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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Novela

La sal de la vida (6 page)

BOOK: La sal de la vida
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Nuestra madre se volvió hacia Simon:

—¿Han estado así de insoportables durante todo el viaje?

—Peor todavía —contestó muy serio, asintiendo con la cabeza.

Y añadió:

—¿Y Vincent? ¿No ha venido contigo?

—No. Está trabajando.

—¿Cómo que está trabajando? ¿Dónde?

—Pues donde siempre, en su castillo...

Nuestro hermano mayor menguó diez centímetros de golpe.

—Pero... Yo creía... O sea, él me dijo que vendría...

—He intentado convencerlo pero no ha habido manera. Ya sabes que él, esto de los canapés y tal...

Simon parecía desesperado.

—Le había traído un regalo. Un vinilo inencontrable. Y tenía ganas de verlo... No lo veo desde Navidad. Jo, qué chasco... ¿Sabéis lo que os digo? Que me voy a tomar una copa.

Lola hizo una mueca:

—Vaya, vaya, nuestro hermanito no parece muy feliz...

—Ya te digo —repliqué, mirando a Miss Aguafiestas, que se besuqueaba con todas nuestras tías abuelas—, ya te digo...

—¡Vosotras, en cambio, hijas mías, estáis espléndidas! Os encargáis de animarlo, ¿verdad? Sacad a bailar a vuestro hermano, ¿eh?

Y se alejó para entregarse a las cortesías de rigor.

Seguíamos con la mirada a esa mujercita menuda. Su gracia, su porte, su empaque, su elegancia, su clase...

La parisina...

Lola se puso seria de repente. Dos niñitas adorables corrían riendo para unirse al cortejo.

—Bueno —dijo—, me parece que me apunto a la copa con Simon...

Y yo me quedé plantada como una tonta en medio de la plaza, con mi sari arrugado y sin gracia.

No por mucho tiempo porque al momento se acercó nuestra prima Sixtine, cacareando:

—¡Eh, Garance! ¡Hare Krishna! ¿Vas a una fiesta de disfraces o qué?

Sonreí como pude, reprimiendo a duras penas un comentario hiriente sobre su bigote mal teñido y su traje sastre verde manzana de tienda paleta y quiero y no puedo de provincias.

Cuando se alejó, le tocó el turno a la tía Geneviève:

—Dios mío, pero ¿eres tú mi pequeña Clémence? Dios mío, pero ¿qué es esa cosa de hierro que llevas en el ombligo? ¿Seguro que no te hace daño?

Así que me dije; bueno, mejor será que me vaya yo también al bar con Simon y Lola....

Los encontré a los dos sentados en la terraza. Con una caña al alcance de la mano, tan a gusto, tomando el solecito tan ricamente.

Me senté —al hacerlo, sonó un «crac»— y me pedí yo también una caña.

Felices, en paz, con los labios ribeteados de espuma de cerveza, observábamos a la gente del lugar que, asomada a las puertas de sus casas, hacía comentarios sobre los forasteros reunidos en el atrio de la iglesia. Maravilloso espectáculo.

—Eh, ¿esa de ahí no es la nueva mujer del cornudo de Olivier?

—¿Cuál, la morena bajita?

—No, la rubia que está al lado de los Puturrú de Foie...

—Socorro. Es aún más fea que la anterior. No te pierdas el bolso que lleva...

—Imitación Gucci.

—Exacto. Pero no tiene siquiera la calidad de los buenos bolsos de imitación. Éste es una copia made in China...

—Lo peor de lo peor.

Podríamos haber seguido así un buen rato, pero Carine vino a buscarnos:

—¿Venís? Ya va a empezar...

—Enseguida vamos, enseguida vamos... —le contestó Simon—, me termino la cerveza y vamos.

—Pero si no entramos ya —insistió—, no cogeremos buen sitio en la iglesia y no veré nada...

—Que sí, ve yendo tú que yo luego te alcanzo.

—Bueno, pero date prisa, ¿eh?

Ya se había alejado veinte metros cuando de pronto se volvió y gritó:

—¡Y vete a la tienda de enfrente y compra un paquete de arroz!

Dicho esto, se volvió de nuevo:

—Pero no del más caro, ¿eh? ¡No compres el de Uncle Ben's como la otra vez! Total, para tirarlo...

—Que sí, que vale... —masculló él.

Vimos a lo lejos a la novia del brazo de su padre. La misma que pronto tendría toda una camada de ratoncillos con orejas de soplillo. Contamos a todos los que llegaban tarde y animamos con un fuerte aplauso al monaguillo, que corría a toda velocidad tropezándose con el alba.

Cuando las campanas callaron, y los autóctonos volvieron a sus quehaceres, Simon dijo:

—Me apetece ver a Vincent.

—Ya, pero aunque lo llamáramos ahora —contestó Lola, cogiendo su bolso—, hasta que llegue...

Entonces pasó por ahí un niño de la boda, vestido con pantalón de franela y bien peinadito con su raya al lado. Simon lo pilló por banda:

—¡Eh! ¿Te quieres ganar cinco partidas de
pinball
?

—Sí...

