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Authors: David Lozano Garbala

La puerta oscura. Requiem (8 page)

BOOK: La puerta oscura. Requiem
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—Tienes razón —la bruja se rascaba su cabello canoso y desordenado—. La esperanza siempre es el arma más poderosa. Sin embargo…

—¿Sin embargo? —Marcel enarcó las cejas.

—Sin embargo, no puedo evitar preguntarme cuánto más puede aguantar Jules —terminó ella, con un suspiro—, ¿Has olvidado que lleva ya varios meses descomponiéndose por dentro? Esto se acaba, Marcel. El chico no da más de sí. Lo estamos perdiendo. Tenemos que reaccionar ya.

Todos permanecían quietos en sus posiciones, impactados ante la gravedad de la situación. En el fondo, una velada acusación flotaba en el aire provocando punzantes remordimientos en la mentes de cada uno: ¿por qué habían tardado tanto en percatarse de lo que le sucedía a Jules? La intromisión en el mundo de los vivos de Marc, el ente demoníaco, había desviado la atención del grupo mientras el joven gótico iba rindiéndose a su propia contaminación. Los síntomas que había ido arrastrando —palidez, fatiga, aquel misterioso insomnio— los habían achacado, con cierta ingenuidad, a secuelas de la terrible noche en la que fueron atacados por Varney el vampiro. Craso error que descubrían cuando el plazo quizá estaba a punto de expirar.

Sabían tan poco… «
¿Dónde estás, Jules?
», se preguntaba Michelle, experimentando un sufrimiento íntimo que se añadía a la culpabilidad compartida. «
Tenemos que encontrarte antes de que sea demasiado tarde. O antes de que tú nos encuentres a nosotros
», pensó. Se planteaba si, como vampiro, él conservaría sus recuerdos. Y en tal caso, si eso suponía para ellos una extraña inmunidad —Jules nunca haría daño a sus amigos— o si, por el contrario, eso los convertía en blanco de sus próximas agresiones, pues constituían el único grupo de adversarios que podía amenazar su novedosa existencia como vampiro.

* * *

A Pascal el cuerpo continuaba sin responderle, víctima de los impulsos que lo iban conduciendo hacia la oscuridad de la que surgía, sin perder su dulzura, aquella voz apremiante.

«Veeen… Ayúdame…»

El Viajero se debatía sudoroso mientras hacía esfuerzos por bloquear su mente, aunque con escaso éxito. Esa voz seductora se había introducido en su cabeza y, una vez dentro, daba la impresión de haberse expandido, estrangulando el resto de pensamientos. Aquel persuasivo susurro se resistía a abandonar su interior con la violenta obstinación de un parásito. Copaba su cerebro y le impedía reflexionar, iba devorando su determinación hasta convertirlo en un títere. Una víctima, una presa fácil.

Su deseo de acudir a la llamada estaba adquiriendo una fuerza incontenible que empezó a anular su propio instinto de supervivencia. Lo estaba hipnotizando.

Con su mano libre extrajo la daga de Viajero, buscando en el contacto cálido de su empuñadura una energía que le ayudara a rebelarse contra el maleficio sonoro que inundaba el aire. Su maniobra, sin embargo, no sirvió de nada.

Ya acariciaba el borde del sendero, Pascal sentía sobre el rostro la húmeda frialdad de la penumbra que lo recibía, se asomaba a las sombras, se tendía sobre el abismo abandonando el refugio de la luz. Y no conseguía evitarlo.

En ese momento, sus dedos se cerraron sobre lo que buscaban: tapones para los oídos, una precaución que el Viajero había tenido en cuenta al preparar su equipaje, recordando todas las amenazas a las que se había enfrentado en anteriores desplazamientos entre dimensiones.

«Veen… Ayúuuuuudame…»

Ahora descubría que no bastaba con ser previsor si la herramienta no estaba preparada para ser empleada. Aquella lección podía costarle cara en caso de que no lograra eludir la voz maligna.

Ya tenía medio cuerpo fuera del sendero pálido, la resistencia que ofrecía era cada vez menor. Estremecido, se llevó los tapones a los oídos. Uno entró; el otro, como consecuencia de los espasmos nerviosos de Pascal, no encajó y cayó al suelo.

El Viajero contempló espantado cómo el tapón se perdía en la oscuridad, en dirección a sus pies. El anhelado perfil de la pieza se difuminó antes de tocar tierra. Habría llorado de impotencia. ¿Cómo podía ocurrirle algo así, en aquellas circunstancias?

No se movió —todo él se encontraba ya fuera del recinto de luz—, agotó sus fuerzas permaneciendo en ese punto, soportando el embate de la llamada femenina, cada vez más insistente: «Veeen…». Si daba un paso más, perdería la referencia que le permitiría localizar el diminuto objeto que lo salvaría de aquella locura. Aguantó.

Se fue agachando sin dejar de vigilar las inmediaciones; en cualquier momento aparecería alguna criatura maligna. Ya no estaba a salvo, había renunciado a la protección del sendero, atraído por
la voz
. En cuclillas, sin bajar la mirada, una de sus manos portaba todavía la daga desnuda, que derramaba un resplandor verdoso a su alrededor, mientras la otra bailaba sobre el terreno con delicadeza, tanteando en busca del tapón. No podía estar muy lejos.

