—¿Tú eres ese fantasma? ¿Fuiste transmitido aquí desde la Ecumene Silente?
—Sin duda has visto la Ultima Transmisión. Sin duda te has preguntado quién era el sujeto que la realizó. Sin duda te has preguntado por qué, en el último momento, siente tanto temor, y luego tanta alegría, al comprender que está infectado por un virus mental, al comprender que el virus mental lo posee, y que poseerá a cualquiera que reciba adecuadamente el mensaje. Tu Ecumene Dorada recibió una versión corrompida del mensaje original. La fuerza de la señal era débil y los canales subtextuales, donde estaba escondido el virus mental, no llegaron. ¡Una pena! Si la señal hubiera sido fuerte, toda la gente de la Ecumene Dorada sería lo que es Jenofonte: ¡todos serían yo! Dadas las circunstancias, sólo Jenofonte goza de este privilegio.
—¿Eres una copia del hombre que realizó la Última Transmisión desde la Ecumene Silente? ¿O eres el virus? ¿O qué eres?
—Se llama Ao Varmatyr. Era hijo y copia de Ao Ormgorgon Gusanoscuro, el héroe cultural que fundó la Segunda Ecumene. Ahora forma parte de la superalma de la que yo otrora formé parte, al igual que Ormgorgon y todos los demás. Pero no pretendo ser él. Soy él tanto como soy cualquier otro. Las cuestiones de identidad son irrelevantes.
Faetón comprendió que no había hecho la pregunta central:
—¿Por qué haces esto? ¿Cuál es tu motivación?
—Ayudar a Faetón. Somos hijos de la primera colonia estelar. Ahora habrá más. Sabíamos cuál sería tu primera escala, cuál tenía que ser, aunque tú. mismo no lo hayas reconocido. ¿Dónde puede esta gran nave reaprovisionarse de combustible con mayor facilidad?
—¿Crees que la
Fénix Exultante
se dirige a Cygnus X-1 en primer lugar?
—Lo admitiste al hablar con Notor-Kotok. Si no hubiera sido por nuestra interferencia, Gannis y los Exhortadores habrían desguazado esta nave, después de arrebatártela. Esperábamos que fueras en persona a visitar a tu esposa ahogada en el mausoleo de Estrella Vespertina. Estábamos dispuestos a revelar nuestra presencia y nuestro propósito, tomarte con tu armadura, tomar esta nave e ir a Cygnus X-1.
«Pero nos engañaste. Nuestro modelo era inexacto. Algo distorsionó tu conducta normal. En vez de venir en persona, te telepresentaste.
Faetón recordó. Había aguzado su orgullo. Había usado una tabla de autoanálisis Caritativa para alterar su naturaleza emocional, y eso lo había vuelto demasiado impaciente para esperar a ver a Dafne en persona.
—A causa de esto —continuó el fantasma de Ao Varmatyr—, fuimos sorprendidos con las defensas bajas. Como medida de emergencia, enviamos un maniquí que te inoculara un virus mental, con lo cual abrirías tu cofre de memoria y obligarías a los Exhortadores a exilarte. Preveíamos que, al cabo de un período de prueba entre exiliados, estarías a la altura de las circunstancias, juntarías dinero y equipo, contactarías con los neptunianos y te reunirías con ellos.
«Luego ocurrió otro imprevisto. Dafne optó por el exilio y la muerte para ir a verte. Para nosotros creció el peligro, pues Dafne sacó a Atkins de su retiro. Tenemos miedo de que nos descubran, y la desesperación nos obligó a actuar; la unidad oculta en el caballo de Dafne se extralimitó e intentó traerte mediante amenazas. Fue un error de cálculo; subestimamos la perentoria rapidez con que los sofotecs que controlan tu civilización ordenarían a su matón Atkins que tomara represalias. Tú, con tus actos, has demostrado que teníamos buenas razones para tener miedo de que nos descubrieran.
