La última batalla (5 page)

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Authors: C.S. Lewis

BOOK: La última batalla
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—¿Creen que es realmente Aslan? —preguntó el Rey.

—¡Oh, sí, sí! —contestó el Conejo—. Salió del establo anoche. Todos lo vimos.

—¿Cómo era? —preguntó el Rey.

—Parecido a un terrible y enorme León, te aseguro —dijo uno de los Ratones.

—¿Y ustedes creen que es realmente Aslan el que está asesinando a las Ninfas del Bosque y convirtiéndolos a ustedes en esclavos del Rey de Calormen?

—¡Ah, eso está mal!, ¿no es cierto? —dijo el segundo Ratón—. Más nos hubiera valido morir antes de que todo esto empezara. Pero no caben dudas. Todos dicen que son las órdenes de Aslan, y lo hemos visto. No creíamos que Aslan fuera así. Hasta
queríamos
que él volviera a Narnia.

—Parece que esta vez ha regresado muy enojado —dijo el primer Ratón—. Debemos haber hecho algo espantosamente malo, todos, sin saberlo. Debe estar castigándonos por algo. ¡Pero pienso que deberían decirnos de qué se trata!

—Supongo que lo que estamos haciendo ahora podría estar mal —dijo el Conejo.

—A mí no me importa si está mal —opinó uno de los Topos—. Lo volvería a hacer.

Pero los otros dijeron: “¡Oh, cállate!”, y “ten cuidado”, y luego todos dijeron: “lo lamentamos, querido Rey, pero hemos de regresar. No sería nada de bueno para nosotros que nos cogieran aquí”.

—Déjenme de inmediato, queridas Bestias —dijo Tirian—. Ni por toda Narnia querría ponerlos en peligro.

—Buenas noches, buenas noches —dijeron las Bestias, refregando sus narices contra las rodillas del Rey—. Volveremos... si es posible.

Después se alejaron correteando y el bosque pareció quedar más oscuro y más frío y más solitario de lo que estaba antes de que ellos llegaran.

Salieron las estrellas y el tiempo transcurrió lentamente, imagínate cuán lentamente, mientras el último Rey de Narnia permanecía rígido y adolorido y muy derecho contra el árbol en su cautiverio. Pero por fin algo sucedió.

A lo lejos apareció una luz roja. Luego desapareció por un momento y volvió a aparecer otra vez, más grande y más fuerte. Entonces pudo ver siluetas oscuras que iban y venían a este lado de la luz, llevando unos bultos que arrojaban al suelo. Ahora supo lo que estaba viendo. Era una fogata, recién encendida, y la gente le estaba tirando haces de leña picada. De pronto se encendió y Tirian pudo ver que estaba sobre la punta de la colina. Veía claramente el establo detrás, todo iluminado con el rojo resplandor, y una gran multitud de Bestias y Hombres reunida entre el fuego y el propio Rey. Una figura pequeña, encorvada al lado del fuego, debía ser el Mono. Decía algo a la muchedumbre, pero él no alcanzaba a oír sus palabras. En seguida se fue e hizo tres reverencias hasta el suelo ante la puerta del establo. Después se incorporó y abrió la puerta. Y algo de cuatro patas, algo que caminaba con paso muy tieso, salió del establo y se paró frente al público.

Se elevó un gran lamento o rugido, tan sonoro que Tirian pudo escuchar algunas de las palabras.

—¡Aslan! ¡Aslan! ¡Aslan! —gritaban las Bestias—. Háblanos. Confórtanos. No sigas enojado con nosotros.

Desde donde se hallaba, Tirian no podía distinguir claramente qué cosa era; pero alcanzaba a ver que era amarillo y peludo. El no había visto nunca al Gran León. El no había visto nunca ni un león común. No podía estar seguro si lo que veía no era el verdadero Aslan. No esperaba que Aslan se pareciera a esa cosa tiesa que se paraba sin decir nada. Pero ¿cómo puede uno estar seguro? Por unos instantes acudieron a su mente pensamientos horribles; entonces recordó los disparates sobre que Tash y Aslan eran la misma cosa, y se convenció de que toda esta historia debía ser una superchería.

El Mono puso su cabeza cerca de la cabeza de la cosa amarilla como si escuchara algo que el otro le susurraba. Después se volvió y habló a los espectadores, que nuevamente empezaron a gemir. Entonces la cosa amarilla se volvió con torpeza y caminó —podrías hasta decir que se contoneó como un pato— de regreso al establo y el Mono cerró la puerta tras él. Después de esto deben haber apagado el fuego, pues la luz se desvaneció súbitamente, y Tirian se encontró una vez más solo con el frío y la oscuridad.