Pascal contenía la respiración conforme se prolongaba aquella situación; su pulso se había disparado y lo sentía latir en su oído; los segundos iban transcurriendo, sus últimas energías se consumían —la voz las vencía sin piedad— y sus dedos, arañados por la tierra pedregosa, no acertaban a reconocer el pequeño bulto que buscaban. Tragó saliva, a punto de perder el control.

El magnetismo de la voz era apabullante, empañaba incluso su vista, que empezó a hacerse borrosa. Ese pulso le estaba superando, y eso que ahora la llamada solo penetraba en su cabeza a través de un único oído. Daba igual: dentro, su eco restallaba, se dilataba cubriendo cada resquicio de su conciencia.

Su misión fracasaba antes de empezar, alcanzó a pensar en medio de su lucha, oscilando desde su posición como un borracho al borde del desmayo. Apenas lograba ya mantenerse clavado en el suelo.

Sus dedos se detuvieron entonces sobre un pequeño objeto que identificó al instante; se crisparon para atraparlo antes de que volviera a desaparecer rodando por el suelo. El tapón. Su última oportunidad antes de fundirse para siempre entre las tinieblas.

Uno de sus pies se separó del terreno y avanzó un paso.

«Veeen… Ayúdame…»

Pascal logró incrustar el tapón en su oído libre, lo retorció hasta hacerse daño. No podía permitirse un nuevo error. El alivio que sintió ante el repentino silencio que se impuso en su cabeza fue tan intenso que cayó de rodillas, exhausto y agradecido.

Pero no tuvo tiempo de recrearse ante aquel giro en su situación: envuelto en su propia lucha contra la voz, no había escuchado las pisadas que surgían de las sombras, y lo siguiente que percibió fue el movimiento veloz de una extremidad que se dirigía a él.

No logró esquivarla. Se trataba de un brazo de uñas afiladas que lo alcanzó en el pecho —casi le arrancó su helado amuleto—, impulsándolo hacia atrás. Pascal aterrizó en el suelo tras el doloroso impacto de la garra, que le había abierto una herida, pero no soltó la daga. Aquella arma era su pasaporte a la vida.

El Viajero, volviendo a la realidad, echó un rápido vistazo al sendero iluminado, calculando la distancia que lo separaba de la salvación. Demasiado larga para vencerla sin enfrentarse a la criatura que lo atacaba. No cabía eludir el combate. Aún tuvo tiempo de sorprenderse al comprobar lo mucho que se había alejado del camino mientras duró el hechizo de las sirenas. Qué terrible peligro había corrido.

Tenía frente a él la figura encorvada y hedionda de un carroñero de sexo masculino que debía de rondar los cincuenta años. Pascal supuso que llevaba bastante tiempo muerto, pues su grado de putrefacción era avanzado. Tal vez por eso no cazaba en manada, como hacían otros.

Aquel ser, emitiendo unos gemidos que el Viajero no podía percibir, se lanzó contra él. Esta vez, Pascal lo esperaba de pie y con la daga en alto. El arma, refulgiendo entre tanta oscuridad, comenzó su acostumbrado baile defensivo empuñada por la obediente mano del Viajero. Atravesó dos veces al monstruo, y el siguiente tajo lo decapitó limpiamente. El carroñero, convertido en un fardo apenas identificable, se desplomó sobre el suelo. No se movió más. A Pascal le dio la impresión de que aquella criatura condenada se disgregaba entre las sombras, apartada del resplandor verdoso de la daga.

No esperó ni un segundo y, todavía con los tapones en los oídos, echó a correr hacia el sendero de luz. ¿Qué más acechaba entre las sombras?

Capítulo 5

Marcel Laville tenía que acudir aquella tarde al Instituto Anatómico Forense, así que no podía incorporarse a la búsqueda de Jules. Pero no sería la única baja en esa apremiante labor; teniendo en cuenta que Pascal ya se encontraba en tránsito hacia el Más Allá, resultaba imprescindible que alguien quedara velando la Puerta Oscura.

—Tú serás quien permanezca aquí, Edouard —señaló Daphne a su antiguo pupilo—. Es importante. No solo para proteger la vía de retorno del Viajero, sino también porque desde aquí captarás mejor cualquier comunicación que el Viajero pueda iniciar desde el mundo de los muertos. En caso de que recibas algún mensaje, ponte en contacto de inmediato con nosotros.

—De acuerdo —acató el joven médium, enfocando con sus pupilas el enorme arcón—. No es la primera vez que me quedo a solas aquí.

Edouard recordó los angustiosos momentos que viviera en ese intrincado sótano, mientras en el vestíbulo se producía el enfrentamiento con André Verger que acabó con la vida de la detective Betancourt. Aquella experiencia, y no otra, había culminado su transición de aprendiz a médium.

Las vivencias extremas ayudan a quemar etapas.

