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Authors: C.S. Lewis

La última batalla (11 page)

BOOK: La última batalla
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Porque realmente, cómo ocurrió todo esto, era semejante a estar en un teatro. La multitud de narnianos era como la gente de la platea; el pequeño sitio cubierto de hierba frente al Establo, donde ardía el fuego y donde el Mono y el capitán se paraban para hablar a la gente, era como el escenario; el Establo mismo era el decorado al fondo del proscenio; y Tirian y sus amigos, como esa gente que se asoma por detrás de las bambalinas. Era una posición espléndida. Si alguno de ellos daba un paso hacia adelante a la luz del fuego, todos los ojos se clavarían en él de inmediato; por otra parte, mientras permanecieran inmóviles a la sombra del final de la pared del establo, tenían cien posibilidades contra una de que notaran su presencia.

Rishda Tarkaan arrastró al Mono cerca del fuego. Ambos se volvieron de cara a la muchedumbre, y esto significó, por supuesto, que daban la espalda a Tirian y sus amigos.

—Ahora, Monicaco —dijo Rishda Tarkaan en voz baja—, di las palabras que cabezas más sabias que la tuya han puesto en tu boca. Y levanta la cara.

Mientras decía esto le dio al Mono un empujón o un puntapié por detrás.

—Déjame solo —musitó Truco. Pero se sentó más derecho y comenzó a decir, en voz más alta:

—Escúchenme, todos ustedes. Ha pasado algo terrible. Una cosa muy mala. Lo más atroz que se ha hecho en Narnia. Y Aslan...

—Tashlan, idiota —susurró Rishda Tarkaan.

—Tashlan, quiero decir, por supuesto —prosiguió el Mono—, está furioso.

Hubo un silencio tremendo en tanto las Bestias esperaban saber qué nuevas desgracias les aguardaban. El grupito al final del muro del Establo también contuvo el aliento. ¿Qué diablos iba a ocurrir ahora?

—Sí —continuó el Mono—. En este mismo instante, cuando el propio Temible está entre nosotros, allá en el Establo justo detrás de mí, una perversa Bestia ha preferido hacer lo que ustedes creerían que nadie osaría hacer, incluso si
El
estuviera a miles de kilómetros de distancia. Se ha disfrazado con una piel de león y se pasea por estos mismos bosques simulando ser Aslan.

Jill se preguntó por un momento si el Mono se había vuelto loco. ¿Iría a decir toda la verdad? Un rugido de horror y rabia resonó entre las Bestias.

—Grrr —gruñían—. ¿Quién es? ¿Dónde está? ¡Deja que le incruste mis dientes!

—Lo vieron anoche —gritó el Mono—, pero escapó. ¡Es un burro! ¡Un miserable y vulgar Asno! Si alguno de ustedes ve a ese Asno...

—¡Grrr! —gruñeron las Bestias—. Lo encontraremos, lo encontraremos. Más le vale no cruzarse por nuestro camino.

Jill miró al Rey: tenía la boca abierta y en su cara una expresión de horror. Y entonces ella comprendió el diabólico ingenio del plan de sus enemigos. Juntando un poco de verdad a su mentira, habían conseguido hacer mucho más fuerte su engaño. ¿De qué les valdría, ahora, decir a las Bestias que un asno había sido disfrazado de león para engañarlos? Sólo conseguirían que el Mono dijera: “Tal como les dije”. ¿Qué ganaban con mostrarles a Cándido en su piel de león? Sólo que lo hicieran pedazos. “Nos liquidaron”, murmuró Eustaquio. “Nos ganaron el quien vive”, dijo Tirian. “¡Maldito, maldito ingenio!“, exclamó Poggin. “Apostaría a que esta nueva mentira es invento de Jengibre”.

¿Quién entrará al establo?

Jill sintió que algo le hacía cosquillas en la oreja. Era Alhaja, el Unicornio, susurrándole algo con el amplio susurro de un hocico de caballo. Apenas oyó lo que decía, ella asintió con la cabeza y volvió en punta de pies hasta el lugar donde se encontraba Cándido. Rápidamente y sin hacer ruido cortó las últimas cuerdas que ataban a él la piel de león. ¡No sería nada de bueno para él que lo cogieran con
eso
puesto, después de lo que había dicho el Mono! Le habría gustado poder esconder la piel en algún lugar lejano, pero era demasiado pesada. Lo mejor que pudo hacer fue enviarla de un puntapié en medio de los arbustos más espesos. Luego hizo señas a Cándido para que la siguiera y juntos se reunieron con los demás.

El Mono estaba hablando nuevamente.

—Y después de una cosa tan horrible, Aslan..., Tashlan... está más enojado que nunca. Dice que ha sido demasiado bondadoso con ustedes, ¡saliendo cada noche para que lo miren, habráse visto! Y bien, no volverá a salir nunca más.

Berridos, maullidos, chillidos y gruñidos fueron la respuesta de los Animales a estas palabras, pero repentinamente una voz muy diferente rompió en una pesada carcajada.

