TROTTER.—A menos que ya esté aquí.
GILES.—¿Que ya esté aquí?
TROTTER.—¿Por qué no, míster Ralston? Todas estas personas llegaron aquí ayer por la tarde. Unas horas después del asesinato de mistress Stanning. Hubo tiempo de sobra para llegar aquí.
GILES.—Pero, a excepción de míster Paravicini, todas habían reservado habitación por adelantado.
TROTTER.—Bien, ¿y por qué no iban a hacerlo? Estos crímenes estaban planeados.
GILES.—¿Crímenes? Solamente ha habido un crimen: el de Culver Street. ¿Por qué está usted seguro de que aquí habrá otro?
TROTTER.—De que ocurrirá aquí… no. Espero poder impedirlo. De lo que estoy seguro es de que lo intentará.
GILES.—
(Acercándose a la chimenea.)
No puedo creerlo. Es fantástico.
TROTTER.—No tiene nada de fantástico. Hechos y nada más.
MOLLIE.—¿Tiene usted una descripción del hombre que fue visto en Londres?
TROTTER.—Estatura mediana, complexión indeterminada, abrigo más bien oscuro, sombrero de fieltro, bufanda tapándole la cara. Hablaba en susurros.
(Se acerca a la butaca del centro y hace una pausa.)
En este mismo instante en el vestíbulo hay colgados tres abrigos oscuros. Uno de ellos es suyo, míster Ralston… Hay tres sombreros de fieltro de color más bien claro…
(Giles empieza a andar hacia la salida de la derecha, pero se detiene cuando oye a Mollie.)
MOLLIE.—Todavía no lo puedo creer.
TROTTER.—¿Lo ve? Lo que me preocupa es lo de la línea del teléfono. Si la han cortado adrede…
(Se acerca al teléfono, se inclina y examina el cable.)
MOLLIE.—Tengo que ir a preparar las verduras.
(Mollie sale por la derecha. Giles recoge el guante de Mollie de la butaca del centro y lo sostiene con aire distraído, alisándolo. Del guante saca un billete de autobús de Londres. Lo mira fijamente, luego dirige la mirada hacia el sitio por donde ha salido Mollie, vuelve a mirar el billete.)
TROTTER.—¿Hay una extensión?
(Giles sigue mirando ceñudamente el billete y no contesta.)
GILES.—Perdone. ¿Ha dicho usted algo?
TROTTER.—Sí, míster Ralston. He preguntado si hay una extensión.
(Da unos pasos hacia el centro.)
GILES.—Sí, arriba en nuestro dormitorio.
TROTTER.—¿Me hará el favor de subir y comprobar si funciona?
(Giles se marcha escalera arriba. Lleva en la mano el guante y el billete de autobús y parece como aturdido. Trotter continúa siguiendo el cable hasta la ventana. Descorre la cortina y abre la ventana, tratando de seguir el cable. Sale de la estancia y a los pocos instantes regresa con una linterna. Se aproxima a la ventana, salta al exterior y se agacha, luego se pierde de vista. Es prácticamente de noche. Mistress Boyle sale de la biblioteca, se estremece y cae en que la ventana está abierta.)
MRS. BOYLE.—
(Acercándose a la ventana.)
¿Quién ha dejado esta ventana abierta?
(La cierra y corre las cortinas, luego se aproxima a la chimenea y echa otro leño al fuego. Se dirige a la radio y la enciende. Después va hasta la mesa grande, coge una revista y la hojea.)
(Por la radio dan un programa musical. Mistress Boyle frunce el ceño, vuelve a acercarse a la radio y cambia el programa.)
VOZ DE LA RADIO—… para comprender lo que podría dominar la mecánica del miedo, hay que estudiar el efecto preciso que produce en la mente humana. Imagínese, por ejemplo, que está usted solo en una habitación. La tarde ya está avanzada. Detrás de usted una puerta se abre silenciosamente…
(La puerta de la derecha se abre. Alguien silba la tonada de «Tres ratones ciegos». Mistress Boyle se sobresalta y gira sobre sus talones.)
MRS. BOYLE.—
(Con alivio.)
