Read La rebelión de los pupilos Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (56 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
3.14Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Uthacalthing rogaba que esta última posibilidad no fuese cierta. Era, por supuesto, uno de los riesgos que había corrido cuando dispuso incordiar al enemigo con tal frenesí. Únicamente esperaba que su hija y el hijo de Megan Oneagle no hubiesen pagado el precio más alto al fomentar sus propios trucos complicados contra los malignos pájaros.

—Hummm —comentó—. ¿Ha dicho que le había sorprendido algo más?

—Sí, esto —prosiguió Kault—. Que después de cinco docenas de días planetarios, durante los cuales los
gubru
no han hecho nada por el bien de este planeta, ahora de pronto se dediquen a emitir comunicados que prometen amnistía y empleo a todos los antiguos miembros del Servicio de Recuperación Ecológica.

—¿Sí? Bueno, tal vez eso sólo signifique que ya han completado su consolidación y que ahora pueden escatimar un poco de atención a sus responsabilidades.

Kault hizo un gesto de incredulidad.

—Quizá, pero los
gubru
son contables. Contadores de créditos. Carecen de sentido del humor. Son fanáticamente escrupulosos con los aspectos de la tradición galáctica que les interesan, pero apenas parecen preocuparse de preservar los planetas como viveros, sólo les interesa el estatus a corto plazo de su clan.

Aunque Uthacalthing estaba de acuerdo con esa afirmación, consideraba que Kault era un observador muy poco imparcial. Y el
thenanio
no era precisamente el más indicado para acusar a los demás de falta de sentido del humor. De todas formas, una cosa estaba clara. Mientras Kault se distrajera de aquel modo, pensando en los
gubru,
sería inútil atraer su atención hacia pistas sutiles y pisadas en el suelo.

Notó cierto movimiento en la pradera que lo rodeaba. Los pequeños carnívoros y sus presas se refugiaban en pequeños agujeros o madrigueras para esperar que pasase el mediodía. A esa hora, el feroz calor del verano pegaba de lleno y tanto perseguir como huir de la persecución suponía demasiado esfuerzo. Con respecto al calor, los galácticos grandes no eran una excepción.

—Vamos —dijo Uthacalthing—. El sol está alto. Debemos encontrar un sitio sombreado para descansar. Al otro lado del agua veo algunos árboles.

Kault le siguió sin comentarios. Parecía indiferente ante las pequeñas desviaciones de la ruta siempre y cuando las distantes montañas se vieran cada día un poco más cerca. Los picos nevados eran ya algo más que una difusa línea que se recortaba en el horizonte. Podría tomarles semanas llegar hasta ellas y un tiempo aún más largo encontrar una ruta hacia el Sind, cruzando desconocidos pasos. Pero cuando convenía a sus intereses los
thenanios
eran pacientes.

No se veían destellos azules cuando Uthacalthing encontró cobijo bajo un grupo muy espeso de árboles enanos, pero se mantenía atento. No obstante, le pareció captar con la corona un amago de fiera alegría que procedía de alguna mente oculta en la estepa; de alguien grande, inteligente y familiar.

—En cierto modo, soy un experto en asuntos terrestres —decía Kault un poco más tarde mientras conversaban bajo las nudosas ramas. Unos pequeños insectos zumbaban en torno a las ranuras respiratorias del
thenanio
y salían despedidos cada vez que se acercaban demasiado—. Eso, y mi experiencia ecológica, fueron decisivos para conseguir mi nombramiento como embajador en este planeta.

—No olvide su sentido del humor —añadió Uthacalthing con una sonrisa.

—Sí —la cresta de Kault se hinchó en el equivalente thenanio a un asentimiento—. En mi planeta me consideraban una especie de diablo, la persona ideal para tratar con los lobeznos y los traviesos
tymbrimi
. —Terminó la frase con una grave y rápida serie de roncas respiraciones. Era evidente que se trataba de una afectación premeditada, ya que los
thenanios
no tenían un gesto de risa como tal.

No importa
, pensó Uthacalthing,
como muestra del humor thenanio está muy bien.

—¿Ha tenido mucha experiencia directa con los terrestres?

—Oh, sí —dijo Kault—. He estado en la Tierra, he tenido el placer de pasear por sus húmedos bosques y contemplar las diversas y extrañas formas de vida que allí existen. He conocido neodelfines y ballenas. Mientras que mis congéneres creen que los humanos nunca deberían haber sido declarados completamente elevados, que les sería mucho más provechoso pasar aún unos cuantos años de perfeccionamiento bajo unos guías adecuados, a mí me parece que su mundo es muy hermoso y sus pupilos muy prometedores.

Una de las razones que habían llevado a los
thenanios
a implicarse en aquella guerra era su esperanza de poder apropiarse de las tres razas terrestres y de que su clan las adoptase por la fuerza, «por el bien de los terrestres», naturalmente. No obstante, para ser justos, también era evidente que entre los propios
thenanios
había desavenencias a aquel respecto. El partido de Kault, por ejemplo, prefería una campaña de persuasión de diez mil años para conseguir una adopción voluntaria de los terrestres a base de «amor».

