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Authors: Homero

Tags: #Poema épico

La Odisea (48 page)

BOOK: La Odisea
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391
Tan pronto como vieron a Odiseo y lo reconocieron en su espíritu paráronse atónitos dentro de la sala; y Odiseo les habló halagándolos con dulces palabras:

394
—¡Oh, anciano! Siéntate a comer y cese tu asombro, porque mucho ha que, con harto deseo de echar mano a los manjares, os estábamos aguardando en esta sala.

397
Así se expresó. Dolio se fue derechamente a él con los brazos abiertos, tomó la mano de Odiseo, se la besó en la muñeca, y le dirigió estas aladas palabras:

400
—¡Oh, amigo! Como quiera que has vuelto a nosotros, que anhelábamos tu venida aunque ya perdíamos la esperanza y los mismos dioses te han traído, salve, sé muy dichoso, y las deidades te concedan toda clase de venturas. Dime ahora la verdad de lo que te voy a preguntar, para que me entere: ¿la discreta Penelopea sabe ciertamente que has regresado, o convendrá enviarle un mensajero?

406
Respondióle el ingenioso Odiseo:

407
—¡Oh, anciano! Ya lo sabe. ¿Qué necesidad hay de hacer lo que propones?

408
Así le habló; y Dolio fue a sentarse en su pulimentada silla. De igual manera se allegaron al ínclito Odiseo los hijos de Dolio, le saludaron con palabras, le tomaron las manos y se sentaron por orden cerca de su padre.

412
Mientras éstos comían allá en la casa, fue la Fama anunciando rápidamente por toda la ciudad la horrorosa muerte y el hado de los pretendientes. Al punto que los ciudadanos la oían, presentábanse todos en la mansión de Odiseo, unos por éste y otros por aquel lado, profiriendo voces y gemidos. Sacaron los muertos; y, después de enterrar cada cual a los suyos y de entregar los de otras ciudades a los pescadores para que los transportaran en veleras naves, encamináronse al ágora todos juntos, con el corazón triste. Cuando hubieron acudido y estuvieron congregados, levantóse Eupites a hablar, porque era intolerable la pena que sentía en el alma por su hijo Antínoo, que fue el primero a quien mató el divinal Odiseo.

425
Y, derramando lágrimas, los arengó diciendo:

426
—¡Oh, amigos! Grande fue la obra que ese varón maquinó contra los aqueos: llevóse a muchos y valientes hombres en sus naves y perdió las cóncavas naves y los hombres; y, al volver, ha muerto a los más señalados entre los cefalenos. Mas, ea, marchemos a su encuentro antes que se escape a Pilos o a la divina Elide, donde ejercen su dominio los epeos, para que no nos veamos perpetuamente confundidos. Afrentoso será que lleguen a enterarse de estas cosas los venideros; y, si no castigáramos a los matadores de nuestros hijos y de nuestros hermanos, no me fuera grata la vida y ojalá me muriese cuanto antes para estar con los difuntos. Pero vamos pronto: no sea que nos prevengan con la huida.

438
Así les dijo, vertiendo lágrimas; y movió a compasión a los aqueos todos. Mas en aquel punto presentáronse Medonte y el divinal aedo, que al despertar habían salido de la morada de Odiseo; pusiéronse en medio, y el asombro se apoderó de los circunstantes.

442
Y el discreto Medonte les habló de esta manera:

443
—Oídme ahora a mí, oh itacenses; pues no sin voluntad de los inmortales dioses ha ejecutado Odiseo tal hazaña. Yo mismo vi a un dios inmortal que se hallaba cerca de él y era en un todo semejante a Méntor. Este dios inmortal a las veces aparecía delante de Odiseo, a quien animaba; y a las veces, corriendo furioso por el palacio, introducía la confusión entre los pretendientes, que caían los unos en pos de los otros.

450
Así se expresó; y todos se sintieron poseídos del pálido temor. Seguidamente dirigióles el habla el anciano héroe Haliterses Mastórida, el único que conocía lo pasado y lo venidero. Este, pues, les arengó con benevolencia, diciendo:

454
—Oíd ahora, oh itacenses, lo que os digo. Por vuestra culpable debilidad ocurrieron tales cosas, amigos: que nunca os dejasteis persuadir ni por mi, ni por Méntor, pastor de hombres, cuando os exhortábamos a poner término a las locuras de vuestros hijos; y éstos, con su pernicioso orgullo, cometieron una gran falta, devorando los bienes y ultrajando a la mujer de un varón eximio que se figuraban que ya no había de volver. Y al presente, ojalá se haga lo que os voy a decir. Creedme a mí: no vayamos; no sea que alguien halle el mal que se habrá buscado.

463
Así les dijo. Levantáronse con gran clamoreo más de la mitad; y los restantes, que se quedaron allí porque no les agradó la arenga y en cambio los persuadió Eupites, corrieron muy pronto a tomar las armas. Apenas se hubieron revestido de luciente bronce, juntáronse en denso grupo fuera de la espaciosa ciudad. Y Eupites tomó el mando, dejándose llevar por su simpleza: pensaba vengar la muerte de su hijo y no había de volver a la población, porque estaba dispuesto que allá le alcanzase el hado.