—Entonces vuélvete a la misa y ven a avisarnos cuando haya acabado la homilía.

—Vale, pero el dinero me lo dais ya.

Yo flipo con los niños de hoy en día...

—Toma, estafador. Pero no nos la juegues, ¿eh? Luego vienes a avisarnos.

—¿Me da tiempo a echar una partida ahora?

—Bueeeno, vaaale —suspiró Simon—, pero luego te vas derechito a misa.

—Vale.

Nos quedamos un rato más ahí sentados, tranquilamente, y entonces Simon añadió:

—¿Y si vamos a verlo?

—¿A quién?

—¡A quién va a ser, a Vincent!

—Pero ¿cuándo? —pregunté yo.

—Ahora.

—¿Ahora?

—¿Te refieres a ahora mismo? —repitió Lola.

—¿Se te ha ido la olla? ¿Quieres coger el coche y marcharnos ahora?

—Mi querida Garance, me parece que acabas de resumir perfectamente mis intenciones.

—Estás loco —dijo Lola— ¿cómo vamos a marcharnos así?

—¿Y por qué no? —Rebuscó unas monedas en el bolsillo—. Vamos... ¿Os apuntáis, chicas?

No reaccionamos.

Simon levantó los brazos al cielo:

—¡Venga, que nos vamos! ¡Nos largamos! Nos damos el piro. Ponemos pies en polvorosa. ¡Nos marchamos y adiós muy buenas!

—¿Y Carine?

Bajó los brazos.

Se sacó un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y le dio la vuelta a un posavasos.

«Nos hemos ido a visitar el castillo de Vincent. Cuídame bien a Carine. Sus cosas están delante de tu coche. Besos de los tres.»

—¡Eh, chaval! Cambio de planes: ya no tienes que chaparte la misa, pero a cambio le entregas esta nota a una señora que va vestida de gris con un sombrero rosa y que se llama Maud, ¿te has enterado?

—Sí.

—¿Cómo va la partida?

—Me he ganado dos bolas extra.

—Repite lo que acabo de decirte.

—Cuando consiga un récord, le entrego este posavasos a una señora con un sombrero rosa que se llama Maud.

—La esperas al salir de la iglesia y se lo das.

—Vale, pero esto os va a salir más caro...

El chaval se reía.

6

—No has cogido el neceser...

—Vaya. Media vuelta. Esto sí que no me lo perdonaría nunca...

Lo dejé bien a la vista encima de su maleta, y volvimos a arrancar, envueltos en una nube de polvo. Como si acabáramos de atracar un banco.

Al principio no nos atrevíamos siquiera a hablar. Estábamos un poco emocionados, y Simon miraba por el retrovisor cada diez segundos.

Quizá temiéramos oír las sirenas del coche de policía que Carine, muerta de rabia y echando espuma por la boca, había lanzado en nuestra persecución. Pero no, nada. Calma chicha.

Lola iba delante, y yo me asomaba entre los dos desde el asiento trasero. Cada uno esperaba que fuera otro quien rompiera el silencio incómodo.

Simon encendió la radio, y oímos balar a los Bee Gees:

And we're stayin' alive, stayin' alive...

Ha, ha, ha, ha... Stayin' alive, stayin' alive...

La bomba. Era demasiado bonito para ser verdad. ¡Tenía que ser una señal! ¡El dedo de Dios! (No. Era una dedicatoria de Pati a Dany para celebrar el aniversario de cuando se conocieron en el baile de las fiestas de Treignac en 1978, pero eso no lo supimos hasta más tarde.) Entonamos los tres en voz alta: «HA, HA, HA, HA! STAYIN' ALIIIIIIIIVE!...», mientras Simon hacía zigzag por la D114 desatándose el nudo de la corbata.

Me volví a poner los pantalones, y Lola me pasó su sombrero para que lo dejara sobre el asiento a mi lado.

Con el pasturrio que le había costado, estaba un poco decepcionada.

—Bah —le dije, para consolarla—, ya te lo pondrás en mi boda...

Risas —enooooormes— en el habitáculo.

Volvía a reinar él buen humor. Habíamos logrado sacar al alien fuera de la nave espacial.

Ya sólo teníamos que ir a recoger al último miembro de la tripulación.

Mientras yo buscaba el pueblucho de Vincent en el mapa, Lola hacía de pincha. Podíamos elegir entre Radio Villaconejos FM y Onda Villabotijos. Nada muy
fashion
que digamos, pero ¿qué importaba? Total, no parábamos de hablar...

—Nunca te hubiera creído capaz de hacer algo así —dijo por fin Lola, volviéndose hacia nuestro chófer.

—Será que con la edad se vuelve uno más sabio —sonrió Simon, aceptando uno de mis cigarrillos.

Llevábamos ya dos horas de trayecto, y estaba contándoles mi viaje a Lisboa cuando...

—¿Qué pasa? —preguntó Lola, inquieta.

—¿Lo has visto?

—¿El qué?

—El perro.

—¿Qué perro?

—El que había en la cuneta...

—¿Muerto?

—No. Abandonado.

—¡Bueno, tampoco es para que te pongas así!

—Es que he visto su mirada, ¿entiendes?