Pero el partido de Kault no era mayoritario en el gobierno actual.

—Y además, he conocido a unos cuantos terrestres en el curso de unas sesiones del Instituto Galáctico de Migración, en una expedición que se realizó para negociar con los
fah'fah'nfah
.

La corona de Uthacalthing se desplegó en un torbellino de hebras doradas; una exhibición de franca sorpresa. Sabía que incluso Kault podría leer su expresión de asombro, pero no le importaba.

—¿Así que usted conoce a los respiradores de hidrógeno? —ni siquiera intentó pronunciar el nombre hiperalienígena, que no formaba parte de ninguna lengua galáctica autorizada.

Kault lo había sorprendido una vez más.

—Los
jah'fah'nfah
—las ranuras respiratorias de Kault latían de nuevo imitando la risa, pero esta vez sonaba mucho más auténtica—. Las negociaciones se sostuvieron en el subcuadrante Poul-Kren, no muy lejos de lo que los humanos llaman el sector Orión.

—Eso está muy cerca de las colonias terrestres de Canaan.

—Sí, ésa es una de las razones por las que se les invitó a participar. Aunque se considera que esos infrecuentes encuentros entre las civilizaciones que respiran oxígeno y las que respiran hidrógeno son los más críticos y delicados de todas las eras, se creyó adecuado que algunos terrestres asistieran a ellos y presenciaran las sutilezas de la diplomacia de alto nivel.

Quizá se debía a su estado de confundida sorpresa, pero en aquel momento a Uthacalthing le pareció captar algo que Kault emanaba, un amago de algo profundo y preocupante para el
thenanio. No me lo está contando todo
, advirtió Uthacalthing.
Había otras razones que justificaban la presencia humana.

Durante miles de millones de años, se había mantenido una precaria paz entre dos culturas paralelas y completamente separadas. En realidad, era como si las Cinco Galaxias fuesen diez pues había prácticamente tantos mundos estables con atmósferas de hidrógeno como planetas del tipo Garth, la Tierra o Tymbrimi. Los dos ramales de vida, cada uno con un vasto número de especies y formas vitales, no tenían nada en común. Los mundos de los
fah'fah'nfah
eran demasiado fríos, vastos e inhóspitos para que los galácticos pudieran siquiera codiciarlos.

Y también parecían operar con distintos niveles o lapsos de tiempo. Los respiradores de hidrógeno preferían las rutas lentas a través del nivel-D del hiperespacio, e incluso las del espacio normal entre las estrellas, en las que regía la relatividad, y dejaban las vías más rápidas para los herederos de los míticos Progenitores, de vida breve.

A veces estallaban conflictos y morían sistemas y clanes enteros, pero no había leyes que regulasen tales guerras.

Otras veces se comerciaba con ellos: metales a cambio de gases, o maquinaria a cambio de objetos tan extraños que ni siquiera constaban en los registros de la Gran Biblioteca.

Había períodos en los que una u otra civilización abandonaba por completo los brazos de la espiral. El Instituto Galáctico de Migración organizaba tales movimientos entre los respiradores de oxígeno una vez cada cien millones de años aproximadamente. La razón oficial era la de permitir que grandes regiones de estrellas «volvieran al barbecho» durante una era y que sus planetas tuvieran tiempo de desarrollar nuevas formas presensitivas. Sin embargo, el otro objetivo era ampliamente conocido: poner espacio de por medio entre las formas de vida oxigénicas e hidrogénicas cuando llegaban a un punto crítico en que ya no podían ignorarse mutuamente.

¿Y Kault le estaba diciendo que había tenido lugar una negociación reciente en el sector Poul-Kren? ¿Y que los humanos habían estado presentes?

¿Por qué no he oído nada de esto hasta ahora?
, se preguntó Uthacalthing.

Quería seguir hablando de aquel tema pero no tuvo ocasión. Era evidente que Kault no deseaba hacerlo, pues retomó el hilo anterior de la conversación.

—Sigo creyendo, Uthacalthing, que hay algo anómalo en las transmisiones
gubru
. De sus partes, se desprende que están peinando tanto Puerto Helenia como las islas, para buscar a los ecólogos terrestres, y a los expertos en Elevación.

Uthacalthing decidió que su curiosidad podía esperar; una decisión muy dura para un
tymbrimi
.

—Bueno, como ya he sugerido antes, tal vez los
gubru
quieran por fin cumplir con sus deberes en Garth.

—Si ése fuera el caso —Kault gorgoriteó de un modo que Uthacalthing sabía que significaba duda—, necesitarían ecólogos, pero ¿por qué especialistas en Elevación? Intuyo que está ocurriendo algo extraño —concluyó Kault—. Los
gubru
han estado muy agitados durante varios megasegundos.