¡Ah, es usted! No consigo encontrar ningún programa que valga la pena.
(Se acerca a la radio y vuelve a poner el programa musical.)
(Aparece una mano por la puerta abierta y gira el interruptor. La luz se apaga de repente.)
¡Oiga! ¿Qué hace usted? ¿Por qué ha apagado la luz?
(La radio suena a todo volumen y entre la música se oye jadear y forcejear. El cuerpo de mistress Boyle se desploma. Mollie entra en la sala y se queda perpleja.)
MOLLIE.—¿Por qué está todo oscuro? ¡Qué ruido!
(Enciende la luz y se acerca a la radio para bajar el volumen. Entonces ve a mistress Boyle, que yace estrangulada delante del sofá, y deja escapar un grito mientras cae rápidamente el TELÓN.)
(El mismo lugar. Diez minutos después.)
(Al levantarse el telón, el cadáver de mistress Boyle ha sido sacado de la sala y en ella se encuentran todos reunidos. Trotter, sentado ante la mesa grande, lleva la voz cantante. Mollie está de pie junto a la mesa. Todos los demás están sentados: el mayor Metcalf en la butaca grande, Christopher en la silla del escritorio, Giles en la escalera, miss Casewell en el extremo derecho del sofá y Paravicini en el izquierdo.)
TROTTER.—Vamos a ver, mistress Ralston, trate de hacer memoria… piense…
MOLLIE.—
(Al borde de las lágrimas.)
No puedo pensar. El cerebro no me funciona.
TROTTER.—Mistress Boyle acababa de ser asesinada cuando usted la encontró. Usted venía de la cocina. ¿Está segura de no haber visto ni oído a nadie al cruzar el vestíbulo?
MOLLIE.—No… no, me parece que no. Sólo se oía la radio, que estaba muy fuerte. No sé quién pudo ponerla a un volumen tan alto. Con tanto ruido no podía haber oído nada más, ¿no cree?
TROTTER.—Está claro que eso mismo pensó el asesino… o
(Significativamente.)
la asesina.
MOLLIE.—¿Cómo iba yo a oír algo más?
TROTTER.—Algo podía haber oído. Si el asesino hubiese salido por ahí
(Señala hacia la izquierda.)
podía haberla oído salir de la cocina. Tal vez se habría escabullido por la escalera de atrás o por el comedor…
MOLLIE.—Me parece… no estoy segura… que oí una puerta que se abría y luego se cerraba… justo cuando ya salía de la cocina.
TROTTER.—¿Qué puerta?
MOLLIE.—No lo sé.
TROTTER.—Piense, mistress Ralston… trate de pensar. ¿En el piso de arriba? ¿Abajo? ¿Cerca? ¿A la derecha? ¿A la izquierda?
MOLLIE.—
(Llorosa.)
No lo sé, se lo aseguro. Ni siquiera estoy segura de haber oído algo.
(Se acerca a una butaca y se sienta.)
GILES.—
(Levantándose y acercándose a la mesa; enojado.)
¿Por qué no deja de acosarla? ¿No ve que no puede más?
TROTTER.—
(Secamente.)
Estamos investigando un asesinato, míster Ralston. Hasta ahora nadie se ha tomado esto en serio. Mistress Boyle no le dio importancia. Me ocultó información. Todos me ocultaron algo. Pues bien: mistress Boyle ha muerto. A menos que lleguemos al fondo de este asunto… y rápidamente… puede que muera alguien más.
GILES.—¿Alguien más? Tonterías. ¿Por qué?
TROTTER.—
(Gravemente.)
Porque los ratones ciegos eran tres.
GILES.—¿Una muerte por cada ratón? Pero tendría que haber alguna relación… quiero decir alguna relación con el caso de Longridge Farm.
TROTTER.—Sí, tendría que haberla.
GILES.—¿Pero por qué tendría que producirse aquí la otra muerte?
TROTTER.—Porque en la libreta que encontramos había solamente dos direcciones. Ahora bien, en el veinticuatro de Culver Street había sólo una posible víctima. Ahora está muerta. Pero aquí en Monkswell Manor hay más posibilidades.
(Mira significativamente a los reunidos.)
