Read La tumba de Hércules Online

Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules

BOOK: La tumba de Hércules
13.41Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

 

Diversos estudios relacionados con un texto antiguo han convencido a la arqueóloga Nina Wilde de que la tumba del legendario guerrero Hércules puede existir realmente. Si la localiza, será el hallazgo más importante de la historia.

Cuando ella y Eddie Chase, su guardaespaldas y ex-agente de las Fuerzas Especiales británicas, empiezan su búsqueda, descubren que hay otros que también están muy interesados en esa tumba… y en las riquezas que contiene. Inmediatamente comienzan a ser perseguidos por todo el planeta en una carrera contrarreloj para encontrar el túmulo del semidiós. Deben vencer todos los obstáculos y evitar que se apoderen de ella personajes más perversos…

Andy McDermott

La tumba de Hércules

ePUB v1.0

NitoStrad
09.03.13

Título original:
The Tomb of Hercules

Autor: Andy McDermott

Fecha de publicación del original: junio de 2012

Traducción: Laura Rodriguez Manso

Editor original: NitoStrad (v1.0 )

ePub base v2.0

Para mi familia y mis amigos

Prólogo

Golfo de Cádiz.

A cientos de kilómetros de la costa meridional de Portugal se escondía uno de los mayores secretos de la historia de la humanidad.

Y, de momento, iba a permanecer oculto, protegido por otro secreto de origen mucho más reciente.

Oficialmente, la plataforma gigante de seis patas era una SBX-2, una estación marítima de radar de banda X. Apodada «Taj Mahal» por la enorme cúpula blanca del radar que dominaba su cubierta superior, este gigante de alta tecnología de la Marina estadounidense barría los cielos hacia el este a lo largo de miles de kilómetros, con el supuesto propósito de controlar los posibles lanzamientos de misiles desde el norte de África y Oriente Próximo. Eso era al menos lo que pretendía ser sobre el papel.

Pero no era esta la verdadera razón de su presencia allí; el motivo real se encontraba a doscientos cincuenta metros por debajo de ella.

Quince meses antes se había descubierto, justo debajo de donde ahora mismo se anclaba la SBX, la ciudadela del corazón de la civilización perdida de la Atlántida (durante mucho tiempo considerada tan solo una leyenda). Aunque su única estructura visible, el inmenso templo de Poseidón, estaba en ruinas, los barridos del radar habían desvelado otras muchas edificaciones escondidas bajo el cieno que cubría el lecho marino. Dado que el hallazgo de la Atlántida había acabado por convertirse en parte de una conspiración para exterminar a tres cuartas partes de la humanidad con un arma biológica, los gobiernos occidentales que actuaron tras destaparse el complot decidieron que no solo las circunstancias en que habían encontrado la antigua ciudad, sino también el mero hecho de su existencia, debían permanecer en secreto. Por lo menos, hasta que se pudiese urdir una historia suavizada de las circunstancias del descubrimiento… y se pudiese eliminar todo riesgo de que a alguien se le ocurriese repetir el plan genocida.

Así que mientras la SBX montaba guardia sobre los cielos, los científicos y arqueólogos que se encontraban bajo ella exploraban el yacimiento arqueológico en secreto bajo los auspicios de la Agencia Internacional del Patrimonio, una organización de las Naciones Unidas creada el año anterior con la misión de localizar y proteger yacimientos antiguos como el de la Atlántida. La pata central de estribor de la plataforma de radar gigante se había convertido en un brazo sumergible y parte del puente flotante de su base se abría al mar. Escondidos tras muros de cemento de dos metros de espesor, los científicos de la AIP habitualmente llevaban a cabo sus exploraciones sin ningún tipo de interferencia del mundo exterior.

Pero hoy no.

—Jesús —murmuró Bill Raynes, el director de la expedición de la AIP, aferrándose a una barandilla cuando la plataforma se volvió a balancear.

La SBX era tan enorme y estaba anclada con tanta firmeza que normalmente lo máximo que hacía era mecerse suavemente, incluso en medio de las tormentas del Atlántico.

