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Authors: Luis Spota

Tags: #Drama

La plaza (25 page)

BOOK: La plaza
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—¿Quiere decir que no habría habido conflicto?

—Lo habría habido de todos modos, porque querían que lo hubiera…

—¿Quiénes?

—Los agitadores. Los comunistas. Los derechistas. Los rojos. Los blancos. Todos los que conspiran contra México, incluidos no pocos de los mexicanos.

—Los que está usted usando son caducos argumentos a los que el Gobierno recurre para justificar sus errores o, como en este caso, sus desmanes… Rojos, blancos, conspiradores, agitadores internacionales… Pero nunca nombres, sólo vaguedades.

—No son vaguedades los hechos que estoy enumerando… El domingo 28 de julio, los estudiantes de la Escuela Superior de Economía y de la Escuela de Agricultura plantean una serie de peticiones totalmente absurdas que demuestran que el llamado ‘conflicto estudiantil’ empieza a ser convertido por sus organizadores en un conflicto político.

—¿Qué no es político en nuestro tiempo?

—… demuestran, decía, que al fin los conspiradores han decidido mostrar algunas de sus verdaderas intenciones. Piden: indemnización a los estudiantes heridos y a los familiares de los estudiantes muertos…

—¿Era justo o no?

—¿Cuáles estudiantes muertos, señores? ¿cuáles, si no había habido ninguno?

—Yo supe, todos supimos que…

—¿Dónde mostraron los cuerpos…? ¿dónde publicaron los nombres de los muertos inexistentes?

—Las familias estaban aterrorizadas, habían sido amenazadas. Usted sabe que lo fueron, no se haga pendejo.

—Lo único que sé es que si hubiera habido muertos en esos días, tales muertos hubieran sido exhibidos… Cuando miles de gentes manifestaron por las calles y ocuparon el Zócalo, ¿por qué jamás mencionaron los nombres de esos ‘muertos’?

—Las amenazas ¿no pesaban…?

—Se puede amenazar a uno, a cinco, a veinte, a cien… pero no a trescientas mil personas que, según se dijo, llegaron a ocupar el Zócalo una noche. Esas trescientas mil personas que le mentaron la madre al Presidente hubieran dicho los nombres de los muertos… ¿Y saben por qué no se habló de esos ‘muertos’? Porque no existían, porque nadie los vio…

—Los quemaban en el Campo Militar Número Uno.

—… nadie los vio, repito, porque no existían. Hablar de ellos era un ardid de propaganda de los agitadores. ¡Qué no hubieran dado por tener, de verdad, un cadáver… un cadáver de estudiante que enseñar!

—Sin discursos, por favor. Estamos dejando que se justifique.

—No trato de justificarme. Sólo de narrar los hechos según me tocó vivirlos como miembro que era entonces del Gobierno… Los de la Superior de Economía y los de Agricultura querían también: desaparición del Cuerpo de Granaderos y demás policías, desconocimiento de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos y expulsión de las escuelas de todos los alumnos que pertenecieran al PRI… ¿No es absurdo todo esto? ¿Puede pedirse a un Gobierno que licencie a sus policías, que derogue de su Código el o los artículos que le dan los instrumentos legales para combatir a los organizadores de las subversiones políticas; que desconozca a una organización estudiantil y que coarte el derecho que cada ciudadano tiene de pertenecer al partido político que le guste? ¿Es democrático demandar que se expulse de las escuelas públicas a quienes militen en el PR!? Me gustaría saber qué pasaría si estas demandas se plantearan, por ejemplo, al gobierno de Moscú, al de Cuba o al de Washington. De seguro que mandarían a quienes las hicieran a un asilo para defectuosos mentales incurables.

—Sus opiniones personales nos interesan poco… Ya que tan afecto es a citar fechas, ¿acaso no intervino el Ejército la madrugada del martes 30 y ocupó, con lujo de fuerza, a bazucazo limpio, las escuelas preparatorias 1, 2, 3 y 5 de la Universidad?

—Las ocupó, sí, porque desde la víspera la ciudad de México sufría, como en el mayo reciente la de París, los efectos de la violencia organizada por quienes usan a los estudiantes como fuerza de choque… Los agitadores saben, vieja regla, que esparcida la violencia, la violencia se alimenta de sí misma sin necesidad de ninguna justificación…

—Usar bazucas, armas de alto poder, ¿no es incurrir, por parte del Gobierno, en los mismos excesos, en idéntica violencia a la que usted censura a los estudiantes?

—Lo del bazucazo a la puerta de la Preparatoria es una fábula y el origen de esa fábula, tan difundida dentro y fuera del país, es una fotografía de un soldado que porta, sí, una bazuca, pero que no la usó… Arma de alto poder, de haber sido disparada la bazuka hubiera ocasionado muchísimos muertos entre los estudiantes que defendían, desde adentro, la puerta de su escuela. No hubo muertos, no hubo heridos…

—El Rector, recuérdelo, puso la bandera a media asta: simbólica protesta contra la violación que padecía la autonomía universitaria.