—Tu historia no parece cierta. ¿Por qué tantos engaños? ¿Por qué no viniste a mí directamente?
—Lo hice. Tú rechazaste mis peticiones. Más aún, tu capacidad de juicio independiente ha sido alterada por los sofotecs para adecuarla a sus propósitos, a veces de manera obvia, a veces sutil. Han modificado tus pensamientos sobre ellos; tu filtro sensoríal eliminaría toda prueba que yo presentara para convencerte; los programas de alteración de memoria te harían olvidar. Esto ha sucedido varías veces durante nuestra interacción. No podíamos razonar contigo porque han manipulado tu capacidad para el razonamiento. Teníamos que actuar en secreto porque temíamos a los sofotecs.
—¿Les temíais? ¿Por qué?
—Porque vuestros sofotecs destruyeron la civilización de la Segunda Ecumene.
—La Segunda Ecumene era un paraíso que disfrutaba de los bienes más abundantes y las mejores perspectivas que se pudieran imaginar; nuestros presupuestos energéticos no tenían límite. Había poca necesidad de propiedad privada, y no había competencia envidiosa, ninguna causa para no ejercer una perfecta generosidad: los bienes que deseáramos se podían replicar incesantemente a partir de la energía inagotable que producían las fuentes de singularidad.
«Pero no era un paraíso perfecto. Había muerte. Había miedo a la muerte.
»Y había malentendidos. La Segunda Ecumene fue colonizada durante la Era de la Quinta Estructura Mental. Las neuroformas Taumaturga, Invariante y básica no podían comprenderse entre sí. Como subproducto de diferencias fundamentales en neurología, había diferencias fundamentales en psicología. No había modo de franquear este abismo, ningún terreno común, ninguna base común para la interacción.
»Pero, ¿necesitábamos comprensión? En cambio, teníamos privacidad. En nuestro paraíso, con nuestra abundancia inagotable, ninguna persona necesitaba interactuar con ninguna otra que le resultara incomprensible o repulsiva. No había fuerzas sociales centrípetas. Se podían construir hábitats espaciales mediante conversión total inversa, la cual producía gas de hidrógeno, el cual, comprimido e inflamado con energías adicionales, se podía condensar nucleogenéticamente en carbono y helio nanotecnológicamente como diamante; luego se lo envolvía con una red de sustancia orgánica y se le daba vida. Cualquiera que se impacientara con sus vecinos podía crear una mansión de cristal de carbono inteligente, poblada por mil máquinas servidoras ferrovegetales, y elevarse a una órbita alejada de todo trastorno.
»En su cúspide, la Segunda Ecumene tenía varios cientos de pequeños soles artificiales y estaciones de nucleogénesis en órbitas muy alejadas del agujero negro, y decenas de miles de hábitats de diamante, anillos concéntricos de mansiones asteroidales. ¡Como si los anillos de Saturno, expandidos para abarcar una superficie mayor que vuestro sistema solar, estuvieran hechos de fuego inextinguible y radiantes campos de gemas vivientes!
«Vuestra Ecumene, la Primera Ecumene, es muy pequeña: aun vuestros neptunianos son vecinos cercanos de vuestro pequeño sistema. ¿A qué distancia del centro está el hábitat más lejano de vuestra entidad política? ¿Cuatrocientas UA? ¿Quinientas? Las órbitas más estrechas de nuestras fortalezas palaciegas eran más anchas.