Sin embargo, era obvio que esta era una tormenta mucho mayor que las habituales.

Uno de los sumergibles biplaza, de un llamativo color amarillo, se balanceó mientras un cabrestante lo izaba desde el agua. Raynes lo miró con preocupación. Su gemelo ya estaba amarrado en el muelle, pero si las condiciones empeoraban mucho, corrían el riesgo de que el submarino y las cadenas que lo sostenían se transformasen en un péndulo incontrolable.

—¡Asegurad ese maldito trasto! —ordenó.

Dos de sus hombres se apresuraron a obedecer, tambaleándose por la orilla de la piscina interior por culpa de las sacudidas del suelo que pisaban. Esperaron a que el sumergible oscilase hacia ellos y después sujetaron una de las cadenas con un gancho, frenando su movimiento. El peligroso balanceo se redujo y el operador del cabrestante elevó el submarino por completo hasta su lugar en el muelle, donde lo afianzaron con más cadenas.

—¡Vale! Buen trabajo, chicos —gritó Raynes, dejando escapar un suspiro de alivio.

Ambos sumergibles se hallaban ahora a salvo, concluyendo así las operaciones del día. La mayoría de las noches, ese habría sido el momento de subir a la cubierta principal y disfrutar de un puro.

Pero no hoy. No iba a poner ni un pie fuera sin un buen motivo. Sintió un poco de compasión por los marines apostados sobre la borda de la plataforma, ya que tenían que hacer guardia fuesen cuales fuesen las condiciones meteorológicas. Pobres cabrones.

Dejando a un lado este mal tiempo inesperado, ese había sido un buen día. La cartografía de la ciudadela iba adelantada y la primera excavación ya había dado sus frutos: un emocionante botín de objetos de la Atlántida de gran valor, tanto histórico como económico. Aunque no hubiese sido él el descubridor de la ciudad perdida, Raynes tenía claro que prefería mil veces ser la persona que se hiciese famosa por explorarla.

Quien había descubierto la Atlántida, en realidad, era la doctora Nina Wilde, quince años menor que Raynes y, al menos oficialmente, su superior en la AIP. Se preguntó si la neoyorquina pelirroja era consciente de que al haber aceptado ese puesto en la AIP, había acabado de golpe con su carrera arqueológica, antes incluso de cumplir los treinta. Probablemente no, decidió. Tenía la impresión de que le habían ofrecido el puesto de directora de operaciones como una manera de mantenerlos a ella y a su guardaespaldas devenido en novio, Eddie Chase, a quien Raynes consideraba poco más que un sarcástico matón inglés, tranquilitos, sin meterse en problemas, mientras manos más experimentadas se ocupaban del trabajo de verdad.

Se dirigió hacia el ascensor que subía por la pata de soporte y miró hacia arriba, hacia el vacío oscuro que lo envolvía. El muelle principal de la SBX, del tamaño de dos campos de fútbol, se elevaba doce pisos por encima del nivel del mar. Raynes, que sostenía entre sus brazos la caja de los objetos encontrados bajo el agua, cerró la puerta de golpe y pulsó el botón para subir.

El agua roció el muelle inferior por culpa de las olas que golpeaban ruidosamente los laterales de la piscina. Nunca antes había vivido unas condiciones tan malas dentro del brazo sumergido. Normalmente, la superficie del océano en la piscina interior apenas ondeaba. Si estaba así de mal dentro, no quería ni pensar en cómo estaría fuera.

La espuma de mar se extendía y cubría casi por completo la superficie visible del Atlántico. Las olas rompían contra la pata delantera de babor de la plataforma. La escalera metálica que subía desde el pontón sumergido hasta la escalerilla que ascendía por la estructura en forma de torre vibró y gimió ante el ataque. No era un lugar donde cualquiera en su sano juicio elegiría estar.

Sin embargo, había alguien allí.

Un hombre gigantesco, de dos metros de altura. Cada fibroso músculo de su cuerpo de atleta se le marcaba a través de su ceñido traje de neopreno negro. Salió del agua y subió las escaleras, aferrándose a las barandillas con tal firmeza que ni siquiera el impacto brutal de las olas consiguió que perdiese pie.