—¡Qué cosas dice el monicaco ese! —gritó alguien—. Sabemos por qué no va a traer a su precioso Aslan para afuera. Yo les diré por qué: porque no lo tiene. Nunca tuvo más que un viejo burro con una piel de león en el lomo. Ahora ha perdido eso y no sabe qué hacer.

Tirian no alcanzaba a ver claramente las caras que estaban al otro lado del fuego, pero supuso que sería Griffle, el Enano jefe. Y tuvo la plena certeza cuando, un segundo más tarde, las voces de todos los Enanos se le unían, cantando:

—¡No sabe qué hacer! ¡No sabe qué hacer! ¡No sabe qué hacer-e-e-er!

—¡Silencio! —tronó Rishda Tarkaan—. ¡Silencio, hijos del barro! Escúchenme todos los demás narnianos, o si no ordenaré a mis guerreros que caigan sobre ustedes con el filo de sus espadas. El señor Truco ya les ha dicho lo de aquel perverso Asno. ¿Piensan por su culpa que no hay un
verdadero
Tashlan en el Establo? ¿Lo creen así? Tengan cuidado, tengan cuidado.

—No, no —gritó la mayoría de la muchedumbre. Pero los Enanos dijeron:

—Tienes razón, Negrito, diste en el clavo. Ea, Monicaco, muéstranos lo que hay en el Establo; ver para creer.

Cuando por fin hubo un momento de silencio, el Mono dijo:

—Ustedes Enanos se creen muy inteligentes, ¿no es cierto? Pero no vayan tan de prisa. Yo jamás dije que no podían ver a Tashlan. El que quiera puede verlo.

Toda la asamblea guardó silencio. Luego, al cabo de casi un minuto, el Oso comenzó a decir, con una lenta, perpleja voz:

—Yo no entiendo muy bien todo esto —se quejó—, pensé que habías dicho...


¡Pensaste!
—repitió el Mono—. Como si alguien pudiera llamar
pensar
a eso que pasa por tu cabeza. Escúchenme los demás. Cualquiera puede ver a Tashlan. Pero él no va a salir.
Ustedes
tienen que entrar a verlo.

—¡Oh, gracias, gracias, gracias! —dijeron decenas de voces—. ¡Eso es lo que queríamos! Podemos entrar y verlo cara a cara. Y ahora va a ser bondadoso y todo será como siempre ha sido.

Y los Pájaros parloteaban, y los Perros ladraban excitados. Súbitamente hubo una gran conmoción y una batahola de criaturas que se ponían de pie, y en un segundo el grupo entero se habría precipitado y entrado, todo el gentío, por la puerta del Establo. Pero el Mono gritó:

—¡Regresen! ¡Tranquilos! ¡No se apuren tanto!

Las Bestias se detuvieron, muchas con una pata en el aire, muchas moviendo la cola, y todas con sus cabezas ladeadas.

—Pensé que habías dicho —comenzó el Oso, pero Truco lo interrumpió.

—Todos pueden entrar —dijo—. Pero uno por uno. ¿Quién irá primero? El no ha
dicho
que fuera a portarse muy amable. Se ha estado lamiendo mucho los labios desde que se tragó al malvado Rey la otra noche. Ha gruñido bastante esta mañana. Yo personalmente no tengo nada de ganas de entrar al Establo esta noche. Pero hagan lo que quieran. ¿Quién quiere entrar primero? No me culpen a mí si se los traga enteros o los hace cenizas con el mero terror de su mirada. Es asunto de ustedes. ¡Ya, pues! ¿Quién primero? ¿Acaso alguno de los Enanos?

—¡Corran, corran, vengan a que los maten! —se burló Griffle—. ¿Cómo sabremos qué tienes ahí adentro?

—¡Ajá! —gritó el Mono—. ¿De modo que comienzas a creer que hay
algo
ahí, eh? Bueno, todas ustedes, Bestias, hacían mucho ruido hace un minuto. ¿Qué las ha enmudecido repentinamente? ¿Quién va a entrar primero?

Pero todas las Bestias se quedaron mirándose unas a otras y principiaron a alejarse del Establo. Se movían muy pocas colas ahora. El Mono se contoneaba de acá para allá, mofándose de ellas.

—¡Ja, ja, ja! —reía entre dientes—. ¡Pensé que tenían ansias de ver a Tashlan cara a cara! Cambiaron de opinión, ¿eh?

Tirian inclinó la cabeza para oír algo que Jill trataba de susurrar en su oído. “¿Qué piensas que habrá realmente dentro del Establo?”, dijo ella. “Quién sabe”; dijo Tirian.

“Dos calormenes con sus espadas desenvainadas, lo más probable, uno a cada lado de la puerta”. “¿No crees —preguntó Jill— que podría ser..., ya sabes..., esa cosa horrorosa que vimos?”“¿El propio Tash?”—susurró Tirian—”Quién sabe. Pero, valor, niña: estamos todos en las patas del verdadero Aslan”.

Entonces sucedió lo más sorprendente. El Gato Jengibre dijo con voz fría y clara, sin mostrar ninguna emoción: “Yo iré, si quieren”.

Todas las criaturas se volvieron y clavaron sus ojos en el Gato.