Pensaba en otros Reyes que vivieron y murieron en Narnia en los antiguos tiempos y le parecía que ninguno de ellos había sido jamás tan desdichado como él. Pensó en el bisabuelo de su bisabuelo, el Rey Rilian, quien fue raptado, cuando era tan sólo un joven príncipe, por una Bruja que lo tuvo escondido por años en cavernas oscuras bajo la tierra de los Gigantes del Norte. Pero todo había salido bien a la postre, ya que dos misteriosos niños habían aparecido de repente, viniendo de una tierra más allá del fin del mundo, y lo habían rescatado; él había regresado a su hogar en Narnia y tuvo un largo y próspero reinado. “No pasa lo mismo conmigo”, se dijo Tirian. Luego se fue más atrás y pensó en el padre de Rilian, Caspian el Navegante, cuyo perverso tío el Rey Miraz trató de asesinarlo, y cómo Caspian huyó a los bosques y vivió entre los Enanos. Pero igualmente esa historia había terminado bien: pues Caspian también fue ayudado por unos niños, sólo que aquella vez eran cuatro que venían de algún lugar más allá del mundo, y libraron una gran batalla para devolverle el trono de su padre. “Pero eso fue hace tanto tiempo”, se dijo Tirian. “Esa suerte de cosas ya no suceden más ahora”. Y después recordó (porque siempre había sido bueno para la historia cuando era niño) que aquellos mismos cuatro niños que habían ayudado a Caspian habían estado en Narnia más de mil años antes; y había sido entonces cuando derrotaron a la terrible Bruja Blanca y terminaron con los Cien Años de Invierno, y luego habían reinado (los cuatro juntos) en Cair Paravel, hasta que dejaron de ser niños y fueron grandes Reyes y adorables Reinas, y su reinado fue la época de oro de Narnia. Y Aslan participó muchísimo en aquella historia. Participó en las otras historias también, según recordaba Tirian. “Aslan... y los niños del otro mundo”, pensaba Tirian. “Siempre aparecían cuando las cosas llegaban a su peor punto. ¡Oh, si pudieran hacerlo ahora! “

Y gritó: “¡Aslan! ¡Aslan! ¡Aslan! Ven y ayúdanos Ahora”.

Mas la oscuridad y el frío y el sosiego seguían siendo los mismos.

—Deja que me maten —gritó el Rey—. No pido nada para mí. Pero ven y salva a Narnia.

Y todavía no hubo ningún cambio en la noche o en el bosque, pero principió a operarse una especie de cambio dentro de Tirian. Sin saber por qué, comenzó a alentar una ligera esperanza. Y se sintió algo más fuerte.

—¡Oh, Aslan, Aslan! —susurró—. Si no vienes en persona, al menos envíame a tus colaboradores de más allá del mundo. O permite que yo los llame. Haz que mi voz alcance hasta más allá del mundo.

Entonces, casi sin saber lo que hacía, gritó de súbito, a toda voz:

—¡Niños! ¡Niños! ¡Amigos de Narnia! Rápido. Vengan a mí. ¡A través de los mundos los llamo; yo, Tirian, Rey de Narnia, Señor de Cair Paravel y Emperador de las Islas Desiertas!

Y de inmediato se hundió en un sueño (si es que fue un sueño) más vívido que cualquiera que hubiera tenido en su vida.

Le pareció estar en una sala iluminada donde siete personas se hallaban sentadas alrededor de una mesa. Parecía que recién hubieran terminado su comida. Dos de ellos eran muy viejos, un anciano de blanca barba y una anciana de ojos vivos, alegres y risueños. El que estaba sentado a la derecha del anciano no era aún un adulto, seguramente más joven que Tirian, pero su semblante ya tenía la prestancia de un rey y de un guerrero. Y podías decir prácticamente lo mismo del otro joven que se sentaba a la derecha de la anciana. Frente a Tirian, al otro lado de la mesa, había una niña de pelo claro, más joven que estos dos, y a ambos lados de ella, un niño y una niña más jóvenes aún. Todos estaban vestidos con lo que le pareció a Tirian ser los vestidos más raros del mundo.

Pero no tuvo tiempo de pensar en detalles como ese, pues en un instante el niño más joven y las dos niñas se pusieron de pie, y una de ellas lanzó un corto grito. La anciana se sobresaltó y contuvo el aliento. El anciano debe haber hecho algún movimiento repentino también, pues el vaso de vino que tenía en su mano derecha fue a dar debajo de la mesa; Tirian pudo oír el tintineo que hizo al quebrarse en el suelo.

Entonces Tirian comprendió que esa gente podía verlo a él; lo miraban como quien ve un fantasma. Pero advirtió que el que parecía rey y que se sentaba a la derecha del anciano no se movió siquiera (aunque se puso pálido) y sólo empuñó firme su mano. Luego dijo:

—Habla, si no eres un fantasma o un sueño. Tienes aspecto de ser un narniano y nosotros somos los siete amigos de Narnia.

Tirian ansiaba poder hablar, y trató de gritar fuerte que él era Tirian de Narnia, y que necesitaba desesperadamente su ayuda. Pero se dio cuenta (como me ha pasado a veces en los sueños a mí también) que su voz no hacía el menor sonido.

El que le había hablado se puso de pie.