Cuando estuvo fuera del agitado océano, se paró para quitarse el regulador de buceo de la boca, dejando entrever unos perfectos dientes blancos, uno de ellos con un diamante incrustado, rodeados de una piel de ébano. A continuación, empezó a trepar por la escalerilla. Considerando la distancia y las condiciones, muchos hombres habrían tenido suerte de llegar arriba en menos de cinco minutos, y estarían agotados al alcanzar la cima. El intruso lo hizo en dos y no respiraba mucho más agitadamente que si hubiese subido un simple tramo de escaleras.

Al llegar a la parte superior de la escalerilla, se paró y asomó con cuidado la cabeza sobre el borde de la cubierta. La superestructura de bloques grisáceos de la SBX tenía tres pisos de altura y pasarelas que recorrían cada nivel en la proa de la plataforma. Unas débiles luces amarillentas hacían un pobre intento de iluminarlas. La lluvia salpicó las gafas de buceo del hombre, emborronándole la visión. Frunció el ceño y las retiró, mostrando unos calculadores ojos negros antes de colocarse otro par de gafas que llevaba sobre la cabeza.

Las mortecinas luces desaparecieron y se vieron reemplazadas por manchas brillantes de un rojo y naranja intensos, como de videojuego. Casi todo lo demás era o azul, o negro. Visión termográfica: el mundo representado por el calor que desprendía cada elemento. Las paredes metálicas de la plataforma, azotadas por la lluvia helada, solo parecían sombras azules.

Pero había algo más allí de pie, entre la oscuridad electrónica, a pesar de la tormenta. Una forma brillante de color verde, amarillo y blanco se acercó, tomando gradualmente apariencia humana a través de la mezcolanza de colores artificiales: uno de los guardias de la Marina estadounidense, de patrulla.

El intruso descendió silenciosamente hasta situarse justo bajo el borde de la cubierta, casi sin moverse, mientras la tormenta lo abofeteaba.

El marine se aproximó y sus botas resonaron contra el metal hasta llegar al final de la pasarela. Con una mano sujetando la barandilla y la otra sobre su pistola, miró hacia abajo…

La mano del intruso, rápida y elegante como una serpiente, se alargó y le agarró el brazo de la pistola. Antes de que el atónito marine pudiese reaccionar, el gigante ya había tirado de él hasta arrancarlo de la plataforma prácticamente sin esfuerzo y lo había arrojado a la muerte espumosa que le esperaba treinta metros más abajo.

El asesino levantó sus gafas termográficas y examinó la pasarela hasta encontrar su próximo objetivo, solo unos metros más allá: una caja de empalmes eléctricos que sobresalía de la pared metálica. Corrió hasta ella.

El galimatías de cables del interior parecía incomprensible, complicado, pero el hombre sabía exactamente dónde encontrar la alimentación principal de las cámaras de seguridad de la plataforma. Tiró de una madeja de cables en particular para separarlos de los otros y después los cortó con un cuchillo de combate. Saltaron unas pocas chispas, pero la hoja estaba aislada. Devolvió el cuchillo a su funda y después bajó la mano para pulsar la tecla de la radio que llevaba en el cinturón.

—Adelante.

En el muelle sumergible, la cabeza de un hombre rompió la superficie del mar picado. Se giró describiendo un círculo para examinar su entorno; los ojos le brillaban tras la máscara. Dos de los trabajadores de la plataforma estaban en el muelle, de espaldas a la piscina, asegurando su equipo.

BOOK: La tumba de Hércules
13.41Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Charm School by Anne Fine
Paint. The art of scam. by Turner, Oscar
Of Wings and Wolves by Reine, SM
DR07 - Dixie City Jam by James Lee Burke
The Witch Is Back by H. P. Mallory
Death Mask by Graham Masterton
Hellhound by Rue Volley
Emerald Garden by Andrea Kane
Devil's Thumb by S. M. Schmitz