—No olviden que el Rector, y eso confirma lo que yo digo, lamentó también que la autonomía estuviera amenazada por los provocadores… y no puede culparse al Rector de ser progobiernista, no puede creerse, conociéndosele, que hablara sin saber de qué… Él, como todos, se daba cuenta de que ruanos extrañas estaban moviendo el agua… Los únicos que al parecer estaban ciegos, o que deliberadamente no querían ver, eran los estudiantes… la base estudiantil, como la llamaban… Para ellos, esos eran días de fiesta, de emoción, de jolgorio… Creían, pobrecitos, estar luchando por algo limpio, aunque en realidad…

—Tenían fe en sus líderes.

—Permítame contradecirlo, aunque alteremos el orden de este ´juicio’. Los estudiantes no tenían fe en sus líderes. Si la hubieran tenido, ¿por qué crearon un Consejo Nacional de Huelga tan numeroso al que le negaban facultades para tomar decisiones? Temían que los líderes, como terminó ocurriendo, se ofrecieran para ser corrompidos…

—Usted está admitiendo que el Gobierno usa la corrupción, el soborno, como tácticas de lucha… Los muchachos, que lo sabían, no quisieron exponerse. ¿No exigieron acaso que el diálogo fuera público?

—De eso, si me lo permiten, hablaremos a su debido tiempo. Ahora sigamos con el punto de la desconfianza del sector estudiantil hacia quienes se ostentaban como caudillos del CNH.

—No había caudillos. Todos eran el Consejo Nacional de Huelga. Ahí estaba el secreto de la fuerza del Movimiento.

—Cuando el caos se organizó recibió el nombre de Movimiento Estudiantil y cuando fue necesario que alguien mandara, real o ficticiamente, se inventó el CNH, un mando rotatorio de 200 a 250 muchachos formado por representantes de las escuelas que fungían, señores, de manera transitoria, para ser periódicamente sustituidos por otros. Si por una parte esto impidió, obviamente, que los instigadores de los disturbios pudieran dirigirlos con eficacia suficiente, ello también impidió que hubiera un arreglo del conflicto, porque en ningún momento un Consejo estaba o se sentía plenamente autorizado para llegar a una conciliación… Los mismos estudiantes, y los remito a la lectura cuidadosa de los testimonios que ahora están publicando, reconocen que las juntas del Consejo eran caóticas, que se discutían sólo tonterías o cuestiones ajenas al Movimiento. ¿No han dicho que cada grupo, que cada grupúsculo trataba de sacar ventaja de la situación en beneficio propio? Hubo ocasiones, para que lo sepan, que se establecieron pláticas entre el Gobierno y los componentes, en ese momento, del CNH, para llegar a acuerdos tentativos, que tenían que volverse a discutir desde el principio con los mandos renovados. Puede decirse que en su afán romántico de alcanzar la democracia total, llegaron al hecho inesperado pero natural de institucionalizar la anarquía.

—Una cosa, señor, es evidente: el Glorioso Instituto Armado, los «Heroicos Juanes» como se les llamó en el informe presidencial del día primero de septiembre, pisoteaban las escuelas, anulaban la autonomía universitaria.

—El Ejército fue llamado a poner orden. El Gobierno demuestra estar anuente a hacer concesiones en bien de la paz interna, y las hace. A petición del Rector y del director del Politécnico, el 31 de julio son puestos en libertad 117 estudiantes y los locales de las Preparatorias 4 y 5 y de la Vocacional 7 son dejados por la tropa que los resguardaba. Es visible, pues, el esfuerzo conciliatorio de las autoridades.

—Usted no habla de los tormentos, de las golpizas, de las humillaciones que, mientras tanto y por orden de ese Gobierno ‘conciliador’, estaban padeciendo, habían padecido ya los muchachos…

—Es muy fácil decir: ‘me torturaron, me humillaron’. Es muy fácil ser convertido en carne de cañón y no pagar las consecuencias de la torpeza… El Gobierno pidió: serenidad, ponderación, ecuanimidad, no ahondar más las diferencias. ¿Y qué contestó el Movimiento Estudiantil?

—Dígalo, usted que cree saber todas las respuestas.

—Con injurias, con chistes, con más violencia, con desafíos de ‘declararle la guerra’ al Gobierno y de ir a la huelga nacional si en setenta y dos horas no resuelve los seis puntos de marras… Pero los plazos otorgados se vencen y nada ocurre. La FNET y el C N H no cumplen su amenaza…

—Prueba de que ellos tampoco deseaban, como usted dice, ‘ahondar más las diferencias’.

—No. Estudiaban un nuevo sistema de ataque, un nuevo pretexto para avivar la lumbre. El CNH, por ejemplo, quiere, y lo dice, luchar por la libertad sindical, por la instauración de la semana de 40 horas; por el control de los precios; por el reparto agrario… temas que nada tienen que ver con el ‘Conflicto Estudiantil’.

—Los estudiantes no pueden quedarse, ponerse al margen de los grandes problemas.