No lo entendían.

Y sin embargo ese chucho me había mirado a los ojos y me había leído hasta el alma, estaba segura.

Me entró un mal rollo horrible, pero entonces Lola se puso a recordar nuestra evasión poniéndole la música de
Misión imposible
y desafinando a gritos para distraerme.

Yo llevaba el mapa y mientras soñaba despierta, repasando en mi cabeza las partidas de la noche anterior. Me la había jugado en la última baza con un póquer de poca monta, pero bueno... Había ganado, y eso era lo importante...

Era como nosotros: por separado no valíamos gran cosa, pero juntos, los cuatro hermanos ganábamos mucho.

7

Cuando llegamos, acababa de empezar la última visita.

Un tipo joven y muy pálido, bastante mugriento y de ojos vidriosos nos dijo que nos uniéramos al resto del grupo en la primera planta.

Había unos cuantos turistas despistados, unas mujeres gordas, una pareja de maestros de escuela interesadísimos, con sus buenos zapatos cómodos para caminar, familias como Dios manda que quieren culturizar a los hijos, niños malhumorados y un puñado de holandeses que no se sabía muy bien qué pintaban ahí. Todos se volvieron al oírnos llegar.

En cuanto a Vincent, no nos había visto. Estaba de espaldas, soltando su rollo con un entusiasmo que no le conocíamos.

Primera sorpresa: llevaba un blazer raído, una camisa de rayas con gemelos, un pañuelito de seda al cuello y un pantalón no muy limpio pero elegante, con vueltas. Iba bien afeitado, con el pelo engominado y peinado hacia atrás.

Segunda sorpresa: el rollo que soltaba no tenía ni pies ni cabeza.

Según contaba, ese castillo pertenecía a nuestra familia desde hacía generaciones. Actualmente, Vincent vivía allí solo, mientras se decidía a sentar la cabeza, formar una familia y restaurar el foso.

Era un lugar maldito porque lo habían construido a escondidas para la amante del tercer hijo bastardo de Francisco I, una tal Isaura de Haut-Brébant, a la que el rey había hecho enloquecer de celos, según contaban, y que era algo bruja a sus horas.

«...Y aún hoy, señoras y señores, las noches de luna llena en el primer decanato, se oyen ruidos harto extraños, algo así como estertores, que suben desde el sótano, el mismo que antiguamente hacía las veces de mazmorra...

»Al reformar la cocina que verán a continuación, mi abuelo encontró osamentas que se remontan a la Guerra de los Cien Años y algunos escudos con el sello de San Luis. A su izquierda, un tapiz del siglo XIII, a su derecha, el retrato de la famosa cortesana. Fíjense en el lunar bajo el ojo izquierdo, señal irrefutable de maldición divina...

»No dejen de admirar las magníficas vistas desde la terraza... Los días en que sopla mucho viento, se pueden ver las torres de Saint-Roch...

»Por aquí, por favor. Cuidado con el escalón.

Que alguien me pellizque o creeré que estoy soñando.

Los turistas miraban con atención el lunar de la bruja y le preguntaban si no tenía miedo por la noche.

—¡Rediez, sí, pero tengo con qué defenderme!

Señalaba las armaduras, las alabardas, las ballestas y las mazas que adornaban la pared de la escalera.

Muy serios, todos asentían con la cabeza, alzando sus cámaras fotográficas.

Pero ¿qué era todo ese disparate?

Cuando pasamos por delante de él al abandonar la sala, su rostro se iluminó. Oh, fue algo muy discreto. Apenas un gesto de cabeza. La complicidad de la sangre y las amistades antiguas.

La marca de los Grandes.

Ahogábamos la carcajada entre los yelmos y los arcabuces, mientras Vincent proseguía su perorata sobre las dificultades que conllevaba mantener en buen estado tamaña construcción... Cuatrocientos metros cuadrados de tejado, dos kilómetros de canalón, treinta habitaciones, cincuenta y dos ventanas y veinticinco chimeneas pero... todo sin calefacción. Y sin electricidad. ¡Ni agua corriente, ahora que lo pienso! Lo que explica también la gran dificultad, para este humilde servidor, de encontrar novia...

La gente se reía.

«... He aquí un retrato del conde de Dunois, uno de los poquísimos que existen. Fíjense en el escudo de armas, que volverán a ver esculpido en el frontón de la gran escalera, en la esquina noroeste del patio.

»Estamos entrando ahora en una recámara reformada en el siglo XVIII por mi tatarabuela la marquesa de La Lariotine, que venía de montería por estos parajes. Bueno, digamos que venía a cazar en el sentido amplio de la palabra, por desgracia... Y mi pobre tío el marqués no tenía nada que envidiarle a ese hermoso ejemplar de diez cuernos que han podido admirar hace un momento en el comedor... Tenga cuidado, señora, es frágil. Por el contrario, les recomiendo encarecidamente que echen un vistacillo al pequeño cuarto de baño... Los cepillos, los frascos de sales y de ungüentos son todos originales... No, eso, señorita, es un orinal de la segunda mitad del siglo XX, y eso, un cubo para cuando tenemos goteras...

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