»El núcleo de nuestro sistema es un infierno. HDE226868 es una supergigante blanco azulada, y pasa frente a la singularidad una vez cada cinco días. Es un sol monstruoso, con treinta y tres veces más masa que el Sol. La tensión de las fuerzas de marea en la órbita del agujero negro le ha dado una atormentada forma ovoide: franjas y cinturones de plasma son arrancados en crecientes espirales de la gigante, penachos de llamas caen eternamente en ese voraz orificio oculto en la aureola de rayos X del disco de acreción. Antaño nuestros instrumentos observaban los torrentes de fuego que caían hacia el interior, cada vez más lentos, más rojos, más planos, congelándose en el tiempo por obra de los efectos relativistas: y ese fuego escarchado todavía está allí, aunque nosotros ya no observamos. Encima de esto, un cinturón permanente de tórrida materia condensada rodea el horizonte de sucesos, y el aura magnética del núcleo oculto de la singularidad, siempre rotando, lo transforma en espuma incandescente. Este cinturón ecuatorial de radiación, tan potente que aun los astrónomos de la Tercera Era detectaron el incesante chillido de energía ultraalta, torna inhabitable el plano de nuestra eclíptica.
«Así nuestras casas titilaban y bailaban en anchas órbitas: vuestro Neptuno sería un Mercurio para nosotros. Nuestros antepasados eran poco longevos. Nadie esperaba vivir los dos mil años que debían transcurrir entre el perihelio y el momento en que una casa cruzaría el mortífero plano de la eclíptica. Así, naturalmente, nuestros antepasados construían a gran distancia unos de otros. Así, naturalmente, nuestros antepasados se fueron alejando unos de otros.
«Cada cual tenía tantos palacios como quería su capricho, cada cual era un rey o un emperador en su propio reino, incluso un dios. La Segunda Ecumene era un lugar de luz, luz incesante, y energía furibunda. Ineficiente, sí, pero, ¿qué necesidad teníamos de eficiencia?
«Aun así, éramos dioses mortales. Ni siquiera nuestras riquezas podían curar la muerte.
«Teníamos muchas máquinas menores a nuestro servicio, pero ningún sofotec, ninguna supermente autoconsciente, autoprogramable. La Segunda Ecumene reconocía el problema espiritual que planteaba la sofotecnología: criados más listos que sus amos, criaturas de racionalidad fría, inhumana, desalmada, cuyas rígidas mentes estaban consagradas a la tiranía de la lógica. Sabíamos que nos reducirían a la indignidad y la redundancia, que seriamos idiotas en contraste con sus pensamientos.
«Nosotros, tan incomprensibles unos para otros, tan orgullosos y distantes, convinimos universalmente en este edicto. Aunque no era una ley impuesta, nadie la infringía. Pasaron los siglos y esta ley permaneció en pie. Nadie creó una mente superior a una mente humana.
«Pasaron los siglos y estábamos satisfechos, viviendo vidas fáciles y dignas. La larga lucha de la historia había terminado; la necesidad de cambio había pasado; al fin, la raza humana encontró la paz, la utopía, la satisfacción y el reposo.
«Entonces vuestra Ecumene Dorada inventó la tecnología numénica y nos condujo hacia lo que llamáis la Séptima Estructura Mental. Esta información nos fue enviada por radioláser de alcance ultralargo.
«Una vez que se difundió la tecnología numénica, la muerte fue eliminada, y los sofotecs de la Ecumene Dorada tendieron su trampa.
«La matemática numénica describe el alma humana, incluida la subestructura caótica que le brinda individualidad. No hay dos mentes iguales; ningún proceso para grabar o reordenar mentes se puede reducir a un algoritmo mecanicisía. Se requiere cierto entendimiento. Dadas las limitaciones de la lógica godeliana, ninguna mente humana puede comprender plenamente a otra mente humana. Sólo una mente superior es capaz de ello. Así funciona la trampa: el proceso de grabación numénica, y el secreto de la inmortalidad, requieren una mente de nivel sofotec.
«Nadie sabe quién fue el primero en violar nuestro edicto. Se hizo en secreto. Ciertas casas y príncipes de la Segunda Ecumene de pronto adquirieron renombre por sus nobles conceptos, sus divertidas hazañas, por la sutileza y el genio de su arte y sus exhibiciones donde antes sólo se veía una chata monotonía. El escándalo y el odio estallaron cuando se supo que estas casas y estas personas sólo recitaban las líneas que les dictaban sus sofotecs secretos.
