúchelo.

—Pero si yo lo escucho.

—No lo hace. Oye lo que tiene que decir, pero no aprecia lo que oye. Usted piensa que lo único que él hace es «ver».

Riker intentó interpretar lo que estaba diciéndole por el sistema de mirar los profundos ojos de ella y leerlos, pero tras unos segundos se sintió desconcertado.

—No sé qué quiere decirme —admitió.

Ella descansó las largas manos sobre su regazo.

—Por Dios, Will. ¿Cree usted que él simplemente se pone esa cosa y ve? De acuerdo, no es tan sencillo, se lo explicaré. Por supuesto, eso es lo que le parece a todo el mundo. Acabo de intentar explicárselo a él, pero desde su propia perspectiva. Bueno, pues Geordi LaForge es una de las únicas cuatro personas ciegas que se han adaptado con éxito a la prótesis óptica. Quiero decir, cuatro que han conseguido con éxito aprender a utilizarla. Cuatro en toda la Federación.

—Realmente… —murmuró Riker, absorto en la explicación de la doctora—. Continúe hablando.

Crusher respiró en profundidad mientras trataba de hallar las palabras para explicar algo que ella misma no había experimentado.

—Cuando él mira una manzana, tiene que interpretar entre veinte y doscientos impulsos sensoriales separados sólo para obtener forma, color y temperatura. Después de eso, ha de reajustar su percepción para obtener la composición, densidad y todo lo demás. Créame… mentalmente es vertiginoso. Eso es lo que le sucede a Geordi. Recibe unos mil quinientos impulsos sólo por el hecho de mirar una manzana. ¿Sabe que queda exhausto si no se quita el dispositivo varias veces al día?

—No… no lo sabía. Pero no se lo quita.

—Se niega a ceder a su discapacidad. Y a causa de su dedicación, se agota y sufre dolores considerables.

Riker se aferró al borde del asiento y estrujó el relleno. —¿Dolor? ¿Está diciéndome que esa cosa le hace daño? —Él nunca lo demuestra.

—No tenía ni idea de…

La doctora Crusher se deslizó de la mesilla.

—Ésa es la clase de tripulantes que tiene, señor Riker. Ahora ya lo sabe.

El primer oficial se hundió en el asiento, con sus azules ojos un poco entornados al intentar comprender algo que no podía visualizar en su cerebro. Pero entendía el dolor, su resistencia y la tenaz recurrencia del mismo. De pronto se dio cuenta del poco tiempo que él y aquellos subordinados tan singulares habían pasado juntos. Poseían talentos especiales, sí, pero también eran discapacitados especiales. Data, con su identidad mecánica; Yar, con su temperamento explosivo y su personalidad sobreprotectora; el estira y afloja constante entre él mismo y el capitán a causa de aquella indefinida división de autoridades en una nave estelar, que, por añadidura contaba con civiles como personal regular; Troi y lo que ella estaba pasando en todos los aspectos; y ahora esto con Geordi LaForge… ciego pero no ciego; un hombre que podía ver fenomenalmente o nada en absoluto, una realidad de extremos nada sencilla.

Era algo difícil. Aquel conjunto de cosas constituía un foco de tensión. Desde el primer día habían tenido problemas, problemas que los habían hecho dejar de lado esos importantísimos momentos en los que la gente llegaba a conocerse. Habían pasado por muchas cosas y, sin embargo, continuaban siendo extraños. ¿Qué sabía de verdad sobre Geordi? ¿Qué pensaba Geordi de otras cosas aparte de la vista y esa terminal de navegación que operaba? ¿Cuál era el pasatiempo favorito de Yar, aparte de alimentar y mimar su belicosidad? Sin duda una mujer como ésa, tan joven y vital, pensaría en cosas más divertidas. ¿Qué música le gustaba? ¿Le harían daño los zapatos a veces? Y no cabía duda de que en Wesley tenía que haber algo más que la típica invulnerabilidad de los dieciséis años. Y Worf, ¿se sentiría solo? ¿Tan solo como lo parecía Troi en ocasiones? ¿Qué lo retenía en la flota estelar cuando con toda facilidad podía regresar a su tribu klinzhai y ser aceptado por completo? No era una de las características klingon la de rechazar a alguien de su propia sangre, independientemente de las circunstancias que hubieran motivado la separación. ¿Por qué no se marchaba?

De algún modo, todos se habían convertido para los demás en un nombre y una característica en particular. Data era el androide; Geordi, su visor; Worf, el klingon; Crusher, la doctora; Wesley, el chaval; Troi, la telépata; Picard, el señor de vidas y almas…

«Supongo que eso me convierte a mí en la pequeña nobleza. O en la chusma», estimó Riker, sin importarle lo que aflorase a la expresión de su rostro mientras Crusher lo observaba en silencio. «No los conozco. Todavía no conozco a ninguno de ellos, y durante todo este tiempo hemos estado dependiendo los unos de los otros, para seguir vivos, para protegernos. Y el capitán Picard…, a él lo conozco menos que a nadie. Pero la verdad, es que tampoco he dejado que viera mucho de Will Riker, ¿no?»

—Maldición —susurró.

Crusher apretó los labios y procuró evitar un gesto compasivo de su cabeza, porque había advertido los cambios operados en el rostro de Riker y sobre todo que él había empezado a mordisquearse una uña con aire culpable.

—¿Sí? —sondeó ella, poniendo mucho cuidado en el tono que empleaba.

—Nada. —Se puso de pie bruscamente, cometiendo el mismísimo crimen por el que estaba condenándose a sí mismo. Incluso mientras comenzaba a dirigirse hacia la puerta, comprendió qué estaba haciendo, y se detuvo, en equilibrio sobre un pie. Ladeó un hombro y pensó en volverse hacia ella—. No estamos…, no estamos mostrando…

—Comandante Riker, suba al puente de inmediato. Alerta amarilla, alerta amarilla. Comandante Riker, preséntese en el puente…

—Hay algo en el límite del alcance de los sensores, señor.

La voz de Tasha Yar adquirió una repentina regularidad pétrea mientras la alzaba por encima del sonido de la alerta amarilla.

Picard se hallaba de pie en el centro del puente, resuelto, la vista clavada en la pantalla, a pesar de ser muy consciente de la presencia de la consejera Troi a su lado.

—Sondéelo.

—Sondeando.

—Todo el mundo alerta. ¿Y dónde diablos está…?

—Se presenta el comandante Riker, señor. Lamento el retraso.

Picard se volvió hacia el turboascensor.

—Lo quiero totalmente disponible durante las próximas veinticuatro horas, número uno —dijo—. No sabemos con qué hemos tropezado y no me gustan los enigmas. Hasta que descubramos qué está sucediendo…

—A su servicio, señor, sin reservas. —Riker se lanzó a ocupar un lugar entre el capitán y Troi; al alcanzarlo, cuando sus pies se fijaron sobre la superficie enmoquetada produjeron un sonido sordo. Los ojos de Troi se encontraron con los de él durante un instante, y los dos tuvieron que hacer un duro esfuerzo para no decirse frases tranquilizadoras fuera de lugar. Obligándose a apartar los ojos de ella, vio que Yar estaba trabajando más frenéticamente de lo habitual en su terminal de seguridad—. Infórmeme, teniente —exigió.

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