MISS CASEWELL.—Bobadas. ¿No cree que sería una coincidencia muy poco probable que hubieran venido dos personas aquí por casualidad y que ambas tuvieran que ver con el asunto de Longridge Farm?
TROTTER.—Dadas ciertas circunstancias, la cosa no tendría tanto de coincidencia. Piénselo bien, miss Casewell.
(Se levanta.)
Ahora quisiera saber exactamente dónde estaba cada uno de ustedes cuando mistress Boyle fue asesinada. Ya tengo la declaración de mistress Ralston. Estaba usted en la cocina preparando las verduras. Salió de la cocina, cruzó el pasillo, entró en el vestíbulo por la puerta giratoria y finalmente entró aquí.
(Señala la entrada de la derecha.)
La radio estaba a todo volumen, pero la luz estaba apagada y la sala a oscuras. Usted encendió la luz, vio a mistress Boyle y gritó.
MOLLIE.—Sí. Grité y grité. Y finalmente vino gente.
TROTTER.—
(Dando unos pasos hacia Mollie.)
Sí. Como usted dice, vino gente… mucha gente procedente de distintas direcciones… y todos llegaron más o menos a la vez.
(Hace una pausa, da unos pasos y se vuelve de espaldas al público.)
Ahora bien, cuando salté por aquella ventana
(La señala.)
para seguir el cable del teléfono, usted, míster Ralston, subió a la habitación que ocupa con mistress Ralston para ver si funcionaba la extensión.
(Da unos pasos hacia el centro.)
¿Dónde estaba usted cuando mistress Ralston gritó?
GILES.—Todavía estaba en nuestro dormitorio. El teléfono de arriba tampoco funcionaba. Me asomé por la ventana para ver si los cables estaban cortados, pero no pude ver nada. Acababa de cerrar la ventana cuando oí gritar a Mollie y bajé corriendo.
TROTTER.—
(Apoyándose en la mesa.)
Para tratarse de cosas tan sencillas, tardó usted mucho tiempo, ¿no le parece, míster Ralston?
GILES.—Pues no me lo parece.
(Se dirige a las escaleras.)
TROTTER.—Pues yo diría que se tomó usted su tiempo para hacerlas.
GILES.—Estaba pensando en algo.
TROTTER.—Muy bien. Ahora usted, míster Wren. Quisiera saber dónde estaba usted.
CHRISTOPHER.—
(Levantándose y acercándose a Trotter.)
Había ido a la cocina para ver si podía ayudar en algo a mistress Ralston. Adoro guisar. Después subí a mi habitación.
TROTTER.—¿Para qué?
CHRISTOPHER.—Es algo muy natural subir a tu habitación, ¿no cree? Quiero decir que a veces uno desea estar solo.
TROTTER.—¿Se fue usted a su habitación porque deseaba estar solo?
CHRISTOPHER.—Y porque quería cepillarme el pelo y… ejem… arreglarme.
TROTTER.—
(Mirando fijamente el pelo desordenado de Christopher.)
¿Quería cepillarse el pelo?
CHRISTOPHER.—¡En todo caso, ya le he dicho dónde estaba!
(Giles se acerca a la puerta.)
TROTTER.—¿Y oyó gritar a mistress Ralson?
CHRISTOPHER.—Sí.
TROTTER.—¿Y bajó entonces?
CHRISTOPHER.—Sí.
TROTTER.—Es curioso que usted y míster Ralston no se encontrasen en la escalera.
(Christopher y Giles se miran.)
CHRISTOPHER.—Bajé por la escalera de atrás. Queda más cerca de mi cuarto.
TROTTER.—¿Fue usted a su cuarto por la escalera de atrás o utilizó la principal?
CHRISTOPHER.—Subí por la de atrás también.
(Se acerca a la silla del escritorio y se sienta.)
TROTTER.—Entiendo.
(Da unos pasos hacia la mesita de detrás del sofá.)
¿Míster Paravicini?
PARAVICINI.—Ya se lo he dicho.
(Se aproxima al sofá.)
Estaba tocando el piano en la salita de estar… ahí dentro, inspector.
(Señala.)
