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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (11 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
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Uthacalthing notaba a su alrededor sonidos que le hablaban de la diferencia de aquella noche. Sirenas lejanas y el rugido de las naves en pleno vuelo. Casi en cada manzana de edificios alguien lloraba, voces humanas o de chimps, gritando o susurrando de miedo y frustración. En el confuso nivel de la empatía, las ondas chocaban unas contra otras en un torbellino de emociones. Su corona no podía desviarse del pánico de los habitantes que aguardaban la mañana siguiente.

Uthacalthing no trató de evitarlo mientras recorría con grandes zancadas unas avenidas tenuemente iluminadas y bordeadas de decorativos árboles. Sumergió sus zarcillos en el absorbente flujo emocional y sobre su cabeza surgió un glifo nuevo y extraño. Se quedó allí flotando, terrible y sin nombre. La eterna tristeza del tiempo se hacía palpable por momentos.

Uthacalthing sonrió. Era un tipo especial de sonrisa, muy antiguo. Y en aquel momento, incluso con aquella oscuridad, nadie lo hubiera confundido con un ser humano.

Hay muchos caminos…
pensó, saboreando de nuevo los abiertos e indisciplinados matices del ánglico.

Dejó la cosa que había creado flotando en el aire, disolviéndose despacio a sus espaldas, mientras caminaba bajo el lento y circular periplo de las estrellas.

Capítulo
10
ROBERT

Robert se despertó dos horas antes del amanecer.

Sufrió un período de desorientación a medida que las extrañas sensaciones e imágenes de los sueños se disipaban. Se frotó los ojos en un intento de aclarar su mente de la confusión y el atontamiento que lo embargaban.

Recordó que había estado corriendo, corriendo como sólo ocurre a veces en sueños, con pasos largos y flotantes que abarcaban leguas y que apenas parecían tocar el suelo. A su alrededor se movían y cambiaban formas vagas, misterios e imágenes semiformadas que se le escapaban cuando su mente despierta trataba de rememorarlas.

Robert contempló a Athaclena, tumbada cerca, dentro de su saco de dormir. Su corona
tymbrimi
, ese casco cónico de suave pelo castaño, estaba recogida. Los zarcillos plateados de la parte superior ondulaban delicadamente, como si tantearan o lucharan con algo invisible sobre su cabeza. Lanzó un suspiro y habló muy bajito, unas pocas frases cortas en el muy silábico dialecto
tymbrimi
de galáctico-Siete.

Tal vez eso explicaba sus propios extraños sueños, pensó Robert. Debía de haber captado rastros de los de la muchacha.

Parpadeó contemplando los ondulantes zarcillos. Durante un breve instante, pareció que había algo que flotaba en el aire sobre la dormida alienígena. Había sido como… como…

Robert frunció el ceño, meneando la cabeza. No había sido como nada en absoluto. El mismo acto de intentar compararlo con algo parecía alejar ese algo cuando pensaba en ello.

Athaclena suspiró de nuevo y se volvió del otro lado. Su corona se replegó. Ya no se produjeron más visiones fugaces en la oscuridad.

Robert salió del saco y buscó a tientas sus botas antes de ponerse de pie. Dio una vuelta alrededor de las altas piedras-aguijón junto a las que estaban acampados. Apenas había la suficiente luz de estrellas como para encontrar un camino entre los extraños monolitos.

Llegó a un promontorio desde el cual se dominaba la cadena occidental de montañas, y a su derecha, las llanuras septentrionales. Bajo este lugar de observación privilegiado se extendía un ondulante y sombrío mar de bosques. Los árboles llenaban el aire de un aroma húmedo y pesado.

Se sentó con la espalda apoyada en una de las piedras-aguijón, tratando de pensar.

Si la aventura era sólo todo lo que aquel viaje significaba… Un idílico interludio en las Montañas de Mulun en compañía de una belleza alienígena. Pero no podía olvidar ni dejar de sentirse culpable al pensar que no hubiese tenido que hallarse allí. Debería estar con sus condiscípulos, sus compañeros de la milicia, y afrontar junto a ellos los problemas.

Sin embargo, eso no podía ser. Una vez más, su madre había interferido en su propia vida. No era la primera vez que Robert deseaba no haber sido hijo de una personalidad política.

Contempló las estrellas, que centelleaban en brillantes líneas donde se unían dos brazos galácticos en espiral.
Si hubiera sufrido más contrariedades en mi vida, quizás estaría mejor preparado para enfrentarme con lo que va a ocurrir. Sería más capaz de aceptar las frustraciones.

No era sólo por ser hijo de la Coordinadora Planetaria, con todas las ventajas que ese rango suponía. Era algo que iba más allá de eso.