Incluso sin el pequeño receptor o sin ninguna noticia procedente de las ondas aéreas, Uthacalthing lo hubiese sabido igualmente. Estaba implícito en la intermitente luz azul que venía observando desde hacía semanas.

El centelleante brillo significaba que la Reserva Diplomática
tymbrimi
había sido violada. El cebo que había colocado dentro del hito, junto con algunas otras pruebas e indicios, sólo podían llevar a una raza sapiente a una única conclusión.

Era evidente que la broma que les había gastado a los
gubru
les estaba costando muy cara.

No obstante, hasta las cosas buenas tienen un final. En aquellos momentos los
gubru
ya debían de saber que todo había sido un truco
tymbrimi
. Los pájaros no eran totalmente estúpidos. Tarde o temprano tenían que descubrir que no existía nada parecido a un
«garthiano»
.

Los sabios dicen que puede ser un error llevar una broma demasiado lejos. ¿Cometo ese error al gastarle a Kault la misma broma?

Ah, pero en este caso, el procedimiento era por completo distinto. Engañar a Kault se estaba convirtiendo en una tarea mucho más lenta, difícil y personal.

Y además, ¿qué otra cosa puedo hacer para pasar el rato?

—Cuénteme más cosas acerca de sus sospechas —dijo Uthacalthing a su compañero—. Estoy muy, muy interesado.

Capítulo
56
GALÁCTICOS

Contra todo pronóstico, el nuevo Suzerano de Costes y Prevención estaba ganando puntos. Su plumaje apenas empezaba a mostrar los matices reales de la candidatura pero ya destacaba respecto a sus compañeros de competición. Cuando danzaba, los otros Suzeranos se sentían obligados a observarlo de cerca y prestar atención a sus bien analizados argumentos.

—Este esfuerzo ha sido incorrecto, oneroso, imprudente —gorjeaba y danzaba con delicado ritmo—. Hemos malgastado riquezas, tiempo y honor buscando, persiguiendo, acosando una quimera.

El nuevo jefe de la burocracia poseía varias ventajas. Había sido preparado por su predecesor, el impresionante Suzerano de Costes y Prevención ya fallecido. Y, además, había presentado un número igualmente impresionante de hechos acusatorios ante el cónclave. En el suelo aparecían diseminados unos cubos de datos. La presentación por parte del jefe de los funcionarios había sido, en realidad, muy abrumadora.

—No hay ningún modo, ninguna probabilidad, ninguna posibilidad de que este mundo haya podido esconder a un presensitivo, superviviente de la matanza de los
bururalli
. Ha sido un fraude, un truco, un diabólico plan terrestre-
tymbrimi
para lograr que malgastemos, derrochemos, dilapidemos nuestra riqueza.

Para el Suzerano de la Idoneidad aquello había sido completamente humillante; de hecho, casi una catástrofe.

Durante el vacío de poder, mientras se elegía el nuevo candidato burócrata, el sacerdote y el almirante habían reinado a sus anchas, sin ningún tipo de control. Bien sabían que actuar de aquel modo, sin la voz de un tercero para frenarlos, no era inteligente pero ¿qué ser continuaba actuando con sabiduría cuando la oportunidad llama seductoramente?

El almirante había salido en misiones de búsqueda y destrucción de los partisanos de las montañas para acrecentar así su honor personal. Por su parte, el sacerdote había ordenado nuevas y costosas construcciones y había precipitado el envío de una nueva sección de la Biblioteca Planetaria.

Había sido un agradable interregno con un consenso bilateral. El Suzerano de Rayo y Garra aprobaba todos los gastos y el Suzerano de la Idoneidad bendecía todas las incursiones de los soldados de Garra. Se enviaron incesantes expediciones a la montaña, mientras los científicos, fuertemente protegidos, buscaban con impaciencia un tesoro que no tenía precio.

Se cometieron muchos errores. Los lobeznos resultaron ser diabólicos y escurridizos como animales en sus emboscadas. Y sin embargo, no habría habido críticas a los gastos si se hubiese encontrado lo que se buscaba.

Habría valido la pena si al menos…

Pero nos han mentido, engañado, confundido
, pensó el sacerdote con amargura. El tesoro había sido un fraude. Y ahora el nuevo Suzerano de Costes y Prevención les echaba en cara lo que había costado. El burócrata ejecutaba una brillante danza de castigo por el exceso. Y ya había logrado varios puntos de consenso; por ejemplo, que no habría más persecuciones inútiles en las montañas hasta que se encontrara una forma más barata de eliminar a los partisanos de la Resistencia.

BOOK: La rebelión de los pupilos
3.14Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Not The Leader Of The Pack by Leong, Annabeth
A Haunted Heart by Kristi Pelton
Wartime Brides by Lizzie Lane
Killashandra by Anne McCaffrey
The Heiresses by Allison Rushby
Betrayed by Melinda Metz - Fingerprints - 5
Sit! Stay! Speak! by Annie England Noblin
The 13th Enumeration by William Struse, Rachel Starr Thomson