TROTTER.—No soy inspector… sólo sargento, míster Paravicini. ¿Alguien le oyó tocar el piano?
PARAVICINI.—
(Sonriendo.)
Espero que no. Estaba tocando muy, muy bajito… con un solo dedo… así.
MOLLIE.—Estaba usted tocando «Tres ratones ciegos».
TROTTER.—
(Secamente.)
¿De veras?
PARAVICINI.—Sí. Es una cancioncilla muy pegadiza. Es… ¿cómo decirlo?… ¿una cancioncilia obsesionante? ¿No están todos de acuerdo?
MOLLIE.—A mí me parece horrible.
PARAVICINI.—Y sin embargo… hay quien la lleva metida en la cabeza. Alguien la estaba silbando también.
TROTTER.—¿Silbándola? ¿dónde?
PARAVICINI.—No estoy seguro. Puede que en el vestíbulo… tal vez en la escalera… quizás incluso en alguno de los dormitorios.
TROTTER.—¿Quién estaba silbando «Tres ratones ciegos»?
(Nadie contesta.)
¿Se lo está inventando usted, míster Paravicini?
PARAVICINI.—No, no, inspector… perdone, sargento. Yo no haría una cosa semejante.
TROTTER.—Bien, siga. Estaba usted tocando el piano.
PARAVICINI.—
(Extendiendo un dedo.)
Con un solo dedo… así. Y entonces oi la radio. Estaba muy fuerte y alguien gritaba por ella. Me ofendió el oído. Y después de eso, súbitamente, oí gritar a mistress Ralston.
(Se sienta en el sofá.)
TROTTER.—
(Dando unos pasos y moviendo los dedos.)
Míster Ralston arriba. Míster Wren arriba también. Míster Paravicini en la salita de estar. ¿Y usted, miss Casewell?
MISS CASEWELL.—Yo estaba escribiendo cartas en la biblioteca.
TROTTER.—¿Oyó lo que estaba sucediendo aquí?
MISS CASEWELL.—No, no oí nada hasta que mistress Ralston gritó.
PARAVICINI.—Y entonces, ¿qué hizo?
MISS CASEWELL.—Vine aquí.
TROTTER.—¿En seguida?
MISS CASEWELL.—Creo… creo que sí.
TROTTER.—¿Dice usted que estaba escribiendo cartas cuando oyó gritar a mistress Ralston?
MISS CASEWELL.—En efecto.
TROTTER.—¿Y dejó de escribir en seguida y vino corriendo para aquí?
MISS CASEWELL.—Sí.
TROTTER.—Pues en el escritorio de la biblioteca, al parecer, no hay ninguna carta a medio escribir.
MISS CASEWELL.—
(Levantándose.)
La traje conmigo.
(Abre el bolso, saca una carta, se acerca a Trotter y se la entrega.)
TROTTER.—
(Devolviéndosela tras echarle una ojeada.)
Queridísimo Jessie… ¡Hum! ¿Algún amigo o pariente suyo?
MISS CASEWELL.—¡A usted no le importa!
(Se aleja de Trotter.)
TROTTER.—Puede que no.
(Da unos pasos y se coloca detrás de la mesa grande.)
¿Sabe que si estuviera escribiendo una carta y oyera gritar a alguien, no creo que tuviera tiempo de coger la carta a medio escribir, doblarla y meterla en el bolso antes de ir a ver qué sucedía?
MISS CASEWELL.—¿Ah, no? ¡Qué interesante!
(Sube unos peldaños y se sienta en la banqueta.)
TROTTER.—
(Aproximándose al mayor Metcalf.)
Vamos a ver, ¿y usted qué me dice, mayor Metcalf? Dice que había bajado al sótano. ¿Para qué?
MAYOR METCALF.—
(Plácidamente.)
Para echar un vistazo. Sólo para echar un vistazo. Miré en ese hueco que hay debajo de la escalera y que sirve de armario, cerca de la cocina. Vi un montón de trastos viejos. Me fijé en que dentro había otra puerta y la abrí. Vi unos peldaños que bajaban, me entró curiosidad y bajé a ver. Tienen ustedes un buen sótano.