—Hablan de ‘libertad’ en un país que permite que se ejerza hasta el libertinaje…

—No haga frases.

… e ignoran que desde un punto de vista práctico el ejercicio de la libertad real, no la teórica, implica por lo menos dos condiciones con las que ellos, por su juventud, no estarían de acuerdo: una, marcarle linderos definitivos a la presunta libertad, y dos: mantener un estado de angustia perpetua frente a las posibilidades… La libertad no es, como parecen imaginar los jóvenes ingenuos, algo que una vez dado se tiene para siempre… La libertad se gana o se pierde en cualquier momento, de mil maneras.

—Usted lo ha dicho: por eso los jóvenes del 68 la defendieron con su vida y con su sangre. Pagaban, con ese precio, nuestra Otra Independencia: la de querer vivir en un país libre…

—Los jóvenes de hoy, y entonces los del Movimiento, creen, creían que México es un país independiente. El día que descubran que el país se encuentra atado por mil lazos invisibles que limitan su independencia, descubrirán también que aunque estamos atados nos estamos desatando, que es lo importante.

—México, señor nuestro; es un país que no persigue a los asesinos, o que los tiene en las nóminas oficiales, pero que, en cambio, llena las cárceles con estudiantes o con presos políticos. Por eso, una de las exigencias de entonces, de hoy, de siempre, fue, ha sido, y seguirá siendo: Libertad-a-los-Presos-Políticos. ¿O ha olvidado ya esa exigencia repetida, en cada desfile, por cientos de miles de bocas: ‘México-Libertad, México-Libertad’?

—Ahora yo les pido a ustedes que no dramaticen… Las grabaciones con que han estado molestándome todos los días repiten eso, y otras pendejadas, hasta la náusea. Parecen malas telecomedias.

—Al grano. Concretando.

—Concretando, señores: en México no hay ahora, no lo hubo en el 68, ningún preso por razón de sus ideas políticas. Prueba: todos los presos llamados ‘políticos’ por la mala fe, la ignorancia o la simple bobera de quienes así los titulan, han tenido, y continúan teniendo dentro de la cárcel y desde la cárcel toda la libertad que desean para escribir artículos, cartas, notas, libros, observaciones, crónicas, memorias o lo que se les dé su chingada gana, todo se publica en los periódicos que lo quieren publicar. Y que sepamos, todo lo que libremente escriben y libremente se les pública, es de carácter político. Se necesita tener muy poca madre y proclamar, ante ese hecho pública y generalmente reconocido, que tales personas están presas por causa de sus ideas políticas, cuando ni estando presas y condenadas, y careciendo por lo tanto de muchos derechos ciudadanos, han perdido el de exponer libremente sus ideas políticas.

—¿Y los ferrocarrileros encarcelados desde 1958?

—Cumplen sentencia por los delitos del fuero común que cometieron: destrucción de equipo, sabotaje a las vías generales de comunicación, asociación delictuosa, acopio de armas… pero no, entiéndase, por sustentar una ideología política determinada.

—Usted sabe tan bien como nosotros, que el Gobierno los tiene encerrados, y los tendrá así por mucho tiempo más, debido a que no se dejaron amedrentar, ni corromper como otros dirigentes sindicales, esos dirigentes que venden huelgas, que han emputecido al movimiento obrero, que se han hecho millonarios y a los que el Gobierno halaga y humilla en un juego de curiosas ambivalencias… Recuerde las mantas, las pancartas, los gritos en las manifestaciones estudiantiles: ‘Lider Honesto Igual a Preso Político’.

—Es mi turno de exigirle que guarde sus opiniones… Se supone que me han secuestrado para juzgarme por no sé qué delitos que niego haber cometido.

—¿Quién mandó derramar la sangre?

—¿Por qué me lo pregunta a mí?

—Porque usted debe saberlo… Porque usted era uno de los que podían ordenar que esa sangre fuera regada para manchar el rostro de México…

—Yo no provoqué la violencia; tampoco la provocó ningún miembro del Gobierno. Vino a nosotros… El Gobierno, digan ahora lo que digan los fabricantes de Memorias del Movimiento Estudiantil, estuvo abierto siempre al diálogo.

—Eso no es cierto. Lo evitaron por sistema.

—Volvamos, si les parece, a las fechas exactas. El 15 de septiembre, la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior, esa Coalición que en sus mantas reprobaba la política ‘de terror’ del Gobierno, decide que se puede establecer el diálogo con las autoridades si éstas ‘garantizan’ la resolución de las demandas…

—Era lo que se deseaba, ¿no?

—¿Para qué solicitar diálogo si, condición a huevo, debía concederse previamente lo que se pedía…? De todos modos, el Gobierno nombra una comisión compuesta por dos ministros y dos procuradores para hablar con los estudiantes, para dialogar con ellos. El Consejo Nacional de Huelga acepta, el 23, hablar con los delegados del Gobierno, pero exige que las conversaciones sean transmitidas por radio y televisión y que se realicen en público…

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