Durante toda su infancia se dio cuenta de que mientras los otros muchachos tropezaban y sufrían penas amargas, él siempre tuvo la destreza de salir airoso de todo. Cuando casi todos los demás se habían encaminado a ciegas y con torpeza hacia la adolescencia y la sexualidad, él se había deslizado dentro del placer y la popularidad con tanta facilidad como un pie en un zapato viejo.

Su madre, y su padre, viajero espacial, cada vez que estaba de paso en Garth, le habían recomendado que se fijase en las interacciones de sus semejantes y no dejase simplemente que las cosas sucedieran ni que las aceptara como inevitables. Y de hecho, había empezado a percatarse de que, en cada agrupamiento por edades, había unos pocos como él, para quienes el crecer resultaba en cierto modo más fácil. Entraron con suavidad en la época embrollada de la adolescencia mientras que todos los demás se obstinaban en encontrar un fortuito pedazo de terreno sólido. Y al parecer los más afortunados aceptaban su feliz hado como si fuera señal de alguna elección de tipo divino. Lo mismo ocurría con las muchachas más populares. No tenían empatía, no sentían compasión por los chicos más normales.

En el caso de Robert, nunca había perseguido la fama de
playboy
. Pero con el tiempo, se la había ganado, casi en contra de su voluntad. Un temor secreto empezó a crecer en su corazón. ¿Había equilibrado el universo todas las cosas? ¿Quitaba para compensar lo que entregaba? Se suponía que el culto a Ifni era un chiste entre los viajeros del espacio, ¡pero a veces todo parecía tan planeado!

Era estúpido creer que las pruebas endurecen a las personas, volviéndolas sabias automáticamente. Conocía a muchos que eran idiotas, arrogantes y bobos a pesar de haber sufrido.

Sin embargo…

Al igual que muchos humanos, a veces envidiaba a los flexibles, atractivos y autosuficientes
tymbrimi
. Según los estándares galácticos, eran una raza joven, pero comparados con la Humanidad eran viejos y con gran sabiduría galáctica. Los humanos habían descubierto la sensatez, la paz y una ciencia de la mente sólo una generación antes del Contacto. Existían aún muchos defectos que la sociedad de Terragens tenía que superar. En cambio, los
tymbrimi
parecían conocerse a ellos mismos tan bien…

¿Es ésta la razón básica por la que me atrae Athaclena? Simbólicamente hablando, ella es mayor que yo, posee más conocimientos. Me ofrece la oportunidad de ser torpe y atolondrado y disfrutar de esa actitud.

Era todo tan confuso que Robert no estaba seguro siquiera de sus sentimientos. Lo estaba pasando bien allí arriba en la montaña con Athaclena y eso lo hacía avergonzarse. Por un lado, se sentía resentido con su madre por haberlo enviado allí, y a la vez se sentía culpable de ese resentimiento.

¡Oh, si sólo me hubieran permitido luchar!
El combate, al menos, era algo directo y fácil de comprender. Era antiguo, honorable, simple.

Robert miró de repente hacia el cielo. Allí, entre las estrellas, un punto llameó con momentánea brillantez.

Mientras miraba, se produjeron otros dos súbitos resplandores; luego otro. Las nítidas y destellantes chispas duraron lo suficiente como para que pudiera darse cuenta de sus posiciones.

El movimiento era demasiado regular para ser un accidente… intervalos de veinte grados por encima del ecuador, todo el camino desde la Esfinge hasta Batman, en el que Tloona, el planeta rojo, brillaba en el centro del antiguo cinturón del héroe.

Así que ya está aquí.
La destrucción de la red sincrónica del satélite era algo esperado, pero, en realidad, resultaba pasmoso presenciarla. Por supuesto, eso significaba que los verdaderos aterrizajes no tardarían en producirse.

Robert se sintió abatido y confió en que no hubieran muerto demasiados de sus amigos humanos y chimps.

Nunca he podido saber si actué como debía cuando las cosas eran realmente importantes. Tal vez ya nunca pueda saberlo.

Había tomado una decisión respecto a una cosa. Cumpliría la tarea que le había sido asignada: escoltar a una alienígena no combatiente a las montañas y a su supuesta seguridad. Había un deber que tenía que cumplir esa noche, mientras Athaclena dormía. Volvió lo más silencioso que pudo a las mochilas, sacó del bolsillo inferior izquierdo el aparato de radio y empezó a desmontarlo en la oscuridad.

A medio realizar su trabajo, otro repentino resplandor le hizo volver la cabeza hacia el cielo oriental. Una veloz llama surcó el destellante campo estelar, dejando fulgurantes brasas tras de sí. Algo entraba deprisa, ardiendo como si penetrase en la atmósfera.

Los detritos de la guerra.

Robert se puso de pie y contempló cómo el meteoro de fabricación humana dejaba un ardiente sendero que cruzaba el cielo. Desapareció detrás de una hilera de colinas, a unos veinte kilómetros de distancia. Tal vez mucho más cerca.