472
Mientras esto ocurría, dijo Atenea a Zeus Cronida:

473
—¡Padre nuestro, Cronida, el más excelso de los que imperan! Responde a lo que voy a preguntarte. ¿Cuál es el intento que interiormente has formado? ¿Llevarás a efecto la perniciosa guerra y el horrible combate, o pondrás amistad entre unos y otros?

477
Contestóle Zeus, que amontona las nubes:

478
—¡Hija mía! ¿Por qué inquieres y preguntas tales cosas? ¿No formaste tú misma ese proyecto: que Odiseo, al volver a su tierra se vengaría de aquéllos? Haz ahora cuanto te plazca; mas yo te diré lo que es oportuno. Puesto que el divinal Odiseo se ha vengado de los pretendientes, inmólense víctimas y préstense juramentos de mutua fidelidad; tenga aquél siempre su reinado en Ítaca; hagamos que se olvide la matanza de los hijos y de los hermanos; ámense los unos a los otros, como anteriormente; y haya paz y riqueza en gran abundancia.

487
Con tales palabras instigóle a hacer lo que ella deseaba; y Atenea bajó presurosa de las cumbres del Olimpo.

489
Cuando los de la casa de Laertes hubieron satisfecho el apetito con la agradable comida, el paciente divinal Odiseo rompió el silencio para decirles:

491
—Salga alguno a mirar: no sea que ya estén cerca los que vienen.

492
Así dijo. Salió uno de los hijos de Dolio, cumpliendo lo mandado por Odiseo; detúvose en el umbral, y, al verlos a todos ya muy próximos, dirigió al héroe estas aladas palabras:

495
—Ya están cerca; armémonos cuanto antes.

496
Así dijo. Levantáronse y vistieron la armadura los cuatro con Odiseo, los seis hijos de Dolio y además, aunque ya estaban canosos, Laertes y Dolio, pues la necesidad les obligó a ser guerreros.

500
Y cuando se hubieron revestido de luciente bronce, salieron de la casa, precedidos por Odiseo.

502
En aquel instante se les acercó Atenea hija de Zeus, que había tomado la figura y la voz de Méntor. El paciente y divinal Odiseo se alegró de verla y al punto dijo a Telémaco, su hijo amado:

506
—¡Telémaco! Ahora que vas a la pelea, donde se señalan los más eximios, procura no afrentar el linaje de tus mayores; pues en ser esforzados y valientes hemos descollado sobre la haz de la tierra.

510
Respondióle el prudente Telémaco:

511
—Verás, si quieres, padre amado, que con el ánimo que tengo no afrentaré tu linaje como dices.

513
Así se expresó. Holgóse Laertes y dijo estas palabras:

514
—¡Qué día éste para mí, amados dioses! ¡Cuán grande es mi júbilo! ¡Mi hijo y mi nieto se las apuestan en ser valientes!

516
Entonces Atenea, la de ojos de lechuza, se detuvo junto a él y hablóle en estos términos:

517
—¡Oh, Arcesíada, el más caro de todos mis amigos! Eleva tus preces a la doncella de ojos de lechuza y al padre Zeus, y acto continuo blande y arroja la ingente lanza.

520
Diciendo así, infundióle gran valor Palas Atenea. Al punto elevó sus preces a la hija del gran Zeus, blandió y arrojó la ingente lanza, e hirió a Eupites por entre el casco de broncíneas carrilleras, que no logró detener el arma, pues fue atravesado por el bronce. Eupites cayó con estrépito y sus armas resonaron. Odiseo y su ilustre hijo se habían arrojado a los enemigos que iban delante, y heríanlos con espadas y lanzas de doble filo. Y a todos los mataran, privándoles de volver a sus hogares, si Atenea, la hija de Zeus, que lleva la égida, no hubiese alzado su voz y detenido a todo el pueblo:

531
—¡Dejad la terrible pelea, oh itacenses, para que os separéis en seguida sin derramar más sangre!

533
Así dijo Atenea; y todos se sintieron poseídos del pálido temor. No bien se oyó la voz de la deidad, las armas volaron de las manos y cayeron en tierra; y los itacenses, deseosos de conservar la vida, se volvieron hacia la población.

537
El paciente divinal Odiseo gritó horriblemente y, encogiéndose, lanzóse a perseguirlos como un águila de alto vuelo. Mas el Cronida despidió un ardiente rayo, que fue a caer ante la diosa de ojos de lechuza, hija del prepotente padre. Y entonces Atenea, la de los ojos de lechuza, dijo a Odiseo:

542
—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Tente y haz que termine esta lucha, este combate igualmente funesto para todos: no sea que el largovidente Zeus Cronida se enoje contigo.

545
Así habló Atenea; y Odiseo, muy alegre en su ánimo, cumplió la orden. Y luego hizo que juraran la paz entrambas partes la propia Palas Atenea, hija de Zeus que lleva la égida, que había tomado el aspecto y la voz de Méntor.

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