—Observa su astucia, Señor —dijo Poggin al Rey—. Este maldito gato está en el complot, en el centro de él. Lo que sea que haya en el Establo no le hará daño a él. Te lo apuesto. Luego Jengibre saldrá y dirá que ha visto algo maravilloso.

Pero Tirian no tuvo tiempo de contestarle. El Mono llamaba al Gato adelante.

—¡Ajá! —exclamó el Mono—, de modo que tú, un minino impertinente, vas a verlo a El cara a cara. ¡Entra, entonces! Te abriré la puerta. No me culpes si El te arranca los bigotes. Es problema tuyo.

Y el Gato se paró y dejó su lugar en medio de la multitud caminando remilgada y elegantemente, con su cola al aire; ni un solo pelo de su lustrosa piel estaba fuera de su lugar. Se adelantó hasta cruzar al otro lado de la fogata y pasó tan cerca, que Tirian, desde donde se encontraba con su hombro apoyado contra el final de la muralla del Establo, pudo mirarlo derecho a la cara. Sus grandes ojos verdes no parpadeaban siquiera. (“Fresco como un pepino”, susurró Eustaquio.
“El
sabe que no tiene nada que temer”). El Mono, riendo sardónicamente y haciendo morisquetas, caminó arrastrando los pies al lado del Gato; levantó la mano, sacó el pestillo y abrió la puerta. Tirian pensó que podía oír al Gato ronronear a medida que avanzaba hacia la oscura puerta de entrada.

—¡Aiii-aii-auuu!...

El más espantoso chillido que hayas escuchado jamás hizo que todos saltaran. A ti te han despertado gatos peleando o enamorando arriba de los tejados en medio de la noche: tú conoces ese sonido.

Este fue peor. El Mono quedó patas arriba al chocar con Jengibre, que salía del Establo a toda velocidad. Si no supieras que era un gato, habrías pensado que era un relámpago color rojizo. Cruzó disparado el claro de pasto, de vuelta en medio de la multitud. A nadie le gusta encontrarse con un Gato en ese estado. Podías ver como los animales se apartaban de su camino, a izquierda y a derecha. Se trepó a un árbol, moviéndose con gran rapidez, y se quedó colgando cabeza abajo. Su cola estaba tan erizada que parecía del mismo grosor de su cuerpo; sus ojos semejaban platillos de fuego verde; a lo largo de su lomo cada uno de sus pelos estaba parado.

—Daría lo que más quiero —murmuró Poggin— por saber si ese bruto está simplemente actuando o si realmente encontró algo ahí que lo ha aterrorizado.

—Calma, amigo —dijo Tirian, pues el capitán y el Mono también estaban susurrando y él quería escuchar lo que decían. No tuvo éxito, salvo que escuchó una vez más al Mono quejarse: “Mi cabeza, mi cabeza”, pero tuvo la impresión que aquellos dos estaban casi más asombrados que él con el comportamiento del gato.

—Basta, Jengibre —dijo el capitán—. Basta de tanto barullo. Diles lo que has visto.

—aau... aauua —aulló el Gato.

—¿No se les llama a ustedes Bestias que
Hablan?
—preguntó el capitán—. Entonces acaba con ese endemoniado ruido y habla.

Lo que vino a continuación fue sumamente horripilante. Tirian tuvo la plena seguridad (igual que los demás) que el Gato trataba de decir algo: pero de su boca no salía nada, excepto los ordinarios y feos ruidos gatunos que puedes escuchar hacer, cuando está enojado o asustado, a cualquier viejo Tom en un patio de Inglaterra. Y mientras más chillaba menos parecía una Bestia que Habla. Inquietos gimoteos y cortos y agudos chillidos estallaron en medio de los otros Animales.

—¡Miren, miren! —dijo la voz del Jabalí—. No puede hablar. ¡Se ha olvidado de hablar! Ha vuelto a ser una bestia muda. Miren su cara.

Todos pudieron comprobar que era cierto. Y entonces el terror más inconmensurable se apoderó de esos narnianos. Pues a cada uno de ellos se les había enseñado, cuando eran nada más que un pollito o un perrito o un cachorro, que Aslan al comienzo del mundo había hecho de las bestias de Narnia Bestias que Hablan y les había advertido que si no eran buenas podrían algún día volver atrás nuevamente a ser como los pobres animales sin inteligencia que uno encuentra en otros países. “Y ahora se está cumpliendo”, gimieron.

—¡Misericordia! ¡Misericordia! —suplicaban las Bestias—. Ten compasión de nosotros, señor Truco, intercede por nosotros ante Aslan, tienes que ir a hablarle por nosotros. No nos atrevemos, no nos atrevemos.

Jengibre desapareció en lo alto del árbol. Nadie volvió a verlo nunca más.

Tirian permanecía con la mano en la empuñadura de su espada y su cabeza ladeada. Se sentía aturdido con el horror de aquella noche. A veces pensaba que sería mejor sacar la espada al instante y cargar sobre los calormenes; pero al momento siguiente pensaba que sería mejor esperar y ver qué nuevo giro tomaban los acontecimientos. Y el nuevo giro no se hizo esperar.

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