—Aunque, como sugirió Pascal, Mathieu debería acompañarme —dijo segundos después—. No sabemos en qué momento Pascal alcanzará la Colmena de Kronos, y puede requerir con urgencia conocimientos históricos.

La pitonisa frunció el ceño; se le había escapado ese detalle. A Mathieu, por el contrario, le ilusionaba la posibilidad de compartir de nuevo unas horas con Edouard, en medio de tanta tensión. El joven médium, por su parte, no había exteriorizado ningún sentimiento al plantear su propuesta, en una muestra de seriedad que Mathieu admiró a pesar de la ligera decepción que le había provocado. La interpretó como una manifestación más de la responsabilidad con la que Edouard afrontaba aquella etapa. Dio por hecho que, en el fondo, se alegraba igual que él ante la perspectiva de compartir un rato juntos, a solas.

—¿Creéis que sucederá esta misma tarde? —Daphne no parecía convencida, a pesar de la petición expresa que había manifestado el Viajero antes de introducirse en la Puerta—. Es un poco pronto.

Marcel intervino con otra pregunta.

—¿Hay alguna forma de asegurarnos de que no sea así? Sabes que allí el tiempo funciona a otro ritmo. Y las distancias.

La vidente asintió, contrariada. Por ínfima que fuese la posibilidad de que Pascal los necesitara, debían contemplarla.

—Es una pena que tengamos que renunciar a un buscador más; bastante difícil será ya localizar a Jules. Pero supongo que no hay más remedio…

Edouard y Mathieu, que por otra parte lamentaban no incorporarse a la búsqueda de Jules, se miraron ahora, por un instante, con evidente satisfacción. Michelle, atenta, se preguntó por qué lo suyo con Pascal no sería igual de fácil. Tal vez porque los dos chicos no habían dudado, quizá su mérito radicaba en una valentía que ni ella ni Pascal habían exhibido desde el principio. Michelle, molesta ante esa inesperada idea, se negó a que sus pensamientos continuasen en tal dirección; no estaba dispuesta a recriminarse el modo lamentable en que había derivado su relación. Pascal había sido infiel, y punto. Él era el único responsable de lo que había sucedido.

—Así es, Daphne —Marcel continuó hablando, ajeno a lo que pasaba por la mente de la chica—. Hemos de jugar con las cartas que tenemos. Así que seréis tú y Michelle las encargadas de rastrear los movimientos de Jules…

—Antes de que caiga la noche —añadió Daphne, insegura ante el efecto que podía ocasionar en Jules la llegada del crepúsculo—. Lo que nos deja todavía menos tiempo para buscar.

Michelle, que había despertado de sus reflexiones al escuchar su nombre, empezó a valorar hipotéticos lugares donde Jules pudiera haberse ocultado.

—Estoy pensando en los requisitos que debe reunir el refugio de un… inminente vampiro —a Michelle aún le costaba mucho vincular a su amigo Jules con aquella monstruosa condición.

Daphne, conocedora de la pasión gótica de la chica, la animó a continuar.

—Adelante.

Michelle se mordió el labio inferior, reflexiva.

—Está claro que lo que más molestará a Jules durante el día será la luz —comenzó—. Así que tiene que tratarse de un lugar oscuro.

—Traducido: un lugar a cubierto —intervino Mathieu—. Nada es oscuro en París durante el día, salvo un interior.

—Eso es —Michelle asentía concentrada—. Y aislado, tiene que tratarse de un escondite aislado. Le molestará la gente, los ruidos. Además, la proximidad de otras personas le obligaría a dar explicaciones sobre su comportamiento.

—Muy lúcida la observación —comentó Marcel—. A lo que hay que añadir para reforzar ese presunto aislamiento que, si su proceso no ha avanzado lo suficiente, vuestro amigo seguirá sin querer hacer daño a nadie. Por eso elegirá, sin duda, un lugar solitario, poco transitado.

—¿Un cementerio? —planteó Edouard, considerando la atracción que los no-muertos sentían hacia las sepulturas—. Son lugares muy tranquilos y poco frecuentados.

—Tal vez —Daphne aceptó aquella teoría—. París cuenta con varios bastante grandes donde es fácil localizar panteones vacíos. ¿Quién te va a molestar allí? Además, los visitantes serán escasos un viernes por la tarde.

—Como buen gótico, debería acudir a un cementerio, sí. Y otra ventaja de esos lugares —añadió Michelle, cada vez más convencida— es que, una vez cierren el recinto, no podrá hacer daño a nadie. Seguro que Jules ha tenido en cuenta eso.

—A no ser… —Daphne se resistía a terminar la frase—, a no ser que su apetito de sangre se haya vuelto demasiado fuerte.

Nadie supo qué replicar a eso.

* * *

Pascal —ya con los oídos libres, pues se había quitado los tapones a mitad de trayecto— reconoció desde la distancia el muro del cementerio, y poco después atravesaba sus umbrales, contento de abandonar por un rato la amenazadora compañía de los flancos oscuros del camino. Su esponjosa negrura parecía siempre dispuesta a saltar sobre él, y eso que el Viajero no se apartaba de la zona central de los senderos brillantes.

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