—Que Dios os proteja —murmuró a los guerreros que viajaban en aquella nave.

No temía bendecir a sus enemigos aunque estaba claro qué bando necesitaba ayuda aquella noche, y era posible que por mucho tiempo.

Capítulo
11
GALÁCTICOS

El Suzerano de la Idoneidad se movía por el puente del buque insignia con pequeños saltos y cabriolas, disfrutando del placer de avanzar entre la soldadesca
gubru
y
kwackoo
que se apartaba para dejarle libre el camino. Hacía quizá mucho tiempo que el sumo sacerdote
gubru
no disfrutaba de tal libertad de movimientos.

Después de que la fuerza de ocupación aterrizase, el Suzerano no podría volver a poner un pie en el «suelo» durante muchos
miktaars
. Hasta que la idoneidad no estuviese asegurada y la consolidación completa, no podría pisar el territorio del planeta que se extendía frente a la armada que seguía avanzando.

Los otros dos líderes de la fuerza de invasión, el Suzerano de Rayo y Garra y el Suzerano de Costes y Prevención, no tendrían que obrar con tales restricciones. Eso era lo correcto. El ejército y la burocracia tenían sus propias funciones. Pero al Suzerano de la Idoneidad se le había encomendado la misión de Adecuación de la Conducta de la expedición
gubru
, y para eso tendría que permanecer posado en la percha.

Desde el otro lado del puente podían oírse las quejas del Suzerano de Costes y Prevención. Se habían producido pérdidas inesperadas en la furiosa batallita que los humanos protagonizaron con tanta valentía.

Cada nave puesta fuera de combate dañaba la causa
gubru
en estos peligrosos tiempos.

Necios, imprudentes, cortos de vista
, pensó el Suzerano de la Idoneidad. El daño físico ocasionado por los humanos había sido mucho más insignificante que el ético y el legal. Ya que la lucha había sido tan ardiente y efectiva, no podía ser ignorada. Tenía que ser reconocida.

Con su acción, los lobeznos humanos habían dejado constancia de su resistencia a la llegada de las fuerzas
gubru
. De modo inesperado, lo habían hecho siguiendo con meticulosa atención los Protocolos de Guerra.

Tal vez sean algo más que meras bestias inteligentes.

Más que bestias…

Quizás ellos y sus pupilos deban ser estudiados.

Estudiados… zzooon

La hazaña de la resistencia de la diminuta flotilla terrestre significaba que el Suzerano tendría que permanecer posado en la percha al menos durante el período inicial de la ocupación. Habría que buscar una excusa ahora, la clase de
casus belli
que permitiera a los
gubru
proclamar a las Cinco Galaxias que la cesión de arrendamiento de Garth a los terrestres resultaba nula e ineficaz.

Hasta que eso ocurriera, hasta que se aplicaran las Normas de Guerra y se impusieran, el Suzerano de la Idoneidad sabía que se producirían conflictos con los otros dos comandantes, sus futuros amantes y competidores.

La política correcta exigía tensión entre ellos, incluso que algunas leyes que el sacerdote tuviera que imponer, pareciesen, en cierto modo, estúpidas.

Ojalá el momento legue pronto…

Que pronto seamos dispensados de las reglas…

Zzooon

Y pronto el Cambio premie a los virtuosos…

Cuando los Progenitores regresen… zzooon

El Suzerano hizo que su peluda cobertura se agitara. Ordenó a uno de sus sirvientes, un fofo e imperturbable
kwakoo
, que trajese un ahuecador de plumas y un peine.

Los terrestres darán un paso en falso…

Nos proporcionarán una justificación…

Zzooon

Capítulo
12
ATHACLENA

Aquella mañana Athaclena supo que algo había ocurrido durante la noche. Pero Robert apenas si contestó a sus preguntas. Su rudimentario pero efectivo escudo de empatía bloqueaba sus intentos de captar.

Athaclena trató de no sentirse ofendida. Después de todo, su amigo humano estaba empezando a aprender cómo utilizar sus modestos talentos. No podía conocer las muchas y sutiles maneras que un empato era capaz de usar para demostrar un deseo de intimidad. Robert sólo sabía cómo cerrar del todo la puerta.

El desayuno fue silencioso. Cuando Robert hablaba, ella respondía con monosílabos. Como era natural, Athaclena comprendía la reserva de él, pero no había ninguna norma que dijese que ella tenía que mostrarse comunicativa.

Esa mañana, unas nubes bajas coronaban los cerros, cortadas por hileras de serradas piedras-aguijón. El paisaje tenía un aire espectral y lleno de presagios. Caminaban en silencio entre desgarrados jirones de niebla brumosa por las estribaciones que llevaban a las Montañas de Mulun. El aire estaba inmóvil y parecía contener una vaga tensión que Athaclena no podía identificar. Penetraba en su mente, sacando a relucir recuerdos poco agradables.

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