—Sombra o espíritu o lo que seas —dijo, fijando sus ojosen Tirian—. Si eres de Narnia, te ordeno en el nombre de Aslan, háblame. Soy el gran Rey Pedro.

La sala empezó a dar vueltas ante los ojosde Tirian. Escuchó las voces de aquellas siete personas hablando todas a la vez, y todas haciéndose cada segundo más borrosas, diciendo cosas como “¡Mira! Se está desvaneciendo”. “Se está esfumando”. “Está desapareciendo”. Al minuto siguiente se encontró totalmente despierto, todavía amarrado al árbol, más helado y entumecido que nunca. El bosque estaba lleno de la pálida luz mortecina que alumbra antes de la salida del sol y Tirian estaba empapado de rocío; comenzaba a amanecer.

Aquel despertar fue casi el peor momento de toda su vida.

Cómo llegó la ayuda para el Rey

Pero su aflicción no duró mucho. Casi de inmediato se sintió un porrazo, y luego un segundo porrazo, y dos niños estaban de pie ante él. El bosque enfrente suyo estaba completamente vacío un minuto antes y sabía que no habían salido de detrás del árbol, porque los habría oído. En realidad habían aparecido simplemente de la nada. De una sola mirada vio que usaban esos vestidos tan raros y deslucidos que tenía la gente de su sueño; y vio, en una segunda mirada, que eran el niño y la niña más jóvenes del grupo de los siete.

—¡Caracoles! —exclamó el niño—, ¡te quita el aliento todo esto! Pensé que...

—Apúrate y desátalo —dijo la niña—. Ya podremos conversar después. —Luego añadió, volviéndose hacia Tirian—: Perdona que nos hayamos demorado tanto. Vinimos en cuanto pudimos.

En tanto que ella hablaba, el niño había sacado un cuchillo de su bolsillo y cortaba rápidamente las amarras del Rey; demasiado rápidamente, en realidad, pues el Rey estaba tan rígido y entumecido que cuando cortó la última cuerda cayó de rodillas y se tuvo que apoyar en las manos. No fue capaz de levantarse de nuevo hasta que hubo recuperado algo de la vitalidad de sus piernas con una buena fricción.

—¡Oye! —exclamó la niña—. ¿Eras tú, no es cierto, el que se nos apareció la noche que estábamos cenando? Hace como una semana.

—¿Una semana, hermosa dama? —dijo Tirian—. Mi sueño me condujo a tu mundo hace escasos diez minutos.

—Es el eterno embrollo con las horas, Pole —dijo el niño.

—Ya recuerdo —dijo Tirian—. Eso también sale en todos los viejos relatos. El tiempo en tu extraña tierra es diferente del nuestro. Pero hablando de tiempo, es tiempo de que nos vayamos de aquí, pues mis enemigos están muy cerca. ¿Vendrán conmigo?

—Claro que sí —respondió la niña—. Es a ti a quien hemos venido a ayudar.

Tirian logró ponerse de pie y los guió a toda prisa cerro abajo, hacia el sur, y lejos del establo. El sabía muy bien a donde quería ir, pero su primer objetivo era llegar a los sitios rocosos donde no dejarían huellas y el segundo era atravesar algunas aguas para no dejar rastros. Tardaron cerca de una hora trepando y vadeando y mientras lo hacían nadie tenía aliento ni para hablar. Pero aun así, Tirian siguió mirando a hurtadillas a sus compañeros. La maravilla de caminar al lado de criaturas de otro mundo le hacía sentir un tanto mareado; pero igualmente hacía que todas las viejas historias parecieran mucho más reales de lo que había creído antes..., ahora podía pasar cualquier cosa.

—Bien —dijo Tirian cuando llegaron a la entrada de un pequeño valle que descendía ante ellos entre abedules nuevos—, ya estamos fuera de peligro, lejos de esos villanos por un tiempo y podemos caminar con mayor tranquilidad.

Había salido el sol, en cada rama brillaban gotitas de rocío, y las aves cantaban.

—¿Qué tal una buena merienda?..., quiero decir, para ti, Señor; nosotros ya tomamos desayuno —dijo el niño.

Tirian se preguntaba perplejo qué querría decir “merienda”; sin embargo, cuando el niño abrió un abultado bolsón que llevaba y sacó un paquete grasiento y blandengue, entendió inmediatamente. Tenía un hambre voraz, a pesar de que no había pensado en ello hasta ese mismo momento. Había dos sandwiches de huevo duro y dos de queso, y otros dos que tenían algún tipo de pasta adentro. Si no hubiera estado tan hambriento, no le habría gustado nada la pasta, porque era algo que nadie come en Narnia. Cuando se había ya devorado los seis sandwiches, llegaron al fondo del valle y allí encontraron un musgoso acantilado de donde nacía borboteando una pequeña fuente. Los tres se detuvieron y bebieron y se mojaron sus acaloradas caras.

—Y ahora —dijo la niña, apartando de su frente su cabello empapado— ¿vas a contarnos quién eres y por qué estabas amarrado y de qué se trata todo esto?

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