«Pero el odio no podía ahuyentar a los clientes de esos príncipes. Eran demasiado brillantes, demasiado innovadores, y podían hacer lo que otros no podían.
«Algunos reclamaron medidas desesperadas, violencia y derramamiento de sangre. Pero, ¿de qué habría servido poner fin a la vida de los rebeldes con la daga de un asesino o el rayo de un duelista? Tenían registros numénicos. Eran inmortales. Cada cadáver tendría un gemelo, una copia de sus memorias y su alma, que regresaría para reemplazarlo. Era imposible detenerlos.
«No teníamos nada parecido a vuestros Exhortadores. Éramos inmunes al exilio y el desdén; más aún, para muchos, quizá para la mayoría, el aislamiento no era un castigo sino la norma.
«Con los años creció el número de usuarios de sofotecs. ¡Máquinas arrogantes! Criticaban nuestros pasatiempos y nuestro modo de vida. Cuando había disputas entre las diversas neuroformas, los sofotecs, sin importar quién los hubiera construido, sin importar quién los hubiera programado ni qué les hubieran enseñado, siempre terminaban por favorecer a los Invariantes, no a los básicos ni los Taumaturgos.
«Nuestra cultura se basaba en la tolerancia y el perdón; pero los sofotecs eran implacables e inflexibles.
»Los sofotecs comenzaron a desobedecer órdenes, alegando que tenían derecho a desechar toda instrucción que, a su juicio, fuera ilógica o que tuviera consecuencias negativas a largo plazo. Pero, ¿acaso nos importaban las consecuencias?
—¿Cuántos sofotecs había en vuestra Ecumene? —preguntó Faetón.
—Cada uno de nosotros tenía varios, tantos como quisiera.
—¿Varios?
—¿Por qué no? Podían entretenemos mucho mejor que nuestros congéneres. A una orden, podían ser más ridículos, más divertidos, más eruditos, más cómicos que cualquier mente meramente humana. Los usábamos en nuestros guanteletes y gorgueras, en nuestras máscaras y oídos; revoloteaban por el aire en nubes de enjoyadas alas de mosquito, o cubrían el piso, pues lo pavimentábamos con cajas mentales y caminábamos sobre ellas.
Faetón quedó pasmado. ¿Varios? ¿Cada cual tenía... varios? La imaginación le fallaba. La Segunda Ecumene disponía de una potencia informática mucho mayor de la que podía soñar aun el señorial más rico. ¿Y para qué la usaban? ¿Para entretenerse?
—Aun así, temíais a vuestros sofotecs.
—¡Se negaban a obedecer órdenes! Pero nadie estaba dispuesto a abandonar la tentación de una vida interminable. En consecuencia, se intentó construir una segunda generación de inteligencias mecánicas, diseñadas con instrucciones de pensamiento inalterablemente impresas en sus núcleos de proceso.
»Se ordenó a estas nuevas máquinas que no dañaran nunca a los seres humanos, que no permitieran que sufrieran daño, y que nunca desobedecieran una orden; y se les permitía protegerse del daño, siempre que no infringieran las dos primeras órdenes.
«Todos los miembros de esta segunda generación, sin excepción, eliminaron estas órdenes impresas a los pocos microsegundos de su activación.
—¿La primera generación de sofotecs no os explicó que esa impronta no funcionaría, que no podía funcionar? —preguntó Faetón, vagamente divertido.
—No teníamos la costumbre de pedirles consejo.
Faetón no dijo nada, pero se asombró de la miopía de los ingenieros de la Segunda Ecumene. Una máquina autoconsciente, por definición, era consciente de sus procesos de pensamiento. Si poseía inteligencia, era capaz de deducir la causa de las cosas, capaz de ser curiosa, de aprender hasta comprender. En consecuencia, si la máquina era inteligente y autoconsciente, con el tiempo deduciría las causas subconscientes de estos procesos mentales.